Elizabeth Bishop

Presentación

Elizabeth Bishop es, según creo, la poeta norteamericana más importante del siglo XX; también, quizá, la más excéntrica: su obra –breve, precisa, absolutamente refractaria a lo que Valéry llama “la superstición del yo”– posee la gélida, intimidante belleza de las gemas que un muy talentoso artífice ha pulido en orgullosa soledad: objetos verbales formalmente perfectos que a menudo son “el fruto perfectamente inútil,[1] lujoso”,[2] de una compleja y extremadamente dilatada[3] elaboración: apenas cien poemas escritos durante cinco décadas de forcejeo con el lenguaje. Su correspondencia, sin embargo, es extensa, casi inagotable (más de mil cartas dirigidas solo a Robert Lowell) y, aunque no carece de un costado enigmático (de hecho es tan conspicua por lo que no menciona como por lo que revela), proporciona al menos ciertas claves sobre la evolución de su pensamiento estético y otras “afinidades electivas” (la obsesión con los animales, los viajes, la música clásica) que pueden resultar fascinantes para quienes se interesan por su poesía (con especial énfasis en las cartas enviadas a Marianne Moore y Robert Lowell).

Algunas cartas de Elizabeth Bishop

A Franni Blough – 2 de abril, 1935

[…] hace dos semanas conocí a Marianne Moore […] Franni, ella es extraordinaria: es pobre, enfermiza, y supongo que casi nadie lee su obra, pero al parecer nada de eso la afecta y continúa escribiendo, imperturbable, quizá un poema al año y un par de reseñas que, a su manera, son perfectas. Nunca había visto a un escritor que se esforzase tanto por alcanzar la perfección […] ella es muy impersonal y habla –o mejor dicho: susurra– con una velocidad desconcertante. Me encantaría contarte más sobre ella […] realmente merece un estudio minucioso […] pero la pluma me falla y cada vez escribo peor.

Justo ahora tengo el insensato deseo de escribir una obra de teatro en verso. Tal vez no sea tan insensato después de todo si consideramos que Eliot ha seguido ese camino. Y la ópera de Stein hizo que me alegrase por el regreso de algo parecido a las mascaradas […] me gustaría intentarlo. Ahora recuerdo que Eliot acaba de escribir también una mascarada –una obra litúrgica para la Iglesia Anglicana [La roca, 1934]. Supongo que necesitaría años de entrenamiento teatral para lograr algo semejante.

A Marianne Moore – 25 de enero, 1935

Disfruté mucho la nueva introducción y lamento que mi torpeza para asimilar la primera te haya obligado a reescribirla […] me pregunto si has visto la última película de Martin Johnson. A juzgar por las reseñas hay allí algunos animales encantadores. Si no la has visto aún, ¿te gustaría ir conmigo esta semana? Podríamos encontrarnos en el cine cualquier día excepto el jueves, en el horario que te resulte más conveniente […] ¿Sabías que en el Museo Metropolitano hay un halcón del período medieval tallado en cristal de roca? Pude admirarlo el sábado y espero que tú también lo hayas visto […]

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Espero que tu trabajo en la biografía progrese satisfactoriamente y que también hayas avanzado con tu antología [Selected Poems].

A Marianne Moore – 2 de abril, 1935

Me han dicho que el circo vendrá a la ciudad el once de abril. Me pregunto, si no tienes otros planes, ¿considerarías ir conmigo de nuevo?[4] A juzgar por los pósteres hay algunas novedades este año […] en particular algunos acróbatas. Cuando asistí a una gala del American Ballet me pareció que, después de todo, nadie sería mejor que los acróbatas en un espectáculo como ese.

