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Guillermo Rodríguez Rivera: “Así que pasan cinco años”

Tomado de ‘El Caimán Barbudo’, año 19, n. 211, junio 1985, pp. 14 y 19.

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He accedido a formular esta vertiginosa valoración de lo que le ha pasado a la poesía de Cuba en los últimos cinco años, a pesar de que tengo la certeza de que la literatura no se enmarca en quinquenios: sus periodizaciones no coinciden necesariamente con otros ciclos. Los últimos cinco años, sin embargo, han sido de especial significación para el género y la posibilidad de entregar algunas opiniones polémicas, me amarró finalmente a la máquina, para cumplir la insistente y cariñosa demanda de El Caimán Barbudo.

I

Estos cinco años han sido el ámbito de algunos imprescindibles reconocimientos.

Dos poetas recibieron los dos primeros Premios Nacionales de Literatura. Nicolás Guillén, uno de los grandes creadores de la lengua, inauguró la entrega del máximo galardón de la literatura cubana; el desenfadado y vitalísimo José Zacarías Tallet, admirado por varias generaciones de poetas cubanos, fue el segundo de los elegidos.

Este dominio de los poetas en los primeros Premios Nacionales es una consecuencia natural de nuestra historia literaria, en la que la poesía ha tenido una incuestionable jerarquía. Y esa jerarquía, así como la importantísima obra de Guillén están reclamando, desde hace años, el Premio Cervantes. Creo que sería una flagrante injusticia que no se le otorgase cuando lo han recibido autores que, en modo alguno, pueden exhibir la decisiva contribución de Nicolás Guillén a la poesía contemporánea en lengua española.

Pero, además de las apoteosis justísimas de Guillén y Tallet, ratificadoras del sitio de ambos en nuestras letras, estos cinco años han sido ricos en resúmenes del trabajo de otros maestros de poesía.

Eliseo Diego, otra figura nuestra que excede con creces el ámbito de la isla, nos entregó una esperada suma de su Poesía: ahí está reunido el rico desempeño de uno de los grandes poetas vivos de la lengua.

Y los que hemos sostenido contra viento y marea la importancia poética de Samuel Feijóo, recibimos con enorme satisfacción la selección de su Poesía realizada por Cintio Vitier. Desbrozando la selva del “caminante montés”, Vitier ha entregado un resumen que muestra el trabajo de un auténtico maestro de género. Creo que los nuevos poetas “descubrirán” allí algunos textos decisivos de nuestra poesía contemporánea. Sólo quisiera mencionar el impresionante “Faz”.

El propio Vitier entregó un nuevo poemario: La fecha al pie. Poesía de apasionada temporalidad, desde su título mismo, pero capaz de rebasar la anécdota, el hecho, que son apenas el punto de partida de un discurso intensamente conceptuoso. Un hermoso libro, que reafirma la altura de la poesía revolucionaria de Cintio Vitier.

Las Poesías escogidas de Fina García Marruz entregaron una apretada muestra del trabajo de una de las grandes mujeres poetas del continente. La breve introducción de Jorge Iglesias —conformador de una buena selección— es insuficiente para presentar un quehacer poético extremadamente exigente que desborda ya los treinta años. El antólogo, ciertamente, anuncia de soslayo un estudio sobre la poesía de Fina. Sólo pondría como reparo a este logrado empeño seleccionador, el descuido de no situar las fechas de los poemarios que sirvieron de base a la escogida. Y es un defecto frecuentísimo en las antologías que se han publicado en los últimos años. Una fecha no cambia la significación estética de un poema, de un libro, no compromete su calidad. Pero una fecha sí puede contribuir a discernir el valor evolutivo de un texto, su contribución al desarrollo ulterior de la literatura, y el antólogo, al resumir una obra abundante en sus logros y extendida en el tiempo, tiene el deber de ofrecer al lector, al estudioso, al crítico, todos los datos que expliquen la selección y contribuyan a futuras valoraciones.

Y quisiera concluir esta reseña de la presencia de los “viejos” maestros en el último lustro, celebrando la publicación de una necesaria antología de la poesía de Dulce María Loynaz. Si añadimos la publicación de las obras poéticas de Emilio Ballagas y Mariano Brull, creo que puede decirse que los cinco años que han pasado, contribuyen —la tarea no ha concluido— a proveernos de una base imprescindible para establecer y valorar nuestra mejor poesía contemporánea.

II

Para la Generación del 50, el quinquenio fue también significativo.

Roberto Fernández Retamar nos había entregado en 1977 Circunstancia de poesía que, desde mi punto de vista, y a pesar de algunos hermosos textos, significó un descenso frente a sus decisivos poemarios anteriores, desde Historia antigua hasta Que veremos arder. Acaso el poeta confiaba excesivamente en “circunstancias” que ciertamente era necesario trascender para alcanzar la poesía que de un autor como Retamar esperamos. Pero, para demostrar que en un poeta verdadero hay que confiar siempre, en 1981 nos entregó Juana y otros poemas personales, que ese año obtuvo el premio Rubén Darío, en Nicaragua. La trascendencia y el dramatismo que Fernández Retamar sabe arrancar de lo anecdótico, vuelven por sus fueros en piezas antológicas como “¿Y Fernández?” y “Hace/ dentro de/ veinte años”, para poner dos ejemplos mayores.

