Sobre el estallido social del 11 de julio de 2021 (11J) en Cuba mucho se ha dicho, muchas historias se han contado, se ha opinado, incluso, demasiado. No es para menos: las protestas populares que sucedieron ese día y el siguiente tomaron por sorpresa al gobierno y suponen un parteaguas en la historia del país desde 1959 a la fecha. Pero ¿cómo pudo ser posible que ocurriera algo así en un país gobernado por un viejo régimen totalitario? ¿Qué condiciones propiciaron que miles de personas tomaran las calles de forma espontánea para pedir el fin de la dictadura? Estas son algunas de las principales preguntas sobre las que arroja luces Protestas en Cuba. Más allá del 11 de julio (FLACSO México, 2024), el más reciente libro de la doctora en Ciencias Sociales y socióloga cubana Velia Cecilia Bobes.
Protestas en Cuba… es una disección de los hechos ocurridos el 11 de julio de 2021 en Cuba, pero también de todas aquellas acciones contenciosas que les antecedieron y los cambios políticos, económicos, demográficos y discursivos que influyeron en ellos. La mirada académica de Cecilia Bobes ofrece sobre el tema análisis sobrios y precisos, fundamentados en datos que ha recopilado exhaustivamente. Su lectura, me atrevería a decir, se vuelve imprescindible para quien desee saber no solo qué ocurrió realmente el 11J, sino también cómo pudo suceder. Un poco sobre estos temas –y otros que, inevitablemente, rondan el eje de este libro– va la siguiente conversación con su autora.
Quisiera empezar por una afirmación que contiene el libro desde su introducción: “las protestas redefinen las condiciones de eventos posteriores, incluidas otras protestas”. ¿Cómo redefinió el 11J los eventos posteriores a julio de 2021, incluidas protestas como las de 2022 o las del pasado marzo de 2024?
Esa afirmación es uno de los hallazgos que justifican este libro. El 11J fue la primera protesta masiva simultánea en toda Cuba y tiene muchas implicaciones, muchos impactos, pero uno de ellos tiene que ver con el ámbito de la propia acción. Verás, en el curso de las acciones, la gente pasa por aprendizajes. Las personas que nunca habían participado en eventos de esta naturaleza se pusieron en contacto con una forma de actuar que no les era familiar y eso hizo que la protesta se convirtiera para ellas en lo que podría llamarse parte del “horizonte de acciones posible”.
Culturalmente, uno vive con un horizonte de lo que puede o no hacer en cada situación concreta. Y el 11J, para mí, tiene entre sus efectos el haber incluido la protesta dentro de ese horizonte de acciones posible para las personas comunes. Y hago énfasis en lo de “personas comunes” porque hay grupos, como los activistas, que ya la tenían en su espectro de acciones posible.
¿A quiénes se refiere como “personas comunes”?
Me refiero a personas que no están afiliadas a ninguna organización ni son convocadas por estas. Que esas personas hayan protagonizado las protestas del 11J fue toda una novedad para Cuba.
Aunque con mucha menos frecuencia que después de julio de 2021, hubo alguna que otra protesta popular antes. ¿Qué diferencia a las protestas de antes del 11J de las posteriores?
Antes del 11 de julio de 2021, podría mencionar como protesta masiva la del Maleconazo. Pero ese fue un evento vinculado a la migración, a ese tipo de “acción colectiva” que se articula alrededor del objetivo de emigrar, con precedentes como Camarioca y el Mariel. El Maleconazo fue una protesta muy focalizada en algunas calles de La Habana y de muy corta duración. Mucha gente salió a la calle, pero lo que los llevó a concentrarse en este espacio fue un rumor asociado con la posibilidad de salir del país. La protesta se desactivó rápidamente en el corto plazo con la intervención de las autoridades, y a mediano plazo con la apertura de fronteras que originó la Crisis de los Balseros y posteriormente llevó a un acuerdo migratorio.
