Traza 1
Dice Laurent de Sutter: “Rodeada del aura del peligro, la vida parecía tener más sabor, o más bien un sabor más fuerte, con más cuerpo, en la que cada sabor podía captarse por sí mismo, en lugar de fundirse en un caldo tan soso como saludable”. Lo dice en Elogio del peligro, un libro que subraya una idea: el peligro puede oírse. Pero no solo oírse. También puede saborearse. El peligro es un sonido. Pero también es un sabor. Como si la esencia de lo vivo estuviera en el sabor, o en su sabor; en el sabor del peligro.
Sutter nos recuerda que “el peligro es ante todo una forma cultural”. Es dentro de este sistema (el cultural) donde la artista visual Laura Lis (La Habana, 1983) se adentra. La palabra “adentra” refuerza la idea de un transitar, de un vagar, de un proceso (alimenticio) que se desarrolla con cautela; de un proceso que es un misterio. Pero un misterio que desvelamos el pasado 4 de diciembre en El Puente Project, en el número 28 de la calle Almirante, en Madrid.
Como parte de un ciclo de gestos performativos comisariado por este escribidor, Laura Lis presentó El sabor del peligro, una acción performativa que contó con la participación de la actriz Mónica Alonso y el chef Rafael Muñoz Moya. Y lo hizo bajo una necesidad tangencial: revelar las formas de vida social que construyen las individualidades que somos en torno a la alimentación.
Laura Lis investiga la alimentación como un sistema.
Laura Lis investiga los alimentos como cuerpos del peligro.
Laura Lis investiga las cadenas (repito: cadenas) alimenticias (repito: cadenas alimenticias) como entornos de dominación.
Laura Lis desentraña la política del sabor.
Laura Lis desentraña la política del sabor.
Laura Lis desentraña la política del sabor.
Laura Lis desenmascara la política del peligro en todo lo que comemos.
Traza 2
Los alimentos son, sobre todo, narraciones; narraciones entre el anhelo y la realidad. El sistema tecnocultural alimenticio nos engaña. Lo decimos claro: nos engaña. Nos utiliza. Nos consume. Para este sistema industrial somos como aquel que se limita a ver-comer sin participación.
En El sabor del peligro Laura Lis configuró un sistema performativo donde ver no garantizaba nada, donde comer tampoco garantizaba nada. Donde el signo de confrontación entre la acción y los espectadores no se percibía con claridad. Y no se mostraba claramente porque la industria alimenticia no nos muestra nada claramente. De alguna manera, lo que se hizo fue mimetizar la incertidumbre, mimetizar la experiencia casi alucinante que vivimos al comprar alimentos.
La boca se conforma con la mentira de todas las traiciones, podríamos pensar.
Traza 3
El sabor del peligro es un gesto performativo que se activa entre lo pensable y lo impensable. (Ahora hablo en presente porque como investigación mantiene su potencia, mantiene su mecánica de exploración). O mejor: entre lo comible y lo incomible. Ese sabor nos rodea. Siempre. Ya es siempre. Ya es para siempre. Es como vivir en la incertidumbre. Siempre. Leo Travesías por la incertidumbre (Seix Barral, 2005), de Estrella de Diego. Leo: “Nada protege: hay que irse”.
¿Pero de dónde?
¿De dónde hay que irse?
¿Hacia dónde?
En El sabor del peligro Laura Lis no establece, en absoluto, un simple pacto de coexistencia agradable con los mecanismos capitalistas que nos conducen a comer esto y no lo otro. Por el contrario, propone una experiencia radical. Propone un dispositivo que también engaña, que también genera repulsión. Incluso asco. El asco, la arcada, lo vomitivo, como posibilidad de choque, de descontrol y de pensamiento. El asco como posibilidad de pensamiento.
Pero eso no es todo. Además, pagamos por ese asco, por esa arcada, por ese vómito. Pagamos por esos alimentos llenos de azúcares, conservantes, colorantes… Lo hacemos todos los días en los supermercados. Por lo que Laura Lis lo reprodujo desde el sarcasmo, desde la actitud cínica de la revelación. Ese precio que hay que pagar para cualquier revelación.
Laura Lis activó El sabor del peligro como la primera presentación pública de una investigación que inició hace varios meses. Una investigación que inició desde su cuerpo, desde la propia biografía de Laura Lis. Desde su cuerpo como documento. Desde su cuerpo como archivo. Desde su cuerpo como registro vivo.
Es dentro de este territorio vital donde identificó una molestia, una necesidad de elegir, de discernir todo lo que comía en medio del maremágnum que es la industria de los alimentos en las sociedades contemporáneas. A partir de no poder comer lo que habitualmente comía, a partir de que su cuerpo no aceptaba o soportaba la dieta habitual, la creadora cubana decidió adentrarse en un camino proceloso: la ciencia de los alimentos.
Traza 4
¿cómo se hacen los palitos de cangrejo? / escucho en un reel de Instagram / ¿cómo se hacen los palitos de cangrejo? / una mezcla de colorantes / las láminas se enrollan / se introducen en las máquinas / pasta de pescado congelada que se asemeja al cemento / azúcar / sal / una mezcla que se exprime / que nos exprime / palitos de cangrejo sin carne de cangrejo /
Traza 5
De alguna manera, lo que ha hecho Laura Lis en El sabor del peligro es decir no. Es decir no a una industria siniestra; es decir no a una política del engaño; es decir no a una mecánica tecnocultural; es decir no a la letra minúscula que esconde el veneno; es decir no al maltrato alimenticio; es decir no a la fábrica de explotación de los cuerpos; es decir no a la comida rápida; es decir no a la impotencia del sabor.
En medio de espacios sociales donde se extirpa la “veleidad de negar”, Laura Lis dice no. Digo “veleidad de negar” y cito a Jacques Derrida. En Pensar es decir no, Derrida recuerda que “la negación supone que se ha establecido un diálogo”. Es eso, un diálogo. El sabor del peligro es un diálogo. Un diálogo donde alguien podría decir y saborear lo contrario. El sabor del peligro supone un poder, un poder de negación.




