diciembre 8, 2025

Y, sin embargo, la gente fue

Por exceso de credulidad, desesperación, falta de sentido común, curiosidad o simple morbo, la gente fue a buscar la supuesta ayuda.
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Cubanos afuera de hoteles esperando la supuesta ayuda. (Fotos: Lázaro Manuel Alonso / Yosmany Mayeta)

LA HABANA, Cuba.- Dice un refrán muy popular que “cuando la limosna es mucha, hasta el santo desconfía”, pero si el santo es cubano, de seguro alarga la mano. Ello explicaría por qué tanta gente, menos de la que el influencer Ignacio Giménez hubiera deseado, pero más de lo que cualquier ser sensato hubiera podido esperar, acudió el pasado 6 de diciembre a varios hoteles de la Isla a reclamar la ayuda de 1.100 dólares (cifra picúa, como todo buen chiste) que, supuestamente, iban a repartir a cada cubano, carné de identidad mediante, para paliar los efectos del huracán Melissa. A pesar de que el meteoro pasó por el oriente del país, la convocatoria fue nacional, un detalle que pasó inadvertido ante el tentador cebo lanzado por Giménez, un español que, en los últimos años, ha hecho de la sociedad cubana (o lo que de ella queda) su juguete favorito.

Las autoridades no sintieron la necesidad de desmentir el bulo que circulaba en las redes sociales porque no creyeron que un pueblo al que le han quitado hasta el arroz con gorgojos que le daban por la libreta de racionamiento, daría crédito a semejante disparate. Sin embargo, la gente fue. Por exceso de credulidad, desesperación, falta de sentido común, curiosidad o simple morbo, pequeñas multitudes se aglomeraron a la entrada de hoteles de distintas provincias. Fue tal el alboroto, que el Ministerio de Turismo se vio obligado a desmentir la información a través de los medios oficiales. Horas más tarde, el propio Ignacio Giménez reconoció que había mentido y justificó su proceder con una frase que parece extraída del saco de artimañas verbales de Fidel Castro. “Miento porque os amo”, publicó en su muro de Facebook, y el entremés finalizó sin más consecuencia que un estado de desilusión masiva y un ataque de risa, o insulto mayúsculo, en la porción de ciudadanos que, desde el principio, advirtió que se trataba de una jugarreta.

Frustrados unos, divertidos los otros, ofendidos los menos, regresaron a la nueva normalidad del déficit cotidiano superior a los 2 mil megawatts, que tiene a más del 60 % de Cuba en la oscuridad. La experiencia, no obstante, dejó sus lecciones y algún que otro descubrimiento, como el grado de extrema enajenación en que viven quienes creyeron que un gobierno enfrascado en una batalla deshonesta contra los cubanos y su emigración para apropiarse de toda la moneda fuerte que circula en el país, va a poner millones de dólares en manos del pueblo al que lleva décadas desplumando metódicamente. Quienes se tragaron el cuento son los mismos que creen que el próximo año será mejor, que la culpa es del “bloqueo”, que Díaz-Canel no sabía nada y que con Fidel esto no pasaba.

Aun así, ingenuidades aparte, es inevitable reparar en lo rápido que se movilizó la gente para reclamar la supuesta ayuda, y la pereza que le da salir a las calles en paz a reclamar sus derechos. Si esos mismos grupos humanos hubieran acudido a las respectivas sedes del gobierno de cada provincia para exigir lo que verdaderamente merece la pena, hoy Cuba ocuparía titulares de peso en lugar de ser el hazmerreír de sus ciudadanos y, peor todavía, del régimen que la tiene al borde de la aniquilación.

Nadie duda de que el hambre, el miedo y la incertidumbre sobre un futuro abocado al fracaso, puedan provocar que algunas personas desvaríen; pero lo ocurrido el día 6 revela que una parte importante del pueblo cubano tiene más disposición para depender que para conquistar, y necesita desesperadamente un Mesías que reparta panes y peces mientras ellos miran y aplauden. A pesar de los apagones, cientos de miles estuvieron al tanto de la promesa del español, haciéndola volar de chat en chat, de boca en boca, mientras un puñado de almas se solidarizaba con el preso político Yosvany Rosell García, plantado en huelga de hambre por su inocencia y su derecho a recibir un trato humano en la cárcel. Los cubanos sí saben lo que sucede, solo que su interés está en función de la supervivencia, un acto legítimo que, sin embargo, ha ido adquiriendo sabor a pretexto, indolencia y descaro.

Si lo que pretendía Ignacio Giménez era movilizar a la gente por dinero para ver si, ya reunidos en el lugar convenido e irritados ante el desengaño, una cosa llevaba a la otra y sucedía lo que todos queremos que suceda sin mover un dedo, se llevó un fiasco. La libertad y la democracia se hallan en el extremo opuesto del limosneo. Pero si el español es, en realidad, un showman grotesco que le sirve al régimen para desviar la atención de la desgracia mayor que se cierne sobre nosotros y, en paralelo, atizar la desconfianza en las redes sociales, la misión fue cumplida de sobra.

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Ana León

Anay Remón García. La Habana, 1983. Graduada de Historia del Arte por la Universidad de La Habana. Durante cuatro años fue profesora en la Facultad de Artes y Letras. Trabajó como gestora cultural en dos ediciones consecutivas del Premio Casa Víctor Hugo de la Oficina del Historiador de La Habana. Ha publicado ensayos en las revistas especializadas Temas, Clave y Arte Cubano. Desde 2015 escribe para CubaNet bajo el pseudónimo de Ana León. Desde 2018 el régimen cubano no le permite viajar fuera del país, como represalia por su trabajo periodístico.