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Una lista de deseos es un archivo para el futuro: la última expo de larry

En su última muestra, 'Llorar sé desde la cuna' (galería Mahara+Co, Miami), larry sigue este impulso por la exposición sin filtro de una memoria personal cifrada en lo objetual y en una referencialidad desenfrenada.

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Me gusta Georges Perec porque hacía listas. Listas, como la memoria del cotidiano, sobre casi cualquier cosa. Enumeraciones aberrantes –hermosamente compulsivas– a las que irían a parar “los alimentos líquidos y sólidos” consumidos durante todo un año, los carros y autobuses que desfilaron por las inmediaciones del Café de la Mairie el 20 de octubre de 1974, los recuerdos aleatorios de su infancia. Me gusta su manía por la precisión, una vocación de rescate cifrada en el valor inconmensurable del fragmento crudo. Se trata, por supuesto, de una premisa ilusoria, pero su sola posibilidad inaugura otros modos de vinculación con el pasado. Otros modos de narrar. Quiero decir, detecta historicidad donde muchos no perciben nada.      

¿Y qué es lo que determina la legitimidad de un recuerdo? ¿Qué merece la pena contarse, archivarse, preservarse para lo que vendrá después? El cerebro hace cribas. La sociedad hace cribas. La política hace cribas. Ninguno de estos procesos es neutro, aunque lo parezca. Bajo la coartada de la arbitrariedad se esconde una voluntad deliberadamente excluyente que busca fijar lo que puede y debe permanecer. Lo que existirá en el futuro. El archivo, en este sentido, es registro y lenguaje vehicular. Una flecha encendida trazando el recorrido de la voz que narra. 

Pienso entonces en la voz de larry, que no hace listas exactamente, pero que posee una propensión innata a la hipertextualidad, la acumulación, la presencia material. Algo parecido, salvando las distancias, a eso que algunas autoras feministas han denominado “archival bricolage”, y que busca redefinir la epistemología misma de los ejercicios en torno a la memoria. A larry le interesan otras cosas. Muchas, de hecho. Le interesa, por ejemplo, la imaginería visual del kitsch doméstico, la sensibilidad camp, la poesía, el universo cultural del porno gay, el potencial disruptivo del fragmento. A mí también me llama lo fragmentario, puntos aislados de un inventario de pendientes que nunca se resuelven. Lo importante es escribirlos, amontonarlos, ponerlos a salvo de toda concatenación. En su última muestra, Llorar sé desde la cuna (galería Mahara+Co, Miami), larry sigue este impulso por la exposición sin filtro de una memoria personal cifrada en lo objetual y en una referencialidad desenfrenada. Una exposición puede ser, también, una lista de recuerdos y una lista de deseos. Deseos sexuales, por supuesto, que son los que el archivo convencional descarta por su congénita pacatería. 

Frente a la tendencia institucional a la desexualización de los archivos LGBTIQ+, Ann Cvetkovich ha insistido en su resistencia a la “higienización” moral de sus contenidos. La historia queer, sostiene, “necesita un archivo radical de las emociones, con el fin de documentar la intimidad, la sexualidad, el amor y el activismo –todas las áreas de la experiencia que son difíciles de documentar a través de los materiales de un archivo tradicional–”.[1] ¿Emoción y sexualidad desde las artes visuales? No hay mucho de eso en la producción cubana reciente. A través de una política del placer y de la pequeña escala, larry recodifica el espacio de lo que cuenta, de lo que importa, de lo que construye historicidad. Junto a estrellas porno como Tim Kruger, Arpad Miklos y Al Parker, coloca figuritas de cerámica, flores plásticas pintadas a mano, un San Lázaro de yeso, el libro que Clint Richmon escribiera sobre la vida de la cantante estadounidense Selena Quintanilla, una escultura en forma de puño con su uña escarchada de brillitos rosas. Imágenes de una belleza sin épica operando a ras del suelo.   

