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          / enero-junio 2017
        
        
          Artículos técnicos
        
        
          /
        
        
          Conservación del patrimonio
        
        
          Cimbra
        
        
          do y casi un siglo después, en 1844, se
        
        
          crea en Madrid la Escuela Superior de
        
        
          Arquitectura.
        
        
          Por último, debemos también referir
        
        
          que es en este momento histórico cuan-
        
        
          do se crea, en 1854, el
        
        
          
            Cuerpo de Ayu-
          
        
        
          
            dantes de Obras Públicas
          
        
        
          (posteriormente
        
        
          Ingenieros Técnicos de Obras Públicas).
        
        
          Tres años después se funda la escuela
        
        
          del mismo título, tras el decidido impul-
        
        
          so del ministro ClaudioMoyano, alcalde
        
        
          que fue deValladolid en 1841 y rector de
        
        
          su Universidad en 1843.
        
        
          Este escenario general refleja el de-
        
        
          venir de la profesión con mayor prota-
        
        
          gonismo en la acción pública, no siendo
        
        
          hasta el siglo XIX cuando la ingeniería y
        
        
          la arquitectura divorcian sus destinos, ya
        
        
          como disciplinas independientes.
        
        
          Independientemente de esta parti-
        
        
          cularidad el nuevo espíritu decimonóni-
        
        
          co, innovador y ansioso por incorporar
        
        
          los nuevos avances de la técnica al arte,
        
        
          concita tanto a los ingenieros como a los
        
        
          arquitectos. Los primeros desafiarán a la
        
        
          “longitud”en la carrera hacia el mayor de
        
        
          los vanos. Al mismo tiempo los segun-
        
        
          dos encontrarán en la simbólica coartada
        
        
          del ascensor (en 1853 Elisha Graves Otis
        
        
          comienza a fabricar elevadores para pa-
        
        
          sajeros) la excusa perfecta para el sueño
        
        
          de la“altura”, que se empezara a mate-
        
        
          rializar en la Escuela de Chicago.
        
        
          Si es cierta la complejidad del des-
        
        
          linde entre la acción de la ingeniería y
        
        
          la arquitectura, no es menos cierto que
        
        
          ambas encuentran históricamente en
        
        
          los puentes una tranquilizadora conci-
        
        
          liación. Por este motivo hemos repre-
        
        
          sentado simbólicamente a ambas bajo
        
        
          los conceptos de “longitud” y “altura”,
        
        
          parámetros que en su combinación ci-
        
        
          ñen con precisión las decisiones en la
        
        
          construcción un Puente, pues son su
        
        
          “luz”y“gálibo”los responsables de sig-
        
        
          nificar su resultado, con independencia
        
        
          de su filiación disciplinar.
        
        
          Los puentes gozan de la considera-
        
        
          ción de “Monumentos”en el imaginario
        
        
          cultural occidental, trascendiendo de la
        
        
          mera construcción técnica. Así lo en-
        
        
          tendemos compartiendo la opinión con
        
        
          la expresada por don Lucio del Valle en
        
        
          su discurso de nombramiento honorífi-
        
        
          co como Académico de Mérito de San
        
        
          Fernando en 1844, titulado “Memoria
        
        
          sobre la situación, disposición y cons-
        
        
          trucción de puentes”. Destacamos esta
        
        
          posición por dos motivos muy singula-
        
        
          res. En primer lugar resulta extraordina-
        
        
          riamente significativa la figura de Lucio
        
        
          del Valle pues es arquitecto, académico
        
        
          de San Fernando y San Carlos, director
        
        
          de la Escuela de Arquitectura de Madrid
        
        
          (1868-1869), pero también e ingeniero
        
        
          de caminos y canales, y director durante
        
        
          tres años y de forma  simultánea, de la
        
        
          Escuela Especial deAyudantes de Obras
        
        
          Públicas y la Escuela de Ingenieros de
        
        
          Caminos desde 1865. En definitiva, don
        
        
          Lucio maridaba en su persona y vo-
        
        
          cación ambas disciplinas. En segundo
        
        
          lugar, es este ingeniero el responsable
        
        
          de decidir finalmente cual debe ser el
        
        
          Puente del Prado que terminará cons-
        
        
          truyéndose enValladolid.
        
        
          SiGLO XiX: nueVO cruce
        
        
          deL PiSuerGA
        
        
          Esta es la situación cultural espa-
        
        
          ñola de mediados del siglo XIX donde,
        
        
          tras haber reconocido brevemente a
        
        
          las disciplinas de la ingeniería y la ar-
        
        
          quitectura e identificado a personajes
        
        
          como Claudio Moyano y Lucio del Va-
        
        
          lle, surge la iniciativa del Ayuntamien-
        
        
          to deValladolid para la construcción de
        
        
          un nuevo cruce del  Pisuerga en 1851,
        
        
          convirtiéndose la obra del Puente en
        
        
          punto extraordinario de confluencia de
        
        
          todas las circunstancias señaladas.
        
        
          El puente resulta apadrinado por
        
        
          la reina Isabel II en 1852 ordenando
        
        
          su construcción con cargo a la Admi-
        
        
          nistración, y quien años más tarde de-
        
        
          berá intervenir nuevamente, a petición
        
        
          del Ayuntamiento, para retomar unas
        
        
          obras paralizadas (5 marzo de 1858)
        
        
          hasta su finalización en abril de 1865.
        
        
          El consistorio redacta y participa con
        
        
          diversos documentos cruzados con el
        
        
          Ministerio de Fomento en la reivin-
        
        
          dicación y construcción de la infraes-
        
        
          tructura, en una época coincidente con
        
        
          Claudio Moyano como responsable
        
        
          de esta cartera en los años 1853, 1856,
        
        
          1857 y 1864, fechas todas estas que
        
        
          abrazan los avatares del Puente valli-
        
        
          soletano. Seguramente los históricos
        
        
          vínculos de don Claudio con la ciudad,
        
        
          apoyarían decididamente las iniciativas
        
        
          municipales. El Puente, que debe sal-
        
        
          var las dos orillas del río Pisuerga en el
        
        
          extrarradio de la ciudad y en las proxi-
        
        
          midades del Monasterio del Prado.
        
        
          El proyecto inicial redactado en
        
        
          1851 por el ingeniero D. Andrés Men-
        
        
          dizábal Urdangarín (ingeniero que ya
        
        
          había proyectado y ejecutado cerca de
        
        
          Valladolid, en Dueñas, otro en 1845,
        
        
          No es hasta el siglo XIX cuando la
        
        
          ingeniería y la arquitectura divorcian
        
        
          sus destinos, ya como disciplinas
        
        
          independientes