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Eusebio Santana: “Luis Suardíaz responde”

Tomado de ‘Bohemia’, n. 30, 26 de julio de 1985, p. 21.

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Los temas de una conversación con Luis Suardíaz pueden ser muy variados, pues se trata de una persona con una amplia gama de intereses a la hora de nutrir su conocimiento, y muy enterado siempre de cuanto acontece a su alrededor. Por ello, seguramente, en su diálogo no se producen esos embarazosos “baches” que empobrecen a tanto coloquio apuntalado a duras penas con monosílabos, interjecciones y muletillas.

Poeta de altas y reconocidas calidades, crítico agudo, ensayista sagaz, periodista oportuno y sostenido, la obra literaria de Suardíaz se ha consolidado durante los últimos años. Recientemente apareció en nuestro país La generación de los años cincuenta, antología poética realizada conjuntamente con David Chericián, que ha suscitado gran interés en nuestra crítica. Acerca de este libro y de otro suyo sobre cinco importantes poetas colombianos que acaba de ponerse en circulación en Colombia, interviene el autor en la presente entrevista:

—La antología –sin estar aún a la venta en las librerías habaneras, lo cual es realmente insólito– ha merecido más de una docena de comentarios, artículos y críticas. Se ha dicho que “demuestra cumplidamente los muchos merecimientos que posee la poesía creada en y por la Revolución”, que es un “recuento o magnífico inventario del quehacer de autores cuyos diversos estilos y preocupaciones estéticas parecen confirmar la diversidad de cuerdas y tonos y la infinita riqueza de un lenguaje”. También se afirma que “se trata de una generación que está en su plena, creciente y figurosa madurez”. O bien que este es “un libro impostergablemente necesario para cualquier crítico o estudioso de la literatura cubana”, pues los autores incluidos “muestran una fecunda diversidad” y no es difícil hallar en ellos ejemplos de “la poesía más exquisitamente elaborada y el verso urgente de bancada, las formas métricas tradicionales o la más audaz experimentación de vanguardia”. Y más aún, que “estamos en presencia de una obra antológica de trascendencia en la cultura nacional, en la que no hay ninguna ausencia sensible, ninguna omisión imperdonable”.

Todo eso es cierto, pero también es verdad que existen opiniones que expresan lo contrario.

Otros opinan que pueden faltar algunos poetas, y en un último artículo se plantea que se trata de una “magna empresa frustrada” y que “la generación sufrió un duro golpe con la edición de su esperada antología […], sobran poetas en esta selección, pero sobre tobo falta establecer las imprescindibles primacías”.

No me parece necesario defender esta selección que puede haber recibido elogios excesivos y críticas justas, pero que no puede ser tapada con un dedo ocupado en tejer ironías. Como todo lo que nace, el libro –preparado por David Chericián y por mí, y brillantemente prologado por Eduardo López Morales– tiene su historia. Se trata de un meditado proyecto de Letras Cubanas, cuyo objetivo ha sido mostrar con la necesaria amplitud lo mejor de cada autor de obra sostenida de la citada generación, pues sus poemas se hallaban reunidos –y a la vez dispersos– en más de doscientos poemarios publicados a lo largo de treinta y cinco años, y en revistas, diarios y antologías cubanas y foráneas sin olvidar otros textos de valor por entonces inéditos o en proceso de impresión. Así pues lo que nos obligó a un trabajo cuidadoso y complejo no fue la pobreza literaria sino la diversidad y pujanza de los vates seleccionados, algunos de los cuales no han sido suficientemente publicados por circunstancias diversas, inclusive por la asunción de otras tareas, o el laboreo distante y silencioso. Por eso junto a conocidos autores cuya obra, con toda justeza, ha sido convenientemente difundida, aparecen piezas de otros no menos auténticos y originales. Hay que tener en cuenta, por otra parte, que esta es una generación negada con furia y ensañamiento por nuestros enemigos, y en general poco estudiada aún, ninguneada, ignorada y olvidada por comentaristas mal informados y críticos superficiales. Pero especialmente por los fugitivos al servicio del imperialismo, quienes vociferan en sus conciliábulos y en sus bien pagadas revistas que la mayoría de nuestros poetas vive en el “exilio” o no asume la Revolución, cuando lo cierto es –y este libro lo prueba con creces– que únicamente uno o dos se perdieron en la ignominia y la traición, sin que su desvergonzada ausencia origine ningún vacío esencial.

