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La Cuba literaria llega a Cambridge. Entrevista a Vicky Unruh y Jacqueline Loss

Vicky Unruh y Jacqueline Loss, coordinadoras y editoras de 'The Cambridge History of Cuban Literature', conversan sobre las particularidades y el proceso de escritura de este importante volumen.

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¿Quién puede hablar todavía de la isla? ¿Quién conserva intacto el privilegio de la gnosis? Desde aquel ramo de fuego que se incrustó en el origen de la historia hasta el sol obeso que se instala en plena calle a las dos de la tarde, obligando a creer para permanecer o a la huida para sobrevivir, una arista nada despreciable del contacto con la literatura cubana ha pasado por la tentación de hallar un sino detrás de ese signo de la isla. Ahora, ni tan secreta ni tan distinta en el cosmos, esa isla parece haber ganado en vacío por saturación. Quien la narra la desmerece, quien la vive dice desconocerla. Una Cuba que se repite es también una que se aleja y ajena. Incluso los que la habitan la hallan igual a como nunca. Afantasmada, se insinúa en una calle estrecha de balcones, en una playa de arenas negras y poca brisa, en la mesa del dominó, en esa estatua perdida en Central Park que todos celebran, en un volumen de Alejandro de Humboldt, en YouTube, en el hielo. Por eso la noticia de la publicación de The Cambridge History of Cuban Literature, con ese nombre que empalma una lengua oclusiva y la familiaridad del país natal, alegra menos que sorprende. Fue en un parque de La Habana donde por primera vez leí y subrayé en una edición de Monte Ávila aquello de George Steiner de que una literatura que no se traduce se pierde. No puedo decir que fue eso lo primero que pensé al ver la cubierta de The Cambridge History of Cuban Literature circulando por las redes sociales, pero sí, en su momento, recuerdo haber fantaseado con las probabilidades de que un proyecto como este ayudara a pensar Cuba fuera de su maldita excepcionalidad, a desparramarla fuera de la ostra donde parece estar congelada y atrapada. Vicky Unruh y Jacqueline Loss, las coordinadoras y editoras del libro, decididas a servir de anfitrionas en una casa por construir, convocaron a académicos y ensayistas a leer y releer descolocadamente, a su manera, pero desde el presente y desde donde estuvieren. La curiosidad por saber cómo pasó todo, me hizo enviarles algunas preguntas. Más que sus respuestas, el resultado es este triálogo sostenido durante varias semanas.

Cuba llega a Cambridge, o lo que es aún más difícil, la historia de la literatura cubana llega a la colección de historias de la literatura de Cambridge Press. La última vez que miré el calendario estábamos a las puertas de llegar al primer cuarto del siglo XXI. Ha tomado un tiempo. ¿Cuánto tardó este proyecto en hacerse realidad? ¿Quién o quiénes lo paladearon primero, lo aspiraron después? ¿Cómo sucedió todo? Entre tantos estudiosos de la literatura cubana, ¿cómo llegaron a ser ustedes las que se han lanzado al empeño y las que lo han conseguido?

Vicky Unruh y Jacqueline Loss. Antes que nada, Roberto, quisiéramos agradecerte a ti y a Rialta por el privilegio de esta entrevista y por las excelentes preguntas. Hemos reflexionado y consultado sobre ellas, algunas desde el comienzo del proyecto, a las que regresamos ahora con ojos frescos, y otras por primera vez en este contexto.

VU. Todo comenzó con una sorpresa. Un director editorial de Cambridge University Press, Ray Ryan, con mucho interés en Cuba, me invitó en el otoño del 2019 a presentar una propuesta para una historia de la literatura cubana en inglés con el título “A History of Cuban Literature” y con aproximadamente 25 ensayos. Había aparecido en 2016 A History of Mexican Literature editada por Ignacio Sánchez Prado, Anna Nogar, y José Ramón Ruisánchez Serra, y otras sobre las literaturas de países latinoamericanos individuales (Chile, Argentina) andaban entonces en preparación para la misma serie titulada A History of… Me pareció una desafiante oportunidad de dar a conocer la riquísima tradición literaria cubana a un público más amplio de lectores. Ya que los proyectos más dinámicos de este tipo suelen ser aquellos con más de un editor, pensé enseguida en Jacqueline Loss por su impresionante peripecia sobre la cultura literaria cubana, tanto en la isla como en las diásporas, su profundo entendimiento de matices y complejidades, y su gran creatividad intelectual. Respondiendo a la invitación, Jacqueline y yo les presentamos una propuesta inicial a Cambridge en abril 2020, e inmediatamente nos invitaron a presentar una propuesta alternativa para un libro de un máximo de 45-50 capítulos en su serie The Cambridge History of…, que sería el primero en esta serie sobre un país latinoamericano individual. (Cambridge ya había publicado The Cambridge History of Latin American Literature, tres tomos [1996] y The Cambridge History of Latin American Women’s Literature [2016].) Les presentamos una propuesta extensa hacia fines del 2020, y con su rápida aprobación y las invitaciones a participar ya aceptadas en la primavera del 2021, la fecha tope de entrega fue el verano del 2022. Tomando en cuenta que estos fueron los años más intensos y volátiles de la pandemia, fue solo gracias a los enormes esfuerzos de nuestros autores contra viento y marea que logramos entregarles el manuscrito completo a Cambridge en julio del 2023. Con un riguroso proceso de producción, se esperaba que el libro apareciera para junio del 2024, pero la editorial sufrió un enorme ataque cibernético en mayo, lo cual postergó la aparición hasta septiembre de 2024.

