MIAMI.- A los 18 años Eduardo Pérez no tenía muchas certezas pero sí tenía claro que en Cuba un título universitario no garantizaba nada. “Mis hermanos tienen uno, dos y hasta tres títulos universitarios, y aun así no les daba resultado”, dice. Esa realidad lo empujó a buscar otro camino.
Fue entonces cuando el turismo comenzaba a crecer y surgieron oportunidades en escuelas como el Hotel Sevilla y el Comodoro. Eduardo decidió probar suerte. “Ahí me enamoré de esta profesión —cuenta—. Me encanta servir, atender personas. Es algo que heredé de mi mamá”.
Eduardo se formó como bartender en los años más duros del Período Especial, cuando la creatividad y la improvisación eran más valiosas que cualquier receta. “Había que hacer magia. Imagínate: a veces ni vasos teníamos; a veces no había una bebida, y había que inventar con otra”.
Pero de esas carencias surgieron sus primeras lecciones de emprendedor: adaptarse, resolver rápido y no rendirse cuando faltan recursos.
Su vida cambió en la Casa de la Música de Miramar, donde trabajó en la época dorada de la salsa en La Habana. “Éramos 53 personas y nos iba muy bien, pero yo sabía que de ahí no iba a pasar. Yo quería más”. Entre planes de fuga y amistades extranjeras, siempre tuvo clara una idea: “Tenía que irme. No sabía para dónde, pero sabía que en Cuba no era”. La vida lo llevó primero a México y luego, gracias al sorteo de visas, a Miami en 2004.
Aquí comenzó de cero. Trabajó nuevamente como bartender en South Beach, pero su esposa de entonces no veía con buenos ojos las noches largas. Eduardo lo intentó: manejó camiones, trabajó en restaurantes, fue electricista de barcos. “Uno como inmigrante hace de todo —dice—, pero algo dentro de mí sabía que no quería quedarme ahí”.

Tras un divorcio, decidió recuperar su rumbo. Volvió a la barra, esta vez en la icónica discoteca Aché, donde sentía que trabajaba “en el mejor lugar de Miami”. Pero en paralelo decidió apostar por sí mismo: se matriculó en una escuela de cine y televisión y se hizo productor, camarógrafo y editor. Era otra reinvención.
De esos años nació también su nuevo proyecto: Don Bartender, un ron concebido para que cualquier persona pueda preparar cocteles sin conocimientos técnicos ni herramientas profesionales. “Me di cuenta de que cuando yo no estaba, la gente solo tomaba cerveza o ron puro. Pero conmigo pedían mojitos, piña coladas, daiquirís. Entonces pensé: ¿por qué no crear algo que les permita ser su propio bartender?”
La botella tiene forma de coctelera, un vasito medidor incorporado y un código QR que lleva a tutoriales sencillos grabados por él mismo. El ron, de 40 grados, blanco y dócil, fue escogido tras varias pruebas. “Yo no tomo nada —dice entre risas—, así que tenía que ser un ron que hasta yo lo pudiera pasar”. Su objetivo: un producto noble para mezclar, fácil de usar y con sabor limpio.
Entre sus consejos para emprendedores, Eduardo es directo:
—“No esperes a tenerlo todo resuelto para empezar. Empieza con lo que tienes.”
—“Rodéate de gente que sepa más que tú; eso te acorta el camino.”
—“Y lo más importante: si una idea no te deja dormir, es porque tienes que perseguirla.”
Hoy, Eduardo trabaja en cine y televisión, pero su proyecto de ron avanza firme. Cuando mira atrás, ve un camino lleno de obstáculos, pero también de enseñanzas. “Cuba me enseñó a resolver —dice—. Miami me enseñó a crecer. Y ser bartender me enseñó a tratar a la gente. Si uno junta todo eso, siempre sale algo bueno”.
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