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The Feeling + Positive Project: frente a la caja cubana uno no puede moverse

Conocidos y desconocidos, oriundos y foráneos, exitosos y desdichados, no importa quién hayas sido o quién vas a llegar a ser, el par de fotógrafos cubanos te sienta frente a la caja cubana y susurra: no te muevas.

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Miami, 30 de noviembre de 2025. La Fundación Aluna y el Observatorio de Fotografía de Miami ofrecen su Residencia de Artista al proyecto de fotografía de calle The Feeling + Positive Project, formado por los fotógrafos cubanos Juan Carlos Alom y Geandy Pavón. El proyecto consiste en retratar personas con una cámara minutera construida por ellos mismos, a la manera de los fotógrafos callejeros del siglo pasado y del antes pasado. Con duración de dos meses, los negativos y positivos, más una breve muestra del trabajo personal de cada uno, se exhibirán en la última sala del patio, a la derecha, a lo largo del mes de diciembre y del mes de enero.

El revelado es a la intemperie, asombroso y sagaz. Ocurre ante nuestros ojos enlentecidos e incrédulos. La magia en la cámara oscura sucede como un poema, a través de un proceso químico devenido en lenguaje, mientras conversamos o nos reímos sin pensar en lo que está pasando. Valdría la pena pensar en lo que está pasando. Lo que está pasando se parece a Dios. Geandy Pavón agita su brazo dentro de una boca de lobo que es el estómago de la cámara. Al sacar la mano, aparece una imagen.

The Cuban Box. Ha sido llamada así y cada domingo se despliega, abriéndose y cerrándose, en Washington Square Park, revelando todo tipo de caras y de rostros. No es lo mismo una cara que un rostro. Conocidos y desconocidos, oriundos y foráneos, exitosos y desdichados, no importa quién hayas sido o quién vas a llegar a ser, el par de fotógrafos cubanos te sienta frente a la caja cubana y susurra: no te muevas. Uno no puede moverse frente a la caja cubana. Así de simple. Durante algunos segundos, uno no puede moverse.

Juan Carlos Alom y Geandy Pavón declaran:

En el corazón de Nueva York, en Washington Square Park, justo al lado del monumento a Giuseppe Garibaldi, cada fin de semana aparece una cámara de otro siglo. No es un objeto comprado en una tienda ni un dispositivo de última generación: es una cámara construida a mano por dos inmigrantes cubanos, herederos de una tradición fotográfica que sobrevive a pesar del vértigo de la tecnología.

Ese monumento a Garibaldi guarda una historia que nos pertenece: José Martí estuvo presente en su inauguración, y a pocos pasos, en el Hotel Grifou, se alojaron patriotas cubanos como Antonio Maceo. Hoy, ese mismo espacio se ha convertido de nuevo en un punto de encuentro para exiliados, viajeros y soñadores.

La minutera no es solo una máquina para retratar: es un acto de resistencia. Resiste la velocidad con la que el mundo consume imágenes y olvida los rostros. Resiste la homogeneidad impuesta por la fotografía digital y la lógica desechable de las redes sociales. Cada retrato que produce es único, tangible, irrepetible.

En una ciudad que siempre ha sido refugio y crisol de culturas, donde la Estatua de la Libertad una vez dio la bienvenida a millones de inmigrantes que llegaban a través de Ellis Island, esta cámara retrata a los neoyorquinos como lo que son: el símbolo viviente de todas las migraciones. Y lo hace en un momento en que la narrativa oficial, desde las más altas esferas de la administración estadounidense, busca criminalizar y perseguir a quienes, como nosotros, cruzaron fronteras en busca de un futuro.

Colocar esta cámara en la plaza es un acto de afirmación y desafío: afirmar que la memoria de los inmigrantes no se borrará, que la historia también se escribe con luz y plata; y desafiar el miedo, los prejuicios y las políticas que buscan reducir al extranjero a una estadística o un delito. Aquí, cada retrato es un manifiesto. Cada imagen, un pequeño acto de rebeldía.