En el caso del 11J, asistimos a un fenómeno diferente, tanto por su carácter nacional y su duración (aunque las principales manifestaciones fueron el 11 de julio, se siguieron produciendo algunas protestas los días 12 y 13) como por las demandas expresadas en las consignas. De ahí que su impacto haya sido mucho mayor en términos de acción contenciosa. Si se observa la dinámica posterior, es bastante evidente el incremento del número de protestas masivas en el espacio público. Después del 11J, en 2022, hubo dos olas de protestas, una por apagones, y otra, vinculada al paso del huracán Ian y sus secuelas. En 2023 y 2024, si bien se aprecia un descenso en el número de este tipo de eventos, en ambos años se producen más protestas que en todo el periodo anterior al 11J. Las de marzo de 2024 en Bayamo, Santiago de Cuba, El Cobre y en Santa Marta fueron masivas y muy publicitadas, pero durante todo ese tiempo, y hasta ahora, ha habido muchas, menos masivas y con diferentes formatos como bloqueos de calles y cacerolazos. Si analizas el comportamiento de la sociedad cubana después del 11J, encontrarás ciertas formas de acción colectiva que no hallarás antes. Ese tipo de conducta se ha ido “normalizando”. ¿Qué hacer ante un apagón? Entre las opciones aparece ahora salir a la calle a protestar…
Y supongo que, si bien la gente aprendió que se puede protestar, aprendió también de la represión.
Obviamente. Los cacerolazos, a veces, se realizan dentro de las casas, y eso expresa un aprendizaje: “dentro de mi casa es más difícil que me agarre la policía”. La gente aprende cómo actuar para evadir un poco las consecuencias, pero eso tampoco quiere decir que estén a salvo de estas. No hay manera de que una protesta en Cuba sea segura, pero uno en la vida aprende atajos para evadir las consecuencias negativas de sus actos. Repito, nada garantiza su éxito, pero aprendes a buscar modos.
Las protestas del 11J, como usted demuestra en su libro, fueron totalmente espontáneas. No hubo ningún tipo de coordinación previa ni fue convocada por organización política o grupo de activistas alguno. Esa espontaneidad qué tiene de positivo y de negativo.
Justo ahora estoy trabajando ese tema en particular. La comparación con diferentes estallidos como el de Chile, el de Colombia, Ecuador, por citar algunos de los que se produjeron entre 2019 y 2020 en América Latina, muestra que en ellos hubo también un alto grado de espontaneidad. Pero en el caso cubano, la espontaneidad resulta la única vía para que la protesta pueda hacerse. No hay otra manera, porque el modo en que el gobierno cubano se ha relacionado con las poblaciones descontentas o disidentes impide la organización de la protesta. Hay ejemplos muy claros como el de Archipiélago: después del 11J, un grupo de personas se propuso organizar una marcha el 15 de noviembre de 2021, solicitando permiso a las autoridades, como se hace en la inmensa mayoría de los países del mundo, pero fueron reprimidos, descalificados y, finalmente, desarticulados. También está el caso de Sulmira Martínez, una muchacha que está siendo procesada por hacer publicaciones en redes sociales llamando a organizarse para salir a las calles.
¿Y no podría ser más efectiva una convocatoria, digamos, clandestina?
No creo. Solo serviría si quieres sacar a diez personas a la calle. Para organizar una protesta y movilizar conscientemente a muchas personas para que participen en ella son necesarias la coordinación y la comunicación. Y da igual si por volantes o por redes sociales, la convocatoria debe ser pública. Eso implica decir “nos vemos tal día a tal hora en tal lugar”. En el caso de Cuba, el Estado siempre impide que ocurra la protesta porque sigue siendo muy exitoso en eso de saber enseguida que se está haciendo una convocatoria. Entonces ejecuta lo que podría llamarse una “represión selectiva y preventiva” contra quienes convocaron; silencia a esas personas, las acusa de un delito y las procesa penalmente. Por eso digo que la espontaneidad fue lo que permitió el 11J y esas protestas de 2022 y las de marzo de 2024.
Pero, a la vez, esa espontaneidad absoluta, esa falta de organización, coordinación y liderazgo es una desventaja porque no permitió la creación de un movimiento, ni presentar un proyecto que unificara las demandas y, sobre todo, conspiró contra la permanencia de la movilización. Si analizas eventos como los sucedidos en Turquía, Túnez o Chile, estos empiezan como un estallido espontáneo, pero como la movilización se sostiene en el tiempo, los manifestantes permanecen durante días, semanas o meses en ciertos espacios físicos, en los cuales se facilita la comunicación y la coordinación y se constituyen o afianzan liderazgos. En Cuba, lo que se vio tanto el 11J como en otras protestas masivas posteriores, fueron estallidos momentáneos, sin permanencia en el tiempo ni capacidad de construir ni unir alrededor de un proyecto a una multitud de personas y clarificar los objetivos de la movilización. Una cosa es salir a gritar que pongan el agua y alguna que otra palabrota, o hasta decir “Abajo la Dictadura” y “Libertad”, y otra muy distinta es constituir un comité o una mesa y negociar con las autoridades. Esa es la debilidad de la espontaneidad de la protesta en Cuba.
