diciembre 23, 2025

Lourdes del Pino: «Medio siglo después de su muerte, aún le tienen miedo a mi padre»

El escritor William Navarrete entrevista a la investigadora y genealogista Lourdes del Pino.
Lourdes del Pino
Lourdes del Pino (Foto: Tim Padgett - WLRN)

MIAMI, Estados Unidos. – Conocí a Lourdes del Pino por mi interés por la genealogía. En mis búsquedas de ancestros en Matanzas, colaboró proporcionándome datos de ramas de mis antepasados que estaban bloqueadas por carecer de fuentes y, sobre todo, de acceso a estas. Cuando el nuevo papa, León XIV, fue elegido, supe de los ancestros cubanos del pontífice gracias a la investigación y publicación que Lourdes realizó en colaboración con otros genealogistas. 

Nacida muy a principios del triunfo de la revolución que alteró del curso de la historia de la Isla y de la vida de sus habitantes, Lourdes del Pino forma parte de un nutrido grupo de personas que, aunque nacidas en Cuba, nunca pudieron visitar la tierra natal y que tampoco disponen de recuerdos de esta por haber salido con muy poca edad. Lo curioso, y sorprendente también, es que se hayan mantenido interesados en sus orígenes y transmitido a su descendencia el sentido de pertenencia a este lugar.

Y como en el caso de muchos de mis entrevistados puedo afirmar que, descontando su afición por la genealogía, he descubierto su historia familiar y otros aspectos de su vida en el curso de esta entrevista que me satisface presentar a los lectores de estas páginas.

―Cuéntanos de tus orígenes familiares.

―Mi padre, Jesús Carreras Zayas, nacido en 1933 en Trinidad, una de las siete primeras villas fundadas por los españoles en Cuba, era hijo de Tomás Carreras Galliano, médico cirujano que, por su profesión, había vivido en el poblado de Camajuaní. Su padre era trinitario de origen catalán y su madre, aunque nacida también en Trinidad, tenía orígenes genoveses (de Sampierdarena, antes San Pier d’Arena) y alemanes. Con su esposa, María de la Asunción Zayas Cadalso, también trinitaria, de raíces paternas muy profundas en la Isla, descendiente de conquistadores y antiguos pobladores de Cuba, y vascas en la materna, tuvo siete hijos, de los cuales mi padre era el menor de los varones. Mi abuelo Tomás falleció en 1954, de modo que no lo pude conocer y él no tuvo que padecer todo lo que vino después. El Hospital General de Trinidad lleva su nombre. Su esposa falleció en Trinidad en 1988, pero yo nunca tuve contacto con ella porque salí de Cuba muy pequeña, huérfana de padre, y ella se quedó viviendo en la Isla.

María Ignacia Tous Rivera, su abuela materna, con su hija Teresita (de pie) y María Cristina, María Elena y Pablo, sus otros hijos
María Ignacia Tous Rivera, su abuela materna, con su hija Teresita (de pie) y María Cristina, María Elena y Pablo, sus otros hijos (Foto: Cortesía)

Mi madre, Teresa Suárez Tous, era habanera; hija de Pablo Jesús Suárez Llata, nacido en Cuba de padres españoles, fallecido en La Habana en 1959, de orígenes cántabros por parte de los Llata y asturianos por la línea paterna. Como era maderero de profesión, viajaba mucho a Centroamérica, en particular a Honduras, con su socio norteamericano. María Ignacia Tous Rivera, mi abuela materna, nació en San José de los Ramos, un poblado de la provincia de Matanzas, de orígenes catalanes, en San Agustín de la Florida, cuando esta ciudad floridana era española, y descendiente de fundadores de Matanzas en su línea paterna. Por la materna, de líneas mayormente canarias.

―¿Qué recuerdos tienes de Cuba?

―Ninguno. Salí de Cuba en circunstancias extremadamente difíciles en octubre de 1961 y con un año de nacida. Todo lo que sé corresponde a los relatos de mi madre, familiares y amigos, y entrevistas que he ido compilando a lo largo de mi vida fuera de la Isla. 