A pesar de nuestra intensa conciencia de la magnitud intimidante de lo propuesto, algo que nos atrajo mucho al proyecto era que, a pesar de la aparente estandarización de los libros en esta serie de Cambridge –con las portadas y los títulos predeterminados–, en realidad tuvimos casi total libertad y flexibilidad en el diseño, la organización, el contenido, y los colaboradores del libro. El único límite era la cantidad de palabras. Además, al examinar otros tomos recientes de Cambridge y en consulta con nuestro director editorial, nos dimos cuenta de que los libros en esta serie no son enciclopedias ni aspiran a serlo. Al contrario, cuentan la historia literaria-cultural de un país o una región por medio de una selección de ensayos críticos, escritos por especialistas versados en los estudios previos sobre el tema, y en pleno diálogo con corrientes teóricas y los modos de saber contemporáneos inmersos en los epistemes, si se quiere, de su época. Un elemento singular en el proceso de conceptualizar el libro fue la sugerencia de nuestro editor de Cambridge de que escribiéramos nosotras mismas las versiones iniciales de los abstracts de cada capítulo (salvo en algunas pocas excepciones), para fortalecer la coherencia de ese diseño; así cada abstract apuntaría no solo a cierto tema designado (un autor, grupo de autores, movimiento o fenómeno cultural, etc.) sino también a las cuestiones palpitantes a las que esperábamos que el capítulo se acercara. A la vez, le pedimos a cada autor que le diera su propia interpretación al tema; en sus manos quedaba la aproximación teórica/conceptual que les pareciera pertinente, así como la idea o lectura central a defender y la organización misma del ensayo, por supuesto. En muchos casos esto produjo un diálogo productivo entre nosotras y los autores, una colaboración mediante la cual estos llegaban a aproximaciones y abordajes sumamente originales. Creo también que otro resultado de este proceso fue el establecimiento de conexiones entre distintas épocas que hasta el momento acaso habían pasado desapercibidas y que podemos ver a lo largo de todo el volumen. Por ejemplo, el tema del excepcionalismo cubano aparece ya en el capítulo 2 —donde Mariselle Meléndez analiza el relato histórico detallado de La Habana escrito por José Martín Félix de Arrate–, y reaparece de manera notable en el capítulo 38, donde Emily Maguire explora la ficción detectivesca, especulativa y las novelas gráficas que, en conjunto, cuestionan ese tropo cultural.

Hay una tradición cubana de sus propias historias de la literatura, grabadas en escalas de grises, decoloradas, con sus vacíos, sus consabidos huecos negros por donde se han ido y han regresado autores y obras, mutilados, los nombres fijos que se repiten. Hablo, por supuesto, de esa historiografía literaria nacional al interior de la isla, de los proyectos que van desde el Panorama histórico de la literatura cubana (1963), de Max Henríquez Ureña, o La literatura cubana. Esquema histórico desde sus orígenes hasta 1966, de Raimundo Lazo, hasta el más reciente (el último se edita en 2008), de la Historia de la literatura cubana en tres tomos del Instituto de Literatura y Lingüística de La Habana. ¿Esta nueva historia que ustedes proponen mira a aquellas de algún modo, las reconoce, las interpela?