Pero estas imágenes son algo más. Configuran una cartografía de lo queer que prioriza la variable afectiva por sobre el presunto valor objetivo de la memoria grupal. Hay una apuesta por lo particular y específico. Lo íntimo, en este contexto, pone en entredicho la lógica jerarquizante de nuestras prácticas habituales de registro. Qué se incluye, qué queda fuera. Qué vamos a olvidar. La cuestión no se circunscribe a un tema meramente clasificatorio, sino a cómo posicionarse respecto a la verdad del archivo. El debate en torno a la verdad es demasiado espeso y suele tender al relativismo, pero puedo decir, sin enredarme mucho, que está ligado a la autoridad “incontestable” del documento. Bueno, en alguna medida la obra de larry se ha tratado también de eso, de ir ampliando los límites del archivo e incorporar en este materiales desautorizados.

Adornos de cerámica, una relación de tatuajes, citas, trozos de sus poemas, pequeños dibujitos sobre personas ficticias o reales, sobre circunstancias ficticias o reales. Me gusta hacer listas. Haría con gusto el inventario completo de esta expo de larry. 

Sobre la naturaleza del archivo queer, Cvetkovich señala, por otra parte, su apego a una gestualidad memorial relacionada con la necesidad de crear “prácticas de duelo” físico y social.[2] La memoria, ahora, como un acto disensual que busca mostrar aquello “que no tenía razón de ser visto” dentro de cierta configuración de lo normativo. De nuevo, qué se incluye, qué dejamos fuera. larry en esta muestra rinde sus propios tributos. A Tim Kruger, en primer lugar (“Copia hecha sobre éxtasis de harta contemplación”), porque el 1 de marzo de este año murió a consecuencia de un accidente doméstico en su casa de Mallorca. En el statement que circulara en las redes, su pareja –Grobes Geraet– precisó, luego de comunicar la noticia y de dolerse por su pérdida: “Estoy consciente del estigma que rodea a la muerte de los hombres dentro de la industria del porno gay, por lo que me veo en la necesidad de hacer una importante aclaración a fin de evitar la inevitable especulación: la muerte de Tim se debió a un trágico y simple accidente casero, nada tuvieron que ver drogas involucradas, juegos sucios o suicidio”.[3] Basta leer las decenas de comentarios que acompañan las notas de prensa para entender el porqué de estas palabras. Los modos perversos en los que algunas muertes son significadas desde la violencia de la tachadura. La praxis del duelo gay genera contrarrelatos de recordación negados a reproducir las gramáticas del estigma o la vergüenza. Rememora desde el placer, la irreverencia, lo marica. Para que las historias, en lugar de esconder y patologizar, rescaten a las personas, las identidades y las culturas sexuales que la sociedad destierra del espacio y la memoria públicas.

larry homenajea, también, a Arpad Miklos y Al Parker. Varias de las piezas de Llorar sé desde la cuna tienen un carácter votivo. En el altar a Kruger, y en obras como La titiritera infeliz, La familia (suplemento no. 257) y Double Dream, les coloca/dedica pequeños objetos, frutas, velas, intenciones. Más que las de un creyente fervoroso, parecen estas las ofrendas de un enamorado. Como las noticas que se escriben los amantes en los tickets del parking, o el sexteo entre desconocidos de Instagram, el contenido es cristalino y directo a pesar de su empaque kitsch. El dispositivo del altar le permite a larry customizar sus fetiches e inscribir el duelo dentro del ámbito de la espontaneidad. No hay solemnidad en sus gestos, lo doméstico y lo lúdico se imponen a partir de un conjunto misceláneo de aliento trasho (el término se lo robé a él mismo), cuya resonancia es personal. Años atrás, mientras terminaba de escribir Osos (Ediciones Unión, La Habana, 2013), el suicidio de Miklos lo tomó por sorpresa y se instaló en su escritura a modo de símbolo y longitud de onda. Miklos en el tatuaje de su hombro derecho, en los poemas de aquel tiempo, en la encarnación de una figura emblemática dentro del imaginario gay: el (hombre) oso.

