fbpx

Eduardo López Morales: “Notas sobre crítica y poesía”

Tomado de ‘El Caimán Barbudo’, año 19, n. 214, septiembre, 1985, pp. 21-23.

-

No podemos perder de vista que estamos en una etapa de formación y desarrollo de la conciencia sobre cuestiones muy importantes…[1]

Fidel Castro Ruz

I

El pensamiento revolucionario debe ejercitar su mayor rigor y exigencia en desentrañar los complejos problemas de la realidad vivaz, cambiante y retadora, que rechaza la superficialidad, el acomodamiento intelectual y la visión sectaria, máxime cuando se enfrenta a la realidad de la cultura artística, cuyas urdimbres materiales y espirituales no pueden ser analizadas ni resueltas a la luz de un contraproducente criterio que extrapole indicadores de valoración más bien referidos al mundo de los escalafones neoclásicos que al arte.

Resalto esto, porque no puedo por menos que meditar sobre temas que a veces nos parecen superados por nuestras circunstancias y que, de pronto, se revelan en una nueva dimensión que no debe ser ignorada.

Me refiero, específicamente, a la responsabilidad, al compromiso y a la libertad de expresión del crítico, en cuanto función, deber y derecho inalienables de emisión del pensamiento, cuyo amplio carácter político, por ser en sí mismo un requerimiento científico, es cada vez más perentorio, sin que esto suponga una falsa y dogmática concepción “politizante”.

De hecho, el contenido político de la crítica revolucionaria no viene dado por una supuesta misión inquisitorial de hurgar, denunciar y cazar molestas herejías, sino por su misión formadora de aprehender la integralidad de la obra en cuanto hecho singular, que revela su eseidad en relación con el conjunto de la producción artística en las condiciones concretas de nuestra sociedad socialista. Esto supone fidelidad a los principios humanistas del arte revolucionario, que en el plano del ejercicio civil de la creación recibe las mayores garantías constitucionales, y una voluntad intransigente de rigor y respeto a los creadores y al público-lector, quien realiza, como se sabe, en el plano de la intelección estética la magnitud total de la obra, por cuanto constituye el otro polo dialéctico de la comunicación artística.

Por supuesto, la misión del crítico, que es ejercer una forma particular del criterio, tampoco se contrae a emprender un reparto del mundo literario entre una sorprendente legión de escritores “legítimos”, “onerosos” e “ilegítimos”, reservando para los últimos el ostracismo y la grandilocuencia del desahucio del “parnaso”. Justamente, esta voluntad se remite a ciertas preceptivas caducas y reaccionarias, que encerraban el mundo de la cultura en las fronteras de inasequibles retóricas, cuyo dictamen y dominio operaba el shamán escolástico al parcelar la creación, conforme un recetario mágico e inviolable del cual los iniciados, los aduladores y los devotos practicantes eran tributarios.

Se deben prevenir los errores, aún mejor: las falencias, aconsejar el estudio y la práctica, reconocer los valores con toda amplitud y sin incurrir en el elitismo desmedulador, exigir (en primera instancia, al que ejerce el juicio crítico) el máximo rigor y el rechazo al facilismo y a las actitudes pontificias, luchar encarnizadamente por que el progreso esférico no sea obstaculizado por ningún sistema de indicadores academizantes que conspiren contra la necesaria didascalia y hermenéutica de la labor crítica, que al desplegarse con su instrumental científico (en las condiciones singulares que tienen las ciencias sociales, en general, y la estética, en particular) ofrezca una nueva posibilidad de comprender la obra en su plexo histórico, concierne siempre de la inagotabilidad del análisis y de la especificidad cualitativa del arte en su relación con el sistema de valores epocales a los que se le remite.

La jerarquización no es una tarea subsidiaria ni inoportuna, pero debe ser asumida con cautela y modestia si es que no se quiere caer en el desafuero de exclusiones muy controvertibles, porque, en fin de cuentas, cuál es la garantía de ciertas varas de medir. No preconizo el agnosticismo crítico, pero sí llamo la atención a que el juicio del gusto debe ser ejercitado sin prejuicios, con clara conciencia política en cada circunstancia dada e impregnado del decoro, de la generosidad humanista, de la exigencia por la calidad cultural, progresista y democrática que José Martí propugnó y practicó, y que se hallan en la misma entrada de la crítica marxista-leninista.

