En el contexto actual de crisis ambiental se observan cada vez más los efectos locales del cambio climático, en combinación con la modificación gradual y pérdida de los ecosistemas por el auge de la actividad humana con fines intervencionistas o extractivistas. Las manifestaciones regionales del problema ambiental y sus respuestas locales ameritan miradas centradas en el tipo de particular de relaciones humanas que cada grupo poblacional ha forjado culturalmente con el medioambiente, a través de sus facetas sociales, económicas, políticas, afectivas, etc. En estos esfuerzos, una de las discusiones más reiteradas es hasta qué punto el antropocentrismo, conceptualizado de diferentes formas, como el Antropoceno, estaría marcando una única ruta, anclada en la cultura occidental, para explicar las rupturas ecosistémicas que caracterizan las distintas experimentaciones del “fin del mundo” bajo la crisis planetaria[1].
En el ámbito específico de las utopías tecnológicas del “socialismo real” del siglo XX[2] los megaproyectos de transformación del medioambiente han tenido un impacto socioeconómico y ecológico a largo plazo. Hasta la caída del bloque de Europa del Este y la Unión Soviética, entre 1989 y 1991, una postura más o menos sostenida era que el deterioro ambiental no tenía cabida bajo las relaciones económicas anticapitalistas por la ausencia de relaciones mercantiles sobre los llamados recursos naturales.[3] Después del colapso, los estudios académicos exhibieron las formas en que los modelos desarrollistas del socialismo habían generado sus propios problemas ambientales, con impactos regionales y locales diferenciados.[4] Como muestra el acercamiento más recientemente de Elena Kochetkova, en su libro The Green Power of Socialism. Wood, Forest, and the Making of Soviet Industrially Embedded Ecology (MIT Press, 2024), las relaciones históricas de los países socialistas con el medioambiente demandan esfuerzos interdisciplinarios para reconceptualizar las certezas o convenciones, más o menos sostenidas, en torno a las transformaciones antropogénicas de los ecosistemas.
En la antropología ambiental,[5] el capitalismo aparece con regularidad como el mayor responsable de los problemas ambientales, al punto de discutirse sobre la posibilidad de un Capitaloceno, entendido como la metáfora de una era modificada por el impacto ambiental específico de las relaciones capitalistas, más que de cualquier otra actividad humana[6]. Aunque es más conocido el deterioro ambiental producido a escala planetaria por la acumulación, el extractivismo y la mercantilización inherente a la superproducción capitalista, habría que interrogar también qué impacto produjo el “socialismo real” y sus transferencias tecnológicas a los países del bloque. Si se conviniera en que el capitalismo no proporciona un modelo único y empíricamente abarcador para explicar el origen de todos los problemas ambientales, la pregunta para ventilar en lo adelante sería: ¿a qué lógicas de sentidos y procesos históricos respondieron los problemas ambientales bajo el socialismo, si estos escaparon de la mercantilización capitalista?
A pesar del impacto académico de obras que advirtieron sobre la degradación de los ecosistemas a causa de la actividad humana, como Primavera silenciosa de Rachel Carson, publicada originalmente en 1962, los debates internacionales e instrumentos del derecho y las políticas públicas en materia ambiental, no cobraron auge hasta las décadas de 1970 y 1980. A partir de la Cumbre de Estocolmo, en 1972, la organización de conferencias mundiales sobre el medioambiente abrió un espacio para la elaboración de declaraciones, convenios, planes de acciones y conceptos. Entre estos, el desarrollo sostenible ofreció los lineamientos orientadores para las cumbres y programas ambientales, a partir de 1987.