Otra cosa que me llama la atención es, pensando en otros estallidos en el mundo, incluso en América Latina, el hecho de que las protestas en Cuba son pacíficas.
Todo acto de protesta tiene siempre un grado de violencia, aunque sea mínimo. Pero entiendo a qué te refieres. A mí no me parece algo característico de Cuba. De hecho, la mayor parte de las protestas en el mundo inician como protestas pacíficas y luego pueden derivar hacia conductas más violentas por diferentes razones (muy frecuentemente como reacción a la represión estatal y el uso excesivo de la fuerza policial). También sucede que en algunos países hay los llamados “bloques negros”, que son grupos que se meten en las manifestaciones para reventar las marchas y volverlas violentas. Hasta donde sé, son ciertos grupos organizados que se dedican a eso, pero en Cuba no existen. En el caso del 11J las protestas fueron pacíficas. En algunos sitios hubo gente que saqueó tiendas, y no descarto que alguien le haya tirado una piedra a un policía, pero fueron incidentes aislados, que ocurren en todas partes del mundo.
Pero en otros estallidos la gente se ha enfrentado a la policía y hasta a militares en auténticas batallas campales en plena urbe…
Primero, hay que reconocer que la represión del Estado cubano no ha sido sangrienta. En otros estallidos latinoamericanos hubo fallecidos y heridos; en Chile hubo varios muertos y muchas personas que perdieron ojos por las balas de goma. El gobierno cubano enfrentó el 11J con un mínimo de violencia letal. Hasta donde sé, hubo un solo muerto y solo dos heridos de balas, cuando en el mundo, incluso en países democráticos, los Estados sacan los carros antimotines a las calles, usan balas de goma, mangueras de agua y gases lacrimógenos.
Esas escenas en que vemos a manifestantes en otras partes del mundo organizarse para enfrentar a la policía son, en la mayoría de los casos, reactivas a la propia represión policial. En Cuba, la violencia policial se limitó en la mayoría de las protestas del 11J a un tubazo, un tonfazo, golpes, cosas así. Eso no genera el tipo de indignación que provoca ver a un compañero a tu lado sangrando, herido de bala, con el aire cargado de gases lacrimógenos.
Aunque sí utilizaron sus cuerpos policiales y las fuerzas especiales y antimotines, y sí hubo violencia policial, el Estado cubano (a diferencia de otros) echó mano de grupos de civiles leales para enfrentar a los manifestantes. Estas no eran personas de uniforme, y entre ellas podía estar tu compañero de trabajo, tu vecino. Y, finalmente, hay que tener en cuenta que es la primera protesta masiva y simultánea que ocurre en el país contra el gobierno desde 1959. Así que no me parece nada sorprendente que no fuera violenta.
Respecto a la represión, casi podría decirse que fue peor en los días que siguieron a las protestas del 11J, cuando la Seguridad del Estado fue casa por casa deteniendo a muchos manifestantes.
Esa es otra característica de la represión del Estado cubano: no masacra a los manifestantes; deja que la protesta se desinfle y después ejecuta una represión selectiva y preventiva a partir de la identificación y ubicación de los manifestantes, usando para ello incluso los videos de la protesta. En otros estallidos latinoamericanos (como los de Chile y Colombia) hubo también muchos detenidos, pero la mayoría fueron arrestados durante la protesta. En Cuba fue al revés: la mayoría de las detenciones ocurrieron en los días posteriores al evento.
Esta estrategia impide que se genere esa solidaridad que se crea al estar juntos. La solidaridad de estar juntos se da cuando estamos todos en un lugar, protestando en grupo, unidos. Puede que no nos conozcamos, pero compartir ese espacio y ese momento de resistencia genera una solidaridad, aunque sea instantánea, y cierta forma de identificación. Pero cuando la protesta ya está desarticulada y cada cual está en su casa; si yo no te conozco a ti ni sé dónde vives, no reacciono a lo que te pasa y puede que ni me entere de tu detención.