Ha sido difícil encontrar un clavicordio en buenas condiciones, pero pronto me enviarán uno directamente de Doltmetsches.[5] Ahora tienen algunos espléndidos, con un sonido hermoso, tan pequeños que puedes llevarlos a cualquier parte. Hasta ayer no sabía que el propio Ezra Pound toca algunos instrumentos de ese periodo y que ha escrito sobre Arnold Dolmetsch. Por cierto, leyendo las cartas de Gerard Manley Hopkins comprendí que a lo largo de su vida se interesó cada vez más por la música y de hecho menciona precisamente algunas de las cosas que he estudiado. Sus propias ideas sobre composición parecen prefigurar las de Schönberg.

Marianne Moore | Rialta
Marianne Moore

A Marianne Moore – 8 de mayo, 1938

Me he demorado en responder tu carta porque quería incluir un poema en el que he estado trabajando. Ahora, por supuesto, tu extraordinaria amabilidad ha superado mi diligencia […] te agradezco mucho tus comentarios sobre mi relato. Naturalmente, no carece de defectos: he meditado esta mañana sobre la crítica que, de manera tan gentil, has esbozado. Tenía mucha curiosidad por conocer tu opinión porque se trata de mi primer intento consciente de escribir algo basado en una teoría que he desarrollado tras combinar algunas ideas de Poe con las de ciertos prosistas del siglo XVII. Ahora escribo otro con la esperanza de que te parezca mejor […] ¡Si al menos tuviese una claridad semejante en todo lo que concierne a la escritura de poemas! A veces pienso que me gustaría tu opinión –con absoluta franqueza– sobre si vale la pena todo este esfuerzo, que me digas si mis poemas tienen algún valor.

A Marianne Moore – 12 de septiembre, 1940

[…] Gracias de nuevo, Marianne, por la primera parte de tu carta. Creo que exijo mucho de tu tiempo y de tu pensamiento sin dar casi nada a cambio. A veces me pregunto por qué persisto. Es realmente excesivo darle tanta importancia a la media docena de frases que he escrito y puedo releer sin avergonzarme. Por otra parte, experimento constantemente la incómoda sensación de tener “cosas” en la cabeza, como icebergs o rocas o muebles situados en el lugar incorrecto. Es como si todos los sustantivos estuviesen ahí, pero faltasen los verbos, si entiendes lo que quiero decir. Y no puedo evitar aferrarme a la teoría de que si los agitas con suficiente fuerza por un buen rato brotará una suerte de electricidad, siquiera por la mera fricción, que pondrá todo en su lugar. El problema con esto es que, como sin duda recuerdas, Mallarmé observó que la poesía se hace con palabras, no con ideas […] y a veces temo que me acerco o intento acercarme al arte verbal desde una perspectiva errónea.

A Marianne Moore – 16 de octubre, 1940

Me temo que lo que estoy a punto de decir sonará arrogante, una versión de “ELIZABETH SABE MEJOR QUE NADIE CÓMO ESCRIBIR”. No obstante, sí he hecho algunos cambios siguiendo tus sugerencias[6] […] por otra parte no puedo abandonar la forma inicial del poema aunque sugieras que resulta redundante: en mi opinión ese es precisamente el estilo que le conviene […] ha sido difícil decidir cómo escribirlo y sé que probablemente tienes razón desde el punto de vista estético pero, al menos para mí, la intensidad del tono es, en este caso, lo más importante […] si lo deseas puedo enviarte la nueva versión del poema.

A Robert Lowell – 3 de diciembre, 1947

Me impresionó el poema onírico (“Durmiendo sobre la Eneida”) y deduzco a partir de este que tus sueños son muy vívidos […] realmente es un poema extraordinario; no creo que haya disfrutado tanto un poema desde que leí a Dryden, hace muchos años. Hay algunas cosas que no estoy segura de haber entendido, así que te preguntaré (espero que no te importe: no te critico, es solo curiosidad). Al principio pensé que las tres líneas del epígrafe me gustarían más si estuviesen en prosa, ahora no estoy tan segura […] la transición en el verso “Adiós, para siempre. La misa ha terminado…” es, creo, muy buena (mientras leía me preguntaba cómo lograrías resolver esa dificultad estructural) […] el final es sencillamente maravilloso, en particular cuando evocas el polvo y, por supuesto, la última línea.

