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Robert Lowell en su época y ahora: Marjorie Perloff conversa con David Wojahn

Una charla sobre el lugar de Robert Lowell en la geografía poética contemporánea.

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Presentación

Por exasperante que resulte –y, qué duda cabe, a menudo lo es, sobre todo en los libros que publicó después de 1990– es un error suponer que de alguna manera hemos “superado” a Harold Bloom y que ya no necesitamos leerlo. Pese a su ocasional ampulosidad, ignorancia casi enciclopédica de cualquier literatura no occidental[1] y sobrecogedora arrogancia, cuando el tipo escribe sobre literatura en lengua inglesa (sobre todo si se trata de poesía) es capaz de desplegar una agudeza muy poco común. Así, incluso en la muy polémica lista[2] que finaliza el no menos controversial The Western Canon encontramos la siguiente observación: “Robert Lowell y Philip Larkin están presentes porque al parecer yo soy el único crítico vivo que los tiene sobrevalorados […] no me sorprendería, sin embargo, si pudiera volver de entre los muertos dentro de cincuenta años, descubrir que Larkin y Lowell son autores con fecha de caducidad, como muchos que he excluido”.

El obeso esteta de Yale da en el blanco sin apenas esforzarse: la reputación de Lowell ha experimentado un vertiginoso hundimiento en los treinta años posteriores a su muerte y eso, por decirlo suavemente, perturba a muchos lectores de primer orden. ¿Cómo es posible que un escritor considerado en los años sesenta –sin discusión alguna– el mayor poeta norteamericano de su generación se vea relegado ahora a las condescendientes migajas que le arrojan los popes de una nueva moral? La respuesta es compleja y quizá siempre nos eluda, pero la entrevista que aquí traduzco –entre la supremamente dotada crítica de poesía Marjorie Perloff y el excéntrico poeta y académico David Wojahn– es un lugar tan bueno como cualquier otro para comenzar a explorar este desconcertante fenómeno.

Robert Lowell en su época y ahora

Marjorie Perloff (MP). Cuando los Poemas reunidos de Robert Lowell se publicaron en el 2003, yo pensé que sería un evento de gran importancia, que marcaría una gran diferencia, un antes y un después en la recepción de Lowell por las nuevas generaciones. Poemas reunidos es un enorme volumen, presentado con el mayor cuidado por Frank Bidart y David Giwanter; las primeras reseñas sugerían que todo estaba listo para un gran renacimiento de la reputación de Lowell. Sin embargo, los hipotéticos elogios de los jóvenes no han llegado:[3] mis estudiantes adoran a Frank O’Hara, siempre quieren leer más poemas suyos. Y al parecer consideran a Elizabeth Bishop superior a Lowell,[4] acaso por la perfección formal de sus poemas. Pero como yo prefiero a Lowell, porque tiene un registro mucho más amplio, más cercano a los conflictos de nuestras vidas, me pregunto si no se trataría de un problema de presentación. Los Poemas escogidos, que solo contienen 100 páginas de sonetos y otras 240 paginas compuestas por los primeros poemas y el poemario Día a día (1973), debería ser más popular. Pero no creo que veamos un renacimiento del interés en Lowell en mucho tiempo. ¿Tu experiencia con los lectores jóvenes de la obra de Lowell ha sido diferente de la mía?