Pienso que para gran felicidad de la crítica artística no hay formularios preconcebidos, inalterables y acomodaticios, ni tampoco el sistema de indicadores perfectibles de las ciencias exactas. He ahí el reto y la virtud dianoética de nuestra rienda, cuyo debate efectivo y eficaz es fruto de estudio, de entendimiento, de una constante anagnórisis íntimamente ligada al compromiso que tenemos para con nuestro pueblo en su presente y en su devenir histórico. Pocas veces la audacia tiene que estar tan unida a la modestia como en la crítica. Sólo así podrá salir triunfadora de la apreciación de sus contemporáneos.

En suma: la constante apelación y búsqueda de la cientificidad de la crítica no se asienta en el repertorio de un instrumental infalible que llegue a demostrar estadística o matemáticamente las excelencias del sistema de sistemas que es toda obra, sino en la incesante investigación genética y discursiva de los contenidos semántico-expresivos que la integran y en la multiplicidad simbólico-objetiva de su texto, de su poliestructuración y en la comprensión eficaz y reflexiva de sus lenguajes. Por supuesto, nadie puede enarbolar la bandera de la conquista eterna de este mundo que pertenece, por definición, a las estructuras de la elaboración intelectivo-emocional del pensamiento humano, cuyas puertas ya están franqueadas en esta lucha por la cognoscibilidad que es toda empresa científica. De lo que se trata es de estar conscientes de nuestras limitaciones sin falsos pudores, pero sin el menor asomo de arrogancia al abordar el mundo de la creación verbal.

II

Creo que estas reflexiones pudieran aplicarse a ciertos enfoques y afirmaciones contenidos en el artículo que el compañero Guillermo Rodríguez Rivera publicó en las páginas de El Caimán Barbudo con el título “Así que pasan cinco años”.[2]

Es cierto que el autor nos dice que ha acometido, una “vertiginosa valoración” (y, en efecto, lo es demasiado), que “su mirada (es) escueta sobre un panorama que forzosamente la desborda”, que “algunas opiniones (son) polémicas” y que su fin último es “avivar el debate” en torno a “asuntos de urgente consideración”.

En 234 renglones[3] no se puede hacer una valoración exhaustiva de la masa total de la producción poética de nuestro país en el período 1980-1984, pero sí se puede emprender un análisis amplio, abarcador, no sectario de lo que con razón se califica “como de especial significación para el género”. En tal sentido, el crítico debe iniciar y culminar su tarea con limpieza y justicia, sin descuidar el respeto que le merecen sus compañeros y sus respectivas obras, y con acendrada conciencia de la proyección específica del texto que entrega, y cuál es su función crítica, particular: he ahí el contenido político al que me refería más arriba.

En estos cinco años, la editorial Unión publicó 45 poemarios y Letras Cubanas 105, para un total de 150 títulos con una tirada que sobrepasa los 680 000 ejemplares: cifras que revelan, a su vez, el lugar que hoy día ocupa la poesía en el conjunto de nuestro sistema creador (más del 20% de los títulos literarios editados), al calor de las posibilidades poligráficas y espirituales que favorece y potencia la política cultural. No pretendo que el crítico se limite a dar una simple nómina, aunque la multiplicidad que puede adquirir esta denota una práctica creadora que se reconoce, sin lugar a dudas, como de calidad sostenida y apreciable. En nuestro caso, sucede que la cantidad tiene una contrapartida en la calidad, cuyo signo más prometedor es la ausencia del uso repetitivo de fórmulas sacralizadas y sí la búsqueda de un desarrollo verbal que no es patrimonio exclusivo de ninguna generación, muestra de la potencialidad proteica de nuestra poesía, que rechaza el elitismo emasculador.