VU. El libro reconoce en múltiples niveles su deuda con los trabajos históricos anteriores producidos tanto en la isla como en otros lugares, muchos de los cuales se mencionan en la introducción (“Other Histories”) y el aun mayor numero que aparecen en las “Obras citadas” individuales de cada capítulo o en la “Bibliografía final”. (Tal vez para evitar la redundancia con esas secciones del libro y por límites de espacio, Cambridge, responsable del índice final, no incluyó allí las referencias secundarias) Para diseñar el libro y decidir los temas de las secciones y los ensayos individuales, proceso desarrollado con múltiples conversaciones vía Zoom, nos sumergimos por varios meses en el conjunto de historias literarias previas, tanto de aquellas más abarcadoras como de las más selectivas, organizadas por género o temas, tanto en español como en inglés, tomando en cuenta, además, la abundancia de monografías sobre facetas específicas de la cultura literaria cubana aparecidas en los últimos veinte o treinta años. Dos empeños en particular tuvieron probablemente mayor impacto en ese proceso. Uno fue el caso pionero de El libro en Cuba: Siglos XVIII y XIX, de Ambrosio Fornet, del que tomamos la idea de comenzar nuestro Cambridge History… más o menos siguiendo el advenimiento de la cultura impresa en obras escritas en o sobre Cuba. La otra inspiración es más reciente y consumada: la impresionante Historia de la literatura cubana en tres tomos (2002, 2003, 2008), especialmente sus inestimables secciones de contextos socioculturales en cada época. Pero toda historia literaria de algún modo interpela –sea para reforzar, ampliar, o reconstruir bajo nuevas perspectivas– las versiones previas del mismo material, algo que reconocemos en la introducción al desempacar el concepto “historia”. Nuestro libro, que caracterizamos en la introducción como “historia inconclusa”, es por definición menos exhaustivo que esa Historia en tres tomos. Pero tal vez lo que más distingue a la nuestra de aquella es la variedad de voces que la cuentan desde Cuba, los Estados Unidos, Europa, y Latinoamérica, manifestando una mayor variedad de posiciones intelectuales, experiencias y formaciones profesionales en relación con Cuba o no. Del mismo modo, los autores de nuestro libro generalmente participan en diálogos críticos más amplios y diversos geográfica e ideológicamente.

A la hora de pensar el volumen qué intenciones tenían, qué objetivos, cuáles eran las urgencias. ¿Había urgencias? ¿Entienden el volumen como una necesidad, como un destino manifiesto, una deuda por saldar…? 

JL. En principio, lo veía como una oportunidad para ofrecer a los lectores angloparlantes –principalmente a los estadounidenses, dado que residimos aquí– una ventana crítica a una literatura y cultura amplias, diversas y, a menudo entrelazadas con la literatura y la historia de este país. Y claro, a una literatura que en lo personal me interesa profundamente. Me pareció una oportunidad única para compartir un enfoque crítico y político, resaltando la importancia del diálogo y, para usar un término new age, de “sostener el espacio” para perspectivas contrastadas dentro de y en torno a la literatura. Esta noción, lamentablemente, me ha parecido cada vez más distante de una realidad que pueda materializarse en la vida concreta.

VU. Como dice Jacqueline, una urgencia que ella y yo compartimos desde el principio fue la del compromiso con la inclusividad de perspectivas en una historia que manifestara toda la complejidad y los matices del a menudo conflictivo campo literario-cultural cubano y la conversación crítica sobre ella. De algún modo, esta posibilidad encarnaba simultáneamente el gran potencial del libro y su mayor desafío. Lejos de aspirar a un recuento ideológico o conceptualmente homogéneo –lo cual, en nuestra perspectiva, hubiera sido una violación–, queríamos respetar sobre todo los patentes desacuerdos, lo que llamamos en la introducción “la productiva desarmonía crítica” que existe en los estudios cubanos. Estrechamente ligado a esta, otra urgencia era dar voz en este recuento a un máximo de voces cubanas –desde la isla y desde múltiples lugares de la amplia diáspora multigeneracional–. Queríamos crear un libro que tuviera conciencia de su propio y multifacético carácter interpretativo, no como un monumento para establecer un patrimonio literario fijo, sino como lo que llamamos “un performance vivo del acto de recordar, colectivamente, pero desde distintos espacios culturales”. Estas metas estaban profundamente arraigadas desde el principio a la intensa conciencia de nuestra propia, compleja, y tal vez problemática, posición: dos personas no-cubanas armando un proyecto sobre la historia literaria cubana, desde la academia norteamericana, pero con un profundo compromiso personal con el futuro tanto de Cuba como de la relación entre los dos países. Reconocía durante el proceso el carácter idealista, tal vez utópico de esos compromisos, y lo reconozco aún más hoy en estos momentos oscuros que se viven tanto en los Estados Unidos como en Cuba. Pero vale la pena recordar que íbamos armando el proyecto inicial en 2020-2021, época de la convergencia de las cuarentenas pandémicas con las manifestaciones estadounidenses ante el asesinato de George Floyd; la intensificación del aislacionismo nacionalista por un presidente estadounidense incapacitado para el tipo de cooperación internacional que exigía el momento; y las manifestaciones del 11 de julio de 2021 en Cuba, etc. En ese ámbito, la atracción de un proyecto de colaboración que cruzara fronteras geográficas, intelectuales, e ideológicas era potente. Ahora nos encontramos en un momento aún peor. No veo una salida rápida de nuestra compartida pesadilla actual, la de los Estados Unidos y la de Cuba, sin mencionar el estado actual de las relaciones entre los dos países. Además, un libro de “carne y hueso” como el Cambridge History of Cuban Literature raramente alcanza las alturas de un proyecto imaginado. Aun así, me parece que la circulación crítica de ideas en un libro como este, que aspira a constituir un espacio cultural abierto, un diálogo implícito a veces conflictivo y aun a veces aparentemente entre sordos, sigue siendo urgente, tal vez aún más hoy que ayer.