David Wojahn (DW). Hace un par de años dicté un curso para estudiantes de doctorado sobre la generación de Robert Lowell y debo decir que mi experiencia es similar a la tuya. Bishop le pareció encantadora a los estudiantes; no tuvieron problema alguno con Berryman y su tendencia a las súbitas transiciones de lo sublime a lo trivial, e incluso les simpatizó un poeta como Weldon Kees, que no pensé que pudiera agradarles. Pero Lowell fue un autor difícil para ellos; no es que lo hayan rechazado abiertamente (lo que sí sucedió con George Oppen) pero ciertamente los desconcertó y a un par de ellos incluso les resulto muy difícil creer que Lowell fuese un poeta tan estimado en su época.[5] Eso me entristece, pero me parece una reacción característica de los que se enfrentan por primera vez a la poesía de Lowell. A decir verdad, el hecho de que sus tres libros más importantes —Life Studies, For The Union Dead, Near The Ocean-– hayan sido precedidos por la densidad modernista tan evidente en volúmenes como Lord Weary’s Castle y The Mill Of The Kavanaughs crea una dificultad adicional para la recepción de su obra. El último de esos textos me parece, de hecho, prácticamente ilegible. Y después de los tres grandes libros viene el libro de sonetos, que decepciona bastante. Así que incluso la más atinada de las selecciones no va a solucionar el problema, no va a conseguir que esta dificultad disminuya. Además, incluso los tres grandes libros tienen ciertos rasgos que molestan a mis estudiantes: para empezar, se quejan de que Lowell es un elitista. Rechazan todas las referencias a sus ancestros y su posición social. Ahora bien, una lectura cuidadosa de los poemas revela que la postura de Lowell ante todo eso es como mínimo ambivalente, pero eso no lo entienden o no les importa. Peor aún, consideran a Lowell como un poeta “confesional” y ese término se ha desacreditado por completo: se utiliza solo de forma peyorativa. En la última década se ha vuelto muy común encontrar en los talleres de poesía a escritores que defienden la oblicuidad y oscuridad de sus poemas aduciendo que no desean que sus textos parezcan “confesionales”. Desafortunadamente, ahora Lowell es visto como el origen de la mediocre poesía autobiográfica que proliferó en los setenta y ochenta. Pero debo decir que esta reacción me desconcierta: Lowell no es responsable de la poesía de Sharon Olds. Y olvidan además que el propio Lowell rechazaba semejante clasificación (recuerdo su brillante frase en la entrevista del Paris Review: “No se escribe un poema acerca de una experiencia, un poema es una experiencia”).

MP. Creo que has expresado con absoluta claridad la cuestión cuando dices que “Lowell no es responsable de la poesía de Sharon Olds”. Por supuesto que no. Por otra parte, hablar de la reputación de Lowell conduce a un asunto más complejo. Tengo curiosidad por saber lo que piensas sobre esto: casi todos los poetas y críticos están de acuerdo sobre los poetas norteamericanos canónicos de la primera mitad del siglo XX: Eliot, Pound, Frost, Stevens, Crane, Moore, H. D, Stein, pero veamos ahora lo que sucede en la segunda mitad del siglo XX: ¿Cuál es el grupo dominante? ¿Los poetas de Black Mountain (Olson, Duncan Creeley) o el círculo de Lowell? ¿La New York School o los beats? ¿Y por qué ha decaído tanto la reputación de Roethke? Pero no se trata solo de algunos poetas en particular: lo que pasa es que después de la Segunda Guerra Mundial el consenso parece haber desaparecido casi por completo. He conocido a entusiastas de Ashbery que no han leído a Lowell; también a devotos de Ginsberg que no conciben la posibilidad de que alguien se interese por Berryman o Merrill. A veces la gente me dice “el eclecticismo es bueno, es mejor que tener un solo canon”. De acuerdo, pero lo que me desconcierta es que hay personas que solo leen a un par de poetas contemporáneos y nunca han leído la poesía anterior a 1950.

DW. Tu observación sobre la relativa estabilidad del canon modernista me parece correcta. Hay un sólido consenso acerca de las figuras claves de esa época. Sin embargo, después de 1950 la situación se complica, se vuelve bastante misteriosa. Tengo algunas teorías sobre por qué esto es así y todas son bastante cínicas. Una razón evidente es que las antologías –el principal medio de difusión de la poesía entre los jóvenes– pasan por un mal momento: han tomado partido abiertamente por una tendencia determinada y no publican a nadie más: si lees la antología Norton de poesía posmoderna norteamericana que compiló Hoover puedes apreciar de inmediato lo diferente que resulta de la que armó McClatchy (Contemporary American Poetry): puedes contar con los dedos de las manos los autores representados en ambas. Y las sumas que hay que desembolsar para poder publicar un poema en la antología se han vuelto enormes, así que los compiladores tienen que omitir a muchos poetas para ceñirse al presupuesto. Yo admiro a Adrienne Rich pero una de las razones por las que la última antología Norton le dedica tanto espacio –en detrimento de otros grandes poetas, incluyendo a los modernistas– es que ella pertenece, por así decirlo, al “sistema Norton”, tiene relaciones muy estrechas con la editorial. ¿Alguien puede creer que ella merece más espacio que Stein y Robert Frost, o la misma cantidad que Eliot y William Carlos Williams? Por otra parte, ninguno de los cenáculos dominantes valora en lo más mínimo la poesía de la crisis espiritual: Roethke ha sido relegado a una suerte de liga Triple A, como si fuese un tipo menor, poco serio, que hablaba de sentimientos. Está más desacreditado que Lowell y su “poesía confesional”. Y hablando de nuevo sobre Lowell: en las notas a los Collected Poems de Ted Berrigan (un escritor poco conocido, pero en mi opinión un artista verbal de primera magnitud), Alice Motley señala el enorme respeto que Berrigan profesaba por Lowell: incluso escribió una elegía bastante buena para él. Pero no creo que eso conduzca a ningún lector del propio Berrigan a la lectura de Lowell.