En su libro se establece una suerte de genealogía del 11J. Usted menciona, analiza y relaciona, además de situaciones, digamos, contextuales (económicas, de cambio discursivo gubernamental, sociales, etc), una serie de acciones contenciosas muy distintas entre sí que parecen ser, en cierto modo, precedentes de lo ocurrido en Cuba en julio de 2021. Dentro de estas acciones contenciosas están las ejecutadas por varios grupos de la sociedad civil en años anteriores. ¿De qué manera específica influyeron en el 11J?
Siendo tan distintas entre sí, fueron precedentes. Aunque yo, genéticamente, vinculo el estallido a algunos eventos que se producen en el ámbito de los ciudadanos no organizados. Para mí, en una “relación genética”, el 11J está más cerca de ese tipo de acciones contenciosas. En otras ocasiones he estudiado eso que llamo “movimientos identitarios” de la sociedad civil: feministas, afrodescendientes, comunidad LGBTI+ (que es la más contenciosa), animalistas, artistas e intelectuales, etc. Y hay que decir que son los protagonistas de las primeras acciones contenciosas que se van viendo en Cuba, pero en ninguno de estos grupos, salvo algunas marchas y plantones de los animalistas, la comunidad LGBTI+ y los artistas, la forma que asume la protesta implicó tomar la calle.
Estos grupos que mencionaba se crean en un sistema político que nunca ha dado espacios ni mecanismos institucionales para procesar la diferencia, la disidencia y la oposición. Surgieron en los años noventa, dentro de lo que se conoce como “renacer de la sociedad civil”. Eran colectivos de personas que no habían conformado organizaciones como tal, pero los unían valores, intereses y discursos particulares y específicos. Entonces empezaron a reunirse y hacer circular discursos alternativos centrados en sus intereses de grupo: contra la homofobia, la discriminación racial, la violencia de género, etc. Rápidamente, muchos de ellos encontraron en la colaboración con el Estado una manera de garantizar su existencia. Esto es lo que se conoce como “repertorios de colaboración socio-estatal o activismo institucional”, que se ha visto en otros países de América Latina (casos como los de Brasil y Argentina han sido bastante estudiados). Aparece, por ejemplo, el CENESEX (Centro Nacional de Educación Sexual), y muchos grupos LGBTI+ comenzaron a negociar sus proyectos con esta institución. Los afrodescendientes, por su parte, encontraron un espacio en la UNEAC (Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba), y así.
En ese proceso, estos grupos pugnan porque se les reconozca y por un espacio, todo en una especie de diálogo tenso con el Estado, que siempre ha sido receloso no solo de la oposición y la disidencia, sino también de la autonomía. Esa colaboración socio-estatal plantea ventajas para ambas partes: el Estado puede tener a estos grupos bajo control y dar una imagen de tolerancia y respeto a las voces de la sociedad civil; los activistas, por su parte, encuentran aquí una manera de posicionar sus discursos, que estos lleguen a la opinión pública y sensibilizar a otras personas con sus causas.
Hacia 2018 comienzan algunos activismos independientes, desgajados de esas colaboraciones. Ocurre la marcha LGBTI+ de 2019, la marcha animalista, las feministas solicitan una ley contra la violencia de género. Pero para llegar a ese punto tuvo que pasar tiempo y los activistas necesitaron un aprendizaje. La gente no nace con la capacidad de organizarse y protestar, menos en un contexto como el cubano.
¿Y qué llevó a estos activistas a desgajarse de la colaboración socio-estatal?
Que con el tiempo entendieron una de las desventajas de dicha colaboración: que sus agendas, al final, quedan muy limitadas y subordinadas a lo que el Estado permite. Estos grupos se fueron empoderando y derivaron en muchos casos en activismos independientes. A esto habría que añadir la expansión del internet y la ampliación del uso de redes digitales como canales alternativos de comunicación (que se produce con el servicio de datos móviles). Todo este contexto generó un ambiente en el que la gente sintió que se podía protestar.
