En Short Summer (2025), su ópera prima de ficción, la cineasta rusa Nastia Korkia sitúa a su protagonista, una niña de ocho años, en el vértice de varias formas de pérdida y ruptura. El trasfondo de una guerra, la disolución de un matrimonio y el abandono de la casa familiar convergen en una obra que resulta, al mismo tiempo, un retrato impresionista de la infancia y una serie de paisajes minuciosos en los que transpira un malestar social.
Tras su estreno en la Giornate degli Autori del Festival de Venecia, donde se alzó con el León del Futuro al Mejor Debut, y un exitoso recorrido por algunos de los eventos cinematográficos más importantes del mundo, converso con su directora sobre las motivaciones personales y el proceso creativo del filme.
¿Podrías hablar del primer impulso detrás de Short Summer? ¿Hubo un tema, alguna imagen o experiencia personal que despertara el deseo de hacer esta película?
En realidad, sí hubo una chispa muy extraña relacionada con un recuerdo de mí misma mirando fijamente al sol. Tenía unos 9 años, era temprano en la mañana y mi abuela preparaba gachas de avena en la cocina. Verano. Recuerdo vívidamente que sentía un deseo inmenso de intentar compartir mis sentimientos, de retratar mi propio mundo. Espero haberlo logrado, de alguna manera.
Más tarde, el proceso de escribir el guion de esta película se convirtió en una colección de recuerdos míos, de mis amigos y del coautor, Mikhail Bushkov. Lamentablemente, incluso el hombre del abrigo azul es un recuerdo de la niñez de uno de mis amigos. Y el impulso principal durante todo el proceso de escritura fue meditar sobre la infancia, así como el deseo de comprender mejor cómo eran las cosas entonces y cómo mi país llegó al lugar en el que está ahora.
Short Summer está ambientada durante la Segunda Guerra de Chechenia, hace aproximadamente dos décadas, pero se hizo y estrenó durante la actual invasión de Rusia a Ucrania. ¿Cómo concebiste la alusión a ese conflicto pasado en diálogo con el presente? ¿Revisitar esa guerra anterior a través de la memoria y la ficción ha cambiado tu entendimiento de lo que sucede ahora mismo?
Absolutamente. Creo que el paralelismo entre las guerras es bastante obvio. Para mí era importante crear un mundo donde los espectadores pudieran perderse un poco e incluso confundir una guerra con otra. Sentí que eso daría una perspectiva más amplia y mostraría que la guerra actual es una consecuencia de lo que ocurrió entonces en Chechenia.
¿En qué circunstancias se rodó la película? ¿Podrías describirnos brevemente su proceso de producción?
Rodamos la película en Serbia. Sus localizaciones principales se encuentran en los alrededores de Belgrado, Perlez y la ciudad minera de Bor. Fue un proceso muy difícil de búsqueda de locaciones y rodaje. Serbia no se parece en absoluto a Rusia. Y nuestro equipo de producción, mi querido director de fotografía Evgeny Rodin y los diseñadores de producción Nikita Evglevski y Alisa Solovieva hicieron un trabajo increíble. Se esforzaron mucho para conseguir un aspecto y una sensación auténtica del Sur de Rusia rodando en Serbia. Espero que lo hayamos logrado. Al menos me complace especialmente cuando rusos del sur se acercan después de una proyección y comparten que les resultó auténtico.
Tengo una fuerte formación documental, así que soy bastante pesada e insisto en que todo se sienta correcto. No que parezca, sino que se sienta. Otra cosa es el diseño sonoro: casi todo fue regrabado y usamos bastantes sonidos de librerías rusas. Vacas rusas, cuervos rusos, perros rusos. Hablan en otro idioma. Así que era importante trabajar extensamente el sonido en la postproducción.
Llevas viviendo fuera de Rusia algunos años. ¿Cómo influyó esa distancia y la experiencia diaspórica en general en la creación de esta película?
Creo que esta película se volvió más nostálgica, porque no solo estaba reviviendo mi infancia, sino también sintiendo añoranza por mi hogar. Por otro lado, creo que la distancia ayuda a observar la historia de una forma más objetiva y a verlo todo de manera más condensada. Todavía trato de evitar pensar que soy parte de la diáspora, pero probablemente es inevitable.