Mi abuelo materno tenía mucho contacto con el mundo político cubano y, desde la adolescencia, era amigo del presidente Carlos Prío Socarrás, quien fue testigo de la boda de mis padres. De hecho, mi abuelo era muy querido por los muchachos de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), varios de los cuales murieron en el ataque a Palacio Presidencial. En diciembre de 1958, abuelo fue apresado por Esteban Ventura, de la policía política de Fulgencio Batista, y por poco no hace el cuento. 

María Ignacia Tous Rivera, abuela materna de Lourdes (izquierda), y Teresita Suárez Tous, su madre (Foto: Cortesía)

―¿Qué sucedió para que tuvieran que salir de Cuba?

―Lo que te voy a contar se basa en entrevistas que hice a personas que presenciaron los hechos y en documentos primarios. 

Mi padre había sido, con veintitantos años, uno de los comandantes más jóvenes de la lucha contra Fulgencio Batista y pertenecía al Segundo Frente Nacional del Escambray. Por desavenencias con Ernesto Che Guevara se ganó la enemistad de este desde que combatía en esta región montañosa de la entonces provincia de Las Villas. Estando en este frente, en 1958, recibió una comunicación en la que se le pedía que recibiera al Che. A vuelta de correos, en una carta fechada el 9 de octubre de ese año, Jesús le hizo saber a Guevara que su tropa buscaba el restablecimiento de la democracia para Cuba y que no luchaba por ninguna ideología en particular. El primer encontronazo lo tuvo poco después de la carta, cuando, tras una reunión del Estado Mayor, al regresar para reunirse con su tropa, se encontró al Che sentado en el capó de un jeep, hablando con sus hombres. Lo tomó del cuello de la camisa, lo tiró al piso y le dijo que él no tenía autoridad allí, y mucho menos para hablar con su tropa. Le ordenó que se fuera inmediatamente y este le respondió: “De esto te vas a arrepentir”.

Así las cosas, triunfa la Revolución y ya Guevara, en una reunión del alto mando del 26 de Julio y el Segundo Frente Nacional del Escambray, en La Habana, decía que a mi padre había que retirarle el grado de comandante. Al confrontarlo mi padre, inmediatamente y en tono conciliador, le dijo que había sido una broma. Tomás, el hermano mayor de mi padre, volaba avionetas de fumigación, y a mi padre le encantaba ir con él. Un día en el que estaba volando alrededor de Columbia con un piloto de profesión, al aterrizar, le pidieron que se echara a un lado porque el avión en el que iba el Che iba a despegar. Jesús le pidió al piloto que dejara la avioneta en medio de la pista. Le pidió la llave, y le dijo al piloto que se bajara. Puso la llave en su bolsillo, se subió al carro que lo esperaba y se fue, dejando la avioneta varada en la pista. Esto, por supuesto, selló su suerte.

Acusado de contrarrevolución, fue arrestado el 20 de octubre de 1960 y trasladado a la sede del G-2. Estuvo preso en la llamada “Galera de la Muerte” en La Cabaña, donde en varias ocasiones le pusieron vidrio molido en la comida.  Fue juzgado junto con William Morgan el 9 de marzo de 1961, sentenciado a muerte y fusilado el 11 de marzo de ese mismo año en la fortaleza de La Cabaña. Le dio la extremaunción el padre Calderón, quien lo acompañó hasta el paredón y presenció el fusilamiento. Casualmente, él había conocido a mis abuelos paternos en Trinidad y a mi abuelo materno en La Habana. Muchos años después, lo localicé y hablé mucho con él. Por supuesto, no me pudo decir nada de lo que hablaron, pero sí me dijo que ese encuentro lo impactó:

“Yo no pedí estar con tu padre en esos momentos, pero Dios me escogió y me alegro. Fue algo que marcó mi vida. Tu padre luchó por su ideal, lo traicionaron, y murió de forma bonita porque afrontó su muerte con aplomo y serenidad. Desde el día que lo llevaron preso, supo que lo iban a matar. Su fin fue extraordinario porque se confesó, perdonó a todos y aceptó su muerte. Ofreció su vida y su sangre por su patria. Cuando lo iban a trasladar al paredón, al pasar por las celdas de los otros presos, se levantaban y lo aplaudían. Diles a tus hijos que pueden estar muy orgullosos de tu padre, porque fue un hombre heroico y extraordinario”.