En este periodo, Letras Cubanas virtualmente ha culminado la publicación de textos de los poetas del siglo XIX, labor que la crítica y el público reconocen como de especial significación para nuestra cultura; José Martí, Joaquín Lorenzo Luaces, Julia Pérez Montes de Oca, José Jacinto Milanés, Diego Vicente Tejera, Julián del Casal, Enrique José Varona, Gertrudis Gómez de Avellaneda.

A su vez, se han editado amplias selecciones como Poesía social cubana (1980), realizada por un comité editorial que presidió Mirta Aguirre, que abarca desde José María Heredia hasta nuestros días; Poesía por la victoria, con selección a cargo de Nelson Herrera Ysla y Virgilio López Lemus, en homenaje al vigésimo aniversario de Playa Girón; y Poesía cubana de amor siglo XX, realizada por Luis Rogelio Nogueras.

En 1982, Nicolás Guillén recibió el Premio Mundial de la Poesía, concedido por la Fundación de Assan de la India. A fines del período y en lo que va de 1985 se suceden las nominaciones para el Nobel, mientras que se han publicado sumarizaciones ineludibles como su Obra poética (1981), Música de cámara y Motivos de son (ambas en 1980), El libro de las décimas (1981), Sóngoro cosongo y El libro de los sones (1982), El libro de los sonetos y Las grandes elegías (1984). Aunque con colofón de 1978, aparece en 1980, según testifica el catálogo, Por el Mar de las Antillas anda un barco de papel, poemario de excepcional trascendencia para la llamada poesía para niños y jóvenes (o “para niños mayores de edad”, travieso apostilla Nicolás) que demuestra la enorme vitalidad del Poeta Nacional.

¿Cómo olvidar la publicación de Poesías (1984) y de la edición facsimilar de Nosotros, de ese decisivo y sustancial creador que fue Regino Pedroso?

¿Es que no debemos reconocer con júbilo la justísima edición de Poesía y prosa, de Manuel Navarro Luna, a quien la experimentación verbal y el compromiso político deben tanto?

¿Por qué no mencionar dos libros renovadores de Eliseo Diego: A través de mi espejo (1981) e Inventario de asombros (1982), que mereció el Premio de la Crítica 1982?

Asimismo, en 1981 Octavio Smith entregó su necesaria recopilación titulada Lejos de la casa marina, que ofrece una singular experiencia verbal que debiera estudiarse más a fondo.

En 1980, Mirla Aguirre (Ayer de hoy) publicó sustancialmente su poesía inédita en lo que ella llamó con desenvoltura y audacia “una especie de rendición de cuentas del pasado”, de la cual no podemos sentirnos ajenos. En el mismo año, Ángel Augier recogió su poesía hasta 1978 en un volumen nutrido y lúcido que merece detenimiento crítico y lectura cuidadosa.

Jesús Orta Ruiz publicó en 1983 una versión aumentada de Entre y perdone usted, poemario que revela al poeta cuidadoso y pulcro que es, a quien la poesía cubana debe agradecer de manera muy especial los diez impecables y hermosos sonetos de “Una parte consiente del crepúsculo”. Por su parte, Adolfo Martí Fuentes recogió en La hora en punto (1983) sus textos desde 1950. Creo que la práctica y renacimiento del cultivo de la décima, por medio de sus experimentaciones estructurales, le deben un aporte significativo que no se puede eludir.

La edición en 1983 de Canción negra sin color, de Marcelino Arozarena, constituye, como acertadamente expresa la nota de contratapa, “una contribución al estudio del negrismo, así como una muestra fidedigna de la evolución literaria e ideológica de una de sus más relevantes figuras”.

¿Quiénes han negado la importancia poética de Samuel Feijóo y su genuina renovación verbal? Recuerdo ahora los sagaces análisis de Fernández Retamar, quien en 1968, por ejemplo, llamaba la atención sobre el nexo de Samuel con la poesía joven, en especial la de Escardó, establecido en 1956 al publicar Faz.[4] De todas maneras, hubiera sido interesante conocer los perpetradores y posibles cómplices de semejante desatino.

Tres años antes del inicio de este periodo arbitrario que sondeamos, se publica Fragmentos a su imán, poderoso despliegue de un Lezama Lima que no quería concluir el mundo de su poiesis en un “lezamismo” controvertible. Un año después del fin del período, en un juego pitagórico que le hubiera hecho feliz, se publica la nueva versión aumentada de su Poesía completa.