La dualidad o tensión entre una cultura literaria como la cubana y el ejercicio que presume de aprehenderla desde los códigos del saber académico del mundo anglo implica la demanda de un balance, la pluralidad de procedencias como garantía de la pluralidad de perspectivas. Es posible percibir autores de distintos países en el índice. Cubanistas –siempre cubanistas, claro–, pero lo mismo de origen cubano que de otros países, residentes de un lado u otro del océano, alguno que otro, excepcionalmente, incluso, reside en la isla. ¿Cómo pudieran describir el proceso de selección de colaboradores? ¿Se propusieron seguir patrones de representatividad cultural? ¿Qué buscaban con ello?

JL. Una excelente pregunta. Me siento muy privilegiada de formar parte de una disciplina en la que no solo admiro la abundante producción de mis pares, sino que también valoro profundamente a las personas que la llevan a cabo. Por supuesto, consideramos la posibilidad de colaborar con ellas y su capacidad para escuchar nuestros criterios, pero no era un requisito, ya que no conocíamos de antemano a todos los colaboradores. Ha sido toda una caja de Pandora –mayormente positiva, aunque extensa–. La editorial nos dejó claro que la diversidad global de los colaboradores era una prioridad, lo que implicaba incluir a académicos no solo radicados en España, Escocia e Inglaterra, sino también en Canadá, Brasil, Cuba, Puerto Rico y en distintas regiones de Estados Unidos. La migración de pensadores destacados nacidos en la isla ha significado que varios de los autores cubanos radiquen en la diáspora. Solicitamos la colaboración de algunos investigadores que viven en la isla y estamos contentas de haber contado con la participación de algunos de ellos; sin embargo, otros, debido a distintos factores –problemas familiares, económicos, acceso a materiales de investigación, “disponibilidad”– no pudieron sumarse. Esto no solo refleja la situación sociopolítica y económica cubana sino también parte del panorama de trabajar sobre Cuba desde la academia estadounidense, donde, por ahora, contamos con ciertos recursos para investigar y expresar opiniones –aunque hoy en día se está percibiendo muy de cerca sus límites–. Históricamente he sido crítica de la política de la identidad, pero sin duda ninguna, a la hora de hacer la selección de los autores, tomamos en cuenta varios aspectos –entre ellos, la diversidad de raza, de género y de clase–. Creemos que estos criterios pueden enriquecer los mismos saberes que estamos explorando.

VU. Para añadir a lo que dice Jacqueline, aun tomando en cuenta la urgencia de la diversidad geográfica y cultural ya mencionada, también buscábamos expertas, autores sumamente capacitados en los temas de su capítulo, personas trabajando actualmente sobre ese tema y envueltas en las conversaciones críticas actuales y/o que querían retomar los hilos de trabajo previo para crear algo nuevo.

Cada enciclopedia refleja también el Zeitgeist, los epistemes predominantes, los discursos y los códigos del hacer y el saber. ¿Cómo creen que se refleja esto en el Cambridge History of Cuban Literature?

VU. Nos parece que comentamos la relación del libro con su Zeitgeist en las respuestas a otras preguntas. Pero cabe destacar de nuevo aquí, tal vez, que este libro no es una enciclopedia. La diferencia nos parece importante, porque las enciclopedias, cuyas metas principales son compartir información básica suelen seguir ciertas pautas de conformidad retórica y estilística que aparentan una supuesta “objetividad”, aunque, claro, que no obstante la aparente neutralidad, toda exposición informativa encarna una posición ideológica. Pero en contraste con una enciclopedia, este libro aspira a narrar la historia literaria-cultural de Cuba por medio de ensayos críticos que ostentan su propia perspectiva interpretativa, a la vez que participan de las conversaciones críticas que se están sosteniendo en el momento en que se escriben.

En la nota de contracubierta se dice que el volumen está tramado a partir de cuatro ejes, entre ellos, dos elementos relativos a la historia literaria cubana: “its engagement with international networks; its key role in cultural identity debates throughout Latin America”. ¿Llegaron a estos dos ejes inductivamente –es decir, la naturaleza de la cultura en cuestión lo demanda– o fue una advocación ex partei de acuerdo con principios editoriales, el lector al que va dirigida la obra o alguna otra cuestión? ¿Cómo se puede ver estos engagements en el libro?