Cuando mi madre fue a despedirse de él, le entregó una carta en la que se despedía y, entre las cosas que le dijo, pidió que jamás nos involucráramos en la política. Mi madre y yo hemos sido fieles a su consejo.

Jesús Carreras Zayas, padre de Lourdes
Jesús Carreras Zayas, padre de Lourdes (Foto: Cortesía)

―Supongo que esto los dejó a ustedes en muy mala postura…

―Totalmente. La noche del día en el que se lo llevaron preso al G-2, mi madre fue a verlo y a asegurarse de que aún seguía vivo, pero Ramiro Valdés quiso impedirle el paso a las celdas. Imagino que por ese valor y sentido de impunidad que confiere la juventud, lo ignoró y siguió caminando hasta encontrar a mi padre. Valdés pasó por alto su desobediencia y ella pudo hablar con mi padre y asegurarse de que, dentro de lo que cabía, estaba bien. 

Ya que ella supo que mi padre no regresaría, nos mudamos a casa de mi abuela materna en el Nuevo Biltmore, junto con mis tíos. Estando en la casa, un vecino oyó decir a uno de los guardias del comandante del 26 de Julio, Jorge Papito Serguera, quien vivía al cruzar la calle, que el G-2 vendría a hacernos un registro, y nos avisó. Inmediatamente mi mamá me puso en el coche, mi abuela reunió a todos los hijos y salimos hacia la casa de Jorge Vasseur, cónsul de Panamá, que vivía muy cerca de nosotros y cuyo hijo nos visitaba siempre porque era contemporáneo y amigo de mis tíos. Vasseur nos dijo que no podía otorgarnos asilo, pero nos llevó a la residencia del embajador de Brasil, quien sí nos recibió. 

En ese momento estaba allí la esposa de un alto militar del 26 de Julio, y ambos muy involucrados con el gobierno revolucionario. Su padre había sido muy amigo del embajador Vasco Leitão da Cunha, quien, antes de irse, había dejado orden de recibirla en caso de que quisiera asilarse. Ella nos cedió su lugar a mi mamá y a mí. 

Poco antes había ocurrido el incendio de la tienda El Encanto, y le dijeron a mi mamá que solo podían recibirnos a nosotras o al muchacho que había ocasionado el incendio. Mi mamá decidió que se le diera asilo al muchacho. Esta señora estaba al tanto de lo que había sucedido con mi padre y, a pesar del riesgo de represalias contra ella o su marido, nos llevó a la casa de un médico muy amigo de su padre, donde estaríamos a salvo hasta poder asilarnos. El 17 de abril de 1961, en la casa de este conocido médico, se dieron cuenta de que iban a hacer un registro y les dijeron a mi madre y a mi abuela que se sentaran alrededor de la piscina como si fueran unas invitadas más. Los milicianos llegaron, registraron, interrogaron y se llevaron presos al médico y a su mayordomo.

Ya desde ese momento no hubo otro recurso que asilarnos. Por agosto, con tanta gente en la residencia del embajador, me enfermaba constantemente y mi mamá, al ver que cada vez se hacía más difícil que me atendiera mi pediatra, decidió que no podía permanecer en esas condiciones, de modo que, me llevaron a casa de una tía paterna de mi abuela, Virginia Tous de Montero, donde estaban escondidos mi abuela y mis tíos para que no pudiesen utilizarlos para obligar a mi mamá a salir de la embajada. Quiero aclarar que a mi madre la estaban buscando no porque ella se involucrara en temas políticos, sino simplemente por ser la esposa de mi padre.

Un día, el Sr. Barros, attaché, quien quedó a cargo de la residencia de la embajada del Brasil, avisó que iba a visitar una persona muy importante del Gobierno. Resultó que esa persona era el Che y, al entrar, cuando mi madre lo vio, no pudo contenerse y, desde el descanso de la escalera que daba a la entrada, le gritó que era un asesino. La escolta del Che la encañonó, pero Barros le recordó que era una asilada y no podía tolerar una agresión en lo que aún representaba la embajada, y la soltaron.

―¿Y no tomó represalias contra ustedes como lo había hecho ya con tu padre?