La Guerra Fría marcó también el ámbito de las políticas ambientales. Mientras que los países capitalistas se centraron en el desarrollo sostenible, el bloque socialista apostó por el concepto de educación ambiental y la celebración de sus propias cumbres. La primera fue el seminario internacional de Yugoslavia en 1975, en donde los países elaboraron la Carta de Belgrado, seguido por la conferencia intergubernamental de Tbilisi (República Socialista de Georgia), en 1977, cuyos documentos permanecieron como las bases esenciales de la educación ambiental hasta el advenimiento de la educación para el desarrollo sostenible, en las cumbres de Río de Janeiro en 1992 y Johannesburgo, en 2002.[7]
A pesar de los avances, el ecosocialismo industrial prevaleció como el modelo de ecología política por excelencia del socialismo, basado en la extensión de la industrialización en áreas ocupadas por bosques. Quienes han evaluado las políticas ambientales soviéticas, caracterizan este modelo en términos de ecocidio.[8] Aunque para Elena Kochetkova este término tiende a descartar los beneficios regionales del modelo, como los planes de reforestación. Sin embargo, este mismo modelo causó rupturas ecológicas, como la desecación del Mar de Aral con fines de desarrollo de la industria algodonera y la posterior contaminación del lecho, por su uso como campo de pruebas nucleares.[9]
En sintonía con la gran aceleración registrada en la segunda mitad del siglo XX,[10] los ecosocialismos industriales construyeron la noción de “conquista de la naturaleza” a través de una “transformación racional” en beneficio del ser humano . La premisa básica era que el ser humano pusiera “a su entero servicio las fuerzas y los recursos naturales”[11] valiéndose de la ciencia y la tecnología.[12] Sin embargo, hay autores que remarcan estas premisas como una representación distorsionada del marxismo por parte del socialismo de Estado, al atribuir una confianza ilimitada en el ser humano y el progreso. Un ejemplo de los límites ambientales de los ecosocialismos fue la Campaña de Tierras Vírgenes, en donde la extensión del modelo de agricultura intensiva trajo consigo la utilización de maquinarias pesadas sobre la tierra, a través de la puesta en práctica de las “tecnologías de bulldozer”;[13]una tecnología practicada también bajo el capitalismo y que causó un impacto ambiental notable en otras regiones, como muestra William Cronon en el caso de la transformación del paisaje natural en Chicago y la creación de una naturaleza industrial.[14]
En términos conservacionistas, uno de los hitos mayores de los ecosocialismos fue el Plan Stalin para la Transformación de la Naturaleza, cuya meta era la reforestación.[15] No obstante, la necesidad estatal de preservar los bosques respondió a la clasificación de los árboles como “recursos forestales”, los cuales debían ser protegidos por su valor político, semejante al gas, el petróleo y el carbón, en calidad de reserva estratégica de madera y combustible para la industria de guerra. La abundancia de bosques crearía una impresión de “estabilidad económica” en el futuro,[16] además de ser eventualmente racionados y tomados como un índice de disponibilidad de materias primas para los planes económicos del futuro.
A pesar de que no puede hablarse de un ambientalismo consolidado, a finales de la década de 1980 se llevaron a cabo revisiones de los ecosocialismos industriales. Sin embargo, a nivel de la macroestructura política, el medioambiente seguía estando al servicio de la economía y la industria, como una reserva natural del socialismo de Estado. Solo en la medida en que el sistema político del socialismo avanzara serían corregidos los focos de contaminación[17] ya que los problemas ambientales eran considerados distorsiones del socialismo y propios del capitalismo,[18] debido a la ausencia de las contradicciones antagónicas del mercado, entre los intereses privados de empresas e individuos y los colectivos de la nación y la población.
Los megaproyectos de geotransformación
Los ecosocialismos industriales fueron transferidos tecnológicamente a otros países socialistas, como Cuba, a través de los megaproyectos de geotransformación, desarrollados en las décadas de 1960 y 1980, con la prioridad de salir del subdesarrollo.[19] De esto modo, los debates en torno al subdesarrollo tuvieron también una dimensión ambiental, escasamente sistematizada hasta el presente. El autor del concepto de geotransformación, Antonio Núñez Jiménez,[20] asentó el término como una crítica al determinismo colonialista y al fatalismo geográfico atribuido a la condición insular. Ante la urgencia de salir del subdesarrollo, la mayoría de los megaproyectos de la geotransformación se dirigieron a la industrialización del sector agropecuario, como muestran los casos del Cordón de La Habana, el Plan Voluntad Hidráulica, el Plan Cuenca Lechera y otros que fueron suspendidos o no pasaron de sus fases iniciales de ejecución.[21] Para ello, las ecologías políticas del socialismo en las primeras décadas de la Revolución colocaron al ser humano como el protagonista de la transformación; una época referida hasta los años noventa como de “luces y sombras” [22] en materia ambiental.