VU. Llegamos inductivamente a las cuatro coordenadas del libro que surgen una y otra vez, conectando distintas épocas, no de un modo lineal o sistemático, sino como coexistencias palimpsésticas (para recordar a José Quiroga, a quien este libro le debe mucho) o presencias que ondean por el libro una y otra vez. Identificamos los dos que mencionas además de los otros dos –el papel formativo del imaginario racial, entretejido con la clase social y el género sexual en la literatura cubana, y el movimiento, sea voluntario, explorador, esclavizado, migratorio, o exílico que siempre han marcado esa literatura– en nuestras extensas conversaciones basadas en esa sumersión en la lectura ya mencionada, y después de haber decidido cuales serían los capítulos individuales incluidos en el libro. Los “engagements with international networks” se manifiestan en múltiples ensayos, por ejemplo, en los capítulos sobre los intercambios entre Humboldt y los intelectuales en la Cuba colonial y sobre Martí como figura “hemisférica” a base de su apelación por medio de crónicas periodísticas y conferencias a públicos en los Estados Unidos y múltiples países latinoamericanos. La participación de escritores cubanos en redes internacionales se destaca en casi todos los ensayos sobre la época republicana, por ejemplo, o en los que se dedican a la Casa de las Américas y a los proyectos culturales alternativos que surgen a partir del Periodo Especial, entre otros. El papel clave de Cuba en los debates latinoamericanos sobre la identidad cultural se manifiesta sobre todo en aquellos ensayos que se adentran en el siglo XX y se enfrentan a conceptos de identidad nacional, regional o cultural. Piénsese, por ejemplo, en los que trabajan sobre la “invención” del cubano negro, o los que vuelven sobre Carpentier y lo real maravilloso, Lydia Cabrera y los conceptos caribeños de “lo negro”, o Lezama Lima y el barroco latinoamericano”, por solo mencionar algunos.

Rafael Rojas ha hablado del problema de la excepcionalidad cubana. En el volumen, aparecerá esta palabra/condición tan temprano como en el segundo artículo que está dedicado al siglo XVIII y al pensamiento de Félix de Arrate, sin duda en otro sentido. Luego, otro trabajo habla del antiexcepcionalismo en géneros marginalizados como el detectivesco y la ciencia ficción. Cómo lidian ustedes con las distintas variantes/manifestaciones del excepcionalismo cubano, mayormente asociado al hecho de la Revolución o, mejor –para decirlo con Agamben y Duanel Díaz (cuya ausencia me llama la atención, por cierto)–, a esa revolución congelada que expide esa aura sobre la isla para todo el que no la habita y la ve desde lejos, de pasada o desde el pasado. 

VU. Comentamos el tropo de la “excepcionalidad” cubana en el contexto de la primera pregunta precisamente en esos dos ensayos que mencionas, y se entreteje explicita o implícitamente en muchos más, por ejemplo en los ensayos sobre Gómez de Avellaneda, Lezama y Orígenes (debates con Vitier), Casal, el imaginario poético pos-1989, cine y diáspora, la prosa narrativa cubanoamericana, y, extensivamente, en el ensayo epílogo que hace un recorrido de una variedad de tropos del excepcionalismo de los siglos XX y XXI. Creo que lo que se destaca en la aproximación general del libro al asunto es que se examina como una idea o propuesta ideológica que surge fuertemente en algunos momentos y que se cuestiona, critica, o deshace en otros. En cuanto al crítico Duanel Díaz, el libro dialoga con sus ideas sobre varios asuntos, por ejemplo, en los ensayos sobre las vanguardias de la época republicana, el imaginario poético pos-1989, y el mencionado capítulo-epílogo sobre los múltiples tropos del excepcionalismo. También aparecen varios de sus trabajos no solamente en las “Obras citadas” de los capítulos mencionados, sino también en la bibliografía final del libro. Tal vez no quedó inmediatamente aparente su presencia en el libro por el hecho mencionado que Cambridge tomó la decisión de no incluir referencias secundarias en el índice final y, por lo tanto, hay que buscarlo en las “Obras citadas” de capítulos particulares o en la bibliografía final. Otro límite del índice, por ejemplo, en la aparición de algunas referencias al “excepcionalismo” y la ausencia de otras, es el probable empleo de la inteligencia artificial en su preparación por Cambridge, resultando en un documento que nosotras tuvimos que corregir y ampliar exhaustivamente, pero no siempre se siguieron nuestros pedidos de corrección en este contexto.

