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Retornos a “La dieta del orco”, de Álvaro Bisama

Ahora que releo por enésima vez el cuento, reparo en que sus escasas seis paginitas no solo manejan el tema de la fantasía de un hijo y de su madre a partir de una carencia, sino que están explicitando un metatexto de buena parte de la literatura fantástica: la demanda extrema por la protección de una figura paterna.

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Tírenme piedras: salvo honrosas excepciones (el trasfondo teológico de la Tierra Media tolkieniana, algunos relatos de Zimmer Bradley, el maravilloso Brandon Sanderson), el fantasy me interesa muy poco como género. Lo que realmente me gusta es el efecto psicótico que tiene entre sus lectores. Y es que creo que, como ninguna otra, la literatura fantástica impone lo que Asensi llamaba, en uno de sus libros, un “modelo de mundo” (una ideología que distorsiona la realidad, que se interpone entre el individuo y el entorno) y les hace traducir una vida opaca, llena de carencias (como las de todos) en una épica luminosa.

Un flashback que acabo de tener: en una clase que di hace diez años, en la parte alta de un derruido edificio colonial del centro de Puebla, y para ilustrar un concepto de la hermenéutica alemana, leí, en voz alta, un cuento del enormísimo Álvaro Bisama que aúna como ningún otro ambas cosas (modelo de mundo y fantasy). Se llama “La dieta del orco” y está en el volumen Los muertos, de 2014. El narrador de dicho relato debe tener la edad que ahora yo tengo (mitad de la cuarentena). Una mujer lo ha dejado cruelmente, por lo que debe regresar a vivir con su madre. Nel mezzo del cammin della vita, por tanto, se resiste a pasar la aduana hacia el infame país de los adultos responsables aferrándose a algo que encuadrará y modelará todo el cuento: “La mina me dejó, hueón; no cachó que yo estaba hecho de alta fantasía”.

Todo ello está contado de manera ruda, pero maravillosamente hilvanada en un solo párrafo, sin signos de puntuación y contaminado de los chilenismos más herméticos. Recuerdo la cara de estupefacción de mis alumnos poblanos (¿Anahí, Héctor, Berenice, ustedes estaban ahí?), al no comprender ni un carajo ni del plano de la expresión ni del plano del contenido. Yo debía detenerme para tomar aire, cada tanto (eran seis páginas de escritura no solo joyceana, sino también bisamanina), porque además no podía seguir de las carcajadas.

Ahora pongo citas para que vean por qué, tranqui. Antes, vuelvo a lo que me interesa destacar: que la propia naturaleza del relato fantástico (desde las sagas épicas hasta el fanfiction), y que este individuo absorbe como esponja, le sirven para tratar de admitir otro modelo de mundo, otra visión que lo agrede y que tiene todo el derecho a matizar y descomprimir: que una mujer se ha alejado de él por lo que realmente es (un ser de fantasía); y que debe vivir, como en un momentito ya explico, con esa madre-que-lo-parió, quien igualmente observa la realidad desde una particular ideología, debido también a un abandono.

El procedimiento de Bisama no es nuevo, es el de Cervantes: un sujeto que ha leído demasiado empieza a habitar en dichas lecturas y desea superponer sus códigos ficcionales a la realidad, que, claro, siempre es menos estimulante. Por tanto, “La dieta del orco” resulta cómico en un inicio porque el tono tan sublime, propio de los relatos fantásticos –“En el principio estaba Eru, el Único, que en Arda es llamado Ilúvatar; y primero hizo a los Ainur, los Sagrados, que eran vástagos de su pensamiento”, ¿recordáis al profesor Tolkien?– aparece intervenido con el más trabado argot chileno.

A ver, hagan el esfuerzo por entenderlo; yo sé que es como descifrar un texto en dwarvish o en orcish, pero…: “me fui a la chucha, culiao, a la reverenda chucha, onda que salía en las mañanas y me paseaba por el Portal Lyon buscando a los pendejos para jugar a las cartas y los hueones me cachaban ahí, flaco y medio pelado y como que me tenían miedo, como que tenía pinta de pervertido pero nada, ni un rollo, si soy más bueno que la cresta, onda nunca me he ido a las manos en mi vida y eso se los decía a los pendejos, les decía que tenía mis cartas y que era fanático del profesor Tolkien y que la hueá del rollo de la literatura fantástica me rayaba en mala y los pendejos me escuchaban y me preguntaban hueás y yo me pasaba el día así y cuando tenía hambre me metía al Burger King o al McDonald’s y me comía una hueá barata y volvía a sentarme en el suelo y ellos me preguntaban por mi vida”.

Debo reconocer que antes de analizar este cuento en clases, y también en algunos artículos académicos desde la hermenéutica-telúrica-incaica-peripatética-anotrética-no dogmática, con lo que primero enganché fue con ese deambular del personaje por el Portal Lyon, sitio en el que nos dábamos lugar los frikis gustosos de la animación japonesa, los juegos de rol, el cine bizarro y los videojuegos, a finales de los noventa y principios de los 2000.

Bueno, sumus quod sumus.

