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Narrativas de la Cuban America

Mientras que el término cubanoamericano se restringió durante un tiempo a la literatura escrita en inglés por escritores descendientes de cubanos exiliados, mi lectura pretende ensanchar sus fronteras, abarcando toda obra que de alguna manera aborda el inédito entorno y la coyuntura actual de los autores.

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Sabemos que Cuba ha experimentado un éxodo cuyo destino principal es los Estados Unidos y que ese éxodo se ha caracterizado por olas migratorias a partir de la instauración del régimen socialista en 1959. Jorge Duany, especialista en migraciones caribeñas, distingue seis oleadas discernibles hasta el presente, coincidentes con hitos del pasado reciente. En las últimas décadas, la emigración ha sido más sostenida y ha ido en aumento. Entre 1995 y 2016, 715 999 cubanos llegaron a los Estados Unidos, mientras que entre 2017 y 2022, lo hicieron 259 241 personas. Cerca de 2,5 millones de cubanos viven en este país.

Hace tiempo que la literatura cubana acarrea la temática del viaje (tanto de la salida como el retorno) y el desplazamiento. Es revelador que la antología editada por Leila Guerriero, Cuba en la encrucijada, cuyo subtítulo es Doce perspectivas sobre la continuidad y el cambio en La Habana y en todo el país, publicada en2017, abra con una crónica nada menos que titulada “Miami: la ruta de los cocoteros”, de Carlos Manuel Álvarez. Su trama no se desarrolla ni en La Habana ni en el resto del país, sino en dicha ciudad del sur de La Florida, en medio de las tribulaciones de cubanos inmigrantes tratando de levantar cabeza, incluido el padre del autor, médico de profesión, quien tumba cocos para sobrevivir. Irónicamente, la palabra continuidad, que aparece en el subtítulo y que han utilizado las autoridades cubanas para sus propios fines, debe también entenderse como el prolongado e impostergable deseo de parte de la ciudadanía, incluidos los escritores, de emigrar ante el invariable panorama político y económico en la Isla, complicando la noción de literatura nacional.

Hay distintas formas de aproximarse a la multifacética literatura cubanoamericana, término redundante en español (esta es, obviamente, una voz importada). ¿Es posible una literatura cubanoamericana escrita en español, además del inglés y el dialecto criollo, el spanglish? ¿Incluye a los que se han radicado recientemente en los Estados Unidos, cuyas vivencias traslucen un pasado reciente ocurrido en otra parte, o solamente a los que se han formado en el exilio? ¿Comprende a escritores consagrados en la literatura cubana, que han devenido hitos de la llamada, nítidamente, cultura nacional?

Dadas tanto la expansión como la constancia a través del tiempo de la producción literaria cubana en los Estados Unidos, mi ensayo responde afirmativamente a tales preguntas. Sí, la literatura cubanoamericana se escribe en español, inglés y spanglish. Sí, incluye tanto a los últimos exiliados que todavía “huelen” a Cuba como a muchos que han nacido en la yuma. Y sí, comprende a grandes escritores de la cultura nacional. Mientras que el término cubanoamericano se restringió durante un tiempo a la literatura escrita en inglés por escritores descendientes de cubanos exiliados, mi lectura pretende ensanchar sus fronteras, abarcando toda obra que de alguna manera aborda el inédito entorno y la coyuntura actual de los autores. Así, por ejemplo, hay obras de escritores como Guillermo Rosales, Reinaldo Arenas y, de una hornada posterior, como Legna Rodríguez Iglesias, quienes habían publicado en Cuba antes de salir y pueden catalogarse de cubanoamericanas por los temas, los escenarios y las inquietudes plasmados en sus libros, y que compiten, en este sentido, con otras de novelistas como Achy Obejas, Oscar Hijuelos y Cristina García, a quienes más naturalmente incumbe dicha etiqueta.

Como puede colegirse, pues, hablamos de una literatura compuesta de capas superpuestas, en ninguna de las cuales cabe identificar una sola tendencia, un solo estilo, una sola atmósfera, un solo lenguaje, ni siquiera un solo idioma. La literatura del primer grupo de exiliados coincide con la del Mariel; ambas no podrían ser más diferentes entre sí, excepto por el indudable elemento de denuncia contra el status quo en Cuba. Igualmente, la literatura de las olas migratorias postsoviéticas coexiste con la producida por escritores de la segunda o tercera generación de emigrados posrevolucionarios; ambas no podrían ser más desemejantes. Lo que me permite traerlas todas a colación es, repito, su marcado interés en las circunstancias inmediatas, que se cuelan en el texto, y que pretende comunicarnos algo sobre las vicisitudes en este otro ámbito.