Como vemos, los “viejos maestros” exceden la cifra fatal que sólo los hace “viejos” en un singular tropo crítico.

La primera generación poética de la Revolución tuvo una fase de convalidación de sus hallazgos y demostró convincentemente su devenir dialéctico al no estancarse en sus estadios alcanzados. Veintiocho poemarios, balance algunos de un trabajo disciplinado, arduo y ascendente, y otras nuevas aperturas verbales, dan prueba de ello.[5] Debe mencionarse en primerísimo orden la Órbita de Rolando Escardó (1981), debida al cuidado de Luis Suardíaz, que presenta al poeta clave de esta generación en toda su espléndida novedad poemática, fiel exponente de la modernidad política y estética que es divisa de la misma.

De igual modo, la mínima de José A. Baragaño, Mi patria es Cuba (1980), seleccionada por Roberto Branly, hace vigente el irrestricto compromiso de la mejor poesía con la Revolución.

Además del Premio Rubén Darío de 1980 obtenido por Roberto Fernández Retamar (Juana y otros poemas personales), deben subrayarse los Premios de la Crítica 1983 a los poemarios de David Chericián (Junto aquí, poemas de amor) y de Rafael Alcides Pérez (Agradecido como un perro), expresiones diversas y complementarias en sus especificidades de una práctica verbal que en modo alguno se ha atado a los patrones de la preceptiva acomodaticia.

Obviamente, las limitaciones de espacio me impiden dar una valoración integral de una producción poética tan polifónica y rica en sus sistemas ideológicos y estéticos. Puedo asegurar que nadie se volvió estatua de sal, porque nadie se autociñó los laureles de una imposible poesía sacralizada.

Pienso que todos se repitieron, junto con Fayad, la pregunta de qué era la poesía y que la contestaron con letra muy legible de imprenta sin el menor asomo de autosuficiencia, entregando esas inquietas criaturas que al conjuro de los signos revelan, en sus significados y potencias, ese otro ser espléndido del hombre que es la creación artística.

Este duro trabajo humano nos ofreció el libro póstumo de Branly, Vitral de sueños (1982), bueno y generoso como él. Y también las presencias beligerantes de Carilda Oliver Labra (Desaparece el polvo, 1984), Rafaela Chacón Nardi (Coral del aire, 1982) y Cleva Solís (Los sabios días, 1984). Me gustaría caracterizar el trabajo artístico de esta generación en los cinco años transcurridos con los títulos de dos poemarios tan distintos en sus concreciones, pero tan coherentemente solidarios en sus voluntades. En efecto, todo fue creado al resplandor de la panadería en un campo de amor y de batalla.[6]

En 1981 se publica Poemas de un corresponsal, de Jorge Timossi, libro finalista en el Premio Casa del propio año, que pertenece por vocación y voluntad a nuestra poesía contemporánea.

Por otra parte. Eloy Machado Pérez, con Camán lloró (1984), convalida que la poesía vive en la entraña misma del pueblo, del que todos somos hijos.

La segunda generación poética de la Revolución, en sus dos, tres promociones, ha dado muestras fehacientes de la nobleza de su oficio y de su intransigente búsqueda de la razón poética, aunque sus personalidades promocionales aún pugnen por reclamar una maestría que sólo la decantación, la madurez y la exigente marcha del desarrollo pueden ir elucidando en el seno de los flexibles márgenes del juicio del gusto.

Aparte de los ocho poetas mencionados por Rodríguez Rivera, habría que adicionarle su propia reaparición con En carne propia (1983) y la necesaria de otros compañeros.

Osvaldo Navarro ratificó y superó la calidad de su producción anterior con Espejo de conciencia (1980) y Las manos en el fuego (1981). Jesús Cos Causse, ganador del Premio Julián del Casal 1983 con Balada del tambor y otros poemas (aún inédito), entregó en 1981 Las islas y las luciérnagas.