Hay referencias por todos lados. A la figura del oso, por supuesto. Pero también a escritores, películas, amigos, libros, íconos de la cultura pop. El archivo de larry es eminentemente referencial, y ello hace que su vinculación con los materiales que registra resulte antojadiza y parezca mantenernos al margen. Pero esta presunta aleatoriedad es apenas una sensación, tiene que ver con la elasticidad de sus signos y esa capacidad para trazar rutas narrativas insólitas. Cada una de las imágenes, motivos, elementos que integran las piezas de esta exposición traza su propia red de interacciones y lecturas. Da un poco de vértigo pensar en eso, la verdad, un tejido estructural inestable que, como en los sueños, nos ubica siempre en otra parte. Aquí todo es lo que parece. Aquí nada es lo que parece. Aquí abunda la frivolidad. Una frivolidad hierofánica. Hay cinismo y hermosos hombres suicidas. Mucha pluma. Brillos. Algunas tumbas en las que larry deposita manzanas, plátanos, pepinos, botellas de sake. Ritualidad memorial. Cine gore. Una bitácora de recortes y baratijas. Algunas cosas se resisten a la escenificación de sí mismas, permanecen en los archivos renegociando constantemente su legibilidad ante los otros.

Para no extraviarme, escribo una relación de lugares físicos. Por aquello de estar más anclada al suelo. La lista incluye estos nombres: León, Ometepe, Corn Island, Granada, Antigua Guatemala, Isla de Flores, Tikal, Lago de Atitlán, Chichicastenango, San Pedro, Ciudad de México, Playa del Carmen, Puebla, Oaxaca, Laytonville, La Habana. larry no me dijo nada de La Habana, no formó parte de los recorridos que trasminaran la elaboración de sus obras, la incluyo yo porque es el origen del viaje. Me insistió, en cambio, en Laytonville, un pueblito de California en donde estuvo trabajando por más de dos meses. Allí realizaría Double Dream, un video extrañísimo que lleva a nuevos niveles su fijación con la figura del oso. El oso, dentro de la cultura queer, conecta con la visualidad hipermasculina del sujeto robusto, viril, peludo. El macho-macho. Llama la atención los modos en los que ambas representaciones del imaginario gay conectan en esta muestra: lo marica y lo rudo, lo pasivo y lo activo, por nombrarlo mal y rápido. Decenas de inflexiones de por medio se me escapan, lo sé (twink, nutria, daddy, twunk…). En el video de larry, la utilización del altar en tanto mecanismo memorial cede espacio al acto performático de la posesión. Ello le permite saltarse la cronología de las temporalidades y cohabitar con aquellos seres que constituyen su leitmotiv recurrente. larry posee y es poseído. Devora el plátano y la manzana que antes ofreciera en tributo. El deseo deja su rastro documental, una baba de caracol que se incorpora, por derecho propio, al archivo sexual de su obra. Dice que en Laytonville se topó con un oso verdadero. Yo en Double Dream lo que veo es transformación. A veces está él, a veces el oso. Es un disfraz y es un sueño. Pero quién sueña exactamente.

larry piensa que el video es el centro de esta muestra. Ese punto hacia el que toda fuga o donde nacen las conexiones. Hay muchos centros, pienso yo. El video es importante por otros motivos. El archivo sigue registrando como una máquina descontrolada y maravillosa, pero ahora es, además, objeto de sí mismo. Un archivo que crea sus propios recuerdos: la fantasía, la experiencia, los deseos, la locura, la comunidad, la cultura. ¿Y eso se puede? ¿Crear para registrar la fantasía, la experiencia, el deseo, etc.? Lo inmaterial, lenguaje difícil. Los archivos de los márgenes saben bien sobre esa imposibilidad. Su voluntad de existir a pesar de los olvidos y el rechazo les ha guiado hacia soluciones curatoriales, conceptuales y exhibitivas poco convencionales. Cuando digo poco convencionales me refiero, por supuesto, a meter en el ojo público lo que el radar del ojo público ni siquiera detecta. Y si lo detecta, voltea la cara y sigue de largo. Y si no sigue de largo, va y lo coloca en la gavetica de las rarezas. Escondido six feet under.            