Distingo cuatro etapas o grupos desde la llegada de los primeros exiliados en 1959. (Cabe señalar que, aunque menciono a figuras importantes de la emigración anterior, como José Martí y Félix Varela, no me detengo en ellos a pesar de que su vida y su obra están inmersas en sus experiencias en Nueva York, destino principal de la emigración cubana a mediados del siglo XIX, hasta ser desplazado por Tampa y Cayo Hueso hacia fines del mismo siglo.) La primera etapa gira en torno a la literatura de la oleada migratoria de los años sesenta, en particular la de Hilda Perera y Uva de Aragón, en cuyas novelas se plasma el choque de culturas una vez que sus personajes tienen que confrontar a regañadientes su nueva realidad. La primacía de Cuba determina aún el uso del español.

Igual sucede con los escritores de la segunda etapa, los del Mariel. Entre ellos distingo al Reinaldo Arenas del cuento “La torre de cristal” (1986) y, especialmente, la novela El portero (1989) que, recordarán, narra las experiencias de animales que conviven en un edificio neoyorquino cuyos propietarios les prestan poca atención. Esos personajes antropomorfos deciden rebelarse contra lo que perciben como un universo exento de imaginación e ideales, amén de amenazado por las incursiones de la lengua inglesa. Paralelamente, la emblemática obra de Guillermo Rosales, Boarding Home (1987), ocupa un lugar cimero en este segundo grupo de escritores del exilio.

A fines de la década del ochenta se dan a conocer los escritores de la segunda generación de exiliados, entre los cuales se encuentra Gustavo Pérez Firmat, quien teoriza sobre el tercer grupo identificado en mi ensayo en su libro Life on the Hyphen: The Cuban-American Way (1994). Sus coetáneos, que escriben mayoritaria, aunque no exclusivamente en inglés, como Pablo Medina, Carlos Eire, Cristina García, la ya mencionada Obejas y Elías Miguel Muñoz, han dado prioridad en ocasiones a la literatura autobiográfica o semiautobiográfica. A estos les siguen escritores como Ana Menéndez, Vanessa García, Chantel Acevedo, Cecilia Rodríguez Milanés y Gabriela Garcia, que han cultivado la novela, el cuento y el teatro.

Por último, irrumpen en la escena literaria escritores emigrados más recientemente como Gerardo Fernández Fe, Orlando Luis Pardo Lazo, Odette Casamayor Cisneros, Enrique del Risco y Rodríguez Iglesias, cuya obra, ligada o no a su contexto inmediato, ha servido para revitalizar la literatura cubana escrita en español en los Estados Unidos. Pese al relativo desinterés de la crítica en esta parcela en particular –la literatura cubana escrita en español en los Estados Unidos desde el siglo XIX– títulos como Una casa en los Catskills (2011), de Casamayor Cisneros, y Princesa Miami: atlas político y de población (2024), de Rodríguez Iglesias, dan fe del peso de los condicionantes del momento.

Finalmente, la literatura cubanoamericana está en continua evolución, tanto por factores intrínsecos al campo literario como extrínsecos. Verdad de Perogrullo, constatable en los textos. Un par de ejemplos: Cristina García publica Dreaming in Cuban en 1992, una novela sobre tres generaciones de mujeres, algunas de las cuales viven en los Estados Unidos. La novela se desplaza entre La Habana, Miami y Nueva York. Treinta y un años más tarde, en su última novela, Vanishing Maps (2023), García trasciende el binomio Cuba-Estados Unidos y coloca a los mismos personajes en lugares tan distantes como Moscú, Berlín y San Francisco, incorporando las diversas y posibles coordenadas de la diáspora. Por su parte, Ana Menéndez va desde un Miami constituido por un enclave enteramente cubano en la colección de cuentos In Cuba I Was a German Shepherd (2001) a inquilinos de orígenes heterogéneos que confluyen en el microcosmos de The Apartment, su novela más reciente publicada en 2023, ubicada asimismo en Miami. Veintidós años más tarde, el enclave no es el mismo. Ambas autoras han hecho ajustes a su universo ficticio –variantes que reflejan estas otras tendencias hacia la dispersión y la difuminación debido a una diáspora cada vez más desperdigada, por un lado, y a su empalme con lo latino en los Estados Unidos, por otro.