―Por supuesto. Esa era la razón por la que no nos dejaba salir del país. Al final cedió porque el attaché de la embajada de Brasil le dio un ultimátum y le dijo que hasta que no nos dieran salvoconducto a mi mamá y a mí, no saldría más nadie de la embajada.

Fue de este modo que, en octubre de 1961, llegamos a Caracas, donde nos estaban esperando el coronel Antonio José Mendoza, quien había sido attaché militar de Venezuela en Cuba, y su esposa Ítala, muy amigos de la familia, y sus hijas, muy amigas de mi mamá. En Venezuela pasamos un tiempo hasta que mi abuela, quien seguía en La Habana, nos avisó que sus cuatro hijos, que habían llegado a Miami a través de la Operación Pedro Pan, iban a ser separados y enviados a vivir con familias de acogida en el norte del país. Todos mis tíos eran menores: María Cristina de 16 años, María Elena de 15, Pablo de 12 y Víctor de nueve. Afortunadamente, mi madre acababa de cumplir los 21 años y fue ella quien recibió la custodia de sus cuatro hermanos menores.

―¿Cómo fueron esos primeros años de tu vida en el exilio, en Miami?

―A mi madre, por ser la viuda de mi padre y tener la custodia de cinco menores, le dieron una pensión de “héroes y mártires”. Mis tías, que mentían sobre su edad, trabajaban en una cafetería del aeropuerto de Miami. En septiembre de 1962, dejaron salir de Cuba a mi abuela, María Ignacia Tous.

Tengo muy gratos recuerdos de esa época porque, en casa, como mis tíos eran jóvenes, había mucha alegría y música, siempre recibían visitas de amigos y compañeros de estudios. A mí me pusieron en un colegio que detesté profundamente: el St. Theresa Catholic School de Coral Gables. Allí, en segundo grado, tenía a una maestra sureña que aborrecía a los niños latinos y hacía todo lo posible por excluirnos. Recuerdo que cuando un niño anglo levantaba la mano para pedir permiso para ir al baño, enseguida lo autorizaba; pero cuando era un cubano quien la levantaba, fingía no enterarse. De todas formas, era ese el espíritu ambiente imperante, pues tengo grabado en mi memoria cuando iba a los bebederos públicos y leía un cartel que anunciaba: “No judíos, no negros, no perros”. Al principio nos veían con recelo, y era difícil alquilar una casa. Lo curioso es que después de un tiempo, como veían que los cubanos cuidaban y mejoraban las casas, ya no ponían tantos peros.

―¿Se quedaron en Miami?

―No. En 1968 mi madre volvió a casarse con un primo segundo suyo: Luis del Pino Tous, de quien yo tomé el apellido, pues fue el padre que me crió. En La Habana, Luis había fundado una compañía de camiones blindados que en Cuba se llamaba Pan American Protective Service y había logrado, en 1959, poner dos camiones a salvo enviándolos a Venezuela, en donde dijo iba a tener lugar una exposición. Allí la compañía se llamó Servicio Panamericano de Protección, y aún existe.

Mi tía Blanca le pidió a mi abuela (su sobrina) que mi madre la acompañara porque se iba a operar de cataratas, una operación que en la época requería cuidados y la presencia de alguien que se quedara con el paciente. En esos días, volvió a ver a Luis, a quien había conocido de pequeña. Poco después comenzó el noviazgo a larga distancia. Se casaron y luego nos fuimos a vivir a Caracas, donde ya él se había establecido.

Teresa Suárez Tous, madre de la entrevistada, y Luis del Pino, su padre de crianza
Teresa Suárez Tous, madre de la entrevistada, y Luis del Pino, su padre de crianza (Foto: Cortesía)

―Continúa tu educación entonces en Venezuela…

―En efecto. Allí continué los estudios secundarios en el colegio Santa Rosa de Lima, en Las Mercedes, en donde, por cierto, la única otra cubana era mi profesora de literatura, quien, tengo que decir, fue una gran educadora y una de las mejores profesoras que he tenido en mi vida. Me gradué de bachillerato en esa institución a los 16 años. En Caracas permanecimos hasta 1979 porque Luis comenzó a darse cuenta de que la situación política se estaba deteriorando ya debido a la gran corrupción que imperaba en el Gobierno. Nos dijo que, o nos íbamos temprano, salvando todo por lo que tanto había luchado, o arriesgábamos perderlo todo tal como sucedió al salir de Cuba. No se me olvidarán sus palabras: “Prefiero adelantarme 20 años que tomar la decisión un día tarde”. A mi madre le costó mucho la decisión, pues se sentía a gusto allí, pero al final se convenció de que su esposo tenía razón y regresamos a Miami.