¿Y qué tanto influyeron los artistas e intelectuales en el 11J? Recuerdo que en noviembre de 2020 el ambiente ya estaba algo tenso: ocurrieron los sucesos de San Isidro, el plantón frente al Ministerio de Cultura…
Los artistas e intelectuales, a partir de la campaña contra el Decreto 349, lograron algo que las personas comunes tienen dificultad para concretar; algo que, hasta donde sé, no ocurre, salvo en las huelgas de los trabajadores por cuenta propia. Me refiero a que logran articularse rápidamente y para ello acuden a varias plataformas. Por supuesto, lo consiguieron porque ya muchos tenían acceso a internet, porque son personas instruidas que pueden trabajar estratégicamente un mensaje. Además, tienen un reconocimiento público, sus nombres son conocidos. Son un gremio donde todos se conocen y coinciden en los mismos espacios (como galerías y eventos). En resumen, tienen una serie de recursos –no solo materiales, sino simbólicos, redes, prestigio– que pueden poner en juego para coordinarse y organizarse.
Muchos analistas y opinólogos establecen una relación directa entre estos movimientos de artistas y el 11J. Yo creo que esa relación directa y unívoca simplifica mucho el proceso y deja fuera lo que venía ocurriendo en el ámbito de las “personas comunes” (en la investigación los codifico como “ciudadanos/pueblo”). Lo que sí provocaron los artistas, junto a otros grupos identitarios fue un cambio en el ambiente: la gente se entera por el boca a boca de lo sucedido en San Isidro, ven en la televisión las “réplicas” (descalificaciones) a los artistas que se manifiestan. Pero ese cambio de ambiente no significa una relación unicausal directa. Eso lo explico en las conclusiones del libro: que el 11J es un fenómeno multicausal donde entre el punto A y el punto B interviene una serie de mecanismos que incluyen la dinámica contenciosa previa (de movimientos identitarios y artistas), la situación económica, el cambio demográfico, el cambio de liderazgo en el país, las modificaciones de los principios de la política de seguridad social y el giro discursivo oficial que critica el paternalismo estatal.
Me llama un poco la atención, hablando de los artistas, que ese movimiento que surgió a partir de las protestas contra el Decreto 349 estaba más abierto que otros grupos a relacionarse, incluso, con la oposición más tradicional. Se crearon ciertas redes de solidaridad con los opositores, por ejemplo.
Una de las características de los movimientos identitarios de los que te hablaba antes, los que construyeron una relación con el Estado, es que se deslindan de la oposición. Los afrodescendientes de estos movimientos marcan una distancia de los grupos afrodescendientes de la oposición, por ejemplo. Se trata de una estrategia de supervivencia que les permite colaborar con el Estado. En efecto, como dices, esa pequeña relación o colaboración con la oposición solamente la he visto en los artistas, lo cual marca una diferencia.
Volvamos, si me lo permite, al momento del estallido del 11J. Si uno mira los videos, puede notar que en muchos hubo un cambio discursivo muy rápido durante las protestas. La masa de manifestantes, gente que no es activista ni pertenece a la oposición, comenzaba gritando frases como “Queremos comida” y “Queremos medicina”, e inmediatamente después decían “Díaz-Canel, singao”, “Patria y Vida” y “Libertad”.
Es interesante constatar la ausencia de esos actores en el estallido, por eso en el libro yo señalo que los artistas, activistas y opositores se diluyeron en el 11J. Salvo en la del ICRT (que fue coordinada) y el caso de unas mujeres trans que salieron por el Capitolio, en las protestas no salió ninguno de esos colectivos como tal. En ninguna de las manifestaciones se puede identificar a los colectivos que habían protagonizado la dinámica contenciosa anterior (afrodescendientes, feministas, LGTBQ+, animalistas, etc.) El 11J fue una protesta masiva y popular de personas no afiliadas que en el momento de la protesta se constituyeron como actores.
Ahora, el cambio en las consignas es normal en una manifestación. Se trata de una secuencia y esta responde a que las personas salen a la calle por una cosa específica, que puede ser el apagón, la falta de medicamentos o de oxígeno para tratar el COVID-19, pero después comienzan a expresar todo el descontento que traen encima, lo que podríamos llamar “agravios de largo plazo”. Creo que esto puede analizarse también en las oleadas de protestas de 2022. Comenzaron con “Pongan la corriente, pinga” en la Universidad de Camagüey y después eso fue replicado por todos los que protestaron por los apagones. Luego, cambiaron a “Oye, policía, pinga”. Todas esas consignas se han repetido en protestas posteriores: “Díaz-Canel, singao”, “Patria y Vida”, “El pueblo unido jamás será vencido”.