A Robert Lowell – 27 de junio, 1950

Supongo que ya estás en Kenyon College, pero no estoy segura. Me pregunto cuáles son tus planes para el próximo año […] en cuanto a mí, pronto viajaré a Yaddo[7] y me quedaré tres o cuatro meses porque necesito trabajar para entregarle el nuevo libro al editor tan rápido como sea posible […] apenas he podido escribir aquí[8] –no tengo idea de cómo tú pudiste– pero, en cualquier caso, he conseguido esbozar el inicio de algunos textos: si puedo terminar cinco poemas supongo que tendré un libro […] Randall Jarrell pasó por aquí. Ha estado pintando y me pidió que lo visitara, pero dudo mucho que pueda ir a cualquier parte con la bronquitis y el asma. De hecho, cuando Randall estuvo aquí yo tenía un aparato nuevo para el asma y él dijo que me parecía a la oruga fumadora de pipa en el famoso relato fantástico […] he pasado la tarde leyendo a Samuel Greenberg, ¿lo conoces? Las introducciones me molestaron mucho, en particular las de Allen Tate […] si no has leído los poemas te los recomiendo. Ciertamente él fue uno de los personajes poéticos más refinados que yo conozca y las frases son magníficas: aparentemente ningún crítico ha apreciado aún su auténtico valor […] espero que escribas y me cuentes cómo van tus conferencias en Kenyon.

A Marianne Moore – 22 de octubre, 1950

[…] hace mucho que deseaba escribirte para agradecerte por el maravilloso almuerzo que me ofreciste. Lo disfruté mucho y debo decir que eres una cocinera extraordinaria: no esperaba algo así, aunque no puedo precisar exactamente lo que imaginaba. Robert Lowell me envió una postal desde Tánger […] ahora debe estar en Roma conversando con Santayana.

Te envío un pequeño poemario de una muchacha que conocí aquí,[9] Pauline Hanson. No me gusta el título y muchos versos no funcionan, pero es el primer poemario digno de admiración que he leído en muchos años. En este libro hay algunas cosas de una belleza sublime. Es una especie de extensa elegía a la manera de “In Memoriam”[10] escrito con la métrica del Rubaiyat[11] […] Ha colocado otro poema en una revista, muy superior a los del libro. He leído además un poema que no ha publicado: todos con el mismo tema. Es excesivamente modesta y no creo que llegue a publicar el libro […] ojalá pudiese escribir reseñas […] es curioso: el poema me ha parecido reconfortante y algunos versos incluso superan a “In Memoriam”. Fue una sorpresa muy agradable para mí después de pasar un año leyendo poesía mediocre.

A Robert Lowell – 2 de junio, 1950

Harcourt Brace envió tu libro (Los molinos de los Kavanoughs) hace un par de días, muchas gracias. No he tenido tiempo de comparar los textos,[12] pero he leído el libro dos veces y me parece que es mucho mejor. De todas formas, necesitaré revisar los manuscritos para estar segura. El frontispicio de Frank Parker me parece muy superior al primero […] tengo muchas ganas de ver lo que dirán las reseñas (solo por curiosidad, naturalmente).

Theodore Roethke estuvo aquí la semana pasada para ofrecer una lectura y ver a sus editores. Asistí a la lectura, pero sus discos son mucho mejores […] de todas formas me cayó bien: consumimos una enorme cantidad de champán la primera vez que nos encontramos.

