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Kenny Lemes, perdón por estar triste

La libertad de la muerte de Kenny Lemes no podía ser posible porque eso era lo que hacía incesantemente Kenny Lemes, retratar la libertad de la muerte, y por eso Kenny Lemes hablaba siempre de una belleza.

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La casa decía por fuera “boarding home” pero yo sabía que sería mi tumba.
Guillermo Rosales

Se suicidó Kenny Lemes, decía el mensaje en la pantalla a las 15:42 de la tarde, mientras yo me masturbaba antes del taller, para relajarme un poco y no llegar tensa a un espacio donde me paso dos horas relacionándome con personas a las que no conozco en realidad, pero por las que siento, incluso, cariño. Me detuve en seco y pensé que no podía ser posible. La muerte de Kenny Lemes no podía ser posible. Aún atiné a responder: “no puede ser”; mientras me repetía eso en fracciones de segundos interminables, dándome cuenta de que esas tres palabras insuficientes resultaban más estúpidas que un orgasmo sin terminar.

La muerte de Kenny Lemes no podía ser posible porque la libertad de la muerte es inexplicable porque es incomprensible. La libertad de la muerte de Kenny Lemes no podía ser posible porque eso era lo que hacía incesantemente Kenny Lemes, retratar la libertad de la muerte, y por eso Kenny Lemes hablaba siempre de una belleza. Porque no hay nada más bello que el albedrío libre del ser que es uno y todos al mismo tiempo, vivos, libres y exquisitos. Pero su muerte suicida no podía ser ayer, no antes de leer a Guillermo Rosales en un espacio donde no conozco a nadie a profundidad, aunque sienta, incluso, deseos de verlos y alegría de volver a verlos. Pero ¿qué es la satisfacción comparada con la muerte?

¿Qué es la profundidad? La ternura de la muerte y la tristeza de la muerte son incomparables con ninguna otra ternura y con ninguna otra tristeza, y por eso era imposible que Kenny Lemes se hubiera muerto, así, matándose, ayer. Al recordar sus fotos, en fracciones de segundos más bien interminables, no recordé belleza, recordé ternura y muerte. Recordé una libertad que nunca alcanzaré porque eso es lo que me falta a mí y lo que le falta a la gente, la libertad de la muerte. Yo había planeado hablar de eso en el taller, anoche. Había seleccionado páginas de Boarding Home, la novela invencible de Kenny Lemes o de Guillermo Rosales. A esta altura, da igual cuál de los dos escribió Boarding Home. Porque es obvio para mí, y para todos los que leímos esos fragmentos anoche, que los retratos de Kenny Lemes fueron hechos en una casa de huéspedes y en las afueras de una casa de huéspedes que es en realidad la casa de la muerte y las afueras de la muerte.

Para cada retrato, Kenny Lemes escribía una declaración. Esa forma perfecta de su propia tristeza, su propia angustia y su propio pensamiento, fueron construidos con tijeras, cuchillos, alfileres, espinas, bordes, puntas, filos de luz. En el taller, cuatro horas después de saber que Kenny Lemes se había suicidado, yo había planeado hablar del suicidio y de la oscuridad porque la oscuridad es un filo de luz. Había planeado hablar de esa idea que puede ser un pudor y hablar de la libertad que tiene un escritor o un artista para no sentir pudor y construir esa libertad, porque en realidad uno no tiene ninguna libertad, solo es capaz de construirla y hacer un objeto con ella. Hablaríamos un poco sobre esas formas llamadas oscuras que a mí me parecen filos de luz. Formas de la muerte: suicidio, enfermedad, locura, vejez, pobreza, tristeza.

Por eso, después de leer a Guillermo Rosales, el escritor cubano suicida, había planeado que escucháramos “El puente”, de Juan Carlos Flores, para cruzar ese puente de muerte e irnos a caminar por la plaza Bird Road, que significa camino de pájaro, y escribir sobre una oscuridad de Miami que agazapa ahí cada noche, sin que nadie se detenga a observarla. La violencia de los significados estaba siendo tan filosa como un ala metálica o una hoja Victorinox. Incluso después de Guillermo Rosales y de la voz obsesiva de Juan Carlos Flores, el poeta cubano suicida que se ahorcó en un balcón de La Habana, la posibilidad de que Kenny Lemes se hubiera suicidado, también ayer, seguía no pudiendo ser.