Las paradojas de la geotransformación se observan en la repoblación forestal. Mientras que unas áreas del Oriente del país –como las riberas de los ríos Cauto y Toa– fueron reforestadas, en otras, como las periferias habaneras, las llanuras de Camagüey o en el propio Cauto, el despoblamiento de montes fue una práctica seguida ante la extensión del modelo de agricultura intensiva y mecanizada. Un modelo que demandaba espacio para las operaciones de los tractores, buldócer, cosechadoras y otras maquinarias pesadas. En función del proyecto económico, la repoblación forestal fue presentada como un campo que prometía “extraordinarios frutos para la economía y para el bienestar de nuestro pueblo”.[23] Las crónicas de prensa de los años sesenta anunciaron el desmonte con fines agrícolas a través de retóricas basadas en metáforas de guerra, como: “una invasión para liberar a la economía” o dirigida al “ataque del monte” .[24] El siguiente extracto ofrece un testimonio sobre la Brigada Invasora Che Guevara, dedicada al desplazamiento de árboles, arbustos y malezas: “Más de mil caballos de fuerza mancomunados por un cadena doble de 120 metros atacan: el monte cruje, se derrumba con estrépito. Che Guevara avanza. La Brigada Invasora de más de mil doscientos hombres y 159 máquinas desmonta y desbroza 4 mil caballerías en el Cauto, tres cuartas partes .de las cuales serán dedicadas a la siembra de arroz y el resto a algodón y kenaf. Un gran campo de batalla de una nueva guerra […] El monte cimbra por el impacto. Árboles enteros, de apretada nervasón se desencajan ante el furioso empuje”.[25]
De acuerdo con las retóricas de la geotransformación, en una “sociedad socialista” el hombre que se considere “moderno” debía tener la capacidad de hablarle a la naturaleza y esta obedecerle. Así, el llamado “hombre nuevo” de dicha sociedad –conceptualizado por el Che Guevara en 1965– debía aspirar también a “dominar la naturaleza”,[26] ante la urgencia de que: “a menos que no conquistemos la naturaleza, la naturaleza nos conquistará a nosotros”.[27] A pesar de que algunos especialistas se refieren a “bruscas alternaciones” y modificaciones de “corte negativo”,[28] el impacto de la geotransformación es un área con escasos estudios[29]. Pero sobre todo, se desconocen las escalas locales en que las relaciones antropogénicas gestadas durante esta época pudieron haber contribuido a la naturalización de relaciones ambientales degradantes del medio o su reflejo en el impacto ambiental de la Revolución sobre las relaciones entre lo urbano en el campo y lo rural en la ciudad.
Uno de los megaproyectos de geotransformación que ejemplifica estas paradojas y caracteriza la transferencia tecnológica de los ecosocialismos industriales fue el Cordón de La Habana, sobre todo, de acuerdo con sus semejanzas al Plan Stalin para la Transformación de la Naturaleza. Este adaptó el modelo Thünen de los cinturones verdes con intensidad productiva decreciente y su complemento con obras de infraestructura hidráulica.[30] La división por anillos de sembrados agrícolas se dirigía a la siembra intercalada de café, legumbres y hierbas para el pasto animal. La infraestructura tecnológica incluyó la construcción de presas, viveros, cochiqueras, establos, gallineros, canales de concreto para transportar el agua, carreteras y autopistas, como la nombrada Primer Anillo de La Habana. La paradoja de la geotransformación se repitió en la escala interna del Cordón: a la vez que se sembraron árboles frutales y citrícolas, se talaron otros que estorbaban el paso de los tractores, buldóceres y sistemas de riego.[31]
Si bien el objetivo técnico de este megaproyecto era extender un modelo de plantaciones agrícolas en las periferias de la capital, perseguía un rol político adicional, en semejanza a los ecosocialismos industriales. El Cordón fue presentado –casi en términos sociológicos– como un “movimiento de liberación para decolonizar la capital”[32] a través de la autosubsistencia con la introducción de cultivos en busca de la especialización regional, como el café Caturra y el frijol de Gandul. En sintonía con las retóricas nacionalistas, fue equiparado a otra guerra de liberación, esta vez, en contra del “colonialismo interno” de la ciudad capital; la “ciudad parásito, la ciudad burocrática, la ciudad pasiva”. A nivel antropológico, el Cordón sirvió también como ámbito experimental para la construcción del “hombre nuevo”, a través de las movilizaciones masivas de trabajadores a las labores agrícolas, bajo el modelo del “trabajo voluntario”, trasladado a gente de la ciudad, hasta dos y tres días por semana y sumando un total de 15 000 personas, trabajando solamente en el llenado de tierra de las bolsas de polietileno para la siembra de posturas.[33] Con esto, una de las aspiraciones era, precisamente, lograr la “igualdad” entre los habitantes del campo y los de la ciudad[34] o lo que se pudiera llamar la ruralización de lo urbano.