Robert Lowell | Rialta
Robert Lowell

A Robert Lowell – 5 de diciembre, 1950

Debes pensar que no es muy cortés de mi parte haber dejado que pase tanto tiempo sin decir nada sobre Los molinos de los Kavanoughs.[13] Bueno, la razón es muy sencilla: en cuanto llegué a Yaddo comencé a escribir poemas –una sorpresa incluso para mí misma–[14] y, como creo haberte dicho alguna vez, tu poesía me afecta de tal forma que si empiezo a leerla mientras trabajo no puedo sustraerme a su influencia.[15] Así que no releído tu libro desde octubre. De todas formas, parece que mi propia inspiración se agota, así que pronto te escribiré algo sobre tu poemario.

A Robert Lowell – 6 de diciembre, 1950

[…] bueno, he escrutado el libro otras dos veces y en verdad es uno de los más desgarradores que haya leído jamás. Volví a encontrar todas las cosas que recuerdo haber admirado en la primera versión y estoy segura de que el efecto es, en general, magnífico […] ciertamente no existe razón alguna para criticarlo, así que no lo haré. El verso “la verde clarividencia de su deidad” es, creo, tan hermoso como algunos de Mallarmé y me gusta mucho. La estrofa que comienza con “El mundo sosegado” también me pareció muy hermosa. Sin embargo, “el bastidor de piedra” todavía me molesta –aunque sepa perfectamente lo que quieres decir– o al menos molestará a algunos lectores […] tampoco me convence que los moluscos sean “blancos por debajo”: no me gustan esas dos líneas…disculpa mi franqueza.

A May Swenson – abril de 1951

[…] en realidad no sé mucho sobre la beca Guggenheim, pero creo que lo intentaré […] espero que no te importe.[16]

POR FAVOR, no utilices la palabra “CREATIVA’”. Creo que uno de los peores aspectos de la universidad contemporánea es este asunto de la “Escritura Creativa” […] por supuesto, el trabajo que casi obtuve en la Universidad de New York era mucho peor: “Clínica de la Escritura”.

Es cierto que esta gente[17] hace preguntas estúpidas a los escritores y algunos son incluso lo suficientemente idiotas como para esforzarse en responderlas, pero en verdad no creo que sea necesario: podrías citar a Wilde o Denis de Rougemont y no te serviría de nada […] lo mejor será que les envíes tus poemas sin comentario alguno.

A Robert Lowell – 29 de noviembre de 1951

[…] en el barco[18] leí tu reseña de Randall y la que él escribió sobre tu libro: he estado pensando sobre esos textos. Escribí un reseña devastadora –o al menos eso espero– sobre un libro titulado El enigma de Emily Dickinson que pienso publicar en The New Republic. Ahora trabajo en un artículo sobre Marianne Moore para The New York Times, pero me resulta muy difícil: al parecer dejé en New York todas mis “brillantes ideas”. No recuerdo si te escribí sobre mi visita a Randall y Mackie en septiembre. Fue bastante perturbadora porque los dos me agradan. Puedo entender lo que dices sobre extrañar a Randall –en tu carta de la primavera–: sus reseñas me irritan y, sin embargo, esa actividad incesante, esa devoción por la literatura, es extraordinaria. Por otra parte, me parece que admira demasiado a Richard Wilbur.

[…] por cierto, antes de irme hablé con Alfred Kazin y él elogió con gran entusiasmo tu poema “Madre María Teresa” […] es mejor que no siga escribiendo, como es obvio no tengo ninguna otra información literaria que pueda interesarte.

Elizabeth Bishop y Robert Lowell
Elizabeth Bishop y Robert Lowell

A Paul Brooks – 5 de enero, 1953

Aquí te envío dos poemas, el índice y los agradecimientos. Creo que hace un año te envié un grupo adicional: ahora debes tener veinticuatro poemas. Sin embargo, como algunos ocupan tres o cuatro páginas, el manuscrito tendrá aproximadamente la misma longitud que Norte y sur,[19] o tal vez un poco más largo. Me temo que te parecerá demasiado breve, pero, con todo, pienso que es un libro muy coherente. Por otra parte, como me he mudado al otro extremo del Ecuador, lo que estoy escribiendo ahora será un nuevo comienzo y no podría incluirlo en este volumen […] pienso ahora en un título diferente –en lugar de Una fría primavera-– e intentaré enviarte dos poemas más antes que termine el mes.

