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Poesía y el ahora

La poética que me jalona ahora es una pregunta ante la emoción, el juego y la facilidad con la que nos explotamos, convirtiéndonos en empresarios de nuestras propias vidas.

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La alienación del espectador en favor del objeto contemplado (que es el resultado de su propia actividad inconsciente) se expresa de este modo: cuanto más contempla, menos vive; cuanto más acepta reconocerse en las imágenes dominantes de la necesidad, menos comprende su propia existencia y su propio deseo. La exterioridad del espectáculo en relación con el hombre activo se hace manifiesta en el hecho de que sus propios gestos dejan de ser suyos, para convertirse en los gestos de otro que los representa para él. La razón de que el espectador no se encuentre en casa en ninguna parte es que el espectáculo está en todas partes.
Guy Debord, La sociedad del espectáculo (1960)

Muchas gracias a la profesora Eyda Merediz por invitarme a este prometedor evento, y especialmente a todos ustedes por estar aquí, así como a mis compañeras/os poetas por abrirse a la posibilidad de escuchar. También quiero agradecer a mi amigo Chris Lewis por traducir y relacionarse con mis poemas. No escribo poesía en inglés, ni soy traductor de mi poesía al inglés. Hoy, leeré dos poemas de mi más reciente libro de poesía, Minotauro en mar chiquita (Lajas Puerto Rico, 2023).

Antes, quisiera anotar algunas ideas e imágenes que vinieron a mi mente después de que Eyda nos sugiriera que habláramos sobre “la poesía hoy.” Cito de la invitación: “cada poeta tendrá 10 minutos para hablar sobre el tema de «poesía hoy»”. Me gustaría revisar ligeramente esa frase para colocar mis comentarios en otro registro. Me parece que lo que está en juego con la poesía, como experiencia y práctica de significado, sensibilidad y libertad, es más un modo, entre tantos, de habitar el “ahora” que relacionarse con el “hoy.” “Hoy” es una forma de nombrar el momento actual, una manera de representar el tiempo en la linealidad de ayer-hoy-mañana, pasado-presente-futuro. Creo –puedo estar equivocado, siempre ocurre– que la poesía en tanto práctica singular, práctica que incluye su lectura, es una forma de lidiar con el “ahora,” con lo inmediato, con el despliegue del instante del tiempo en palabras, en imágenes, en los impulsos que desencadenan la escritura. Sin duda, la poesía participa de su “presente” pero solo como un momento más. La historicidad del “ahora”, incluso la historicidad misma, rebasa los confines y modales cronológicos. Dicha historicidad también rebasa al poema incluyéndolo o agujereándolo.

El momento “presente”, tal como lo experimentamos “hoy”, está moldeado por lo que podría llamarse la mercantilización de la existencia o la corporativización de cualquier esfera de la vida. Se ha vuelto mercado, moneda y transacción hasta cómo percibimos la realidad y para algunos hasta cómo aparecer en ella. El presente hoy es indistinguible del mundo de los big data, los algoritmos y la demanda narcisista de mostrar, representar y hacer(se) visible constantemente –a veces incluso como una “marca”–. Yo soy es un brand. El yo es la marca registrada. En el mundo de hoy, en el mundo actual, todo es medible, comparable y calculable: identi-ficable. El hoy es el ámbito de los tweets, de los posteos, de los me gusta y la negociación implacable de todo y de cualquier cosa. De paso, el uso generalizado del término “negociar”, especialmente en el discurso académico en los Estados Unidos, en el culturalismo de cada día, es sintomático de esta condición del presente. Si bien, “negociar”, sobre todo en inglés, a menudo no significa más que navegar, llegar a un acuerdo o simplemente sobrevivir en un entorno hostil, en el contexto actual, sin embargo, insiste en hacer flotación su origen etimológico: negociar —negar el ocio, el tiempo libre o aquello que se “hace en el curso de un negocio”. El sentido de las cosas, la verdad, como me dijera mi hermana María de los Ángeles en una conversación telefónica, es como la mierda, tarde o temprano sale a flote.