Al tiempo que los ecosocialismos industriales desaparecieron con la caída del “socialismo real”, la ecología política de la geotrasformación fue sustituida por la de una cultura de la naturaleza –un término acuñado otra vez por Núñez Jiménez–[35] y ante el advenimiento de la crisis económica del Periodo Especial, que impuso un freno al modelo industrialista de desarrollo. A pesar de los avances en políticas, leyes, regulaciones y programas sectoriales a partir de la década de los noventa, autores como Emilio Santiago Muíño[36] abren la interrogante sobre hasta qué punto este “reverdecimiento forzoso” renunciaría a las alternativas de desarrollo local –como la agricultura urbana y el autoconsumo– si llegaran a restablecerse algún día las condiciones materiales para continuar el modelo anterior, basado en la industrialización.
Segunda naturaleza del extractivismo
Si bien las modificaciones antropogénicas de los ecosistemas producidas por los ecosocialismos industriales del siglo XX no se comparan en la misma escala planetaria a las afectaciones del modelo de superproducción del capitalismo extractivista, las alternativas propuestas por las ecologías políticas del socialismo tampoco estuvieron más cerca de construir un tipo de relaciones más simétricas con el medioambiente. Lejos de las oposiciones binarias, dicotomías y antagonismos históricos entre ambos sistemas políticos, la lógica que los trasciende es el antropocentrismo exacerbado cuando se combinan las aspiraciones de desarrollo y el progreso; los principales baluartes occidentales del proyecto de modernidad.
Una de las características antropocéntricas de ambos sistemas es su confianza en el potencial transformador del ser humano a partir de su superioridad sobre otras especies. Como también, el tratamiento del medioambiente como un “recurso”, ya sea a disposición de las economías de mercado o de los planes económicos centralizados. En este punto, el extractivismo encuentra una segunda naturaleza en el socialismo, específicamente, en las ecologías políticas que apostaron por la industrialización y la geotransformación, a partir de sus propias utopías ambientales, como la transformación de la naturaleza, la cual incluye también la transformación sociológica y antropológica de las relaciones entre el campo y la ciudad y la del propio ser humano, como una nueva persona. Como mismo existe un capitalismo extractivista es posible enmarcar históricamente un socialismo extractivista, que distó de las economías de mercado, pero se nutrió del nacionalismo, de la política estratégica y las utopías tecnológicas del progreso económico e industrialización para el desarrollo.
Por tanto, el dilema de la crisis ambiental apunta hacia un cuestionamiento sobre qué tipos de relaciones estarían construyéndose hacia el futuro, más allá del capitalismo o el socialismo, si se continúa reproduciendo el patrón de las divisiones modernas de una sola naturaleza, entre componentes bióticos y abióticos o recursos renovables y no-renovables, en donde quedan incluidos los árboles, en lugar de ser vistos como agentes vivos no-humanos. En términos de Emilio Santiago Muíño:[37] “lo que podemos ganar o perder se podría resumir como sigue: si ese patrón civilizatorio que se denomina de modo muy genérico modernidad, que ha desarrollado rasgos perversos, pero también encarna promesas emancipatorias que debemos intentar cumplir, va a ser un patrón civilizatorio viable para el tercer milenio”. Con otras palabras, para enfrentar la barbarie que se nos viene en tiempos de catástrofes, hay urgencias que necesitan historias[38] e historias que necesitan ser contadas desde anclajes que trasciendan las dicotomías de la cultura entre el capitalismo y el socialismo y se vuelquen en una crítica del antropocentrismo implícito en esas segundas naturalezas del extractivismo.