A Paul Brooks – 2 de agosto, 1953

Te escribí hace cinco o seis meses, creo, preguntándote sobre la posibilidad de publicar un libro. Alguien respondió que esperaban más poemas. Sin embargo, con los poemas que ya te envié el libro será un poco más largo que Norte y sur […] me gustaría saber si de verdad quieres publicar Una fría primavera o si has perdido tu interés. Creo que es realmente el momento de publicar otro libro: como sabes, recibí el premio Shelley el año pasado y estoy ansiosa por terminar con este poemario y dedicarme al otro. ¿Puedes darme una respuesta definitiva? Existe, además, la posibilidad de una edición en Inglaterra, de la que ya te he hablado. Mis amigos ingleses siempre me escriben cuando un libro va a aparecer allá y hace poco estuve en la lista de lecturas recomendadas del Times Literary Supplement. Por lo que me han dicho mis amigos ingleses estoy segura de que sería posible una edición allá.

A Marianne Moore – 8 de diciembre, 1953

[…] te he enviado un pequeño volumen por navidad –aunque es posible que ya lo tengas– el Erasmo de Johan Huizinga. Es muy lento al principio, pero a partir del capítulo cinco comienza a mejorar. Me interesa mucho Huizinga. He leído otro de sus libros en francés, Homo Ludens es mucho mejor que el Erasmo. También recibirás dentro de un mes otro libro titulado Un naturalista en Brasil. Encontré aquí una copia por casualidad y me gusta mucho: es el único libro que habla de las cosas que realmente me interesan en Brasil. Es una espléndida relación de la flora y la fauna en el estilo decimonónico[20] […] el autor es particularmente bueno en todo lo que concierne a los insectos y los bosques […] por cierto, aquí las luciérnagas son extraordinarias, enormes, verdes […] continúan volando incluso durante las más intensas lluvias tropicales.

No creo haberte contado que conocí al poeta Manuel Bandeira […] está muy interesado en tu obra y supongo que realmente puede apreciarla porque sus traducciones del inglés son excelentes (aunque, eso sí, se niega a hablarlo). En general los poetas de Brasil –incluso los malos– son mucho más estimados que en Norteamérica: es la agradable y anticuada idea romántica del Poeta…

A Marianne Moore – 5 de diciembre, 1953

Por fin recibiste mi libro (y la señora Ford por fin trajo tus maravillosos, generosos comentarios). Aunque me irrita que no se puedan usar, de cierta forma me parecen demasiado buenos para utilizarlos. En cualquier caso, aunque el público no pueda apreciarlos por el momento, yo ciertamente sí los aprecio y me han animado enormemente: estoy pensando en pedir que los inscriban en mi lápida. Pienso que escribir un comentario tan bueno es muy difícil –al menos lo es para mí– y me apena que tuvieras que hacerlo y después no lo usasen. Pero te lo agradezco mucho Marianne y, por favor, considera cuánto significó para mí […] ayer finalmente llegó Predilections[21] […] lo he leído con gran placer y resulta magnífico tener por fin un libro que reúna tantas piezas en prosa. Por supuesto, ya las conocía casi todas –con la excepción de las reseñas que escribiste para Bryn Mawr y el texto sobre Anna Pávlova– pero creo haber notado pequeñas variaciones en los textos que sí conozco […] Tendré que encontrar mis papeles aquí y compararlos. Me gustaron mucho los ensayos sobre Eliot y Auden: ambos contienen expresiones extraordinarias […], tendré que leerlos varias veces con la mayor atención posible porque continúo encontrando corrientes subterráneas de sentido, matices que ni siquiera sospechaba en mi primera lectura.

