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‘Anarchivo’, una antología de silencios estentóreos: presentan en La Habana la papelería de Nicolás Guillén Landrián

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…quiero alertar al sueño del regreso
pero es tarde
todo ha sido previsto
no puedo.
Nicolás Guillén Landrián
(escrito en la prisión Combinado del Este, La Habana)

El libro Anarchivo, que compila –bajo el sello independiente Ediciones*, gestionado por el artista Yornel Martínez Elías— la papelería inédita del cineasta y pintor cubano Nicolás Guillén Landrián (1938-2003), fue presentado el viernes 20 de septiembre en el espacio alternativo y estudio-galería La Marca, en La Habana Vieja. 

Una editorial independiente, un espacio independiente y un cineasta que ha devenido suerte de santo patrono del cine independiente cubano, su grial, su divisa, su epicentro atemporal. Una conjunción de territorios libres cuyas inmensas brevedades resumen buena parte de lo que aún late (se atreve a latir) en la isla de Cuba. 

Y en ese vórtice entrópico se presentó este manojo cartas, notas, poemas, fotos, pinturas, dibujos y un guion inédito. Es una suerte de documento/testimonio/expediente/legado/¿testamento?/mapa intelectual y emocional que, al decir de su presentador, el crítico e investigador Ángel Pérez, concilia “fragmentos dispersos, excéntricos ellos mismos –como era la personalidad y la vida que experimentó Landrián en los momentos a partir de los cuales empiezan a aparecer estos retazos de su experiencia– que ahora se compilan aquí y tienen que ver tanto con la persona, su vida íntima, como con su producción creativa, con aristas muy poco conocidas”. 

En el prólogo, firmado por el investigador puertorriqueño Julio Ramos, se apunta que el concepto de esta obra “supone una discusión muy actual sobre el orden del archivo y la documentación. Al buscarle la forma justa a los papeles, la edición se topa con la densidad de una vida que excede los límites del archivo. De ahí que el libro pueda darnos una idea de lo que hoy por hoy significa «archivar» y «documentar» en Cuba al margen de los controles estatales, a contracorriente de las rutas extractivistas del capital patrimonial”.     

Pérez añade que la publicación es también un “anarchivo” porque, de alguna manera, “viene a cuestionar, en un sentido muy amplio de la palabra –o amable, digamos–, las múltiples narrativas que en estos últimos tiempos de florecimiento de las investigaciones o acercamientos a la figura de Nicolás Guillén Landrián se están haciendo en múltiples direcciones, tanto desde la institución cubana que produjo sus documentales, como es el ICAIC, como por personas ajenas a la institución que han estado rescatando su figura, releyendo su experiencia de vida y su producción. O sea, ahí también se entra para desestabilizar y sacudir un poco la manera en que se ha archivado, narrado, relatado a Nicolás Guillén Landrián, su obra y su figura”.   

Enmarcados entre el prólogo de Ramos –en rigor, un erudito análisis preliminar—y, a manera de epílogo, una entrevista originalmente realizada por Martínez Elías a Gretel Alfonso para Rialta Magazine, en Anarchivo confluyen como ríos ariscos un ramillete de documentos y reproducciones de obras visuales de Guillén Landrián que la viuda guardó tras el deceso del artista y conservó tras su regreso a Cuba hace más de una década.

Precisamente, como proemio a la presentación del volumen –cuyos ejemplares impresos se distribuyeron de manera gratuita, y se puso a disposición además una copia digital en formato PDF–, se proyectó en La Marca el documental Retornar a La Habana con Guillén Landrián (2013), dirigido por Raydel Araoz y el propio Julio Ramos, que se centra en los testimonios de una Gretel Alfonso ya de vuelta en Cuba, donde depositó los restos de su esposo. Película que, según comentó Ángel Pérez, cuenta en el libro con una suerte de resonancia, pues la propuesta de Ediciones* “amplifica de alguna manera cosas que el documental de Raydel y Julio ya nos presenta”.

Con esta película, las que le precedieron —Café con leche (Manuel Zayas, 2003), Nicolás: el fin pero no es el fin (Jorge Egusquiza Zorrilla, Víctor Rodolfo  Jiménez, 2005)– y las que le sucedieron —Landrián (Ernesto Daranas, 2023)–, así como la restauración casi renuente de sus películas sobrevivientes, Guillén Landrián sigue retornando a La Habana. A pesar de todo lo que conspiró y conspira para que no regrese, para que se quede en la otra orilla del olvido. 

Ha sido censurado con una miríada de recursos, desde el electroshock y el desprecio en vida hasta la humedad que corroe las copias en celuloide de sus películas, exiliadas en las bóvedas archivísticas del ICAIC, ya muerto. Pero se resiste a la segunda muerte, a la definitiva, la que tiende sobre sus víctimas un manto de anonimato. Landrián no se deja empujar a la fosa común. Su lápida es de nitidez y fertilidad alucinantes. Es el contemporáneo perenne de todo el cine cubano, incluido el que aún no se filma, ni siquiera se sueña. Atraviesa las generaciones, las provoca y las aturde. Detona curiosidades benéficas y malsanas. Molesta y place.

