MIAMI.- Nació en La Habana Vieja, en el barrio de Jesús María, donde aprendió a ganarse la vida desde niño. Lo que para muchos era “ser bisnero”, para él fue el inicio de una mentalidad empresarial que años más tarde lo llevaría a abrirse camino en Estados Unidos. Tras emigrar en 2007, pasó de trabajar en un pulguero a tener su propia tienda de muebles, importando mercancía directamente desde Asia. Es un cubano, que junto a su familia, ha labrado un camino de éxito.
Él es Otoniel Valdés, el dueño de Miami Gallery Furniture, y esta es su historia.
¿Dónde naciste y cómo fue tu infancia en Cuba?
—Nací en La Habana, en el barrio Jesús María. Ese barrio me enseñó lo bueno y lo malo. Gracias a Dios tenía a mi mamá siempre detrás de mí enseñándome lo correcto. Jesús María es un barrio de negocios todo el tiempo, ahí se vende de todo. Desde niño aprendí a no quedarme con nada: si me daban un saco de mamoncillos, yo en vez de comérmelos los vendía. Lo mismo pasaba con las chivichanas que hacía con mi abuelo: en vez de jugar con ellas, las vendía. Todo lo que caía en mis manos yo trataba de convertirlo en dinero.
¿Cómo influyó ese entorno en tu manera de pensar?
—En Cuba a eso le llamaban ser “bisnero”, y lo veían como algo negativo. Pero para mí fue la escuela de negocios. Aprendí a transformar cosas que no servían en útiles, a recuperar piezas, a resolver. Era un entrenamiento constante en creatividad empresarial.
Si tenías un negocio en Cuba, Otoniel ¿por qué decidiste emigrar?
—Llegó un momento en que yo tenía lo normal: un carro, una casita, lo mejor que se podía tener allá. Pero todo era con temor. Si tenías algo, tenías que inventar que “te lo mandó tu tío de afuera”. Nunca podías hablar libremente de tus logros. Mi tío, que vivía aquí en Estados Unidos, me decía: “En Cuba la vida es en blanco y negro, en EE.UU. es en colores. Aquí tendrás que trabajar, pero sin ese miedo de que te quiten lo que tienes”. Eso me decidió. En 2007 salí con mi esposa, pasamos por Panamá, Guatemala y México hasta llegar a la frontera.
¿Cómo fueron tus primeros trabajos en EE.UU.?
—Al llegar trabajé en un almacén de productos químicos, pero me sentía encerrado. Luego conseguí trabajo en el pulguero de Hialeah. Ahí hacía de todo: manejar, barrer, cargar, hacer delivery hasta West Palm Beach. Con el tiempo pensé: “Si puedo hacer todo esto para otros, lo puedo hacer para mí”. Y renté un pequeño local en el pulguero.
¿Qué significó para ti esa etapa en el pulguero?
—Fue dura. Estuve 9 años ahí. Había melancolía por Cuba, mis padres estaban allá, y muchas veces me sentía estancado, sin avanzar. Pero también aprendí a usar las redes. Empecé vendiendo en Craigslist y después en Facebook. Me di cuenta de que con una buena foto podía atraer clientes, pero cuando veían que estaba en el pulguero perdían confianza. Entonces decidí dar el salto a una tienda propia.
¿Cómo lograste abrir tu primera tienda?
—Un día pasé por la 29 y vi un local. Lo renté mientras aún tenía el puesto en el pulguero, pero pronto entendí que tenía que decidirme. Cerré el pulguero, aunque muchos me decían que estaba loco. En 2018 abrí oficialmente mi tienda de muebles. Desde ahí empecé a viajar a ferias, a importar directamente desde Asia, y a trabajar con influencers para atraer clientes.
¿Qué papel ha jugado tu familia en todo este proceso?
—Fundamental. Llevo 24 años con mi esposa, ella es el eje económico de todo: organiza las cuentas, los taxes, la disciplina financiera. Mis padres hoy trabajan conmigo; incluso mi mamá, con las redes sociales, atrae clientes al negocio. Y mi hijo me motivó a aprender más de tecnología, porque entendí que no podía quedarme atrás.
¿Qué significa para ti el éxito?
—Para mí el éxito no es solo dinero, sino sentirme tranquilo, feliz, con mi familia cerca y un negocio estable. Lo importante es la disciplina, porque lo que funciona hoy no sirve mañana. Hay que reinventarse siempre.
Si miras atrás, ¿hay algo que hubieras hecho diferente?
—Sí. Haber estudiado más. Siempre quise ser diseñador gráfico, pero pensaba que había que ser un genio para eso. Hoy sé que no, que uno mismo se limita. Hubiera querido tener más herramientas académicas, aunque también creo que la calle me dio otra escuela.
¿Otoniel, crees que lo hubieras logrado en Cuba?
—No. Allá todo es control, miedo y burocracia. Aquí, con esfuerzo y disciplina, sabes que lo que tienes es tuyo. Nadie viene a quitártelo por una mala opinión de un CDR. Eso marca la diferencia.