No Kings Day en Columbia, Missouri

    Columbia es una ciudad de unos 130 mil habitantes, en el estado de Missouri, donde los conejos no se asustan cuando la gente pasa a su lado. Parece que aquí nadie les ha dado motivos. Columbia es asombrosamente verde, limpia y tranquila. Todos sus espacios públicos están cuidados como si fueran la casa de una abuelita. Su vida, en gran medida, gira en torno a la Universidad de Missouri, una institución pública gigantesca, fundada en 1839, que se extiende por más de 500 hectáreas, acoge a unos 30 mil estudiantes de Estados Unidos y de decenas de otros países, y es el orgullo de los locales. Todos los edificios de ladrillo rojo o beige en el campus están rodeados también de verde. La Universidad de Missouri es, en sí misma, un jardín botánico con unas 700 especies, siempre debidamente identificadas, y unos seis mil árboles: pinos, robles, abetos, arces, cedros, cerezos, cipreses, sicómoros, entre otros. 

    Este sábado, la participación aquí en el movimiento nacional de protestas contra el presidente Donald Trump, popularizado bajo el nombre de «No Kings» («Sin Reyes), mantuvo ese espíritu de la ciudad. Cientos de personas se dieron cita a las 11 de la mañana en la Plaza del Palacio de Justicia del condado de Boone, al cual pertenece Columbia, para expresar su descontento con la manera en que el gobierno de Estados Unidos está tratando a la gente. Así me dicen, una y otra vez, varias de las personas con las que hablo. No siempre precisan a qué gente, pero sabemos que esa gente son los migrantes. Por todas partes hay carteles en favor de la diversidad y en contra de ICE, la agencia del Departamento de Seguridad Nacional que lidera los arrestos de inmigrantes indocumentados en todo el país y que se ha convertido para muchos en un símbolo de xenofobia, racismo y crueldad.

    Estos eran algunos de los mensajes en los carteles: «Permanezcan humanos, ámense unos a otros»; «Sin inmigrantes no habría Estados Unidos de América»; «La Constitución es más que la Segunda Enmienda»; «Yo prefiero mi hielo triturado»; «No Rey, Nunca»; «Los reyes no salvan democracias»; «Cuando la tiranía se vuelve ley, la rebelión se vuelve deber»; «¿Aún todas las vidas importan?»; «No reyes, no dictadores, no fascistas»; «Elige a un violador, espera ser jodido»; «El mal vence cuando las personas buenas no hacen nada»; «Soy alemán y sé cómo esto termina»; «Nadie debería ser enviado a un gulag en el extranjero»; «Trump es solo el rey de las noticias falsas»; «Tierra de los libres gracias a los valientes, no a los intolerantes»; «ICE no está por encima de la ley»; «Debido proceso para todos»; «Judíos por el cese al fuego ahora»; «Libertad para Palestina»

    Gordon March, miembro de un sindicato de carpinteros, sostenía un cartel en español: «¿Qué es esto? [¡]Fascista!». Permanecía sentado en un banco, y aun así erguido, protegiéndose del sol con una gorra de camuflaje verde. Su barba blanca llegaba casi hasta el pecho. Le pregunté si sentía miedo por lo que estaba sucediendo y me respondió que no: «Tengo 82 años. Estoy discapacitado. Es casi imposible que viva cinco años más. Me iré pronto. Me preocupo por ti. Me preocupo por todos mis amigos». Me contó que ha trabajado con personas de muchas partes del mundo —Canadá, Hong Kong, Nigeria, Irlanda—, y que en este momento piensa en todas esas personas. Pero insistió en que vino a protestar por todos los inmigrantes que están siendo irrespetados. «Este no es nuestro Estados Unidos. Aquí damos la bienvenida. La diversidad es nuestra fuerza. La inclusión es nuestra fuerza. No se puede desmembrar la sociedad, excluyendo a uno y a otro. Eso es fascismo», dijo. 

    A la izquierda de Gordon March, en el mismo banco, estaba sentada Sandra Bakki. Una madre de 40 años, vestida de negro. Detrás de ella, de pie, su hijo de 18 años. Su hijo es una de las tantas razones por las cuales se sumó a la protesta. «Mi hijo tiene necesidades especiales y algunas de las cosas que están sucediendo afectan y amenazan directamente su capacidad de ser considerado un ser humano», dijo. También le preocupan los ataques a las libertades y los inmigrantes. Ella nació en Missouri, pero viene de un padre noruego, y no está de acuerdo con que se menosprecie «el significado de ser inmigrante o de ser alguien con un color de piel diferente». No puede quedarse de brazos cruzados y no decir nada. 

