La generación de poetas de 1950 —llamémosle de los coloquialistas o mejor Primera de la Revolución— es una de las más sólidas y heterogéneas de la historia literaria cubana. Y si de generaciones se trata, ciertamente las ha habido ricas entre los poetas de nuestra Isla: las huestes neoclásicas presididas por Rubalcava y Zequeira, que vienen siendo, para la poesía criolla, como versiones de Boscán y Garcilaso en la lírica hispánica: o la inapacible tribu de los primeros románticos, de serias tertulias en la casa de Del Monte, o enfrascados en una poesía ciboneyista de mucho ruido y poca gloria; la “reacción del buen gusto”, con Luisa y Zenea firmando obras tristísimas de tanta belleza que aún tocan a llanto; los hombres de las guerras, que versaron mal, pero con el corazón, y en la cabeza de nuestra poesía decimonónica dos voces mayores de nuestro panteón (o Partenón) lírico: Julián del triste amor de las ciudades, y José Martí, de donde crece la palma. Profunda huella nos dejó la generación del treinta, mucho más rica y compleja que ninguna otra en el panorama poético cubano, con poetas tan altos como Guillén-Florit-Ballagas-Pedroso, y de tan subido interés como Navarro Luna-Brull-Tallet-Acosta, con Rubén Martínez Villena como voz singular, de buena estirpe martiana. Y Orígenes, que no es una generación, sino un grupo dentro de ella, capitaneado por el alucinante José Lezama Lima, cuyo báculo se clava hondo en las letras de América.
Invisible Zequeira (1764), imponente Heredia (1803), altiva Avellaneda (1814), culto Luaces (1826), doloroso Zenea (1832), flamante Palma (1844), inmenso Martí (1853), triste Casal (1863), controvertido Boti (1878), precursor Poveda (1888), sugerente Marinello (1899), sorprendente Félix Pita (1909), delirante Feijóo (1914), tenue Eliseo (1920), apasionante Escardó (1925), detrás vendrían tres promociones perfectamente delimitables de poetas que integran una sola generación formada por los nacidos entre 1940-1958. Cuando escribimos estas líneas ha aparecido la primera hornada de la tercera generación de la Revolución que, desde los centros de enseñanza media o las universidades, comienzan a presentar sus poemas… Pareciera que sí existen las generaciones y las promociones y que todas marchan en una carrera de confluencias y relevos en la que no hay bastón, ni meta, ni pista, sino el tiempo, todo el tiempo, y la poesía.
Ahora la generación del cincuenta ha creído necesaria “la hora del recuento”, cuando sus “miembros han alcanzado, más unos que otros, la madurez, y algunos arriban a la plenitud de sus facultades. Se trata de la antología poética La generación de los años cincuenta, recientemente editada por la Editorial Letras Cubanas, preparada por Luis Suardíaz y David Chericián, y prologada por Eduardo López Morales.
Pero antologar una generación que ha tenido, escribiendo poemas en Cuba, unos ciento diez miembros, no es tarea de todos los días. Aquí habrá justicias e injusticias, todos los que están son, pero no todos los que son están. Cabría criticar, ya que es amplia, la ausencia de algunos nombres en esta antología que ya pudiera subtitularse “De los muchos” (por ejemplo: Roberto Friol, Dulcila Cañizares, Ana Núñez Machín, Joaquín G. Santana, Rolando López del Amo, Miguel Barnet, entre otros). Pero en terrenos antológicos todo puede ser, porque depende de los gustos, preferencias, intereses, criterios o simpatías de los antologadores, prologuista y hasta editores, que en este caso son jueces y partes.