Notas:
[1] Rosalyn Bold: Indigenous Perceptions of the End of the World. Creating a Cosmopolitics of Change, Palgrave Macmillan, Londres, 2019; Alessandro Questa: Montañas que danzan. Laboratorios maseual para el mantenimiento del mundo, Sb Editorial, Ciudad de México, 2023 y Oscar Ulloa: Sembrar agua. Reinvenciones de la defensa territorial en Xnizaa, Sb Editorial, Ciudad de México, 2024.
[2] De acuerdo con Paul Josehpson, en su libro Would Trostky Wear A Bluetook? Technological Uthopianism under Socialism, 1917-1989, The John Hopkins University Press, 2010, el “socialismo real” construyó sus propias utopías tecnológicas a través de sus relaciones con las maquinarias pesadas, como tractores, buldóceres, ensamblajes de acero y hormigón, etc.
[3] Sergio Díaz-Briquets y Jorge Pérez López: Conquering Nature: The Environmental Legacy of Socialism in Cuba, University of Pittsburgh Press, 2000.
[4] Algunos de estos estudios aparecen en: Miron Rezun: Science, Technology, and Ecopolitics in the USSR, Preager, 1996; Arvid Nelson: Cold War Ecology. Forest, Farm and People in the East German Landscape, 1945-1989, Yale University Press, 2005; Judith Shapiro: Mao’s War against Nature: Politics and Environment in Revolutionary China, Cambridge University Press, 2001.
[5] Sobre el estatus epistemológico de la antropología ambiental, cfr. Nora Haenn y Richard Wilk: The Environment in Anthropology. A Reader in Ecology, Culture and Sustainable Living, New York University Press, 2006; y de Helen Kopnina y Eleanor Shoreman-Ouimet, Environmental Anthropology Today, Routledge, New York, 2011.
[6]A propósito, cfr. Jason Moore: Anthropocene or Capitalocene? Nature, History, and the Crisis of Capitalism, PM Press, New York, 2016 y en la de Donna Haraway: Seguir con el problema: generar parentesco en el Chtuthuluceno, Consonni, Barcelona, 2019[2016]. Otras críticas a la acumulación del capital pueden verse en el libro de Anna Tsing: La seta del fin del mundo. Sobre la posibilidad de vida en las ruinas del capitalismo, Capitán Swing, 2021[2015].
[7] María Novo Villaverde: “La educación ambiental: Una genuina educación para el desarrollo sostenible”, Revista de Educación, 2009, pp. 195-217.
[8] Cfr. Murray Feshbach y Alred Friendly: Ecocide in the USSR. Health and Nature Under Siege, Basic Books, New York, 1991.
[9] Cfr. Shirin Akinner: “Environmental Degradation in Central Asia”, Economic Development in Cooperation Partner Countries from a Sectoral Perspective, 1993, pp. 255-263 y Douglas Weiner: A Little Corner of Freedom. Russian Nature Protection from Stalin to Gorbachev, University of California Press, 1999.
[10] John Mc Neill y Peter Engelke: The Great Acceleration: An Environmental History of the Anthropocene since 1945, Cambridge University Press, 2014.
[11] Oleg. N. Pisarshevsky: La conquista de la naturaleza, Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1962.
[12] Sobre las tecnologías soviéticas en materia Ambiental, cfr. Douglas Weiner: Models of Nature: Conservation and Cultural Revolution in Soviet Rusia, University of Pittsburgh Press, 1988 y Victor Wallis: Red-Green Revolution. The Politics and Technologies of Ecosocialism, Political Animal Press, Chicago, 2018.
[13] Para la expansión de estas tecnologías en contextos capitalistas, cfr. Adam Rome: The Bulldozer in the Countryside. Suburbal Sprawl and the Rise of American Environmentalism, Cambridge University Press, 2001.