Los ambulantes apenas hablan, susurran sobre la luz. Alom saca un aparato y Geandy le pregunta si está bien, porque la luz de Miami cambia mucho. Se asoman a la cámara como si hablaran con ella. El trípode es un poco más alto que mi hijo. Nosotros estamos sentados en una banqueta alta, sin movernos. El niño está sentado y yo estoy detrás de él, mi cabeza sobre la suya. Tengo curiosidad por los movimientos que hacen. Me quiero quedar a ver cómo retratan a otros. Pero no podemos quedarnos, porque vamos a almorzar a casa de los padres de José. El niño hace todo cuanto le piden. Como estoy pegada a él, siento sus pequeños órganos en tensión, tratando de no moverse. Igual nos movemos y hablamos, con torpeza, por la emoción. El frente de la caja cubana tiene un escudo y cuatro banderas.

Mientras Geandy Pavón carga y mide, tenemos una conversación con Juan Carlos Alom sobre el horóscopo chino. Juan Carlos le pregunta a Cemí qué signo es y Cemí le responde que él es perro, que nació en el año del perro. Pregunta también qué signo es mamá y Cemí responde que mamá es rata. Entonces Juan Carlos le dice que él es dragón y Geandy levanta la cabeza, atrapada detrás de la cámara, para decir que él es tigre. Juan Carlos termina diciendo que los cuatro juntos con nuestros poderes (la inteligencia de la rata, la infantería del perro, el rugido del tigre y el fuego del dragón) podríamos acabar con lo malo mundo. A Cemí le brillan los ojos y dice que sí. Que podríamos.

Al principio había un hombre con dos papagayos robustos, parado en la esquina del Cine Tower, en la Calle 8 de Little Havana, ofreciendo sus papagayos a quien quisiera tocarlos, por veinte dólares o por quince. Si el niño quería tocarlos y hacerse infinitas fotos, podía dejarlo en diez. Pero yo no quería pagar diez dólares por tocar dos papagayos, ni hacer infinitas fotos digitales de teléfono. Infinitas, de teléfono. Me parecía una aberración. Y después de retratarnos frente a la cámara minutera, gracias a los fotógrafos ambulantes, los dos ambulantes cubanos (tigre y dragón), hasta el niño olvidó los papagayos.

Se me ocurrieron dos cosas: primero, que, si pusiera un árbol de Navidad en la diminuta sala de mi casa, querría que fuera un trípode lleno de lucecitas. Y segundo, que el título de este texto podría ser: TIGRE Y DRAGÓN CONTRA EL IPHONE 17.

Sobre la caja: ¿cómo la construyeron? ¿Quién serruchó? ¿Quién atornilló? ¿Quién dibujó la bandera, los mambises, las palabras? ¿No hubiera sido más fácil comprar una cámara minutera en ebay o en cualquier mercado pirata?

Un día se apareció Juan Carlos con una idea: crear una cámara minutera como las del Capitolio en La Habana. Esa misma noche ya habíamos conseguido un plano técnico, bastante rudimentario, de una cámara afgana. Los afganos, como los cubanos, tienen una larga tradición en ese tipo de fotografía callejera. Las cámaras de cajón eran muy comunes en eso que mal llaman tercer mundo. En nuestros parques había dos cajones: el del limpiabotas y el del minutero. Nosotros hemos querido reivindicar la más humilde de las prácticas fotográficas desde nuestra visión de artistas contemporáneos; creemos, después de mucha investigación, que somos de los pocos artistas –muy posiblemente los únicos– que han decidido incorporar el arte del minutero en ese contexto.

No hay manera de comprar una cámara minutera: nunca vimos ninguna en eBay ni Craigslist. En USA es extremadamente difícil encontrar una cámara así. No obstante, nosotros queríamos nuestra propia cámara; es parte esencial del proyecto, no solo como aparato funcional, sino como objeto, como escultura.

Construimos ambos este objeto. Adaptamos el diseño a nuestro gusto: un diseño cubano de principios del siglo XX con el nombre The Cuban Box en tipografía Legrand. Antiguamente los fotógrafos minuteros pegaban algunos de sus mejores retratos en las cajas de cajón; la nuestra tiene fotos de mambises, pero pintadas como un trampantojo, con las precintas que las sujetan y todo, también como parte de la pintura que la adorna. Es una forma más de engaño al ojo. Nunca dimos con el autor de la fotografía que copiamos de internet: parece ser anónimo, como la gran mayoría de fotógrafos minuteros.