Y este archivo que no quiere ser archivo, que mantiene su esencia de legajo casual y caótico, resucita ahora desde su necrópolis temporal en los estantes y gavetas privadas de Gretel. No ha sido restaurado, pero sí vivificado por lo copistas actuales de Ediciones*, que le otorgan nuevo lustre a palabras salvadas del naufragio sufrido por las páginas en que fueron plasmadas originalmente. 

Ángel Pérez hizo hincapié en algunas de las secciones del volumen, y destacó el valor de las “Notas”, la cuales, dijo, “recogen apuntes, reflexiones, fragmentos de memoria –supongo que muchos salieron de las libretitas que Gretel salvó de esa vida atropellada– que son verdaderamente reveladoras, y piden una lectura sumamente cuidadosa y detenida, porque dada su naturaleza anarchivística, importan en ellos menos el dato o la verdad que puedan contener, que las vibraciones de la subjetividad de Nicolás”. 

“Esas notas nos pueden revelar no lo que pensaba sino cómo pensaba, desde dónde pensaba, cuáles fueron los accidentes de su experiencia de vida, ya no a partir de la Revolución, sino desde su niñez, y que lo marcaron como creador. O sea, ese extraordinario documentalista: quién era, de dónde salió, qué tenía en su cabeza en el momento en que llega al ICAIC. ¿Esa personalidad tan excéntrica que nosotros conocimos nace con la Revolución o tiene una formación anterior que arriba ahí y que marca la manera en que se crea?”, se preguntó Pérez, e insistió. “Entonces, con esas notas, uno se ríe, tiene necesidad de llorar. Revelan un Nicolasito complejo y múltiple que tenía ideas sobre la política, sobre el sexo, sobre su propia creación, inquietudes de toda naturaleza. Y el entrar ahí nos va a permitir, no solo comprender esa subjetividad, sino también mirar su creación desde una arista a la que normalmente no se accede”.

El libro muestra al “Nicolasito íntimo”, y en él llama igualmente la atención, según el crítico, ese otro “corpus revelador” que constituyen sus poemas, “el Nicolás literato”. Y, por supuesto, así también su producción plástica.

“Escuchamos en el documental [Retornar a La Habana…] uno de los poemas que él leyó, y vimos también algunas imágenes, pero aquí las tenemos fijas para leerlas entre líneas”, invitó Pérez. “Y son sumamente interesantes, porque la mayoría, al menos para mí, fueron reveladoras, y creo que en ese sentido van a ser reveladoras también para las demás personas”.

Anarchivo expone muchas palabras que no fueron concebidas para publicar, ni siquiera para ser leídas por otros en voz alta. Son pensamiento, tormento y angustia casi en estado puro. Editarlas es quizá un gesto herético, pero necesario. Existen demasiados silencios en el arte cubano, demasiadas secuencias han transcurrido y transcurren fuera de campo en el cine nacional, como para que el ideario íntimo de Guillén Landrián no se revele y, entonces, él se rebele una vez más. 

Es un ideario que parece advertir a los entusiastas bienintencionados que no griten “¡Yo soy Nicolás!” en detrimento de la autenticidad que hace único a cada ser humano y a cada creador. Guillén Landrián reclama desde sus versos, sus apuntes y sus pinturas que nadie deje ser, que nadie sacrifique su identidad en el altar de una engañosa humildad colectiva, que la gente no siga líderes, sino que cree focos de resistencia dentro y fuera del juego. Que se sospeche de oficio y que el arte sea una perspectiva.   

ANTONIO ENRIQUE GONZÁLEZ ROJAS
ANTONIO ENRIQUE GONZÁLEZ ROJAS
Antonio Enrique González Rojas (Cienfuegos, 1981). Periodista y crítico de arte. Textos especializados suyos aparecen en publicaciones como La Gaceta de Cuba, Cine cubano: La pupila insomne, El Caimán Barbudo, Hypermedia Magazine, Altercine (IPS Cuba), Cine Cubano, Esquife, Noticias de Arte Cubano, Bisiesto (Muestra Joven ICAIC), Enfoco (EICTV), la revista del Festival de Cine de La Habana, y otras. Ha sido guionista de varios programas televisivos especializados en audiovisual como Lente Joven, Banda Sonora e íconos del celuloide. Ha integrado jurados de la prensa en eventos como el Festival de Cine de La Habana. Ha publicado libros de ficción y crítica de cine, entre los que se encuentran: Voces en la niebla. Un lustro de cine joven cubano (2010-2015) (Ediciones Claustrofobias, 2016) y Tras el telón de celuloide. Acercamientos al cine cubano (Editorial Primigenios, 2019). Un tercer volumen titulado “Críticas, mentiras y cintas de video” está en proceso de edición.

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