En la Universidad de Miami estudié y me gradué en Ingeniería Industrial, una carrera en cuyo ámbito nunca trabajé, pues me casé temprano y me fui a México con mi esposo, a quien conocía desde niña, pues mi padre Luis fundó en México la compañía de camiones blindados Servicio Panamericano de Protección, junto con su padre y abuelo. Tuve dos hijos, Gonzalo Luis y Alejandro, y allí viví entre 1988 y 2001. Hace más de 20 años que estoy casada con el doctor Raúl Olazábal Morgado.

―Formas parte del Club de Genealogía Cubana de Miami y eres gran apasionada y experta del tema. ¿En qué momento empieza tu afición por esto?

―La primera vez que me vi confrontada a un árbol genealógico fue siendo estudiante en la Universidad de Miami y viviendo con mi abuela. Ella cocinaba delicioso y yo arreglaba mis clases de tal manera que me diera tiempo para almorzar en casa. Mientras cocinaba, mi abuela me iba haciendo cuentos de sus tíos, primos lejanos y otros parientes, y yo, como eran tantos y no entendía cómo estaban relacionadas las personas de quienes hablaba, decidí empezar a hacer diagramas en forma de árbol genealógico para entender quién era quién y por qué éramos parientes.

Mi abuela empezó hablándome de su abuela Panchita Salas Ibarra, es decir de una de mis tatarabuelas, y siempre decía que era cubana de tercera generación. Yo guardé aquellos papeles en un cajón, y la vida continuó. 

Luego, cuando nacieron mis hijos, empecé a sentir curiosidad por saber más sobre mi padre, pues quería dejarle toda esa información a mi descendencia. Localicé a una tía paterna por parte de los Carreras que me dio información y gracias a los archivos del Cuban Heritage Collection de la Universidad de Miami, y en particular la ayuda de sus bibliotecarias Lesbia Orta Varona y Ana Rosa Núñez, empecé a consultar papeles, libros, revistas, entrevisté a muchas personas y, fui organizando las piezas del rompecabezas, dándole cuerpo a la historia de nuestra familia, a lo que había pasado en Cuba durante los convulsos años que precedieron a mi nacimiento y nuestra salida de la Isla, y cómo la familia vivió, percibió y fue impactada por esa historia.

Da la casualidad que cuando mi tía Carreras me habló de nuestra ascendencia Zayas, se había publicado y presentado recientemente en el Cuban Heritage Collection, un impresionante y muy bien documentado libro (Orígenes), de Juan Bruno Zayas de la Portilla, sobre este linaje y sus ramificaciones en Cuba. Desde ese momento, hasta ahora, nunca me he desviado del tema.

Lourdes del Pino (Foto: Cortesía)

―¿Cuándo te incorporaste al Club?

―Después de mi regreso a Miami en 2001, al poco tiempo, asistí a una reunión con el genealogista e investigador Peter Carr, y me conecté con otros muchos aficionados a la genealogía. Mariela Fernández, Martha Ibáñez Zervoudakis, Hilda Pomares y el padre Juan Luis Sánchez. Ellos me recordaron que aún existen personas generosas en este mundo, y les estoy profundamente agradecida por guiarme y compartir conmigo sus conocimientos y sus investigaciones. A lo largo de los años, se han ido incorporando poco a poco personas como Mirelis Peraza, José Ignacio Vildosola (E.P.D.), Alina García Lapuerta y Gabriel García, quienes, además de colegas, son muy queridos amigos. Además, tuve la gran suerte de conocer a dos grandes de la genealogía cubana, Enrique Hurtado de Mendoza y Juan Bruno Zayas. A través de Juan Bruno, conocí a Carlos Joaquín Zerquera y Fernández de Lara, mi tío político, y quien fue durante muchos años el historiador de Trinidad y gran amante de la genealogía.