La caja la pintó Geandy; él es el culpable de haber estudiado pintura. La idea de pintar mambises es de ambos. La realidad es que, en una colaboración, llega el momento en el que se hace difícil definir quién es responsable de qué; es simplemente una idea que se va estructurando y enriqueciendo en conversaciones y planes, un animal siamés de dos cabezas: los dos trabajamos en la construcción; los dos limpiamos el piso del estudio cada día.

Sobre las personas: ¿cuántas personas han retratado aproximadamente? ¿Cómo se acercan las personas a ustedes? ¿Cómo se despiden? ¿Se asombran? ¿Hay más mujeres que hombres? ¿Hay más ancianos que jóvenes?

Con esa caja de madera ya hemos retratado a más de 600 personas. En la exposición de residencia del Observatorio Fotográfico hay expuesta una selección de 296 retratos, todos hechos en el Washington Square Park de Nueva York. De Miami hemos colgado 50 retratos, entre ellos uno tuyo y de Cemí.

Cuando la gente ve en la calle un lente delante de una cámara de hoy en día apuntándoles, la reacción es visceral, de indignación. Una violación a la privacidad. Pero nuestra caja es un objeto de otro tiempo; no es amenazante, es demasiado lenta para ser una amenaza: una verdadera tortuga fotográfica. La exposición de una minutera es larga: no te puedes mover, todo eso por voluntad propia. Lo que más nos gusta es precisamente cómo este aparato transforma la dinámica del street photography. Aquí el fotógrafo callejero no es un cazador furtivo; es, en cualquier caso, un anfitrión, alguien que te recibe, te ofrece asiento, una conversación y finalmente un espejo de gelatina de plata. No somos nosotros quienes perseguimos a la gente; es la gente quien viene a la cámara, quiere entender esa anacronía en medio del parque.

La gente, por lo general, se despide de nosotros con alegría; alguna que otra vez hay quien no queda satisfecho con su imagen, pero siempre con la cámara, fascinada de que una caja de madera produzca un retrato después de bañarlo en la bandeja del revelador. La gente se va feeling positive. Y sí, hay más mujeres que hombres, más jóvenes que ancianos para retratarse. Más ancianos que jóvenes para recordar un día de su niñez en el parque de su pueblo.

Sobre la experiencia: ¿han cambiado como fotógrafos desde que empezó el proyecto? ¿Siguen creyendo en la fotografía de la misma forma?

Hemos cambiado como fotógrafos, como artistas. El estudio no son cuatro paredes: es el mundo, la calle, la gente. Creemos en el arte de la fotografía porque, contrario a lo que se cree, no es una representación fiel de la realidad. Las fotos de nuestra cámara a veces parecen dibujos: no tienen píxeles horribles, tienen grano fotográfico. Creemos en la fotografía porque fue la base misma de nuestra amistad, de nuestro sustento material e inmaterial. Y ahora creemos más, porque hemos retratado a más gente.

Sobre la fotografía: ¿cuál es su poder?

El poder de la fotografía está, como en todo arte, en no explicar la realidad sino en complicarla. Las imágenes no explican ni dan certeza; las imágenes complican, alargan el misterio.

Sobre el lenguaje: ¿por qué estoy tan emocionada?

Ahora Cemí y tú existen en gelatina de plata.

LEGNA RODRÍGUEZ IGLESIAS
LEGNA RODRÍGUEZ IGLESIAS
Legna Rodríguez Iglesias (Camagüey, 1984) Vive en Miami. Autora de las novelas Mayonesa bien brillante (Ediciones Matanzas, 2012), Las analfabetas (Bokeh Press, 2015) y Mi novia preferida fue un bulldog francés (Editorial Alfaguara, 2017). La antología poética I Don’t Believe in Poetry (Alliteration Publishing, 2024) ha sido traducida al inglés por Robin Myers. Crítica madre. Lenguajes de la diáspora en Estados Unidos desde Miami (Rialta Ediciones, 2023) y Princesa Miami (atlas político y de población), (Premio Franz Kafka de Ensayo / Testimonio; Praga, 2024) son sus primeros libros de ensayo y crónica. Ha publicado varios más de cuentos y otros de poesía.

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