LA HABANA.- Con el caso del piloto y exoficial de la Fuerza Aérea de Cuba, Luis Raúl González-Pardo Rodríguez, vinculado con una acción criminal como la de febrero de 1996, ya no es posible continuar pensando que la presencia de cómplices y represores del castrismo en los Estados Unidos es consecuencia de una anterior, relajada e imprudente política migratoria o de un éxodo masivo que hizo visibles las fracturas al interior del Partido Comunista de Cuba y las Fuerzas Armadas.
Son demasiados y al mismo tiempo tan “ingenuos” los “fragmentos” que saltan de esas fracturas —y que lo hacen precisamente en dirección a donde no deberían— para no sospechar que hubo oportunidad política hasta cierto punto pactada entre gobiernos —aunque lo acordado haya sido simplemente “hacerse los de la vista gorda”— o al menos aprovechada por el régimen cubano para hacer algo que necesitaba desde hacía tiempo. Necesitaban renovar y reforzar sus grupos de influencia, sobre todo en la Florida, donde, por una parte, reforzaría esa ficción de que no existe una migración política, sino económica, y por la otra, aumentaría sus redes de espionaje y de testaferros para el lucrativo negocio de envíos a Cuba y remesas.
Pero, sea lo que sea, el más reciente caso al igual que los demás, fabricados o no por la inteligencia cubana, nos obliga a pensar en cuán profunda y letal es la crisis que atraviesa el régimen cubano ya para que ocurra este tipo grave de deserciones y rupturas o ya para que, por desesperación, acudan a esta estrategia de “invasión silenciosa”. Pues implica a lo interno enviar un mensaje que puede ser interpretado como debilidad, como resquebrajamiento del poder, pero sobre todo escasez de serviles y fieles.
Mucho más peligroso a lo externo porque una veintena de gallos destapados en menos de un año, habiendo entrado todos a los Estados Unidos casi al mismo tiempo, es casi como una declaración de guerra.
Más preocupante resulta cuando tales revelaciones, como la del expiloto, los exsecretarios del PCC, los exdirigentes de la UJC y demás destapes, surgen alrededor del proceso contra el exviceprimer ministro Alejandro Gil, y el resto de las destituciones —más o menos graves— que llevan por común denominador la deslealtad, la traición más que la corrupción, que solo es el pretexto para disfrazar aquello que es solo un asunto de “discrepancias” política e ideológica.
No se ha dicho ni se sabe nada en claro más allá de lo que ocurre a puertas cerradas en el tribunal, pero no dudo —porque los rumores son demasiado fuertes entre algunos funcionarios y empresarios extranjeros en la Isla—, que detrás de la acusación de “espionaje” contra Alejandro Gil apenas hay una historia de discrepancia con los métodos y estrategias para reflotar la economía cubana y, en ese sentido, de mucha ingenuidad por parte del ex ministro de Economía, en su idea de que era posible desplegar iniciativas propias —algunas sugeridas como “para ayudar” por algunos de estos empresarios, la mayoría españoles, canadienses y hasta cubanoamericanos— y que luego, de tener éxito, le reconocieran el mérito.
O no. Pero se conformaba, Gil, con sus buenas relaciones y mejores iniciativas, con convertirse en un imprescindible como lo fue Ricardo Cabrisas, o como lo sigue siendo Manuel Marrero Cruz, que en gran medida debe su larga supervivencia a su extensa red de relaciones personales con empresarios extranjeros. La que supo tejer primero desde GAESA y después desde el Ministerio de Turismo pero, ¿qué es lo que, habiendo hecho casi exactamente igual, convierte a uno en imprescindible y al otro en espía?: el permiso de hacerlo, y asumirlo como una misión, jamás como iniciativa.
Las iniciativas personales, vengan de donde vengan, para la dictadura cubana son traición, y estas jamás son toleradas, y muy pocas veces logran realizarse, y uno de los mejores ejemplos es el del excanciller Roberto Robaina, que como los demás que han salvado el pellejo, entendió las reglas del juego y, por tanto, que era más saludable no boconear. Que cuando te dicen “estás fuera” solo queda irse con la cola entre las patas.
Para el castrismo, aquel que ellos deciden agregar como pieza a su juego, más cuando lo hace entre las principales del tablero, lo hace aceptando que no existe lugar para “iniciativas”, que hay un guion y que todo consiste en seguirlo al pie de la letra. Que nadie pacta, declara, piensa, lucra o emigra, nadie “traiciona” sino es como misión encomendada, y que toda acción violatoria lleva una reacción condenatoria.
Así, por ejemplo, si el defenestrado Otto Rivero hace una directa sobre el mal servicio en Galerías de Paseo no es por “iniciativa”, sino porque alguien le ha dado el permiso de hacerla; ni ese expiloto, aún sin haberse secado la sangre de aquella otra misión encomendada, llegó a Miami si alguno de sus jefes en Cuba antes no le permitió salir, quizás hasta sabiendo que lo dejarían entrar.
De haber sido iniciativa personal ninguno de los hoy destapados hubiera logrado escapar de Cuba, como tampoco han salido “sin permiso” ninguno que no deba estar allá si no es porque hay segundas intenciones de aquí. Ni hijos de papá, ni nietos y nietas de abuelo, ni el amigo del zángano real que demasiado rápido se convirtió en empresario ni cualquiera que diga que solo ahora, cuando es demasiado tarde, ha descubierto que el castrismo es una gran mentira porque de seguro estará fingiendo, porque es lo mejor que saben hacer.
Todos debieran ser regresados. Desde el expiloto, la exjueza y el exdirigente hasta el más insignificante comunista arrepentido. Porque sean parte de una desesperada y oportunista estrategia de penetración del “enemigo” o de una verdadera ruptura al interior del régimen, ambas posibilidades dejan ver que la dictadura está cayéndose a pedazos, y si sobre las cabezas de alguien debería caer ese cadáver putrefacto es sobre la de los mismos que lo alimentaron en vida.