El escritor argentino Ricardo Piglia denominó cierta manera de pensar y relacionarse con la actualidad como “cinismo obligatorio”. Nombraba Piglia con esta frase las constantes proposiciones de cierto pensamiento que proclama que ya no hay verdades y que ha hecho fetiche de la fragmentación como la nueva y única perspectiva posible. Solo añadiría a las palabras de mi maestro y verdadero mentor durante mis años de posgrado en la Universidad de Princeton, que este cinismo obligatorio hoy se niega a reconocer, y de hecho se esfuerza por ignorar –consciente o inconscientemente– su propio desapego e indiferencia ante el estado actual de las cosas y la posibilidad de cambiarlas, de reimaginarlas. Hoy, el cínico o la cínica es un profesional que sonríe con cortesía y amabilidad y nos desea lo mejor. Siempre. Hoy, el control y la subyugación pivotean en la misma libertad y exhiben muy buenos modales. El filósofo Byung-Chul Han se refiere a esta era como un “panóptico digital”, donde los individuos parecen comunicarse con intensidad, revelan sus “intimidades”, incluso se desnudan por decisión propia participando de manera activa en su propia vigilancia. La noción y experiencia ciudadana hoy se han convertido en sinónimos de consumidor o espectador, la conectividad se cree indistinguible del diálogo y los criterios son reducidos a mera información necesaria para formalizar alguna transacción. Lo que es extraño, verdaderamente otro, misterioso y hasta erótico, lo que resiste y se resiste a la comunicación fácil, es desmantelado por protocolos de optimización y visibilidad impuestos, diseñados para suavizar las maquinaciones de la productividad. Esta era es una era de pura exterioridad, de transparencia. En estos días se cultiva la proliferación de la notoriedad, de la visibilidad, con la que se naturaliza y normaliza una conformidad indiscutible. La vigilancia y la dilución del discurso, en múltiples ámbitos, hoy ocurren sin coerción o represión manifiesta.

La poesía resiste los límites del calendario; no está encerrada en el poema, ni necesita de la heroicidad de algún ego deseoso de ser visto-re-conocido. Es una práctica sostenida de sensaciones y contacto con las múltiples maneras con las que experimentamos el tiempo. La poesía es un sutil afinar sensible, multilingüe y polifacético, que “facilita” habitar y habilitar el “ahora” y le “permite” a todos, no solo a los llamados y dudosos expertos-intelectuales, conversar sobre el tiempo de la imagen, el momento de la enunciación, las formas de representar, sobre todo, la historicidad de muchas y tantas cosas. La poesía es uso, apropiación y libertad: la posibilidad siempre abierta de sentir, pensar y vivir de otra manera. Su asunto no es el poder, en cualquiera de sus articulaciones o variedades, incluso las gramaticales. Es una escapatoria de la previsibilidad, de lo predecible, del sentido común bien pensante, de la catarata de clichés, de la imposición de maneras correctas de decir o nombrar, de la doxa de “los marcos” y las maneras hegemónicas de involucrarse con la experiencia, de atravesar –valga la redundancia– una experiencia.

Paladear el tiempo de la poesía no es simplemente manejar alguna operatividad intelectual o un proceso mecánico de pensamiento. Este tiempo no puede ser reducido a plantillas, rúbricas o fórmulas, ni es una forma de producir contenido, como algunos gustan y abusan de decir hoy. Escribo y hablo de poesía para desafiar y liberarme de la predictibilidad, de la previsibilidad, para desafiliarme de la regimentación estatal o disciplinaria. Expresarme poéticamente ha sido y es una forma de deslizarme, de escapar de los marcos institucionales –ya sea los de la familia en la que me crie, los de la escuela, las religiones, los partidos políticos, los de la universidad, los archivos, los del mercado y recientemente los marcos de las redes–. Estoy en ello. Zafar no es fácil ni es una tarea que busque garantías o soluciones rápidas. Ninguno de los espacios institucionales mencionados arriba le hizo, ni le hace justicia al surgimiento de palabras y emociones, a la pulsación de la soledad, el deseo, la violencia y el miedo, al sobresalto y entusiasmo que un poema, un cuerpo o una canción pueden producir. El hechizo y la inevitabilidad de una palabra, de las múltiples imágenes que giran y se sumergen, resurgiendo aquí o allá a través de una experiencia sensorial que pide escritura.

En su discurso en el banquete del Nobel en Estocolmo el 10 de diciembre de 1960, Saint-John Perse escribe: “El poeta es quien rompe con nuestros hábitos. Y de este modo, el poeta se encuentra atado a la historia a pesar de sí mismo. Ningún aspecto del drama de su tiempo le es ajeno”. La poesía asedia, desconfía y se sustrae del hábito, de las maneras en que formateamos y guiamos –pastoreamos es mejor palabra– a las personas con tropos, ideas, pautas, guías o palabras claves.