Como quiera, hay que reconocer que una vertiente de la literatura cubana se vincula inexorablemente a situaciones extraterritoriales que obligan a expandir los límites de la cultura nacional no precisamente alegando que sus raíces se aferran imperecederamente al suelo patrio, sino que existen versiones paralelas e híbridas de lo cubano en extramuros. Hay una larga historia que verifica esta aseveración. Más que de raíces, se trata de manifestaciones de un rizoma cuyos tallos horizontales, ya sean subterráneos o a ras de tierra, se extienden por aquí, por allá y acullá.


* Este texto titulado en inglés “Prose Narratives from Cuban America” es una síntesis de un ensayo incluido en The Cambridge History of Cuban Literature, una enciclopédica historia de la literatura cubana coeditada por Vicky Unruh y Jacqueline Loss. El volumen, que acaba de ser publicado, comprende cuarenta y seis capítulos escritos por destacados especialistas. Este resumen fue presentado en el congreso de la Latin American Studies Association (LASA) en junio de 2024.

IRAIDA H. LÓPEZ
IRAIDA H. LÓPEZ
Iraida H. López. Investigadora y profesora emérita de lengua y literatura hispánica y Latinx Studies en Ramapo College of New Jersey. Entre sus publicaciones se encuentran la antología Let’s Hear Their Voices: Cuban American Writers of the Second Generation (SUNY Press, 2019), coeditada con Eliana Rivero, y la monografía Impossible Returns: Narratives of the Cuban Diaspora (UP of Florida, 2015). Estuvo a cargo de la edición crítica de la antología de cuentos El viejo, el asesino y yo (Stockcero, 2009) y de la novela Cien botellas en una pared (Stockcero, 2010), ambas de Ena Lucía Portela.

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Comentarios

2 comentarios

  1. Creo que Iraida H. deforma la historia de la literatura cubanoamericana del exilio. Su relación de autores es pobre y bastante peculiar. Ninguna historia de la literatura cubana escrita en los Estados Unidos o sobre el «problema» cubano en exilio puede pasar por alto la abundante literatura carcelaria, las historias de los presos políticos que ha publicado sus recuentos principalmente en las Ediciones Universal, que esta señora se vuela como si no significara nada, el lugar donde Reinaldo Arenas publicó varias de sus obras, a falta de otros editores dispuestos a acogerlo, entre ellas El portero y El color del verano. Esa casa editora también publicó a muchos de los sobrevivientes de la prisión política, y ese corpus narrativo representa el núcleo de la memoria de la nación, los relatos del hecho central en la vida de los cubanos. Sin embargo se le da importancia a un relato menor sobre un vendedor de cocos. Falta en este listín de LASA, Pura del Prado, una poeta muy popular en el exilio y casi que un símbolo de la literatura miamense. «Días ácratas» de Alberto Guigou, «Cómo llegó la noche», de Húber Matos, «Veinte años y cuarenta días» de Jorge Valls, «Contra viento y marea» de Armando Valladares, sin los cuales la historia literaria del exilio estaría incompleta y los que la academia borra. «Magic City», de Esteban Luis Cárdenas, «Little Havana Memorial Park», de Eduardo Campa, la abundante literatura miamense de Lorenzo García Vega. Las novelas miamenses de Chago Rodríguez, «Mírala antes de morir» y «La vida en pedazos». La obra narrativa de Juan Abreu. Sin contar que Lydia Cabrera publicó o reeditó casi la totalidad de su obra en la Universal de Miami. Incluso «Maitreya» de Severo Sarduy es más miamense y emblemática de la literatura de la Cuban America que algunos de los autores menores que aparecen aquí como representativos.

  2. Pero eso nos pasa por dejar en manos de editores incompetentes los textos universitarios de enseñanza de la cultura cubana en general y de la historia literaria en particular. Cualquiera que deba guiarse por esos panoramas que ofrecen los «Cuban Readers» encontrará un muestrario completamente viciado, que incluirá invariablemente a Richard Blanco como ejemplo. Carecemos de críticos de la talla de Richard Ellmann que tengan los «chops» requeridos para entrarle a esa tarea titánica. Creo que Jamila Medina, Alessandra Molina, o Idalia Morejón podrían intentarlo.

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