Un aspecto al que se atiende en todo el volumen es el de la traducción. Algunos piensan que la descolocación que implica ese desplazamiento es un buen recurso de desmarque y desajuste para sacudirse los lastres de la corta distancia y percibir nuevas zonas de una cultura cerrada en su propia ostra lingüística y cultural. ¿Cómo trabajan esto en el libro? ¿Qué creen que le aportan los proyectos de traducción al saber de la cultura literaria cubana? 

JL. Cinco capítulos y medio en nuestro volumen estaban originalmente en español, y gracias al Humanities Institute en la Universidad de Connecticut y el apoyo de World Poetry Books pudimos subvencionar su traducción al inglés. Pero bien se sabe que el proceso de traducción no solo es literal sino contextual, y traducir al inglés el lenguaje cubano y sus matices en las distintas épocas históricas no fue una tarea fácil. Como bien ha expresado Lawrence Venuti, traducir es un proceso arduo de reconstrucción de un mundo doméstico a otro universo de sentidos en que muy posiblemente esos valores no tengan correlación. Como editoras, tuvimos que supervisar bastante este proceso, tomando en cuenta el contexto de la historia que se estaba narrando a través del volumen. A la vez que no buscamos neutralidad, por lo general dejamos a los lectores su preferencia con respecto a la implementación de palabras como dictadura, régimen, autoritarismo, black, Black, Latinx, latino, latine, entre muchas otras. Por otra parte, la traducción no solo es de un idioma a otro sino intralingüística. Reconocemos que algunos enfoques para hablar especialmente sobre la revolución de 1959 no resonarán de la misma manera en todos; mantener las tensiones entre perspectivas es parte de nuestro papel. Esta libertad se extiende también al estilo, con tal de que no se sacrificara la integridad del volumen; es decir, el lector encontrará aquí tanto textos que se avienen a la idea de lo que podría ser un trabajo académico tradicional como ensayos latinoamericanos de escritores en primera persona del singular. Por eso nuestra introducción “Unfinished Histories” busca explicar nuestro acercamiento, permíteme decirlo, “ideológico”, algo que puede ser tendencioso para algunos.

Además de los géneros literarios tradicionalmente conocidos (ensayo literario y político, poesía, narrativa, teatro), el volumen atiende a otras artes paralelas que conviven con la literatura, y no solo me refiero a la música y al cine, que están, sino incluso otras que la historiografía literaria hasta hace muy poco orillaba o desatendía, como el arte del performance, la ópera o la novela gráfica. ¿Cuánto aporta esta expansión del espectro genérico a la cultura literaria cubana propuesta en este volumen? 

JL. No es necesario mirar muy lejos para encontrar definiciones de literatura que buscan trascender los límites de la tradición, es decir, aquellos cánones establecidos por unas cuantas figuras intocables en cada generación dentro de los márgenes de la nación. La idea de que la narración oral, el canto y la música nutren la palabra escrita ha sido explorada por críticos tan diversos como Mijaíl Bajtín, Ngũgĩ wa Thiong’o y Ángel Rama. Nuestro propósito no se limita únicamente a mapear el imaginario literario a través de la poesía, el teatro y la prosa, sino también a entender sus puntos de contacto con los informes geográficos, políticos y demográficos de la Ilustración; la indagación filosófica; las crónicas periodísticas; las tertulias; las pedagogías artísticas y las campañas de alfabetización; los ensayos literario-críticos; las revistas experimentales; el cine; la música; los libros-objeto artísticos y el arte performativo.

Al mismo tiempo, nuestra aproximación responde a nuestro posicionamiento dentro de la disciplina, no solo como críticas literarias, sino también como practicantes de los estudios culturales, interesadas en comprender cómo estos géneros se entrelazan y dialogan entre sí. Como señalamos en la introducción, esta historia literaria reconoce la flexibilidad y las categorías cambiantes que han caracterizado la expresión creativa humana desde mucho antes del surgimiento de la cultura impresa y hasta el presente en que se compone este libro. Dicho esto, este libro no pretende ser infinito ni funcionar como una enciclopedia –como hemos señalado en otras ocasiones– y hoy en día existen múltiples herramientas para obtener una visión más completa. Somos conscientes de que esta decisión nos expone a posibles críticas, como la omisión de ciertas expresiones literarias en favor de, digamos, la atención al cine. Sin embargo, desde el inicio, nuestro objetivo ha sido explorar la interconexión entre las diversas esferas culturales.

VU. Además de lo que señala Jacqueline, durante su desenvolvimiento, yo siempre me imaginaba al libro en sí como una narración –por múltiples voces y desde varias perspectivas– de una larga historia, en el sentido del story-telling en inglés. Desde los tiempos antiguos, la narración o el story-telling, especialmente en manos de un ingenioso contador de historias o story-teller, ha incorporado muchos elementos y artefactos creativos –visuales, sonoros, performativos– para realizar un relato tanto en sus dimensiones pedagógicas como afectivas. Esta imagen del proyecto me acompañaba cada vez que acudíamos a recursos más allá del simple arte verbal para contar la riquísima y creativa historia literaria-cultural de Cuba.