MP. Es curioso que hables de los Collected Poems de Ted Berrigan, sobre todo considerando que se trata de un autor que, en general, se encuentra más allá de lo que podríamos considerar tus “afinidades electivas”. En relación con Berrigan, mi reacción está en las antípodas de la tuya: siento que “debería” interesarme su obra, es más, a muchos de mis amigos les fascina y, naturalmente, Berrigan escribe bajo la gran sombra de Frank O’Hara. Pero me parece que el tipo es demasiado autoindulgente y, al menos para mi gusto, repetitivo. Además, se toma demasiado en serio a sí mismo, se concede una importancia excesiva, casi cómica en su solemnidad: es irritante. En cuanto a su comentarista, Alice Notley, me interesa incluso menos. En general, la segunda (¿o es la tercera?) generación de la así llamada Escuela de New York me parece un regreso al “confesionalismo” sin rigor de los años ochenta y, como decía Pound, “la técnica es la prueba de la sinceridad del artista”.

Así que supongo que deberíamos ser muy cuidadosos con la poesía contemporánea y evaluarla, como has observado, caso por caso. Y pensar y repensar el canon. En lo que concierne a las antologías estoy de acuerdo contigo: no me gustan por las razones que mencionaste y nunca las utilizo en mis clases. Yo enseño solo a los poetas que me interesan y me construyo mi propio canon, por así decirlo. De todas formas, me parece posible argumentar que las antologías son una especie de índice de la sensibilidad estética de un período y no necesariamente un factor esencial en su articulación. Aunque claro, podría decirse que ahora lo que rige la formación del canon no es ninguna sensibilidad estética sino la cuestión del multiculturalismo y las teorías sobre la “identidad”. Por supuesto, una vez que la diversidad y el multiculturalismo se convierten en el criterio fundamental, cualquier otro criterio puramente estético desaparece… Bueno, ¿qué se puede hacer ante todo esto? (no es una pregunta retórica). Supongo que lo único posible sería sostener discusiones muy específicas sobre poetas muy específicos y tratar de comprender el mecanismo de respuesta. En relación con eso, ¿recuerdas la colección de ensayos sobre Lowell que editó Robert Boyers, con muchos ensayos tanto a favor como en contra de Lowell (incluyendo el famoso texto de Ehrenpreis, “La Era de Lowell”)? Esa antología crítica fue un instrumento muy útil: algunos ensayistas incluso discutieron las versiones que Lowell hizo de textos clásicos de la poesía occidental. ¿Te parece que eso sería posible en el contexto actual?

DW. Estuve mirando tu reseña en el Times Literary Supplement sobre la antología que compiló Lehman y me parece que diagnosticas con precisión una situación deprimente para la poesía contemporánea. Yo también escribí una reseña bastante mordaz hace un par de años sobre la antología que Ramazani y Nelson armaron para Norton. Resulta que en sus textos críticos ellos dicen cosas interesantes e importantes sobre la formación del canon, pero en cuanto les encargan una antología todo eso se va por la borda y los resultados son algo así como un experimento de laboratorio que salió mal: su selección es muy limitada, extremadamente provinciana y filistea, sobre todo cuando se trata de los poetas que nacieron después de 1950. En cuanto a Lehman, esa es otra historia, ese tipo es menos un poeta o crítico que una suerte de empresario de la literatura, como lo fueron en su época Oscar Williams y Louis Untermeyer (tú lo has percibido con absoluta claridad). Algo que me preocupa es que el relativo poder que tienen esos personajes en el mundo editorial hace que muchos poetas –y esto nada tiene que ver con cuestiones estéticas– los traten con indulgencia: si dices algo negativo sobre Lehman puedes olvidarte de publicar en Best American Poetry.