En Desierto sonoro, Valeria Luiselli escribe que sus diarios son las cosas que subraya en los libros. Una vez destacadas, las palabras del otro hablan por y sobre ella. El ejercicio del subrayado confiere al lector la capacidad de reactivar un texto desde nuevas coordenadas semánticas. Un oso, por ejemplo, no es lo mismo que otro oso. El que viera larry en la montaña de Laytonville, y el que fuera o lo poseyera en la montaña de Laytonville. Un compendio de frases subrayadas es un archivo que está viviendo ahora mismo. Despierto y con ganas de todo. Las obras de larry siguen su propia lógica del subrayado porque se interesan por lo concreto. Los nombres propios son concretos, y los rostros y cuerpos de Tim Kruger y Arpad Miklos, y los rostros y cuerpos y escrituras de Rosario Castellanos y de Pita Amor. También los santos y adornitos sobre los televisores Caribe. Cvetkovich afirma que los archivos queer son más emocionales que intelectuales, y su relevancia está dada –y reconocida– por el particular valor afectivo que los mismos comportan para el individuo. El archivo de larry articula un tejido de frases sueltas que son relevantes. Pero no por lo que nadie piense al respecto, sino por lo que él ha sentido al arrancarlas de donde sea que estaban. Muchas de estas frases pertenecen a sus propios poemas. Escritas por él, quiero decir, escritas y reescritas.

Antes comentaba que larry no hacía listas, sino que acumulaba. La lista, para existir, necesita conciliarse con la noción de límite. En su caso, esto es más bien improcedente en la medida en que sus significantes no se quedan quietos. Se la pasan apuntando, nerviosamente, direccionalidad. Y uno termina por perderles la pista. Hay unos poemas de Mariano Blatt que se van escribiendo a la par de su vida (“No es” y “Ahora”). Llevaban más de veinte páginas la última vez que los leí. Un poco eso con la obra/ archivo/ poesía de larry. Pasan todas las cosas ahí adentro: el sexo y la tristeza, el juego y el enamoramiento, la poesía y la telenovela. Viajes de ida y vuelta. Cosas concretas. Tengo, con esta exposición de larry, una lista de pendientes que no para de crecer. Porque aparte del video, hay más de diez pinturas de las que he dicho poco o nada, decenas de objetos, varias instalaciones. Pero yo sigo varada en el proceso de anamnesis que desencadena este archivo suyo. Recuerdo con el cuerpo y asocio. La casa de mi abuela, las vacaciones en Guanabacoa, el despertar sexual de la primera juventud, las lecturas de cuando la Facultad de Artes y Letras. Una lista de pendientes irresoluble. ¿Desde cuándo una exposición no (me) genera algo así? ¿Desde cuándo no se sueña con un oso gigante y viril? ¿Y el deseo, y los afectos, y las mujeres y hombres magníficos que nos obsesionan?   

Me gusta larry porque, contrario a Perec, no hace listas. El material virgen de sus recuerdos y derivas se nos presenta a la manera de anotaciones sueltas sobre lo que acontece. Ahora ha incluido otras líneas. Registra lo que ve y lo que sueña. Lo hace con idéntica naturalidad, como si ese universo surreal de sus sueños formara parte del cotidiano colectivo. Los referentes se superponen, se acompañan, se confunden, arman una pila gigante. Una montaña gigante de cosas y de deseos. La montaña del oso. Un archivo para el futuro en el que se singa y se siente y se padece.


Notas:

[1] Ann Cvetkovich: Un archivo de sentimientos. Trauma, sexualidad y culturas públicas lesbianas, Edicions Bellaterra, 2018, p. 320.

[2] Ibídem, pp. 356-357.

[3] Wenceslao Bruciaga: “Cómo sobrevivir a la muerte de un pornstar… sin un orgasmo en el intento”, Milenio, 8 de marzo, 2025.    

DALEYSI MOYA
DALEYSI MOYA
Daleysi Moya (La Habana, 1985). Crítica y curadora de artes visuales. Licenciada y Máster en Historia del Arte por la Universidad de La Habana. Se ha desempeñado como curadora en las galerías habaneras La Casona, La Acacia y Servando Cabrera. Actualmente trabaja en el proyecto de arte contemporáneo El Apartamento. Además de su labor curatorial, desarrolla la crítica de arte de modo sistemático. Ha colaborado con publicaciones impresas y digitales sobre cultura y artes plásticas. En el año 2015 obtuvo mención en la categoría Reseña del Premio Nacional de Crítica Guy Pérez Cisneros, en La Habana, Cuba.

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