diciembre 8, 2025

Dólares y delirios para un pueblo desesperado

Si Ignacio Giménez sabe algo sobre los cubanos es tener bien identificado eso que los puede "movilizar" y hasta enloquecer.
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Foto: Cubanet

LA HABANA, Cuba. – Muchos pensamos que el más reciente delirio de Ignacio Giménez no tendría el “éxito” que tuvo pero hasta el Ministerio de Turismo se vio obligado a sacar una nota para frenar la turba de delirantes que, una vez más, como si no se hubiesen enterado de los engaños anteriores, se tomaron en serio al vejete y madrugaron —así como para comprar el pan de la libreta o rectificar el turno para la bala de gas— haciendo filas en las entradas de varios hoteles, reclamando los 1.100 dólares prometidos y, lo más asombroso, negándose a aceptar que una vez más fueron engañados.

Lo que pasó, apartando los sentimientos que puede provocar la enajenación, más que la ingenuidad de la gente que acudió, pudiera ser digno de una hilarante comedia, y quizás, ahora que son los días del terrorífico Festival de Cine de La Habana (siempre al servicio de la represión), los cineastas que viajaron a la Isla a buscar “inspiración” en los apagones, la basura acumulada, las enfermedades y el hambre, ya tengan mejor sustancia para ese guion —obligatoriamente surrealista cuando del castrismo se trata— que pudiera retozar con las estéticas de Luis Buñuel, de Titón, incluso con lo más tenebroso y caricaturesco de Tim Burton.

Se podrá decir que Ignacio Giménez es un loco, un “HP” sin alma y “sin casa”, pero habrá que aceptar, además, que ha sido “inspirador” —más para los memeros que para los cineastas—, aunque sus pretensiones de instigador, bajo el precepto de que “el fin justifica los medios”, hayan sido totalmente fallidas.

No porque, en principio, su engaño solo fuera eso, una tomadura de pelo o un delirio, sino porque su plan de sublevación —suponiendo por un segundo que en realidad lo tuvo—, si por un lado pretendía usar a su favor la pésima memoria de algunos cubanos y su naturaleza servil frente al poder —identificado por costumbre con lo senil—, por el otro ignoraba ese otro componente esencial que es la apatía política —derivada en gran medida de una “mediocridad inducida”—, padecida por la mayoría de los cubanos, sobre todo de las generaciones más “domesticadas” en la eterna “construcción del socialismo”, como consecuencia de haber creído durante más de medio siglo en las locuras y engaños de un vejete similar, que prometió y jamás cumplió cosas más imposibles de creer, y sobre las cuales circula por ahí más de una antología.

Engaños como los de producir más carne vacuna con el fin de superar a Brasil como exportador, o más naranjas que Florida, o tanta electricidad como para venderla a las naciones vecinas. Y aunque todo eso, junto o por separado, pesa, vale y se nos atraganta más que el regalo de 1.100 dólares, se lo creímos, y si no lo creímos se lo aguantamos, pero jamás nos sublevamos contra el jefazo mentiroso, ni contra el hermano que llegó prometiendo aperturas y vasitos de leche, ni contra el que lo reemplazó con peores mentiras, promesas y hasta órdenes de combate.

Contra los engaños y disparates de aquel otro gran timador, que murió tranquilo en Punto Cero, riéndose a carcajadas de esos mismos crédulos ahora convocados por Ignacio Giménez, han sido lanzadas durante años miles de alertas y advertencias —desmontándolos con cifras y documentos, con testimonios de víctimas y de secuaces—, sin embargo, a pesar de evidencias y confidencias, de ser ellos mismos en su profunda miseria el resultado de tanta mentira acumulada, persisten los tontos que imaginan un escenario económico diferente, mejor, ¡si Fidel Castro estuviera vivo!  

Esa deformación del raciocinio, como consecuencia de un prolongado trauma colectivo o un oportunismo casi en grado patológico, pudiera explicar esa reacción refleja, propia de un cardumen, en quienes acudieron a los hoteles a pesar de tanto llamado a la cordura en las redes sociales durante días, incluso con intervenciones directas y comentarios en el mismísimo muro de Ignacio Giménez, desenmascarándolo. 

Aun así la gente acudió a los hoteles, con esa misma puntualidad con que vemos, posiblemente a los mismos, asistir a los desfiles, marchas, mítines de repudio, trabajos voluntarios, guardias cederistas. Con similar resignación, maquillada de “felicidad”, con que acuden a recibir y aplaudir a Miguel Díaz-Canel cuando se cuela en sus propios barrios con más mentiras y nada de ayudas ni soluciones a los problemas.

Se fueron a los hoteles a exigir los dólares prometidos, pero entre ellos muy pocos alguna vez se atrevieron a plantarse frente a una institución del régimen a reclamar por cosas más importantes como un hijo o familiar preso de conciencia, por los salarios abusivos y los experimentos sociales, por los paquetazos económicos y los abandonos, por los enfermos sin tratamiento médico y por los que mueren por enfermedades desconocidas que tienen causas bien conocidas. Por el arroz que hace meses no llega a la bodega o por ese extraño “bloqueo”, que permite construir hoteles de lujo, vestir con ropa, zapato, relojes y carteras de marcas, pero impide reparar una termoeléctrica.

Si Ignacio Giménez —así como el otro desquiciado de verdeolivo con quien emula en perversidad— sabe algo sobre los cubanos (porque también lo es, a pesar de su acento peninsular), es tener bien identificado eso que los puede “movilizar” y hasta enloquecer, haciéndoles olvidar las mentiras anteriores, así sean las mismas de ayer y antier, repetidas. Enloquecerlos como masa moldeable hasta el punto justo, sin desembocar en rebelión, aunque sí en la decepción necesaria para reforzar en ellos la apatía.  

También sabe, como si lo hubiese aprendido en una Escuela del Partido o una academia del MININT, del arte de la distracción y, de paso, de cómo hacerle el juego a una dictadura, que gusta de esas comedias ligeras y esos guiones surrealistas —que estimula con toda mala intención—, para con ellos alimentar su discurso sobre unas redes sociales “malas”, engañosas, plagadas de odio. Se trata de una treta muy poco efectiva cuando en realidad el régimen necesita de mucho más que a locos como Ignacio Giménez para disimular la ya inestable montaña de mentiras sobre las cuales se sostiene.

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Efraín González

Bajo este seudónimo firma sus artículos un colaborador de Cubanet, residente en la isla por temor a represalias del régimen.