En cualquier caso, a mí no me molestaría que desapareciese la “Gran Antología”. Conozco a muchos profesores que compilan sus propias antologías… por otra parte, para volver a Lowell, el otro día estuve comentando sus poemas en una de mis clases y la respuesta fue, en general, más positiva: se quejan todavía de su elitismo, por supuesto y, como es natural, sus primeros libros siguen desconcertándolos, pero de todas formas disfrutan los poemas incluidos en Life Studies y, sobre todo, la selección que he hecho de For The Union Dead.

Es curioso: uno de mis estudiantes de doctorado observó que era solo en For The Union Dead que Lowell había conseguido adoptar un tono auténticamente conversacional, una tesitura que era capaz de abandonar por momentos ese acercamiento deliberado, casi mecánico, a la oralidad y abría el texto a la sorpresa, a los hallazgos verbales inesperados. Me pareció una observación muy lúcida: si observas cuidadosamente sus sonetos, por ejemplo, de inmediato comprendes que él intentaba crear la ilusión de que eran improvisaciones, pero casi siempre fracasaba. Es solo en For The Union Dead y Day by Day que Lowell consigue abandonar su deseo de grandes efectos pirotécnicos y nos muestra cómo su mente discurre, con todas las rarezas de su percepción y su extrañeza asociativa. Son esas cualidades las que convierten el título, For The Union Dead,[6] en algo profundamente personal y que involucra emociones auténticas, en lugar de ser un mero título retórico y grandioso. Por supuesto, For The Union Dead y Day by Day son los mejores ejemplos de lo que Lowell puede hacer con el verso libre. Lowell siempre es superior cuando mantiene sus líneas cortas, ya sea en el verso libre de esos dos libros o en el tetrámetro que utiliza en Near The Ocean.

Por cierto, durante una clase estudiamos detalladamente “Florencia”, un poema al que nunca había prestado mucha atención y tengo que decir que me asombró por la exuberancia de sus imágenes, es uno de los grandes poemas de Lowell y de lo más raro, sobre todo las dos primeras estrofas: es como si Hart Crane intentara reescribir Beowulf[7]

MP. Es interesante que a tus alumnos les gustase tanto For The Union Dead. Yo comparto su perspectiva (que es también la tuya). En cuanto a “Florencia”: sí, es un poema terso y emocionante. Por lo demás, quizá exageras un poco sobre la falta de atencion de la crítica a ese texto: ahí está el libro de Alan Williamson sobre lo grotesco en Lowell, donde se articula una auténtica close reading del poema en la mejor tradicion neoformalista. De todas formas, yo prefiero “Ojo y diente”, uno de mis poemas favoritos de Lowell y una magnifica introducción a su obra:

Mi ojo entero era un crepúsculo púrpura,
la vieja córnea sajada, las punzadas de dolor,
veía las cosas oscuramente,
como a través del ojo de un pez atiborrado de suciedad.

El poeta comienza con una situacion ordinaria –una basura que le cayó en el ojo– y convierte esa molestia menor en una metáfora de su incapacidad para “ver”. Tal vez sea una metáfora gastada, pero Lowell consigue insuflarle una nueva energía, “desautomatizarla”, para utilizar el léxico de los formalistas rusos. La estrofa de cuatro líneas lleva la concentración de sonido y sentido a una especie de límite: fíjate en la consonancia de red y throbbed en las dos primeras líneas: es casi doloroso pronunciarlo[8]. El poema continúa:

Me paso el día tirado en la cama.
Por la noche fumo sin cesar,
aprendiendo a estremecerme
cuando la fosforera me ilumina.

Incluso la iluminación momentánea lo perturba y, una vez más, adoro la feliz confluencia de sonido y sentido. Pasemos a la tercera estrofa:

Afuera la lluvia del verano,
Un hervidero de podredumbre y renovación,
cae como pequeños pinchazos.
Incluso la nueva vida es combustible.

La podredumbre y la renovación a menudo van juntas en la obra de Lowell, pero lo interesante aquí es la manera en que el agua, en vez de apagar el fuego, se convierte “en más combustible” y trae consigo recuerdos perturbadores. Ahora Lowell modula las imágenes en torno al “ojo” y al “diente”, hasta llegar a su culminacion en “ojo por ojo, diente por diente” y el reconocimiento de que no puede evitar su destino: “Cuando era joven, mis ojos comenzaron a debilitarse”. Ahora llega el punto culminante del poema:

¡Nada! No hay bálsamo
para el ojo, nada para verter en estas aguas o llamas.
Estoy cansado. Todos están cansados de mi agitación.

