Presentación
Entre el conjunto de antologías de poesía cubana en la historia literaria, quizás ninguna haya sido más vilipendiada como la que se publicó bajo el título de La generación de los años 50 (Editorial Letras Cubanas, 1984), a cargo de Luis Suardíaz y David Chericián. Como su nombre lo indica, se trata de una selección de poetas con suficiente aspectos en común como para considerarlos una generación. En el prólogo a la antología, Eduardo López Morales explica que se trata de una confluencia no sólo cronológica (los que empiezan a publicar entrando la década del cincuenta del siglo XX o tienen sus primeros libros durante esta) sino también en su actitud política e ideológica respecto de la Revolución cubana de 1959. Para muchos estudiosos, el rasgo fundamental de la poesía agrupada bajo este signo generacional es el recurso a formas o tonos de lo conversacional, por un lado, y la participación de sus autores “en la insurrección, la defensa, la construcción, la producción y el arduo trabajo cotidiano que todo proceso revolucionario arrastra e implica”, por el otro. No en balde, la generación del cincuenta fue también denominada “Primera Generación de la Revolución”, en referencia a la integración y el accionar de los poetas al interior del nuevo sistema social que siguió al 1 de enero de 1959 y en oposición a generaciones poéticas cuya labor se había desarrollado sobre todo durante la República.
Si bien toda antología sobreentiende la polémica, por las inherentes modulaciones de la doxa y el gusto que la animan, esta además fue particularmente emplazada, entre otras razones, por los argumentos y discursos que sostuvo el entonces joven crítico Eduardo López Morales, para explicar y justificar la selección hecha por los autores en un extenso estudio preliminar. Una de las primeras críticas vendría de la mano del investigador Virgilio López Lemus quien, sin dejar de celebrar la relevancia del volumen, se permitió anotar algunas ausencias injustificadas (como la del poeta Roberto Friol), la elección de algunos poemas sobre otros, y precisar la diferencia entre coloquialismo y conversacionalismo para defender a este último como eje real de la antología.
Unos meses después, ya en pleno año 1985, la revista El Caimán Barbudo, invita al crítico Guillermo Rodríguez Rivera a encargarse de la poesía en un dossier dedicado a hacer un balance de la producción literaria nacional en los primeros cinco años de la década en curso. Con el mayor acontecimiento antológico del periodo aún caliente, y siendo Rodríguez Rivera poeta, profesor y ensayista, los dardos más punzantes van a parar a la selección hecha por Chericián y Suardíaz, pero especialmente al prólogo de Morales, a quien acusa de “elusivo en el abordaje concreto de la poesía que introduce y de sus autores en cuestión”. “Su rechazo a considerar en profundidad la problemática del lenguaje de la generación”, afirma el coautor junto con Luis Rogelio Nogueras de la entonces popular El cuarto círculo (1976), “conducía al estudioso a una valoración demasiado genérica, o a desmesuras”. El tiro de gracia al volumen vendría con la aseveración de que la Generación del 50 era una “magna empresa frustrada” y que “una antología que rebase el nivel de la recopilación, está por hacer”.
Las respuestas no se hicieron esperar. Se publican aquí, por un lado, la que se debió a Luis Suardíaz, quien en una entrevista aparecida en la revista Bohemia, sale en defensa de los poetas de la generación y de su antología con un plumazo anatemizador analogando a sus críticos con los enemigos de la Revolución, y por el otro, la del prologuista López Morales, que contrataca, otra vez profusamente, con un largo texto donde corrige y profundiza el análisis realizado por Rodríguez Rivera sobre la poesía de la década del ochenta a la vez que busca desmontar los juicios de este sobre la antología.
Rodríguez Rivera replicará al siguiente número de El Caimán Barbudo, pero la polémica no quedará zanjada ahí, o al menos, no la discusión sobre la antología de La generación de los años 50. Aún en 1993, La Gaceta de Cuba recibía un texto de Francisco de Oráa, uno de los poetas de la antología que parece responder a algunas de las tesis defendidas por Virgilio López Lemus y Rodríguez Rivera. Para el también ensayista, no serían los rasgos formales –y mucho mecho el conversacionalismo, dado su condición artificial y traslaticia– lo que identifican y grupa a los poetas de la generación del cincuenta sino una actitud frente a la realidad, perceptible en qué zonas de ella atiende y de qué forma las presentan. En la mencionada entrevista de Bohemia de 1985, Luis Suardíaz aseguraba que aún sin estar a la venta, la antología “ha[bía] merecido más de una docena de comentarios, artículos y criticas”. Lejos de pretender aquí una bibliografía sobre esta –cuantiosa ya en su momento– o sobre la generación literaria en cuestión, el objetivo de este expediente es recordar algunos de los argumentos que se esgrimieron a favor y en contra de semejante constructo crítico y de los discursos que lo blindaron. Detrás de estos intercambios pueden rastrearse pugnas generacionales, rencillas estéticas, emplazamientos ideológicos, agendas políticas de la cultura oficial, cegueras y utopías. Cada texto recogido aquí, cuenta con una transcripción y una reproducción fotostática tomada del medio literario donde se publicó originalmente.
Documentos
- Eduardo López Morales: “Contribución crítica al estudio de la primera generación poética de la revolución”, en La generación de los años 50. Antología poética, selección de Luis Suardíaz y David Chericián, Editorial Letras Cubanas, Ciudad de La Habana, 1984, pp. 5-43.
- Virgilio López Lemus: “La generación de los años 50. Antología y polémica”, Bohemia, año 76, n. 52, 28 de diciembre de 1984, p. 16-19.
- Guillermo Rodríguez Rivera: “Así que pasan cinco años”, El Caimán Barbudo, año 19, n. 211, junio 1985, pp. 14 y 19.
- Eusebio Santana: “Luis Suardíaz responde”, Bohemia, n. 30, 26 de julio de 1985, p. 21.
- Eduardo López Morales: “Notas sobre crítica y poesía”, El Caimán Barbudo, año 19, n. 214, septiembre, 1985, pp. 21-23. (ya en foto)
- Guillermo Rivera: “No todo el monte es orégano”, El Caimán Barbudo, año 19, n. 215, octubre, 1985, pp. 26 y 28.
- Francisco de Oráa: “Poetas de los 50: señas de identidad”, El Caimán Barbudo, n. 3, mayo-junio, 1993, pp. 7-9.