En este “tiempo presente,” donde la positividad es obligatoria en todas sus formas o acepciones, el trabajo de lo poético me parece, es un trabajo que desiste, es un trabajo del y con lo negativo. Un trabajo que no idealiza, ni abstrae la materialidad de cualquier modo de existir. Lo negativo se quita de las grandes metafísicas, se saca del Orden las Mayúsculas propio del “salón de las genuflexiones” (Virgilio Piñera) de la cultura o la institucionalidad. No quiero con esto alarmar a los optimistas, a las buenas personas, a los bienintencionados y a los moralistas que creen no serlo –nada les sucederá por considerar esto–. Me temo que todo seguirá igual. Lo negativo, insisto, es una forma de lidiar, sin recetas ni facilismos, con las imperfecciones, la indecidibilidad, lo inacabado, los errores, el dolor, la ambigüedad y la muerte. Aquí, lo negativo es una forma de obstaculizar el impulso del sistema hacia la “optimización”, hacia la “actualización”. La poética que me jalona ahora es una pregunta ante la emoción, el juego y la facilidad con la que nos explotamos, convirtiéndonos en empresarios de nuestras propias vidas y en nuestros espacios de trabajo. Lo negativo es el trabajo de la tristeza, el saber de lo inconsciente. Lo negativo es el trazo de aquellos que se atreven a decir “no.” La poesía se relaciona con lo reprimido, lo entumecido –el trauma, la amenaza y lo ominoso que proviene del dolor. La poesía habita el ahora porque es una práctica de escucha hacia el otro, hacia las y los demás, hacia todo lo demás. La poesía necesita oscuridad y silencio: des-creencia. La belleza, el amor y la vida no pueden existir sin lo negativo, no son distinguibles, no son perceptibles sin el paso del tiempo y su fin, algo que se revela en el ahora de la imagen. La poesía crea espacios libres, espacios de quietud, calma y paz, donde incluso el ritmo, el ruido o la sensualidad orquestan otro modo de comunidad, un modo imposible –una comunidad que siempre está por venir.

Me despido justo ahora cuando el cangrejo de tierra se sustrae de tus ojos. El juey excava su cueva en silencio bajo un árbol remoto. Sin prisa, con cada palancazo de arena, lento, lentísimo se aleja de la luz del presente. Apenas perceptible, subterráneo, reposa. Arriba en el tronco del árbol, no muy cerca de la copa, una colmena de abejas mantiene alejados a los cazadores.

“For to organize pessimism means nothing other than to expel moral metaphor from politics and to discover in the space of political action the one hundred percent image space. This image space, however, can no longer be measured out by contemplation”, Walter Benjamin,“Surrealism”(1929)


* El siguiente texto es la versión reescrita en español de la que se leyera, abreviada y escrita en inglés, en la actividad: Poetry in Conversation: Inaugural Event in honor of Lauretta Clough, School of Languages, Literatures and Cultures, College of Arts and Humanities, University of Maryland, el día 19 de septiembre de 2024.

JUAN CARLOS QUINTERO HERENCIA
JUAN CARLOS QUINTERO HERENCIA
Juan Carlos Quintero Herencia (Santurce, Puerto Rico, 1963). Poeta, ensayista, crítico. En 2002 gana el premio de poesía del Pen Club de Puerto Rico por sus cuadernos de juventud El hilo para el marisco/Cuaderno de los envíos. Es autor de los libros de poesía: La caja negra (1996), Libro del sigiloso (Premio Creative and Performing Arts de la Universidad de Maryland, 2006), El cuerpo del milagro (2016) y Minotauro en mar chiquita (2023). Algunos de sus libros de crítica son Fulguración del espacio: Letras e imaginario institucional de la Revolución cubana 1960-1971 (Asociación de Estudios Latinoamericanos-Premio Iberoamericano, 2002), La máquina de la salsa: Tránsitos del sabor (2005, 2021, segunda edición revisada y aumentada), La hoja de mar (:) Efecto archipiélago I (2016) y De la queda(era): Imagen, tiempo y detención en Puerto Rico (2021). Ha obtenido becas de la Ford Foundation, la Andrew W. Mellon Foundation y la John Simon Guggenheim Memorial Foundation. Es profesor de literatura caribeña y latinoamericana, y reside en Maryland, Estados Unidos.

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