Hay algo quemante en las piezas de Peter Halley (Nueva York, 1953). Hay algo cáustico. Hay algo muy cáustico. Casi mordaz. Hay una especie de fuego. Digo “especie” como decir “forma”. La forma del fuego. Hay una forma en el fuego que plantea Peter Halley. Y digo “forma”, pero pudiera decir “temperatura”. Hay una temperatura en las piezas de Peter Halley.
Hay algo que quema en nuestros ojos.
Que se quema.
Hay una temperatura que se traspasa a nuestros ojos.
Traspasa.
Traslapa.
Trasciende el objeto.
El arte como objeto.
El arte como dispositivo retiniano.
El arte como túmulo y como panteón.
Como celda y como prisión.
Jugar con fuego.
Hay un fuego que se instala en nuestros ojos.
Algo repulsivo, tal vez.
Algo místico, tal vez.
(Místico = Neblinoso)
Hay algo muy cáustico.
Hay algo casi mordaz.
Hay algo repulsivo en las piezas de Peter Halley.
Una repulsa contra sí mismo y contra nosotres.
Pero eso no es lo peor (“peor” es una manera de decir). Eso, repito, no es lo peor. Lo peor es que esa temperatura, la temperatura de ese fuego, no se queda ahí, en la retina; se expulsa de la pared y nos expulsa. Nos expulsa hacia el país-donde-todo-arde.
Aunque sus obras más conocidas, incluso las más elogiadas, están construidas a partir del color, del color como cuerpo y sensibilidad, a mí me sigue llamando más la atención su escala de grises.
Ahora mismo observo en la pantalla del ordenador The Prison of History (1981). Ahora mismo observo The Prison… y pienso en su potencia como punto cenizo; en su potencia como principio y como fin. Como trasfondo blanquinegro. Como trascartón. Da la impresión de que The Prison… está en el envés de todas las obras que se expusieron en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza desde el 19 de octubre hasta el 19 de enero pasados, en la exposición Peter Halley en España. Da la impresión de que todas son su calco multicolor.
Ahora mismo pienso en eso, en la ceniza del color en el trabajo de Peter Halley. La ceniza del color. La ceniza del color. Pienso en el necrocolor. Cualquier definición es ilusoria, lo sabemos, pero ahora mismo acuño esa noción y pienso en ella. El necrocolor. Saco algo en claro: el necrocolor no enfrenta, el necrocolor evade.
“Todo se oculta”, escribe John Berger. Todo se oculta tras la fanfarria de colores de Peter Halley. Pero no es una fanfarria ingenua, claro que no. (Supongo). Hay mucha muerte ahí. Hay mucha muerte dentro de esos rosas más rosas que ninguno, dentro de esos verdes más verdes que ninguno, dentro de esos azules más azules que ninguno. Hay mucha muerte en el corazón de esos colores de Peter Halley. No creo que él no lo sepa. (Supongo). Mucha reja y mucha cárcel.
Sigo con Berger: “Dibujar algo bien es tocar su resistencia”. Aquí va el conflicto. El necrocolor se instala en la resistencia de la mirada. Una repulsa contra sí mismo y contra nosotres.
Esta exposición, Peter Halley en España, es una especie de continuidad de aquella que sucedió en 1992, organizada por el Museo Reina Sofía. Así lo quieren ver los organizadores y el propio Halley, como una deriva que continúa ahora, más de treinta años después.
Desde hace par de años, el Thyssen-Bornemisza organiza un programa de exposiciones en torno a la colección de Blanca y Borja Thyssen-Bornemisza. La monográfica que ahora le dedican a Peter Halley se encausa en esta dinámica de exponer autores y autoras que se van incorporando a su almacén. Un almacén que, por demás, no se queda en eso, en receptáculo, sino que continuamente se incorpora a la exposición permanente del museo madrileño.