    Del otro lado de Sandra Bakki, con una camiseta verde fosforescente, gafas de sol, un pañuelo en la cabeza con hojas de marihuana y un bastón de madera entre sus manos, está Danny Brennan, un padre de 62 años. Vino a apoyar a sus hijas, una de 21 y otra de 24 años, porque cree que la libertad de expresión se encuentra en peligro. «La cuestión fundamental es si este es un país libre para todos o solo para los ricos. Tenemos que alzar la voz, tenemos que alzar la voz». Cree que la protesta es un lugar para comenzar a dejar claro que no aceptan lo que está sucediendo. «La violencia es el último refugio de todos. Solo espero que la otra parte no presione hasta el punto de que tengamos que defendernos. No odiaré a nadie, pero no me rendiré ni me callaré».

    No Kings Day, en Columbia, Missouri, EE.UU.
    No Kings Day, en Columbia, Missouri, EE.UU. / Foto: Mónica Baró

    La inmensa mayoría de las personas en la protesta eran blancas, al igual que la inmensa mayoría de las personas con que me he cruzado en las calles de Columbia en los últimos 15 días, y todas con las que hablé dijeron haber nacido y/o vivido aquí casi toda su vida. Dos veces he ido a comer al Chipotle que se encuentra cerca de la Universidad de Missouri, y las dos veces encontré allí trabajadores blancos, jóvenes menores de 25 años, con cabello rubio, hablando en inglés. Hay un café dominicano que se llama Calle 8 y vende sándwiches cubanos donde sí he visto trabajadores hispanos, aunque no sabría si son inmigrantes o nacieron en Estados Unidos. Los datos oficiales confirman mi percepción: 72 por ciento de la población de Columbia es blanca; 12 por ciento, afroamericana, y el resto, asiática, mixta e hispana. Además, casi todos los residentes, 95 por ciento, son ciudadanos. 

    En las dos horas que permanecí en la protesta No Kings de este sábado no vi a nadie con banderas que no fueran de Estados Unidos o Palestina. (La oposición al genocidio de Palestina fue también una parte significativa de la jornada). Lo más cercano a una bandera mexicana que vi fueron las camisetas de color rojo, blanco y verde, con un letrero de «Mexico» en el pecho, que vestían dos muchachas descendientes de inmigrantes mexicanos nacidas en este país: Evelyn González, en Missouri, y Nataly Cedillo, en California. Ambas sintieron que era un deber protestar en representación de las personas que no pueden por miedo. «Ese es mi orgullo más grande: poder representarles no solamente a ellos sino también a mi familia, que vino aquí para darme una vida con más oportunidades y eso es una bendición», dijo González. 

    Aquí se votó azul. El condado de Boone, al cual la ciudad de Columbia pertenece, fue uno de los tres o cuatro que votaron a favor de Kamala Harris en las elecciones presidenciales de 2024 (de un total de 114 que integran el Estado). Missouri ha sido tradicionalmente republicano. No obstante, la protesta transcurrió sin tensiones ni altercados. Apenas encontré dos policías uniformados en el tiempo que permanecí allí. A cada rato pasaba algún carro que hacía ruidos para interrumpir a quienes cantaban o daban algún discurso desde el centro de la plaza, pero predominaron los que pasaron expresando su apoyo. No se marchó por las calles, como pudo verse en imágenes de otras ciudades estadounidenses. La gente permaneció reunida con sus carteles, tranquila, acompañándose en la indignación, como vecinos que se conocen de toda una vida.

    La única marcha que presencié fue una marcha silenciosa de unas 30 personas en solidaridad con Palestina, poco después de terminada la protesta contra Trump. Alzaban sus banderas y caminaban de un lado a otro por el centro de la ciudad sin decir nada, sin hacer otro gesto que no fuera un símbolo de la paz a los conductores de los autos en espera de que cruzaran la calle.  