Regresemos los ojillos a las páginas de Bisama, pues durante todo el cuento el narrador oscila entre un mundo que ubica perfectamente y que, luego, intenta reproducir (el de la literatura fantástica); y otro que le lastima y que pretende darle la vuelta a partir del primero (el de su cotidianidad). La forma en que se imbrican ambos mundos, y la resistencia del narrador para que su relato fantástico no se estropee con la inminencia de un relato realista, lo hace un cuento superior. Notable, por ejemplo, cuando este cuarentón pelado dice a sus jóvenes camaradas, sentados en el piso en el Portal Lyon mientras juegan Magic: “les hablaba del profesor Tolkien, que no le creían nada y que la película era una mierda pero yo me defendía porque les contaba que en realidad Chile tenía su propia Tierra Media en los bosques del sur y les hablaba de una serpiente gigante mapuche y los ngechen y que los araucanos se comían el corazón de sus enemigos y los hueones me decían eso es grosso, suena grosso, hueón, ojalá hubieran ganado esos hueones la guerra y yo les decía que sí, sí ganaron y me llevaba el dedo índice a la sien y agregaba sí ganaron, sí ganaron, sí ganaron, porque están acá, hueón, están acá en la volá de la mente y eso los españoles no lo pudieron matar, porque todos somos caníbales, hueón, y un día vamos a despertar y nos vamos a comer el corazón de todos”.

Sin embargo, terminada la jornada, el narrador regresa a casa y se encuentra con una escena patética, que le violenta aún más su realidad y que, en el plano intertextual, dialoga a los gritos con Sábato, hacia atrás y, ahora que lo pienso, con Tatiana Țîbuleac, hacia adelante: “yo me quedé solo en la casa con mi vieja que hablaba puras hueás de que extrañaba a mi papá y me fui a la chucha […]. Me iba para mi casa y ahí estaba mi vieja, viendo las noticias, pegada con Megavisión, asustada, cagada de miedo porque Chile se había llenado de delincuentes, porque cualquier momento alguien se iba a saltar la muralla del patio y se iba a llevar la tele […], mi madre gritaba de alegría en su pieza porque veía un programa de mierda en Megavisión donde los pacos entraban a la fuerza a la casa de unos narcos y ella se alegraba porque estaban barriendo a esa basura, estaban apresando a esos delincuentes que le daban droga a los niños de Chile”.

Esta pura escena hubiera dado para una novela completa. Aquí, encapsulada en el cuento, nos revela a Bisama como un escritor mayor: así como el hijo, lastimado por el doble abandono del padre y de la pareja, encuentra en el fantasy la posibilidad de alivio y redención, la madre la halla en la TV, en noticiarios que le presentan sesgadamente, como en los tiempos de la dictadura, una realidad amenazante, pero al mismo tiempo la solución superheróica de las autoridades.

Una última cosa de “La dieta del orco”, para empujarlos a su inmediata lectura. Para el sujeto no es suficientemente poderoso el examen de este género como lector, “de esa minita que escribía Las nieblas de Avalon y ese guatón culiao del Juego de tronos y Robin Hobb y el seco, sequísimo, de Steve Ericsson que me encantaba”; por ende, decide él mismo escribir una saga (es decir, decide llevar la “alta fantasía” al plano performativo):“yo estaba escribiendo una novela, hueón, una novela inmensa de la que llevaba dos mil páginas, una saga de cinco libros, que era mi homenaje al profesor Tolkien pero también a los guerreros mapuches del siglo XVII, una novela que se llamaba El cálix de la serpiente y que trataba de un príncipe bastardo al que sus hermanos odiaban en un mundo de islas hechas con pura roca volcánica que los humanos solo podían cruzar arriba de una serpientes voladoras […] mi novela se volvía oscura porque en el quinto tomo la guagua había crecido y volvía a vengarse de su padre y ya no tenía rostro porque no tenía cabeza […] y yo escribía todo eso y llenaba todo de una prosa fantástica, hueón, una prosa épica que ya se la quisiera cualquier poeta culiao, donde alguien levantaba su flamígera espada hacia el cielo azafranado dibujando un arco de centellas que se abría paso sobre los broches dorados de una armadura forjada de soles, hueón, y escribía eso mientras pensaba cómo cerrar el arco narrativo, porque aquí había un arco narrativo, conchetumadre, el medio arco narrativo, culiao”.

Ahora que releo por enésima vez el cuento, y me río y me conmuevo igual o aún más, reparo en que las escasas seis paginitas de “La dieta del orco” no solo manejan, a lo Žižek, el tema de la fantasía de un hijo y de su madre a partir de una carencia (la del padre), sino que están explicitando un metatexto de buena parte de la literatura del género fantástico: la demanda extrema, descomunal, por la protección de una figura paterna, que en los textos de este corte se sublima bien como rival a vencer, bien como ausencia a suplir.

“Yo pensaba en las ciento catorce veces que había leído El Silmarillion mientras pensaba que ojalá termine esto pronto”, dice el narrador en un momento, sabiendo que cualquier empresa de sublimación es fútil. Por eso casi siempre este tipo de literatura viene en sagas: porque resolver el tema del padre es extenso, afanoso, inagotable.

FELIPE RÍOS BAEZA
FELIPE RÍOS BAEZA
Felipe Ríos Baeza (Santiago de Chile, 1981). Escritor, comunicólogo social y doctor en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada. Es autor del volumen de cuentos Satori (2018) y de las novelas Clowns (2016) e Infectados (2021). Ha publicado, además, La letra ensimismada. Nuevos ensayos de literatura hispanoamericana (2023); El texto desbordado. Aproximaciones contemporáneas al fenómeno literario y artístico (2019); El desvarío ilustrado. Ensayos sobre literatura hispanoamericana contemporánea (2014) y los dos volúmenes de Roberto Bolaño: una narrativa en el margen (2013 y 2016), entre otros libros académicos. Es fundador y director de Notas al Margen. Espacio de Cultura, que ofrece talleres culturales cada mes. Se ha desempeñado como profesor e investigador en varias instituciones de educación superior, en materias de literatura, cine, filosofía y estética, además de escribir y coordinar libros críticos dedicados a autores contemporáneos como Enrique Vila-Matas, César Aira y Juan Villoro, entre otros.

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