LA HABANA.- Tiene un rostro que se muestra feliz pero en el fondo su mirada es triste; el cuerpo como lienzo para expresar sus vivencias; un tatuaje peculiar con la frase: “No hay peor guerra que la lucha contra uno mismo”. Lo primero que se percibe cuando lo conoces es su alta estatura y movimientos inquietos, sobre todo en las manos. Lo que no se ve es que Jorge aún está asistiendo a consultas y teme otra recaída.
Son 365 días limpio contra 5 475 consumiendo drogas. Un año parece poco para quien ha pasado 15 superado por las adicciones, pero para él cada día cuenta en esta batalla que libra contra sí mismo y que le ha dejado como secuelas trastornos de personalidad, daños psicológicos y médicos
Hoy, Jorge Calzada Ponce, o “el Yoyo”, como lo conocen, mantiene la bondad que lo ha caracterizado incluso en sus momentos más complejos “cuando era otra persona bajo los efectos”. A sus 35 años persigue metas laborales y personales, junto a su familia y su mayor tesoro: su hija Ashly, de dos años.
Las primeras malas decisiones
Desde muy pequeño, nacido y criado en Alamar, Jorge se describe a sí mismo como alegre y ocurrente, aunque también un poco impulsivo. En su entorno las cosas no marchaban bien: madre joven, problemas entre sus padres, pobreza.
“Recuerdo todo perfectamente. Cada día, durante mi niñez, la situación era difícil para mi madre y para mí. Tuve que comenzar a trabajar donde podía: a veces cargando, otras en una finca o en negocios. A los 13 o 14 años ya buscaba dinero. Tenía la maldad y, por desgracia, la libertad para hacerlo por la falta de atención de mi madre y sus salidas constantes. Pero también llegaron las malas compañías y los malos vicios: el alcohol, el cigarro. Siempre fui inteligente, sobre todo en matemáticas, pero era necesario hacer otras cosas. Era rebelde y dejé el pre en 12 grado, a escondidas. Es irónico: si no lo decía, mi madre ni se percataba”.
Sin embrago, fue tres meses después de cumplir 18 años cuando la vida de Jorge cambió. Eran las tres de la tarde y, al salir del trabajo, pasaba como siempre a visitar a sus abuelos.
“Recuerdo que mi abuelo dejaba el gancho puesto y no cerraba la puerta. Entré y comencé a saludar, pero sentí un estruendo. Cuando llegué al cuarto, era mi abuelo, tendido con una soga al cuello. Estaba vivo, yo lo sé. No pude salvarlo. No tuve la fuerza. Murió en mis manos, ahí, frente a mí, con 18 años”.
Después de eso Jorge se deprimió y sin el apoyo real de sus seres queridos, salvo una tía, todo empeoró. Empezó con fiestas y alcohol y terminó probando varios tipos de drogas. “Una vez al año no hace daño”, pensaba.
La etapa oscura
Tras años de adicción, Jorge pasó por muchas sustancias y etapas. Tomó decisiones que le costaron amistades, parejas, empleos, su libertad en ocasiones y hasta su propia salud.
“Para qué hablar. Al inicio era la marihuana; estuve como cuatro años consumiéndola. Para mí la menos dañina. Era fácil de conseguir en el barrio o en fiestas; costaba 5 CUC o 10 por mayor cantidad. Después tuve otro tiempo con el canto y la piedra, parecido al cristal. Para mí las más peligrosas. Vi personas morir por sobredosis. No son tan fáciles de conseguir y son más caras”.
Sus últimos consumos antes de desintoxicarse fueron del llamado “químico”, a 500 pesos o menos, y disponible en cualquier parque y a cualquier hora. “Esa es candela. No se sabe qué le echan. Depende de dónde venga”, responde el joven cuando se le pregunta qué contienen el químico.
La guerra contra uno mismo
Tantos años de adicción afectaron profundamente su vida, con daños irreparables: expulsiones de trabajo, pérdida de relaciones, conflictos callejeros, deudas, robos a su familia, detenciones, trastornos psicológicos e incluso un intento contra su vida. “Vi morir a otros y estuve a punto de morirme yo”.
“Un consejo: nunca se metan en ese mundo. Cuesta demasiado salir. Te consume el tiempo, la salud, el dinero, la vida. Hice tantas cosas que hoy trato de enmendar, gracias a mis seres queridos, que no me abandonaron nunca por muy difícil que fuera. Tengo trastornos de personalida que vivirán conmigo, problemas en el hígado, de sueño, ansiedad. No sé si esos síntomas irán desapareciendo con el tiempo”.
Hoy, aún en tratamiento, Jorge ha renacido como él lo llama. Trabaja, está sano y enfocado en su hija. Cuenta que encontró un camino en la religión y se ha aferrado a la fe.