Esa última, recuerdo, era muy usada por el oficialismo en las famosas “tribunas abiertas” en tiempos de la Batalla de Ideas, y otros actos y marchas oficiales…
En el libro lo analizo y digo que usar esa consigna es una estrategia comunicativa. Se trata de una consigna que se saben todos los cubanos. La han aprendido de su participación institucionalizada –porque en Cuba sí que ha habido mucha acción colectiva y masiva de 1959 a la fecha, solo que no ha sido contenciosa sino de apoyo–. Entonces, en un momento en que hay miles de personas en la calle, que no están organizadas ni coordinadas ni tienen pertenencias o afiliaciones comunes, alguien grita “El pueblo unido jamás será vencido” y todos lo siguen. Rápidamente, agarran la consigna y la resignifican. Ese conocimiento compartido tiene la capacidad de unificar. No es algo exclusivo de Cuba: en muchos otros contextos de protestas, gente que no se conoce acude a frases del discurso dominante para coordinarse rápido. Otras frases que arraigaron en las protestas fueron “Patria y Vida” y “Díaz-Canel, singao”, en este caso se trata de expresiones que se generalizan desde la música (muchos ya las decían en sus casas por la canción de Gente de Zona-Yotuel-Descemer Bueno-Maykel Osorbo y el rap de Al2 y Silvito el Libre).
Y, finalmente, ¿cómo puede medirse el éxito de una protesta? ¿El estallido del 11J fue exitoso de alguna manera?
Para evaluar el éxito o fracaso de una protesta, por lo general, lo primero que se analiza es si fueron satisfechas las demandas de los manifestantes. En el caso del 11J sucede que las demandas son difusas, aunque podría decir que la más consistente fue la de un cambio político. Otro indicador de éxito es si la protesta da paso a un movimiento social más amplio y a la constitución de organizaciones. A veces se da el caso de movimientos existentes que coordinan una movilización, pero también sucede que un estallido espontáneo genera luego un movimiento social y organizaciones que después emprenden negociaciones con el gobierno. Lo vimos en el caso chileno con el proceso de la Constituyente y el reacomodo de los actores políticos. Y una tercera manera de saber si fue exitosa la protesta es que el tema que la impulsó se coloque en la agenda pública cuando no lo estaba antes.
En el caso de Cuba, nada de esto ocurrió. Podríamos decir que hubo algunos cambios mínimos en las políticas públicas. En un primer momento, el Estado decidió “atender” a las poblaciones de los barrios pobres, y eso podría pensarse como un pequeño éxito. Al menos se voltearon a ver y reconocieron de alguna forma que existen personas que viven en barrios “marginales”. (Esta expresión, por cierto, me parece un insulto: en un país en el que hace 65 años el Estado es responsable de todo, si hay un lugar insalubre, es culpa del propio Estado; si hay un lugar “marginal” es porque el propio Estado lo marginó. Hace ya mucho tiempo que existe un consenso en la academia acerca de que son las estructuras dominantes las que provocan esa marginación). Pero al menos después del 11J se discutió en la prensa oficial sobre la existencia de barrios insalubres y la necesidad de atender a las poblaciones que han sido orilladas a establecerse en ellos. A esto habría que sumar la decisión de exentar de impuestos aduanales las medicinas y alimentos que traían la gente del extranjero, la apertura del canal migratorio de Nicaragua y la aprobación de nuevas leyes más restrictivas (por ejemplo, las que conciernen al uso de Internet y el nuevo Código Penal).
Sin embargo, el mayor impacto del 11J es ese del que hablábamos al principio de la entrevista: la aparición de la protesta como parte del repertorio de acciones posibles. Hoy en día, la gente sabe que puede protestar y está dispuesta a hacerlo. El gobierno, por su parte, sabe que se acabó su luna de miel con un pueblo que no generaba movimientos masivos de protesta ante sus medidas. Si aceptamos que la protesta es una forma de participación política cuando no existen canales institucionales para procesar las insatisfacciones y las críticas de las personas sobre las decisiones del gobierno, esta se convierte en una vía para expresar descontentos e insatisfacciones, desacuerdos con políticas o medidas específicas y presentar demandas al Estado. En el escenario cubano, este parece ser el único canal.