La película alterna constantemente entre distancia y cercanía: tomas abiertas y contemplativas del paisaje y primeros planos casi táctiles, especialmente de la niña protagonista y sus amigos. ¿Cómo diseñaste esta oscilación entre distanciamiento e intimidad en términos visuales?
Para mí, la combinación de ambas cosas es lo más natural. Cuando noto que algo sucede, normalmente es algo poco visible en la distancia, ¿no? Es raro que algo suceda justo frente a nosotros en la vida real. Por otro lado, cuando mis abuelos se peleaban, o cuando yo me sentía confundida o perdida en mi infancia, solo recuerdo primeros planos. Recuerdo mirar fijamente algo justo delante de mí. ¿Quizás las flores bajo el pedazo de vidrio en el suelo?
¿Cuál fue tu enfoque para filmar la infancia? ¿Qué intentabas capturar o evitar al asumir la perspectiva del mundo de una niña de ocho años?
Solo intentaba ser fiel a mi propia sensación de la infancia. Quería capturar el ritmo lento del tiempo cuando eres niño. El aburrimiento del verano. El anhelo de que algo suceda. Quería capturar el tiempo en sí. Si era posible. También quería capturar cómo gran parte de la infancia transcurre en conversaciones sobre sensaciones, sentimientos, el descubrimiento del mundo que nos rodea. Nada concreto, solo la necesidad de dar nombres y entender la vida alrededor.
¿Cómo fue el proceso de casting y de trabajo con los actores, especialmente con los más jóvenes?
Tuve mucha suerte con todo mi reparto. Maiia Pleshkevich, quien interpreta a Katya, es una actriz nata. Es bailarina de ballet y entendió muy pronto que debía vivir a un ritmo bastante lento durante toda la película, así que lo abrazó. Sin hablar mucho del tema, Maiia sintió cómo debía ser. Y los otros niños también la siguieron. Hice un casting bastante extenso para encontrarlos, alrededor de cien se reunieron conmigo en Belgrado. Todos ellos con sus padres habían abandonado Rusia tras el inicio de la guerra. Cuando vi a Maiia supe de inmediato que tenía que ser ella, sin duda.
Al principio había diálogos escritos, y los niños los memorizaban muy rápido, era impresionante lo fácil que les resultaba. Sin embargo, el problema era que sonaba artificial, no lo vivían realmente. Así que eliminé la mayoría de los diálogos y les pedí que simplemente improvisaran y compartieran lo que sentían y percibían, especialmente en la escena de la tubería de desbordamiento y en la escena del diente. Por cierto, el diente es real: Maiia realmente le sacó el diente a Lesha. Estaba orgulloso de ambos. La forma en que se comportaron y cómo me ayudaron en el set cada minuto fue impresionante.

¿Te propusiste retratar la pérdida gradual de la inocencia en medio de una convergencia de fracturas íntimas e históricas?
Para mí era importante retratar cómo tantas cosas suceden en paralelo en la vida: mientras hay un divorcio y los tanques pasan, los niños siguen jugando al fútbol. Sin embargo, inevitablemente esos universos paralelos se encuentran en algún punto, como ocurre en la película. Al final, los niños son quienes más sufren por la guerra. La absorben como esponjas y crecen con una perspectiva particular sobre todo lo que los rodea después de ello.
Desde su estreno en Venecia, ¿cómo ha sido recibida la película en los distintos países donde se ha presentado? Probablemente será muy difícil, pero ¿hay planes de exhibirla en Rusia?
Honestamente, estoy sorprendida de lo bien que ha sido recibida la película. Además de los premios en Venecia y Chicago, lo que más me inspira es el público que se acerca a mí después de la proyección y continúa preguntando incluso después del Q&A. Hay personas de países muy diferentes, como China o Estados Unidos, que me dicen que les recordó bastante a su propia niñez. Para mí este es el mayor elogio: saber que no solo conseguimos mostrar cómo fue la nuestra, sino también construir un puente hacia la infancia de otras personas.