[14] Al respecto, cfr. William Cronon: Nature´s Metropolis. Chicago and the Great West, W. W. Norton
& Company, New York, 1991.
[15] Stephen Brain: “The Stalin Plan for the Transformation of Nature”, Environmental History, n. 15, 2010, pp. 670-700.
[16] Stephen Brain: Song of the Forest. Russian Forestry and Stalinist Environmentalism, 1905-1953, University of Pittsburgh Press, 2011.
[17] Cfr. Charles Ziegler: Environmental Policy in the USSR, University of Massachusetts
Press, 1987.
[18] Stephen R. Bowers, “Soviet and Post-Soviet Environmental Problems”, The Journal of Social, Political and Economic Studies, vol. 18, n. 2, 1993, pp.131-158.
[19] Sobre la adaptación tecnológica del modelo de desarrollo soviético a otros países, cfr. Peter Rosset y Medea Benjamin: The Greening of the Revolution. Cubaʼs Experiment with Organic Agriculture, Ocean Press, La Habana, 1994.
[20] Antonio Núñez Jiménez, Geotransformación de Cuba, Fundación Antonio Núñez Jiménez y Editorial Científico-Técnica, La Habana, 2018 y Transformación de la naturaleza. Geografía de la población. Recursos naturales, Editorial Pueblo y Educación e Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1972.
[21] Entre los proyectos que registraron un escaso porcentaje de implementación y fueron cancelados en sus proyecciones, estuvo la desecación de la Ciénaga de Zapata para convertirla en un arrozal, la conversión de la bahía de Nipe en un embalse de agua dulce, el desarrollo de la agricultura submarina.
[22] Esta afirmación aparece en libro de Orlando Rey Santos: Fundamentos del derecho ambintal, ONBC, La Habana, 2012, p. 145.
[23] Cita extraída de la revista Cuba, mayo de 1967, p. 27.
[24] Citas tomadas de una crónica de la revista Cuba, diciembre de 1967, p. 12.
[25] Ibídem, p. 3.
[26] Sergio Díaz-Briquets y Jorge Pérez López: ob. cit, p. 14.
[27] Ibídem, p. 17.
[28] Orlando Rey Santos: “El medioambiente desde una perspectiva humana: notas sobre la cultura ambiental”, Catauro. Revista Cubana de Antropología, año 15, núm. 29-30, 2014, enero-diciembre, p. 31.
[29] Uno de los autores que ha indagado sobre esta época es Reinaldo Funes Monzote: Nuestro viaje a la Luna. La idea de la transformación de la naturaleza en Cuba durante la Guerra Fría, Editorial Casa de las Américas, La Habana, 2019.
[30] Consultar al respecto el texto de David Barkin: “Cuba: evolución de las relaciones entre campo y ciudad” Comercio Exterior, vol. 28, no. 2, febrero de 1978, México, D. F., pp. 135-143
[31] Como en el caso de otros megaproyectos, el Cordón no logró cumplimentar sus objetivos, en parte, debido al seguimiento de las siembras de tipo plantacionistas. Por ejemplo, el café Caturra fue sembrado en campos despoblados de árboles y carentes de humedad, lo cual contradice el hábitat natural de los cafetos.
[32] Reinaldo Funes: ob. cit.
[33] Estas y otras crónicas del Cordón pueden consultarse en la revista Cuba, marzo de 1968.
[34] José Mateo, “Pensar el ambiente”, Temas, n°3, 1995, pp. 70-87.
[35] Este concepto apuesta por una retórica de conservación a través de la patrimonialización de lo natural y forestal. Cfr. Antonio Núñez Jiménez: Hacia una cultura de la naturaleza, Fundación Antonio Núñez Jiménez de la Naturaleza y el Hombre, La Habana, 1998.
[36] Emilio Santiago Muíño: Opción Cero. El reverdecimiento forzoso de la Revolución Cubana, FUHEM, Madrid, 2017.
[37] Ibídem, p. 14.
[38] Sobre este tipo de posturas, cfr. Isabelle Stengers: En tiempos de catástrofes. Cómo resistir a la barbarie que viene, Futuro Anterior, Buenos Aires, 2017[2009] y Donna Haraway: ob. cit.