Peter Halley ha sido “gratuitamente”, como dijo Guillermo Solana en la inauguración, “comisario de su propia exposición”. Peter Halley en España recorre toda la carrera del artista estadounidense desde 1985 hasta 2024. La componen veinte pinturas, todas ellas pertenecientes a colecciones españolas, tanto privadas como públicas.
La curaduría enfatiza que “la entrada en escena de Peter Halley, hacia 1980, rectificó la tradición del arte abstracto-geométrico del siglo XX, dominado hasta entonces por concepciones idealistas y formalistas, situándolo en un contexto social”. De esta manera, sus cuadros fluorescentes, (casi) tan perfectos como las formas cúbicas de la pirita, y unidos como celdas contiguas, dejan ver una exploración en torno a los espacios de control, a los espacios carcelarios, a los espacios disciplinarios. Asimismo, coquetea con fórmulas propias de la electrónica, de la retícula mínima de los microchips.
Sin embargo, a finales de los setenta, cuando Peter regresa a Nueva York desde Nueva Orleans, inicia una búsqueda hacia “el arte no occidental”. Después de la resaca del radicalismo de los sesenta, investigó el arte nativo estadounidense, el arte africano y el islámico. Aquí empezó a modelarse su sensibilidad abstracta, su arquitectura del color.
303 o El mundo nunca es suficiente o Edutainment dan la impresión de circuitos integrados, pero gigantes. Son como artefactos. Llego a creer que Peter Halley pinta robots. Llego a creer que esos robots tienen vida. Llego a creer que construye monstruos coloridos y audaces.
Halley es un maestro. Ya le llaman “clásico”. A su vez, en Peter Halley en España, él cita a otros tres clásicos, sus maestros. Quiso incluir dentro de su exposición tres pinturas de Pablo Picasso (Head of Man), El Lissitzky (Proun 1 C) y Josef Albers (Casa Blanca B), pertenecientes a la colección del Thyssen. Lo hizo como recuerdo. Pienso que como homenaje. En 1979, al inicio de su carrera, Halley creó una serie inspirada en las composiciones esquemáticas de Picasso. Ha dicho que Picasso sigue siendo su “pintor geométrico favorito”.
Además de estos maestros, recordemos a otros tres. Fueron Tintoretto, Veronese y Tiziano quienes devolvieron a Peter Halley, en un viaje a Italia a finales de los setenta, su interés por la pintura occidental. Hablamos de una sensualidad. Hablamos de una sensualidad que aún hoy se percibe en Peter Halley en España. Es eso, una sensualidad.
Los edificios de Peter Halley –ahora les llamo edificios– emulan arquitecturas distópicas. Edificios metalizados. Edificios geométricos. Edificios con textura de gotelé. Desde sus primeras series, Halley entiende la geometría como una forma de describir la naturaleza.
Peter Halley en España no es otra cosa que un paisaje, pero un paisaje cuasi romántico. A Peter Halley le interesa la tensión entre las formas geométricas y las formas naturales. Quizá todo su trabajo esté dentro de esa noción: tensión. Tensión, a fin de cuentas, entre la materia y la imaginación.
A Peter Halley le gusta jugar con el necrocolor. Quizá lo que quiero decir es que le gusta jugar con las formas del pasado. Lo hace con humor. Son juegos sobre el lenguaje, no lo olvidemos. Lo hace con gracia. Incluso con blasfemia. En algún grado, en Peter Halley en España vemos piezas vomitivas. Es como si se vomitara el color. El color como un vómito que nos cae encima y nos enceguece.
En 1980 Peter Halley se dijo: “Voy a pintar prisiones, voy a pintar celdas, voy a pintar cárceles”. Puede pasar años sin pintar una prisión, como ha dicho. Luego puede pasar años sin pintar una celda. No solo las pinta. Nos encarcela. Y se encarcela.
La pintura no escapa de la prisión.
Como todos tus textos Edgar Ariel, no dejan de enseñarnos a través de tus ojos, los matices del arte, de la vida, de la necrovida.
Un placer leerte.