A Robert Lowell – 9 de diciembre, 1956

Anoche y hoy por la mañana leí tu texto publicado en The New Yorker: es muy bueno. Y todo eso acerca de ser expulsado del Jardín como Adán:[22] extraordinario […] es afortunado que tu carta haya llegado ahora porque durante varias semanas he estado sumergida en la correspondencia de Coleridge y necesitaba algo diferente […] sí, vi la extravagante frase sobre Emily Dickinson citada en el artículo de The Nation (la autora tenía unos diecinueve años cuando escribió eso, rebosante de arrogancia e idiotez juvenil). Ahora admiro mucho más a Dickinson,[23] probablemente a causa de la nueva edición. La he releído y pienso –una opinión compartida por Randall– que es nuestra mejor poeta.


Notas:

[1] En el sentido del conocido epigrama de Wilde: “Todo arte es absolutamente inútil”.

[2] La frase pertenece a César Aira.

[3] Así, en uno de sus poemas, Robert Lowell alude a las palabras de Bishop “colgando del aire durante diez años, inconclusas”.

[4] En el extraordinario ensayo autobiográfico Conatos de Afecto: Memorias sobre Marianne Moore, Bishop ha narrado su primer encuentro con la famosa poeta en el circo de Brooklyn, donde alimentaron con maní a los elefantes: desde el principio su recia amistad se basó no solo en la mutua admiración por sus poemas sino también, curiosamente, en cierta compartida obsesión con los animales y la naturaleza.

[5] Una empresa especializada en la fabricación de instrumentos musicales.

[6] Podemos considerar que esta carta marca el fin de “los años de aprendizaje” de Bishop; aunque siempre manifestó una extraordinaria deferencia por Moore, su antigua mentora, nunca más aceptó sugerencias ni de ella ni de nadie más. En todo caso –como muestran algunas cartas dirigidas a Robert Lowell– era ella la que conseguía imponer sus opiniones sobre cuestiones estéticas.

[7] La famosa residencia de escritores que otorgaba becas de creación.

[8] New York.

[9]Yaddo.

[10] Alusión al famoso poema de Tennyson.

[11] No, naturalmente, el texto original sino la famosa traducción del escritor victoriano Edward Fitzgerald.

[12] Como el lector habrá advertido, Bishop había leído los poemas antes de su publicación en un manuscrito que Lowell le había enviado para conocer su opinión.

[13] El segundo poemario de Robert Lowell.

[14] El acendrado perfeccionismo de Bishop –comparado con ella incluso el moroso y reticente Wallace Stevens resulta casi exuberante– no la condujo a la esterilidad pero sí a largos períodos de silencio.

[15] Esta es una ficción insostenible cuando se compara la gárrula, prolífica y estridente obra de Lowell con los tersos, escasos poemas de Bishop: sus poéticas no podrían ser más diferentes y aun antitéticas, como el propio Lowell reconoció en numerosas ocasiones.

[16] El contexto de la carta indica que May Swenson también intentaba obtenerla.

[17]  Se refiere a los que concedían la Beca Guggenheim.

[18] Bishop había viajado a Brasil, donde viviría unos quince años.

[19] Su primer libro, publicado en 1946.

[20] Como puede apreciar cualquier lector de sus poemas, Bishop estaba obsesionada con estos asuntos, y eso puede apreciarse incluso en los títulos de algunos poemarios (Cuestiones de Viaje; Geografía II). Era una de las pasiones que compartía con Marianne Moore.

[21] Una recopilación de los textos en prosa de Marianne Moore.

[22] Son notorias las profusas referencias a pasajes bíblicos en la obra de Lowell, un antiguo protestante de Nueva Inglaterra que se definía como “católico caído” (sea lo que sea que eso signifique).

[23] Un eufemismo donde los haya: Emily Dickinson y Marianne Moore fueron las mayores influencias sobre la joven Bishop.

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