Dos huracanes y un terremoto con sus réplicas han sacudido Cuba en menos de un mes. El terremoto —bastante más fuerte de lo acostumbrado en la zona oriental del país— apenas dejó un buen susto y el temor de que un día de estos, el menos pensado, podría suceder uno realmente catastrófico. Los huracanes, por su parte, atacaron los extremos de la isla y dejaron, en conjunto, al menos ocho muertos y cientos de viviendas en el suelo o parcialmente derrumbadas, además de millones de personas sin fluido eléctrico por una semana.
«Es mucha casualidad, ¿no? Debe ser la naturaleza, que quiere que “ellos” [los gobernantes] se vayan», me dijo alguien cercano, y me quedé atónito con su razonamiento. No era la primera vez que me cruzaba con un comentario de este tipo. Ese día encontré como mínimo otras dos publicaciones con frases similares mientras revisaba el feed de Facebook. «La naturaleza», contesté, «no tiene ideas políticas».
No practico religión alguna, tampoco soy supersticioso, pero tras esa respuesta decidí imaginar que la naturaleza, un Dios, la Providencia, los astros… Algo o Alguien se había cansado de que una isla tan insignificante en el universo produzca tantos lamentos por tanto tiempo, y entonces decidió enviar un mensaje. Pero ¿cuál?, ¿a quién va dirigido?
Ese ser o ente divino, si es tan poderoso como para manejar los fenómenos naturales a su antojo, debe ser, al menos, lo suficientemente listo como para saber que los ciclones y los terremotos destruyen vidas, no dictaduras. La élite del régimen no conoce el dolor por la muerte de un familiar que murió ahogado en una inundación o aplastado por un derrumbe, ni la desesperación de no tener techo o de perder cada una de sus pertenencias; tampoco sabe ahora lo que es vivir a oscuras durante días. El mensaje, si hubiera alguno, no es para «ellos». Por decantación, es fácil adivinar el otro —y único— destinatario posible.
Pero la gente, los jodidos de siempre, no necesita dos huracanes y un terremoto para comprender nada. Y aun si estos fueran el código de un mensaje político, ese alguien cercano que dio inicio a estas elucubraciones con un simple comentario no lo entendió. Y como él, seguramente, muchos.
«Que ellos se vayan», dijo. Y quizás debí preguntarle: ¿a dónde?, ¿por qué?, ¿qué o quién los obliga? Ningún dictador se ha levantado de su trono para luego marcharse porque le pareció demasiado aburrido seguir gobernando. Ningún régimen totalitario se construye en el aire y se desploma por los efectos naturales de la gravedad; todos se sostienen sobre pilares como la violencia, el terror y la gente. Sí, mucha gente, incluida aquella que cree que las dictaduras caen por sí solas.
La dictadura cubana es ahora, quizás, débil como nunca lo ha sido; más por su propia ineficiencia administrativa que por cualquier otra razón. Pero mantiene sus pilares, algunos insospechados. Ahí están, por ejemplo, los contramanifestantes —uniformados o no— que salieron a las calles el 11 y el 12 de julio de 2021 y que eran, por cierto, superiores en número a quienes pedían comida y libertad. Ahí están los artistas que ya se anotaron para la próxima Bienal de La Habana sin importar que más de una docena de miembros de su gremio cumplen largas condenas por motivos políticos. Ahí está la señora que se «erizó» de emoción cuando vio a Miguel Díaz-Canel y luego pidió likes en redes sociales porque pensaba hacerse viral, y también esa otra que perdió lo poco que tenía tras el paso del huracán Rafael y me dijo que no le hablaría nunca a un medio «contrarrevolucionario» porque ella era fiel a la Revolución. Ahí está, claro que sí, ese considerable sector de migrantes que gusta llamarse «exilio» y que, pasada una semana de las elecciones en Estados Unidos, continúa celebrando la victoria de Trump y su política antiinmigrante, sin prestar atención a que en el país que dejaron atrás, ese por el que dicen «luchar», dos ciclones devastadores dejaron a miles en la miseria absoluta.
A lo mejor sí necesitamos un mensaje; da igual si de la naturaleza, un Dios, la Providencia o los astros. Pero que no sea, jamás, en forma de catástrofe.