Fayad Jamís recopiló en La pedrada, ya con dos ediciones, su fundamental trabajo poético de más de treinta años. Su regreso a Cuba —después de más de 10 años como diplomático en México— debe ser una circunstancia animadora de nuestra poesía.

Apunto la aparición de Todo lo que tiene fin es breve, y de Desde la última estación, antologías de las obras de Suardíaz y Francisco de Oráa. respectivamente, y celebro la reaparición en nuestras librerías, de poemarios de Rafael Alcides Pérez, César López y Manuel Díaz Martínez. En especial, el maduro Agradecido como un perro, de Alcides, constituyó una revelación y, ciertamente, una satisfacción para los que habíamos saludado su poesía de los años 60.

Quisiera destacar la importancia de la aparición de Campo de amor y de batalla, de Pablo Armando Fernández. El poemario reúne otros dos: Un sitio permanente y Aprendiendo a morir, y muestra la madurez de un poeta imprescindible en la consideración de nuestra poesía de las últimas décadas, pone al lector en contacto con una poética que ha alcanzado la difícil síntesis de razón y pasión.

Paradójicamente, la generación de los años 50 recibió un duro golpe con la edición de su esperada antología, el pasado 1984. Era necesaria la aparición de un libro de esta índole, que agrupara un trabajo con la palabra que ha rebasado las tres décadas y que ha conformado varias decenas de poemas fundamentales de nuestra literatura contemporánea.

La generación de los años 50, sin embargo, es una magna empresa frustrada. Faltó en ella auténtico trabajo crítico. Porque el antólogo, escogiendo autores y desechando otros, jerarquizando los que escoge a través de la cuantía y la significación de su maestría, ejerce la crítica.

Y es esa tarea jerarquizadora la que falta en el libro. Sobran poetas en esta selección pero, sobre todo, falta establecer las imprescindibles primadas, discernir entre las voces y obras fundamentales de la generación y las que no alcanzan esos valores. ¿Riesgo? Tal vez. Pero sin riesgo no podemos aspirar a poseer una crítica digna de tal nombre.

El ensayo de López Morales que sirve de prólogo al volumen aborda con enjundia y rigor la consideración del problema generacional y su aplicación al corpus elegido, pero es elusivo en el abordaje concreto de la poesía que introduce y de sus autores en cuestión. Su rechazo a considerar en profundidad la problemática del lenguaje de la generación, conduce al estudioso a una valoración demasiado genérica, o a desmesuras como es esta afirmación: “prosaísmo, lirismo, hermetismo, conversacionalismo: nuevos (cansados) “ismos” que parecerían dar la tónica de la conciencia y la forma poética que ha incorporado la primera generación de la Revolución de modo genuinamente inequívoco al proceso literario de nuestro país” (p. 32). Francamente, sólo falta declarar a la Generación del 50 iniciadora del modernismo.

Pienso, así, que una antología crítica de la Generación de los años 50, una antología que rebase el nivel de la recopilación, está por hacer.

III

Los últimos cinco años han visto afirmarse la madurez de los poetas que comenzaron su trabajo a mediados de los sesenta, incluso de los integrantes de una promoción más joven de la propia generación, que se inicia en la poesía en los primeros años de la década del setenta.

Quisiera señalar el hecho relevante que tres de estos poetas (Luis Rogelio Nogueras, Víctor Casaus y Reina María Rodríguez) obtienen en este quinquenio dos premios Casa de las Américas y un Premio Rubén Darío. En lo que toca al Casa, ha ocurrido dos veces, en el lapso de tres años, el triunfo de un autor cubano: lo que no había pasado desde que Fayad Jamís lo ganara en 1962, con Por esta libertad.

Premios aparte —que inclinan, pero no obligan—, se trata de un trabajo poético diverso, riguroso, el de estos poetas que entran promisoriamente en su plenitud. A la par de los nombres mencionados hay que destacar en estos cinco años la aparición de Poesía pública, de 1985.

Raúl Rivero, Octubre imprescindible, de Nancy Morejón y Carta de noche, de Miguel Barnet, que reafirman el lugar de sus autores en nuestra poesía actual. Libros como A dos espacios de Alex Fleites, y Da capo, de Raúl Hernández Novás, testimonian una temprana madurez.

Esta mirada escueta sobre un panorama que forzosamente la desborda, no puede concluir sin subrayar la pujarla de la poesía cubana al promediar la década de los ochenta.

Creo que es el género dominante en nuestra literatura. Mal que nos pese, nuestra novelística no puede exhibir, en su conjunto, un desempeño semejante. Está produciéndose, entre nosotros, un fenómeno inverso al que tiene lugar en el ámbito mayor de la literatura hispanoamericana, donde la novela muestra una vitalidad mucho mayor que la de la poesía.

¿Por qué? Permítaseme dejar apuntado un problema cuya elucidación acaso nos conduciría a comprender mucho más a fondo nuestra literatura actual, sus logros y limitaciones.

Si esta nota contribuyera a avivar el debate en torno a ese y otros asuntos de urgente consideración, ella habría cumplido con creces su propósito.


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