Sobre todo, importa destacar que estamos en presencia de una obra antológica de trascendencia en nuestra cultura nacional, rica en centones poéticos desde el siglo XIX. Las antologías líricas en Cuba es tema de sumo interés, que alguna vez habrá que desarrollar con más detenimiento. Parece que las ha habido de cuatro tipos esenciales: 1) las que compilan textos de la poesía cubana a lo largo de su evolución (Parnaso cubano, de López Prieto; Antología de la poesía cubana, de Lezama Lima); 2) las que ofrecen una corte y muestran el estado de la poesía en un momento determinado, por tanto son también plurigeneracionales (Arpas cubanas. La poesía cubana en 1936); 3) las que presentan esencialmente nuevos poetas, generaciones o grupos generacionales (Diez poetas cubanos, de Vitier; Poesía ¡oven de Cuba, de Retamar y Jamis; David 89. de Raúl Luis); 4) las temáticas, o relativas a elementos formales (La décima culta en Cuba, de Feijóo; Poesía social cubana). En esos cuatro grupos se reúnen las que nacen como resultado de certámenes literarios, selecciones para ocasiones históricas, las que han pretendido reunir “las mejores poesías cubanas”, las de carácter formal o contenidista (décimas, romances, sonetos, de amor, afrocubanas, patrióticas…), las que presentan a los jóvenes de su momento, las regionales (de provincias, ciudades, brigadas, talleres literarios), y muchas otras que a veces sólo tienen valores compilatorios y no verdaderamente antológicos. Entre ellas, La generación de los años cincuenta viene a resumir la labor poética de treinta y seis cultores del verso en los treinta y cinco años que van desde 1948 en que aparece el primer libro significativo de los poetas antologados (Viaje al sueño, de Rafaela Chacón Nardi), hasta lo que en 1983 casi todos escribían.
Lo primero que sobresale en ella es el largo y documentado prólogo de Eduardo López Morales, quien es uno de los más jóvenes integrantes de esta generación; como ensayista, va alcanzando la plenitud creativa; su voz es una de las más sólidas y certeras entre los poetas del cincuenta que han escrito ensayos o crítica literaria (Retamar, César López, Rocasolano, Suardíaz…). Convertido ya en texto indispensable para el estudio de la evolución poética cubana, este prólogo ofrece varios vértices porque: 1) dice cosas definitivas, 2) puede que se equivoque, pero con la mayor honestidad, porque el autor cree lo que dice, 3) da pie para polémicas de vario enredo.
En un momento, López Morales expresa que “si la llamada poesía conversacional fuera la piedra de toque de esta generación, dónde quedaría el refugio existencial para…” y enumera varios poetas. Desde nuestro punto de vista, todos ellos han expresado el tono conversacional en mayor o menor grado. Hay, pues, que delimitar los términos coloquialismo y conversacionalismo, que suelen confundirse y darse como sinónimos. Si el primero nomina a una corriente poética que agrupa poetas de varias generaciones, fundamentalmente la del cincuenta, el segundo es un tono, una modalidad expresiva quizás tan antigua como la lírica misma. No todos los poetas de la generación del cincuenta fueron coloquialistas, pero ni uno solo de ellos dejó de emplear el tono conversacional en diversas medidas y maneras. Si distinguimos, como debe ser, entre coloquialismo y conversacionalismo, podemos explicarnos el proceso que se produce sobre la década del setenta en muchos poetas de esta generación, cuando el coloquialismo cede por agotamiento de recursos y va pasando más a la historia de la poesía cubana, mientras que tales poetas no abandonan el conversacionalismo en tanto tono expresivo. Hay muchas maneras de ser conversacional en poesía.
La generación del cincuenta se ha hallado en los años finales de la década de 1970 e iniciales de la del 1980, ante la disyuntiva de continuar, conservadoramente, escribiendo una poesía coloquialista en la que lo conversacional es uno de sus elementos —los restantes son materia de otros estudios—, o romper con el coloquialismo “clásico” —década de 1960, sobre todo— y volver sobre un lirismo que puede utilizar recursos formales muy variados; incluso la antes preterida métrica tradicional, como hoy es evidente. Pero en toda corriente lírica habrá de un lado rezagados, conservadores, continuadores y epígonos, y del otro los que buscan nuevos caminos, avanzan hacia los más variados recursos formales y expresivos e irrumpen en una poesía distinta a la que en etapas anteriores escribieron. No hay que obviar aquí las “terceras posiciones”, que en poesía y no en política son enteramente válidas.