En todo el volumen hay algunos artículos monográficos. Martí, Casal, La Avellaneda señorean el siglo XIX, mientras la Condesa de Merlín gana espacio uniéndose a ellos. Lydia Cabrera, Lezama, Carpentier y Virgilio Piñera se confirman en la primera mitad del siglo. Mientras que Cabrera Infante y Reinaldo Arenas lo hacen en la segunda. ¿Podría pensarse esta lista de elegidos como una propuesta velada de un canon cubensis en el libro? ¿O creen que un volumen como este simplemente escamotea la idea de canon literario?

VU. La lista de autores que aparece en el párrafo descriptivo en p. i del libro, y que también aparece en los flyers promocionales creados por Cambridge, constituye una respuesta al pedido de la editorial de que nombráramos algunos de los autores particulares más importantes en el tomo. Esto tal vez trasluce la tendencia tradicional de pensar la historia literaria en torno a “grandes figuras” y la norma bibliotecaria académica de ofrecer tales índices de contenido al catalogar libros. Sin embargo, cuando ves que en esa lista aparece “theater and performance groups; film; postrevolutionary projects; post-1989 Special Period writers; and literature of Cuba’s diásporas”, definitivamente, es que hemos querido poner un mayor énfasis en las pautas de los estudios literario-culturales, de cuyos modos de saber somos tanto productos de formación (incipiente, en mi caso, a la hora de mis estudios de posgrado) como practicantes. Esta orientación manifiesta nuestra adopción de una postura “anti-monumentalista”, delineada en la introducción al libro, que se podría asociar con la tendencia de esquivar lo canónico o, por lo menos, de nadar contra esa corriente. De hecho, solamente poco más del 25% de los ensayos se dedican a una sola figura. Sin embargo, reconocemos que hay ciertos escritores, artistas, o intelectuales que, más allá de su fuerte impacto o creatividad particular, proyectan una trayectoria literaria-cultural que encarna los debates, direcciones y estructuras del sentir y los afectivos de un momento histórico o un ámbito literario-cultural clave. Este era uno de los requisitos que consideramos para que una figura recibiera su propio capítulo, y bajo ese criterio, con más espacio disponible, nos hubiera encantado incluir capítulos particulares sobre, por ejemplo, José Antonio Aponte (1760?-1812), cuyo “Libro de Pinturas” imaginaba una cartografía histórica global de la diáspora negra, o del complejo intelectual republicano Jorge Mañach. El otro criterio para un capítulo monográfico era que la obra de esa figura hubiera resonado tras múltiples interpretaciones a través del tiempo, con indicios de que eso continuaría en el futuro. Este criterio explica la ausencia de capítulos dedicados a escritores vivientes individuales, ya que esta es, a fin de cuentas, una historia, y no se sabe todavía cuáles tendrán este tipo de resonancia. Creo que esta aproximación a escritores singulares, además, lejos de elevarlos como monumentos, los coloca al mismo nivel de los complejos campos culturales que habitan. El hecho de que la mayoría de los capítulos se enfoca en una gama de actividades literario-culturales, grupos, géneros, y fenómenos culturales sugiere que cualquier canon cubensis implícito en la historia inconclusa que ofrece este libro es dinámico y abierto al cambio y la reinterpretación.

Una amiga me dijo un día, a propósito de leer en una clase “Mi raza”, de José Martí, que en Cuba la apropiación por parte de la Revolución del discurso antirracista martiano (a saber, la inexistencia de las razas) podría haber cancelado la discusión sobre las identidades raciales, pero también sobre la racialización y la discriminación por el color de la piel. No sé si ella dijo eso exactamente, pero, en cualquier caso, lo que dijo me condujo a pensarlo de esta manera ahora que intento recordarlo. En este volumen, el acercamiento a las identidades y culturas negras en la literatura cubana es algo ya consolidado, llegando incluso a extender la mirada hacia las conexiones con Haití. ¿Qué le aportan estas nuevas perspectivas o acercamientos a otras más tradicionales de corte antropológico y etnográfico ya existentes en los estudios cubanos al interior de la isla?