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    3 COMENTARIOS

    1. Mónica, tu artículo es un buen ejemplo de cómo construir un relato emocional para defender una posición política sin entrar realmente en las implicaciones de lo que estás promoviendo.
      Comienzas describiendo la tranquilidad y la belleza de Columbia, un lugar limpio, seguro, donde incluso los conejos pasean sin miedo. Después, casi como un detalle menor, mencionas que el 72% de la población es blanca y que el 95% son ciudadanos. ¿De verdad no ves la conexión? Ese orden y estabilidad que tanto admiras no es fruto de consignas sobre diversidad, sino de un tejido social relativamente homogéneo, con valores compartidos, normas claras y bajo nivel de conflicto social. Justo eso es lo que empieza a degradarse cuando el Estado decide alterar de forma arbitraria quién entra, cuántos entran, bajo qué condiciones, y transforma la composición demográfica sin el consentimiento de quienes viven allí.
      La inmigración, tal como la presentas, es solo una cuestión de sentimientos: humanidad, diversidad, inclusión. Pero evitas discutir lo esencial: ¿quién tiene el derecho a decidir sobre las fronteras de una comunidad? ¿Los ciudadanos que la han construido o un Estado federal centralizado, cada vez más dominado por agendas ideológicas que buscan imponer transformaciones demográficas y sociales desde arriba?
      Vivir en Estados Unidos no es un derecho universal. Nadie tiene derecho automático a entrar en un país ajeno y exigir residencia, trabajo o ciudadanía. Los derechos, por definición, son negativos: nadie puede agredirte, robarte o esclavizarte. Pero eso no implica que alguien deba ofrecerte empleo, bienestar o acceso a los frutos de una sociedad que otros construyeron durante generaciones. Desear una vida mejor es legítimo. Exigirla por la fuerza, no.
      Además, se usa la palabra «fascismo» con una ligereza absurda. Fascismo no es que un país regule su inmigración o haga cumplir sus leyes. Fascismo es justamente lo contrario: la anulación de los derechos de los ciudadanos a decidir su destino, bajo la excusa de un supuesto bien colectivo superior. El verdadero autoritarismo es pretender que cualquier objeción a la política de fronteras abiertas es odio o xenofobia, cerrando así el debate legítimo sobre sus consecuencias económicas, culturales y de seguridad.
      Presentas esta protesta en Columbia como si representara un consenso nacional sereno. Pero omites tres verdades incómodas: primero, las elecciones fueron en noviembre, hace apenas unos meses, y el voto popular expresó de forma clara la voluntad de la mayoría de los votantes; segundo, Columbia es una burbuja demócrata dentro de un Missouri mayoritariamente opuesto a esas políticas; y tercero, muchas de estas protestas están organizadas y financiadas por grupos que buscan fabricar una imagen artificial de apoyo masivo, lo que hoy se conoce como astroturfing. No son expresiones espontáneas de millones de ciudadanos, sino montajes cuidadosamente organizados para imponer la idea de que solo existe una posición moralmente válida.
      Por último, intentas contrarrestar el caos y la violencia de manifestaciones anteriores mostrando ahora la «paz» de Columbia. Pero los problemas derivados de estas políticas migratorias (presión sobre los servicios públicos, deterioro de los salarios de los trabajadores locales, crecimiento de redes ilegales de tráfico y el choque cultural creciente) no desaparecen porque un grupo de vecinos sostenga carteles en una plaza limpia. La foto bonita no borra la realidad.
      Defender los derechos no es imponer desde arriba un proyecto de ingeniería social forzada, sino respetar la libertad de los ciudadanos existentes para decidir cómo quieren organizar su propia sociedad.

    2. A mí la idea de un rey siempre me gustó. Desde 1776, me pareció innecesaria la independencia. Yo hubiera sido de los firmantes de la Delcaration of Dependence, a los cuales la Revolución Americana ilegalmente les nacionalizó hasta el último centavo.

    3. Si a alguien le interesa, aunque lo dudo, saber que sucedió ese día en Columbia – MO puede mejor leer alguna reseña de algun periódico local. Por ejemplo, yo leí la del Columbia Missourian solo para contrastar lo que se cuenta en esta crónica. Resumiendo, se reunieron poco más de 1000 personas a las 11 AM y a la 1.30 PM ya no quedaba nadie. La demostración consistió en oir discursos, música en vivo, hot dogs y bebida. Según este medio, y cito, «amigos y vecinos se mezclaron mientras los discursos y la música en vivo llenaban el anfiteatro del palacio de justicia, haciendo que la protesta pareciera más una fiesta de barrio que una manifestación.» Nada, que en Columbia estamos deseosos de hanguear un poco aunque sea al mediodía.

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