Si el coloquialismo ha llegado a su gradual fin como corriente lírica, el tono conversacional, del que participan de muy diversos modos las nuevas generaciones de poetas, goza de perfecta salud. Eso lo demuestra La generación de los años cincuenta, que es, además, un muestrario del decursar de una generación por la expresión poética hasta 1983. Por eso no todos los textos en ella incluidos son propiamente antológicos por sus quilates líricos o representatividades; con toda seguridad, la mayoría de los poetas aquí compendiados ofrecerán, antes de cerrar inescrutablemente sus orbes líricos, poemas que habrán de ser superiores a los aquí presentados. Son los avatares que enfrenta una obra antológica de un proceso lírico no concluido. Pero no cabe duda de que la Primera Generación de la Revolución ha llegado al momento preciso en que una antología de esta naturaleza es fundamental para nuestra lírica.
En el plano más íntimo de la antología que ahora merece nuestro regocijo, cabe que la estudiemos desde adentro, al menos brevemente. Su primera parte es ineludible: la integran seis poetas de la Generación del Centenario, héroes del pueblo, que se inmolaron al calor de la lucha “por esta libertad de canción bajo la lluvia”; ellos son: Raúl Gómez García, Frank País, Agustín Gómez-Lubián, Juan Oscar Alvarado, Luis Saíz y Sergio Saíz, con un poema cada uno de ellos. Es un homenaje justísimo a quienes comenzaban a escribir la poesía que sentían y practicaban, cuando tocó la hora de lucha por la justicia social.
La lista sigue con treinta poetas cuyo número de poemas incluidos forman pequeños poemarios individuales, no necesariamente relacionados en el plano cuantitativo con sus respectivas trascendencias en nuestra lírica. Parece que los antologadores “jugaron” con el espacio, en páginas del libro, que ocuparla cada poeta y con la respectiva longitud de los poemas seleccionados. El orden en que aparecen es estrictamente cronológico, según la fecha de nacimiento de los creadores.
Carilda Oliver Labra, con 23 poemas incluidos, muestra su origen lírico neorromántico, al que ha sido bastante fiel a lo largo de su obra. Ella ha tenido varias precedencias en su generación: a nuestro juicio, fue la primera que ofreció los rasgos característicos del tono conversacional que entre ellos predominaría; poemas y fragmentos de Al sur de mi garganta y de su poesía de los años cincuenta así lo prueban. Al recibir en 1950 el Premio Nacional de Poesía, fue también la primera de la generación, a que sin dudas pertenece, en ser reconocida nacionalmente. Entre otras prioridades, ella publicó un primer cuaderno en 1943. Rolando T. Escardó (26 poemas) es la voz que llega primero a la franca madurez expresiva del coloquialismo. Su fuente vallejiana fue en verdad afinidad lírica con el gran peruano. “La familia” será siempre texto de antología dentro de la poesía cubana. Sus poemas, influyeron notablemente en la conformación de la poesía de esta generación. Sidroc Ramos (15 poemas) se abre como pocos a un lenguaje “exteriorista”, para utilizar en cierto modo el ambiguo término que acuñara Ernesto Cardenal. Es un coloquialista de expresión más épica y de menos registros puramente líricos. Cleva Salís (14 poemas) es fiel a su ascendencia origenista, aunque habrá que estudiar en ella como prioridad esencial el influjo de la mejor poesía del poeta grande que es Samuel Feijóo; pero en verdad ello es circunstancial porque, poetisa legítima, ella sabe trascender las improntas de las influencias y ofrecer una obra compleja, de entorno íntimo y de muy pocos puntos en común con los coloquialistas, sobre todo con los más radicales. Carlos Galindo Lena (22 poemas) ha sido, injustamente, uno de los más olvidados entre los buenos poetas de esta generación. Su voz vino a subrayar una presencia interior ya dada en poetas anteriores, que