Merecedor de menciones en los Premios Rubén Darío y Julián del Casal, ambos en 1983, con La frente bajo el sol (aún inédito), Emilio de Armas publicó en 1984 Reclamos y presencias, poesía de mayor concentración verbal que se emparienta con las concepciones creativas de Luis Álvarez (El rojo y el oro sobre el pecho, 1983) y Raúl Hernández Novás (Da capo, 1982 y Embajador en el horizonte, 1984).

Efraín Rodríguez Santana, con Vindicación de los mancebos (1983), experimenta una línea de indagación histórica que le confiere a su verso una personalidad singular dentro de sus coetáneos.

Con raro olor a mundo, de Víctor Rodríguez Núñez, y Para matar al último venado, de Osvaldo Sánchez, Premios David 1980 y 1981, respectivamente, son poemarios que se imponen un cuestionamiento poético deseable y promisorio, que, me atrevo a conjeturarlo, se decantará.

También estos años han sido testigos de libros necesarios y complementadores como Estar en lo que no se deja (1960), de Romualdo Santos, Figuras soñadas y cantadas (1981), de Alberto Serret, Hacia la luz y hacia la vida (1981), de Virgilio López Lemus, Volver la luz (1982), del lamentablemente desaparecido Miguel Bruzón, Con mucha piel de gente (1982), de Waldo Leyva, El amor es una cosa esplendorosa (1983), de Nelson Herrera Ysla.

En 1982, un nutrido grupo de poetas (veintiséis) de la posible última promoción publicó en México Cuba: en su lugar la poesía (Antología diferente) preparada por Víctor Rodríguez Núñez, Reina María Rodríguez y Osvaldo Sánchez, que ofrece un panorama eficaz de la joven poesía cubana.

III

Rafael Alcides Pérez, en las palabras iniciales de su espléndido poemario, dice con toda razón y desenfado que “una antología es como un congreso”, y, sin duda, el libro que presenta, enmarca y define a los poetas de la primera generación poética de la Revolución, tenía que ser un amplio cónclave de creadores, porque el criterio que preside esta, en verdad, “magna empresa” no tiene nada que ver con un inconcebible elitismo, sino con la máxima limpieza de selección de todos los que debían estar sin exclusiones sectarias de ninguna índole.

Para ser fieles, debemos tener siempre presente que la hora del recuento es, bajo cualquier circunstancia, la de la marcha unida, y esta generación, fragmentada antes de 1959 y reunificada a partir de este año en el cuerpo amado de la patria, que pudo reconocerse a sí misma en su militancia política y artística en el destino de la Revolución, sufrió una muy injusta negación como cuerpo artístico con singular y definitoria personalidad.

Las concepciones seudojerarquizadoras, matizadas por un aristocratismo estético trasnochado e incongruente, sufrieron “un duro golpe” con este libro que no intenta rehuir la polémica viva, enriquecedora, democrática, que se establece, en primerísimo lugar, con los lectores, a quienes (si es que de verdad somos partidarios de la plena comunicación y de la confianza en el juicio crítico del público, es decir, del pueblo) se les brindan las opciones de ordenar sus preferencias, de amar al que les guste, convenza o conmueva, de descubrir a poetas ignorados o poco conocidos pero valiosos, de disponer de una visión representativa de poemas escritos en el fragor de estos años cruciales no sólo para la afirmación y devenir de nuestra cultura, sino para la vida misma de la nación. Esto es, desde luego, historia política y literaria, historia viva de una creación, cuya máxima virtud es el rechazo a la autocomplacencia y a la superficialidad.

Claro que se corrieron riesgos (el de la incomprensión maniquea, por ejemplo), pero siempre bajo el principio de proponer una lectura vivaz y participante, no el de imponer una creencia a ultranza, ni siquiera el de entronizar una obra aquejada de una absurda “perfección” unívoca.

¿Por qué aspirar a que una antología, para hipostasiar una audacia crítica, formule un recetario que divida a los poetas incluidos en un escalafón medieval que contemple los circuitos del paraíso (las primadas) y del infierno (los desechables) que tiene mucho que ver con una concepción burocrática de la cultura?