Por eso, más que una “magna empresa frustrada” –designación tan grandilocuente como infeliz– lo que el libro viene a precisar es la vigencia de una generación en pleno ejercicio, que aún será capaz de asestar durísimos golpes, ya que afortunadamente no pocos de los más jóvenes expresan, con fuerza y belleza admirables, las tensiones de nuestro tiempo, lo que ratifica el indiscutible desarrollo de la poesía cubana.

Suardíaz, a la antología se le critica no establecer “las imprescindibles primacías”, ¿qué opina usted como antologador?

—En cuanto a la significación específica de cada autor: nada impide a los críticos precisarla, así como también es técnicamente posible armar una antología de los “poquísimos elegidos”. Aunque, en rigor, no es necesario ser muy audaz para señalar, tres, cinco, nueve poetas y escoger sus diez, cuatro, dos mejores páginas y lanzarlas directamente a la inmortalidad; en rigor eso se ha venido haciendo con persistencia en la historia de la literatura, incluyendo la nuestra. Y me parece que en el caso que nos ocupa la obsesión por los árboles nos ha impedido ver el bosque; y aún más: con frecuencia se han difundido imágenes marcadamente impresionistas de los árboles. Así pues, aquí está este escogido monte lírico criollo, con todo tipo de plantas; pero verdes, come quería Goethe, no mustias, ni fosilizadas. El que así lo desee que separe su árbol preferido, y aún sus más preciadas ramas, tallos y hojas, pues de todos modos a la sombra del necesario árbol gris de la teoría, la poesía cubana seguirá adelante.

Cambiemos de tema, y para concluir háblenos brevemente sobre el libro suyo que acaba de salir en Colombia.

—Se ha afirmado que en Colombia suelen hallarse muchos versificadores y pocos poetas notables. Sin embargo, voces señeras de la poesía han surgido en esta tierra fecunda. Como soy lector de numerosos vates colombianos me entusiasmé con la sugerencia de Luz Elena Zavala y preparé para la Universidad de Antioquia este volumen con cinco originales artistas; Silva, que me parece un extraordinario personaje, siempre amenazado por naufragios; el Tuerto, que ya había aparecido en un trabajo mío –como de Greidd– insertado en Siempre habrá poesía. Este López sigue vivo en nuestras desoladas provincias suramericanas y tuvo descendientes lo mismo en el villareño Enrique Martínez que en el gran Aquiles Nazoa. Para fijar a Porfirio Barba me apropié de un título de Amorim –“El caballo y su sombra”– y rescaté también algunas diapositivas habaneras borradas ya por el sol. En cuanto a León –cuya poesía debe leerse una vez al menos en voz alta– es un soberano maestro, aunque no toquemos su cuerda, Luis Vidales es algo más –mucho más– que un audaz vanguardista; es un lúcido militante de amplios registros cuya significación crecerá con el tiempo. Por eso nos alegró su reciente premio Lenin. Este es en suma el libro, pensado y escrito en Cuba con menciones a mexicanos, argentinos, nicaragüenses, venezolanos… pues “América es una”, como sentenció Martí. De manera que otra vez “comparto lecturas”, intento aproximaciones a gentes en su sitio y su tiempo. Este volumen, además, incluye una muestra de mi parcela poética hasta 1980. Lo demás lo dirán, como siempre los lectores.


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