consiste en conjugar la voz intimista con la poesía social, de servicio revolucionario. Es uno de los poetas cubanos que mejor ha sabido cultivar esa línea o tendencia poética. Luis Marré (29 poemas) se muestra como una de las voces fundamentales de la generación del cincuenta. Sus aparentemente simples poemas —más por la brevedad que por los recursos poéticos— son textos de plata sugerencia. Francisco de Oráa (17 poemas) es una de las voces mayores aquí antologadas, que si bien no nos ha ofrecido, como otros, poemas-hitos, ha mantenido un crescendo lírico que va desde la madurez poética hasta la plenitud actual. Pablo Armando Fernández es uno de los primeros en madurar ya dentro del coloquialismo con Salterio y lamentaciones (1953). En su poesía está la huella del excelente narrador que es. Su aporte al coro generacional, como solista muy distinguido, es a la par un momento feliz de la poesía cubana. Roberto Branly (10 poemas) cerró por la muerte su obra cuando entraba en la madurez creativa. Nos dejó uno de los más claros testimonios de los múltiples recursos formales que emplearon los coloquialistas. Fayad Jamis (21 poemas) ha sido reconocido siempre como poeta descollante entre los coloquialistas; su poema “Cuerpo del delfín”, aquí no antologado, es uno de los más bellos textos de la poesía cubana. Roberto Fernández Retamar (16 poemas) ha logrado a nuestro juicio uno de los más hermosos poemas escrito por la generación del cincuenta: “¿Y Fernández?”, que supo vencer y superar el vínculo bailable con el gran poema “Conversación a mi padre”, de Eugenio Florit. Ha dado algunos de los registros poéticos más altos alcanzados por los coloquialistas. Luis Pavón (13 poemas) ha expresado con gran autenticidad su hora y su entorno, con una poesía cuyos mejores logros se inscriben en los temas sociales, en la épica revolucionaria. José Martínez Matos (24 poemas) evidencia un gradual acrecentamiento de sus facultades. Es un coloqulalista que ha ido quizás cubriendo con un lenguaje exteriorizador una verdadera vocación lírica transida de intimidad. Pedro de Oráa (17 poemas) publica entre los primeros de su generación. No siempre su poesía es evidentemente coloquialista, tal vez porque el mundo de lo sensorial, lo visual en esencia, le concede imágenes que delatan su carácter de pintor y su ascendencia surrealista. Mario Martínez Sobrino (13 poemas) es un coloquialista muy centrado en los recursos creativos de esta corriente lírica. Tiende a ser un verdadero cronista en el que la poesía es la arista que ilumina su mirada a la circunstancia. José A. Baragaño (9 poemas) murió antes de rebasar completamente su complicada lírica inicial de franco origen surrealista. Lo mejor suyo, su última poesía, trae ese “Himno a las Milicias” realmente memorable. Rafael Alcides (14 poemas) es voz de gradual acrecentamiento hasta situarse entre los poetas que integran la cabeza de su generación. La poesía aquí ofrecida demuestra que es uno de los poetas mejor dotados dentro de la poesía cubana contemporánea. Cesar López (14 poemas) es el más reflexivo y de mayores recursos tropológicos de los coloquialistas: su conversacionalismo no participa del mismo modo de la inmediatez y la vox populis de sus coetáneos, pues en él la creación poética es un acto mucha más intelectual. Su voz trascenderá como la de uno de los mejores poetas, de más sólidos recursos expresivos. Raúl Luis (25 poemas) es el de mayores registros formales y de contenidos, e incluso de tonos, dentro de los creadores que comentamos: lírico, coloquial muy directo, de contactos lezamianos, hasta un refinado poscoloquialismo en el que ha llegado a su mejor etapa. Otto Fernández (22 poemas) llega en su última poesía a notas superiores en su canto. Su coloquialismo es tal vez uno de los más predominantemente emotivos entre los poetas de su