Sin embargo, el crítico que disiente de la propuesta que tiene en sus manos debiera, entonces, asumir esos famosos riesgos y señalar los nombres de los que sobran, descubrir los rangos de la gloria y otorgar, solemne e implacable, las coronas de laureles y las cesantías poéticas. En definitiva, no se arriesga ni se pierde mucho en semejante empresa.[7] De todas maneras, y es conveniente que así se haga para bien de la crítica misma, pienso que los antologadores (Luis Suardíaz y David Chericián) deben explicitar los principios metodológicos de su labor, que, obviamente, no es ningún enigma entre las aguas.

En lo que se refiere a mi trabajo, creo que el compañero Rodríguez Rivera no ha hecho una lectura atenta y desprejuiciada de la parte que trata sobre el lenguaje de la generación, que abarca de las páginas 22 a la 43, donde problematizo, justamente, aproximaciones insuficientes y retorizantes de este complejo problema.

Digo esto, porque la cita que hace de mis palabras desvirtúa precisamente esta voluntad, la que, por demás, está bien clara en mi texto (pp. 31-32). Es ostensible que los espectros de la preceptiva que yo denunciaba se adueñaron de la capacidad de análisis del compañero, quien, de hecho, ha tergiversado mis juicios, sentido que no acierto a entender en una crítica digna de tal nombre.

El problema del lenguaje o, aún mejor, de la conciencia y forma de encarar el acto poético, cuyos antecedentes sumarios se remontan a ciertas trazas de nuestra poesía del siglo XIX y XX, al magisterio del Rubén Darío esencial[8] y a las aperturas lingüísticas indiscutibles de Virgilio Piñera (“Isla en peso”, “Vida de Flora”, etc.), no podía ser encarado con moldes acomodaticios, sino en la misma profundidad de su eseidad sustancial, que para mí reside en “su aprehensión de lo nuevo-total y su fiel correspondencia con los requerimientos de la modernidad político-cultural de nuestra nación cubana y latinoamericana” (pp. 35).

Desde luego, sé que esto no es una fórmula complaciente, aunque avance una definición, con toda la cautela del caso, al proponer “lenguaje crítico” (p. 40), que me parece mucho más abarcadora que la de “conversacionalismo”, la cual, por cierto, también puede ser acusada de elusividad si se pretende obtener una receta deíptica.

No voy a repetir mis criterios. Estoy atento y presto a asimilar y sopesar los diversos cuestionamientos que se hagan, siempre y cuando propongan nuevos enfoques y ahondamientos.

No puedo lamentar haber defraudado a quienes pretendían un decálogo exterminador, proclive a encasillar a cada uno en una imposible entomología poética.

Por otra parte, no me propuse metodológicamente un análisis específico de cada uno de los autores en cuestión, problema que precisa otro trabajo singularizador y generalizador al mismo tiempo, conforme al análisis esencial que recorre esas modestas páginas a las cuales me he referido.

Francamente, la primera generación poética de la Revolución no inició el modernismo, pero sí supo desentrañar en Darío al maestro y asimilar en Martí cómo ser fieles integérrimos a la modernidad estética y ciudadana.

Sólo aspiro a que nuestros contemporáneos y descendientes no piensen de nuestra crítica (la que practicamos los críticos cubanos), lo que Marx y Engels censuraron en los Bauer:

La Crítica critica, aunque se considere muy por encima de la masa, siente, sin embargo, una infinita conmiseración por esta. Es tan grande el amor que la crítica siente por la masa, que ha enviado cerca de ella a su hijo unigénito, para que cuantos crean en él se salven y puedan gozar de la vida crítica. (La sagrada familia)

19, junio, 1985


Notas:

[1] Fidel castro Ruz: “Discurso pronunciado en la clausura del Encuentro sobre la situación de la mujer en la América Latina y el Caribe hoy”, Granma, La Habana, lunes, 10 de junio de 1985.

[2] Guillermo Rodríguez Rivera: “Así que pasan cinco años”, El Caimán Barbudo, año 19, n. 211, junio 1985, pp. 14 y 19.