…Así que aquí tenemos nueve cuartetas, con rima irregular, que llegan a la conclusión de que no existe un bálsamo (aceite) para la agitación del poeta (“no oil for the turmoil”) o, si prefieres verlo de otra forma, no existe –nunca existe– bálsamo alguno, solo agitación (“no oil, just turmoil”), con todas esas espléndidas aliteraciones. El poema es personal pero no confesional de una manera exagerada: en esos poemas Lowell sigue siendo el maestro indiscutible: genera poderosas emociones en el lector porque su propio dolor se despliega línea tras línea con una técnica impecable. Y también tienes ahí ese otro verso memorable: “Of rot on the red roof” (“De la podredumbre en el rojo techo”). Así que los Selected Poems nos brindan la ocasión de volver a pensar en la poesía de Lowell y su lugar en la geografía poética contemporánea.

DW. Es interesante que nuestras elecciones representen dos tendencias muy diferentes de la poesía de Lowell. Supongo que el final de “Florencia” es típico de su casi obsesivo deseo de hacer grandes pronunciamientos, generalizaciones que pueden resultar pomposas e irritantes. De todas formas, admito que cuando ese deseo no se convierte en mera voluntad de grandeza, Lowell puede alcanzar una auténtica majestuosidad verbal. “Ojo y diente” muestra un costado más íntimo y, en cierta medida (tampoco exageremos porque el texto no carece de dificultades) “popular” de Lowell. Creo que el poema despliega esa capacidad para convertir lo familiar en extraño que Lowell envidiaba en Elizabeth Bishop. Estos dos modos de escritura no son necesariamente polos opuestos en su obra, pero el hecho es que no existen muchos poemas en que se combinen. Por supuesto, eso sucede en “For The Union Dead” pero no hay muchos más. Creo que en el poemario Day by Day él intenta superar ese dilema: parece más capaz de avanzar con cierta ligereza y de emitir sus juicios sin necesidad de enfatizarlos con redobles de tambor. También se acerca un poco más –aunque acaso no tanto como algunos sugieren—“al lenguaje de la tribu”, como dice en el poema “Por la mañana, después de cenar con un amigo” (en el texto es su amigo William Meredith quien dice esas palabras pero ciertamente ese era un objetivo de Lowell en su último libro). En los últimos poemas parece estar a punto de lograr una gran metamorfosis estilística y es triste que no hayamos podido contemplarla.


Notas del traductor:

[1] Su ensayo sobre el Genji Monogatari abunda en absurdos pronunciamientos e insensateces que solo se explican por su ignorancia tanto de los rasgos más elementales de la narrativa clásica japonesa como de los principios fundamentales del Budismo: es casi un texto antológico sobre cómo no escribir sobre literatura japonesa

[2] Pero tampoco olvidemos que el tipo no quería ponerla y fue obligado por los editores.

[3] Naturalmente, nada de esto constituye un argumento de orden literario contra Lowell: como observó el cáustico crítico romántico William Hazlitt “el principio del sufragio universal no es en absoluto aplicable en cuestiones estéticas”.

[4] Bueno, pero la cuestion aquí es que el propio Lowell tambien lo pensaba, como sin duda sabrá cualquier lector de su fascinante correspondencia con Bishop: Words in The Air: Letters 1946-1977.

[5] En definitiva, esto no significa nada: ¿acaso alguien pensó que los gustos no se modifican de una generación a otra? En cualquier caso, la poesía de un gran autor como Lowell no está sujeta al caprichoso juicio de algunas docenas de estudiantes de literatura inglesa.

[6] Se refiere a las bajas del ejército de la república (el Norte) en la Guerra Civil Norteamericana (1861-1865).

[7] En el poema hay muchas alusiones a monstruos mitológicos, descritos con la siempre sorprendente dicción de Lowell (deudora del Alto Modernismo): probablemente Wojhan se refiere a eso.

[8] Como es natural, eso solo puede apreciarse en el original.

UBALDO LEÓN BARRETO
UBALDO LEÓN BARRETO
Ubaldo León Barreto (San Antonio de los Baños, 1981). Licenciado en Letras por la Universidad de La Habana.

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