generación, con lo que alcanza notables momentos de intimidad con un lenguaje equilibrado entre los tonos intimista y conversacional. De Antón Arrufat (18 poemas) hay un buen muestrario de una poesía relativamente poco conocida; lástima que la selección se detenga en 1969. Es un coloquialista que busca sus temas en la más inmediata circunstancia para expresar de ella sus contenidos poéticos. Alberto Rocasolano (17 poemas) ofrece una poesía próxima a los matices reflexivos de algunos miembros de esta generación. Sus últimos textos tienen un notable tono heroico, nacido de los temas históricos que trata y para los que demuestra facultades indiscutibles. Domingo Alfonso (29 poemas) ilustra la tendencia más “exteriorista” de su promoción, con una poesía de lo circunstancial y una temática bastante generalizada entre los coloquialistas: infancia, familia, ciudad, episodios vitales… Luís Suardíaz (25 poemas) es entre los coloquialistas uno de los poetas más conceptuales a la par que imprime al poema contactos evidentes con el relato, con un verso lujoso, muchas veces cercano al versículo. Esta selección confirma su posición destacada entre sus coetáneos. Georgina Herrera (18 poemas) es la única verdaderamente coloquial de las mujeres antologadas, aunque la propia feminidad de sus textos confiere un tono más íntimo y un lenguaje menos directo, externo, de charla y narración que otros poetas cultivaron.
Adolfo Suárez (20 poemas) ofrece una poesía de gran optimismo, con énfasis en lo social, aunque muestra verdadero talento para la lírica erótica que tal vez no “explota” según sus buenas facultades. Manuel Díaz Martínez (18 poemas), con su excelente “La cena”, se situó hace mucho entre los poetas de su generación con mejores logros. Siendo un evidente coloquialista, es el más lírico de todos ellos y uno de los más capacitados para la difícil aventura de la tropología. Eduardo López Morales (24 poemas) parece cantar en dos voces: una enérgica, muy coloquial y acentuadamente reflexiva, de interés más filosófico que ético, y otra en que sus condiciones para la lírica evidencian su mejor rumbo, tal vez subvalorado por él mismo en favor del anterior. David Chericián (22 poemas) es dentro de su generación el más técnico, el mejor dotado para la métrica tradicional, donde ha hallado sus mejores registros. No se comprende cómo no aparecen algunos de sus poemas para niños, que también es poesía, siendo él quien mejores aportes en ese camino ha dado entre todos los antologados.
Al concluir la lectura en la página 578, pensamos que tal vez sobraba el subtítulo del volumen: “Antología poética”. Es un gran repaso, necesario, constructivo, fundamental, de la creación poética más lograda de poetas que aman esta vida, que creen en ella y la interpretan en la medida de sus capacidades y facultades. Las sucesivas generaciones de creadores cubanos habrán de buscar en este volumen la referencia que induce a que conozcamos la obra general de cada uno de los poetas aquí reunidos, único modo real de hallar el fiel valorativo, la enseñanza necesaria. Nuestro pueblo obtiene un excelente medio para hallar las excelencias de la poesía de una generación que ha buscado en los modos expresivos, en la muy popular manera de conversar del cubano, los elementos básicos, en lo formal, de la experiencia literaria que asumen, pero, sobre todo, en los temas y problemas de su hoy revolucionario que se extiende desde el primero de enero de 1959 a nuestros días.
Estamos todos en el tiempo del sol. Alegría por este canto diurno de los hombres que aman y construyen, integrantes de un coro —no seráfico— de poetas que merecen nuestro respeto y nuestra admiración, porque a la par que han sido constructores en diversos frentes de nuestra nueva sociedad, han logrado hallar buena parte de la poesía de los difíciles años iniciales de la Revolución.