JL. No se puede tratar este asunto dentro de una o dos disciplinas; más bien, es necesario reconocer hasta qué punto los cánones literarios se construyen a partir de tropos racializados. Sin duda, grandes pensadores cubanos sobre la cultura cubana, la raza y el racismo han dejado su huella en este volumen. Por ejemplo, Walterio Carbonell es una referencia imprescindible para repensar este vínculo, como se evidencia en el análisis que Paloma Duong lleva a cabo en el capítulo 24 sobre las políticas democratizantes de la revolución y sus criterios de selección. Luego, el pensamiento etnológico de Joel James Figuerola reaparece en la visión de Elzbieta Sklodowska en el capítulo 36 sobre el impacto del imaginario sobre Haití en la literatura cubana. La genealogía intelectual de estos pensamientos sobre la raza es algo que los colaboradores han hecho explícita a través de los diálogos que sostienen y las referencias críticas que hacen, no solo a Martí, Ortiz, o Mañach, sino a estas y otras zonas de contacto.

Pero, Vicky y yo partimos de la idea de que es imposible separar la cuestión racial de prácticamente todas las temáticas abordadas en el volumen, que no se puede aislar la raza de ningún aspecto de la producción cultural en un país como Cuba (o en un país como los Estados Unidos). No se trata únicamente de la raza dentro de una u otra disciplina, sino de una literatura cuyos principios han sido moldeados por visiones interseccionales –raza, género, clase– que inciden en la estética, la representación y el gusto. Uno podría argumentar que esta estrategia es forzada y que en ella se reproduce una visión casi viciada, incluso imperial, de origen estadounidense. Cegueras habrán, seguro.

El tiempo es siempre desfavorable al presente. Lo consume rápido. ¿Se acabó el espacio en el libro para el fenómeno de los medios digitales y la explosión del periodismo y los medios independientes de esa Cuba in splinters (como diría el título la antología de cuentos editada por Orlando Luis Pardo Lazo) del nuevo milenio? ¿Qué más quedó afuera que hubieran querido incluir?

JL. Excedimos el límite de palabras establecido por la editorial. Al revisar la tabla de contenidos inicial, queda claro que dedicamos 33 capítulos al siglo XX y XXI, lo que nos colocó en una situación compleja. Nuestra meta era recordar a los contribuidores la importancia de ser inclusivos con sus propias referencias críticas, para que nuestros lectores pudieran comprender mejor el vasto campo y las perspectivas expresadas en cada capítulo. Un detalle que quisiera señalar es que no pudimos incluir fuentes secundarias en la bibliografía final, por lo que, aunque muchas están presentes a lo largo del volumen, no se pueden encontrar fácilmente en la lista. Por otra parte, varios escritores son mencionados, pero no abordados de manera sostenida. Nuestra intención era, al menos, dejar constancia de su importancia –Orlando Luis Pardo Lazo está en el libro junto con muchos otros autores del siglo XXI–. Sin embargo, desafortunadamente, no pudimos expandir el libro por cuestiones de espacio. No estoy segura de cuán productivo sea enumerar nombres y apellidos ahora, porque temo que ello termine reproduciendo ciertos patrones. Confieso que por cada lista que aparece en el libro hay al menos dos capítulos pendientes por escribir, y que por cada una hay una historia de ansiedad enorme en mí por haber dejado a alguien valioso fuera. Sin duda, ha ocurrido y lo lamento.

Por otra parte, como bien señalas, los medios digitales han transformado nuestra manera de acercarnos a una parte de la literatura cubana. De hecho, las obras citadas por los autores son pobladas por referencias a varias de ellos, incluyendo Rialta. Se trata de un universo que ha enriquecido enormemente la producción literaria y teórica cubana. Aludimos a la estratosfera actual en nuestra introducción precisamente por el hecho de que haya mucho más que decir sobre el presente y esperamos que lo tomen en cuenta en una futura historia. El tema también se aborda, en parte, en nuestra introducción, en el capítulo de Walfrido Dorta sobre proyectos culturales alternativos y en el de Iraida López sobre la narrativa escrita por cubanos residentes o cubanoamericanos en los Estados Unidos.

VU. Solamente quisiera añadir que el hecho de que el libro dedique 33 de sus 46 capítulos a los siglos XX y XXI se debe a algunas marcadas diferencias históricas entre Cuba y la mayoría de los países latinoamericanos, algunas de ellas precisadas por Ambrosio Fornet en su estudio sobre la palabra impresa en Cuba: la llegada tardía de la imprenta y una extensa “ciudad letrada”, la extendida época como colonia española, y el surgimiento de una época republicana solamente a comienzos del siglo XX.

ROBERTO RODRÍGUEZ REYES
ROBERTO RODRÍGUEZ REYES
Roberto Rodríguez Reyes (La Habana, 1987). Investigador, editor y crítico. Máster en Literatura Hispanoamericana en El Colegio de San Luis. Ha estado asociado a diversos proyectos de investigación sobre literatura cubana y publicado varios trabajos sobre autores latinoamericanos del siglo XX. Integra el staff editorial de Rialta.

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