Al mismo tiempo, he construido la imposibilidad de su muerte basada en la libertad de su obra, que es absoluta y poética, y calculadoramente precisa. Cada retrato contiene los filos de luz adecuados para proporcionar la herida, el tajo en la percepción de una visualidad abierta, descarnada, húmeda, casi a punto de la sepsis, a punto de la linfangitis. Hay retratos de los que he apartado la vista, retratos que no he podido continuar mirando o que no he mirado durante largo rato, como si yo fuera una criatura de meses que me hubiera atorado al mamar.

Mientras leíamos a Guillermo Rosales, en el taller de escritura llamado Miami es mi Taller, por el poema de Anne Sexton donde Anne Sexton escribe que la muerte es su taller, las personas sentadas alrededor de la mesa empezaban a parecerse a retratos de Kenny Lemes o a puentecitos humanos provenientes de la cabeza de Juan Carlos Flores. A todos empezaban a vérseles el asombro, el miedo, el terror. Esa foto de Kenny Lemes que es un tronco de árbol cortado, enfermo, donde alguien escribió “todo es terror y belleza”, como si todo en realidad fuera terror y belleza, pero mucho más belleza, aunque a veces pareciera muchísimo más terror, para poder continuar viviendo en la falta de muerte y en la falta de libertad de la muerte.

Por eso, envidiosa y triste de un suicidio que es la muerte, pero sobre todo de la libertad de la muerte, escribo acerca de una poética a la que yo no logro acercarme, porque no puede ser. La escritura y el arte que me interesan están en ese espacio inaudito de lo que no puede ser. Y uno logra encontrar la paz en lo que no puede ser, a veces, porque uno mismo es su forma y la forma en que uno ve las cosas. Formas y construcciones que no pueden ser. Uno mismo ha quedado al margen, inconsecuente del resultado de su propia construcción.

Uno es una mujer con piercing que carga un ganso muy blanco. Uno es un hombre peludo pidiendo perdón y auxilio. Uno es una mujer mayor con el pelo demasiado largo. Uno es un hombre desnudo junto a otro hombre desnudo. Uno es un hombre mayor con la barba demasiado larga. Uno es una mujer desnuda detrás de un velo en el bosque. Uno es un muchacho negro lleno de estrellas de tiza. Uno es alguien que pellizca la comida con las uñas. Uno es la pareja ambigua de un hombre que te maltrata. Uno corre por el campo, yo corro a campo traviesa. Uno termina el orgasmo sobre el colchón de la muerte. Uno tiene una chaqueta elegante, aunque se muera.

LEGNA RODRÍGUEZ IGLESIAS
LEGNA RODRÍGUEZ IGLESIAS
Legna Rodríguez Iglesias (Camagüey, 1984) Vive en Miami. Autora de las novelas Mayonesa bien brillante (Ediciones Matanzas, 2012), Las analfabetas (Bokeh Press, 2015) y Mi novia preferida fue un bulldog francés (Editorial Alfaguara, 2017). La antología poética I Don’t Believe in Poetry (Alliteration Publishing, 2024) ha sido traducida al inglés por Robin Myers. Crítica madre. Lenguajes de la diáspora en Estados Unidos desde Miami (Rialta Ediciones, 2023) y Princesa Miami (atlas político y de población), (Premio Franz Kafka de Ensayo / Testimonio; Praga, 2024) son sus primeros libros de ensayo y crónica. Ha publicado varios más de cuentos y otros de poesía.

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Comentarios

2 comentarios

  1. Legna, punzante abordaje a una obra desoladora, bella.
    “Por eso, envidiosa y triste de un suicidio que es la muerte, pero sobre todo de la libertad de la muerte, escribo acerca de una poética a la que yo no logro acercarme, porque no puede ser. La escritura y el arte que me interesan están en ese espacio inaudito de lo que no puede ser. Y uno logra encontrar la paz en lo que no puede ser, a veces, porque uno mismo es su forma y la forma en que uno ve las cosas. Formas y construcciones que no pueden ser. Uno mismo ha quedado al margen, inconsecuente del resultado de su propia construcción.”
    Triste, touché doble.

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