Lourdes del Pino y Mirelis Peraza, investigadoras de la rama cubana del actual papa (Foto: Cortesía)

―Has tenido mucho que ver con la investigación y la difusión de los orígenes cubanos de Robert Francis Prevost, el actual papa, León XIV. ¿Puedes contarnos esta aventura?

―Al día siguiente de la elección de León XIV, recibimos de nuestro colega Antonio Herrera-Vaillant, un estudio sobre su ascendencia. Nos sorprendió ver que tenía un antepasado cubano, Manuel Ramos y Bastos, pero no se sabía más allá de sus padres. En esos días, Mirelis Peraza, directora del Club de Genealogía Cubano, estaba buscando unos antepasados suyos en un índice de matrimonios de la parroquia del Espíritu Santo de La Habana que tenemos en la página de internet del club, y vio que aparecían los apellidos Bastos y Tadino, que lleva el papa, apellidos muy poco comunes. Inmediatamente comenzamos a solicitar documentos a iglesias y archivos. Los primeros libros de bautismos de la parroquia del Espíritu Santo no existen ya, y la línea paterna, o sea, la de los Ramos solo se pudo subir una generación más de la ya conocida. 

La investigación de la línea materna sí arrojó excelentes resultados. Descubrimos que los Bastos eran originarios de O Porriño, en Galicia, y los Tadino de Caravaggio, en el antiguo ducado de Milán. Bartolomé Tadino era el caballerizo del marqués de la Hinojosa, y su esposa, Ana Donesana, la camarera de la marquesa. Esta pareja, junto con sus dos hijos, se trasladó a Cádiz con el marqués, tuvieron más descendencia y allí fallecieron ambos. Un nieto de esta pareja, Eugenio, se casó en la catedral de La Habana con Nicolasa de Arana, hija de Diego de Arana Isla, caballero de la Orden de Santiago. Gracias al expediente de Diego para obtener el hábito de Santiago, pudimos llevar su ascendencia hasta principios del siglo XVI, en el pintoresco poblado de Isla, en Cantabria. Es, hasta ahora, la línea más antigua en la genealogía del papa, y según artículos de prensa, ya el alcalde le ha extendido una invitación a Su Santidad para que visite su tierra ancestral.

Lourdes del Pino junto a Henry Louis Gates Jr., presentador de la serie ‘Finding Your Roots’ (Foto: Cortesía)

Colaboro desde hace muchos años con el equipo de producción de Finding Your Roots, un programa de TVS en inglés sobre genealogía. Este programa lo lleva el Dr. Henry Louis Gates Jr., profesor de la Universidad de Harvard. La emisión utiliza la genealogía tradicional y también la genética para trazar la historia familiar de personalidades. Cada personalidad investigada recibe un árbol impreso y un libro de vida sobre sus orígenes, a los que los investigadores han dedicado muchas horas de búsqueda. 

La diversidad en los antepasados del papa despertó un gran interés en el país. Tanto, que The New York Times quiso publicar un artículo sobre el tema, y se puso en contacto con el profesor Gates para que armara el árbol con la rigurosidad que caracteriza su programa de Finding Your Roots. Nos dieron una semana para hacerlo. Afortunadamente, para entonces Mirelis y yo ya teníamos gran parte de la investigación hecha. Aun así, fueron días de muy poco dormir, pero bien valió la pena. Al profesor Gates y a su esposa, Marial Iglesias Utset, quien también había participado en el proyecto, se les concedió una audiencia privada con el papa, durante la cual pudieron entregarle un árbol impreso. Hizo muchas preguntas sobre su ascendencia y la mayor parte de la conversación se llevó a cabo en español, idioma que habla perfectamente. 

―¿Has pensado alguna vez en visitar Cuba? ¿Crees que sería posible?

―Imposible. Hace unos años pedí un documento sobre mi abuelo paterno y, al ver el apellido, le preguntaron al investigador por qué pedía ese documento de un traidor a la Revolución. Mi abuelo nada tuvo que ver con eso porque había fallecido en 1954, pero fue obvio que tenían el apellido fichado. Es una pena, pero demuestra que, más de medio siglo después de su muerte, aún le tienen miedo a mi padre y a los ideales que representó.

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William Navarrete

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