[3] Su distribución es como sigue: (Introducción), 13 (6%); I, “viejos maestros”, 85 (36%); II, “generación de los años 50”, 89 (38%); III, (jóvenes), 27 (12%); (conclusiones), 20 (8%).

[4] Ver “Antipoesía y poesía conversacional en Hispanoamérica”, en Para una teoría de la literatura hispanoamericana, 4a. ed. corregida y aumentada (La 1ra. ed. cubana es de 1975), Ed. Pueblo y Educación, La Habana, 1984, pp. 85-95. (La referencia a Feijóo se halla en la página 84.) Por cierto, Rodríguez Rivera hizo un severo enjuiciamiento de la capacidad crítica de Feijóo en “Sesenta años de falsedad”, Unión, n. 1, marzo, 1968, pp. 166-169. (La reseña se centra en la publicación de “Panorama de la poesía cubana moderna” en Islas, antología a la que califica como “una de las más horribles confusiones, difusiones y efusiones de que haya sido víctima alguna vez la poesía cubana”).

[5] Sólo no publicaron libros en este período: Carlos Galindo Lena, Domingo Alfonso, Georgina Herrera y Antón Arrufat.

[6] Por supuesto, me apropio de los títulos de los libros de Raúl Luis y Pablo Armando Fernández.

[7] Quiero dejar por sentado que disentir no es reprobable en modo alguno. Otros críticos han hecho reparos interesantes, que, aunque no comparto del todo, respeto: por ejemplo, en lo que atañe a poetas no antologados o a mis propias consideraciones sobre el lenguaje poético de la generación. Ver Virgilio López Lemus: “La generación de los años cincuenta. Antología y polémica”, Bohemia, año 76, n. 52, 28 de diciembre de 1984, pp. 16-19. Arturo Arango: “¿Existe una nueva poesía social?”, El Caimán Barbudo, abril, 1985, pp. 2 y 8.

[8] Recomiendo con insistencia la lectura de “Entrevista sobre la poesía conversacional en la América Latina”, realizada por César Fernández Moreno a Roberto Fernández Retamar (ob. cit., pp. 96-113), donde este amplía sus juicios sobre tan debatido problema. El lector podrá observar que hay varios puntos de contacto entre lo que sostengo y lo que elucida Retamar. Por demás, en la página 100 se puede leer sin sobresaltos que “la primera poesía explícitamente antimodernista y la primera poesía conversacional nacida del distanciamiento del modernismo aparecen en Rubén Darío, que sería así […] el primer poeta antimodernista y el primer poeta conversacional nacido de la superación del modernismo.”


ARCHIVO RIALTA
ARCHIVO RIALTA/archivo/
Rialta, Alianza Iberoamericana para la Literatura, las Artes y el Pensamiento A. C. es una asociación civil con sede en Querétaro, México, de carácter no lucrativo, que tiene por objeto principal la promoción y fomento educativo, cultural, artístico, científico y tecnológico.

Leer más

La Cuba literaria llega a Cambridge. Entrevista a Vicky Unruh y Jacqueline Loss

Vicky Unruh y Jacqueline Loss, coordinadoras y editoras de 'The Cambridge History of Cuban Literature', conversan sobre las particularidades y el proceso de escritura de este importante volumen.

Las misiones médicas cubanas bajo lluvia de rayos X

Se calcula que cada año, las autoridades de La Habana recaudan hasta 8 mil millones de dólares por enviar a sus médicos a trabajar fuera de la isla. ¿Quién gana y quién pierde con estas misiones?

Un taxista en Ciudad de México y la vía Bukele: auge autoritario y derecho a la resistencia

Una resonancia inquietante surge entre la propuesta de Curtis Yarvin, líder del movimiento neorreaccionario en Estados Unidos, y la forma en que el modelo carcelario de Bukele y la política antimigrante de Estados Unidos se alían.
Festival En Zona 2024
Festival En Zona 2024
Rialta, la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM-Cuajimalpa) y El Estornudo invitan a la primera edición del Festival En Zona, que tendrá lugar en la Ciudad de México entre los días 26 y 29 de noviembre de 2024.

Contenidos relacionados

Deja un comentario

Escriba su comentario...
Por favor, introduzca su nombre aquí