Fotograma de 'Kinds of Kindness'', Yorgos Lanthimos dir, 2024

Desde Philip K. Dick no había aterrizado en Hollywood nadie como Yorgos Lanthimos. También Dick fue una especie de extranjero en Lalaland, incomprendido por Ridley Scott en Blade Runner y, cuarenta años más tarde, tergiversado por los productores woke de la serie The Man in the High Castle.

Nicolas Roeg pudo haber sido el cineasta capaz de adaptar, en el sentido cinematográfico, sociológico, y hasta biológico del término, a Dick. La noche que Philip K. Dick vio la película The Man Who Fell to Earth (1976), marca un momento sagrado en su biografía. No es casual que el encuentro de David Bowie, en el papel de Thomas Jerome Newton, y Dick encarnando a Horselover Fat, álter ego del autor en la novela esotérica Valis (1981), sucediera en el cine.

Bowie deviene la estrella de rock Eric Lampton en Valis (Vast Active Living Intelligence System), y Brian Eno, el compositor de música electrónica llamado Brent Mini. El cine de Roeg produjo en la mente afiebrada del más grande escritor de la modernidad una epifanía. Decir que Lanthimos logra el mismo efecto en el público actual con Kinds of Kindness, es mucho decir.

Una vez que el director helénico se reempata con su guionista griego Efthymis Filippou, autor de Kynodontas, Alpes y The Killing of the Sacred Deer, reemerge el efecto dickiano de la invasión (inversión) extraterrestre.

Lanthimos es hoy The Man Who Fell to Lalaland. Todo lo americano aparece en Kinds of Kindness como absolutamente ajeno e infinitesimalmente extraño, en el sentido yanqui de alien. Lanthimos habla, en su nueva película, desde la situación de l’étranger y, tal vez, hasta del metoikos, el meteco.

En una desaforada sucesión de películas que va del 2022 al 2024, Lanthimos destruye despiadadamente el principio de realidad hollywoodense, solo para reemplazarlo con una variante narrativa neodickiana repleta de dobleces, dilemas y dipolos. Obviamente, Lanthimos y Filippou han leído a profundidad A Scanner Darkly, y no a la manera superficial de Richard Linklater (2006).

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Para entrarle a Hollywood, Lanthimos baja a Louisiana (antes, en Poor Things, se había metido en el almacén de tramoyas de Sesame Street), a un New Orleans sin jazz pero aún embrujado por los muertos-vivos de Anne Rice, en los recodos más recónditos de la bipolaridad north-south. Pero nada, ni aún la chapa de un auto de carreras color orquídea conducido por Emma Stone, nos deja saber el Estado (eingenstate) donde nos encontramos. Sabemos que es la América genérica con sus rascacielos de acrílico y sus tristes almacenes lecorbusianos, pero enseguida nos asalta la duda de si el cine americano no será, efectivamente, extranjero en su propia tierra.

Las locaciones de Kinds of Kindness crean distanciamiento por identificación. Como en la narrativa de Philip Dick, a fuerza de ser comunes, esos lugares se vuelven excepcionales: America es la alien de sí misma.

Lo mismo pasa con los actores, esos astros terrícolas que, como David Bowie o Charlton Heston, habitan un firmamento de simulacros. Inevitablemente, en Kinds of Kindness, Willem Dafoe deviene deus ex machina, la extensión y superposición del God de Poor Things, lo que equivale a decir que el Raymond de Dafoe es la función de múltiples estados superpuestos.

Si allá era el representante fáucico de la Ciencia oficial, o la razón de Estado creadora de monstruos, aquí, en el ambiente hipercorporativista del primer relato, es el representante de una “Industria” que impone las pautas de conducta social y asocial (vida, muerte, sexo, alimento, verdad). Si Godwin había sido Big Pharma, Raymond es Big Cinema y, en último análisis, the Big Lie.

Por eso sus avatares culminan, en el tercer relato, en la figura del líder religioso Omi, el gurú que todo americano espera. El actor es una figura mesiánica del ámbito de la nueva teología política: Willem Dafoe es un Daniel Defoe, náufrago en la isla de sentido que son los últimos filmes de Lanthimos, un territorio delimitado, vuelto sobre sí mismo, autorreferencial y tautológico.

No solo el God de Poor Things se reitera en Raymond y, paralelamente, en el personaje inestable de R.M.F., como su oligómero y homotrímero, sino que ese Dios llega a insertarse en la estructura general de lo viviente, lo que equivale a decir de lo actuante. Bowie lo define mejor en un comentario puntual sobre la pintura de Jean-Michel Basquiat: “refracting fact fractions facting refact”.

De manera que la película de Lanthimos es, ya desde el título K~[k], el clon de sí misma y la iteración de Poor Things, un típico experimento de ganancia de función. Una película difícil de contar sin revelar el desenlace, sin desentrañarla y resolverla: literalmente, sin “echarla a perder” (cfr. spoiler). “The less you know, the more effective Kinds of Kindness is likely to be”, declara, acertadamente, el crítico de Variety, Peter Debruge.

Dividida en tres capítulos que son la reformulación concurrente de sí mismos, la narrativa de Efthymis Filippou se vale del efecto de complementariedad, o Verschränkung, por el que cada una de las “partes” se reorganiza en sistemas correlativos de significación: Raymond (Dafoe) es el amo de Robert (Jesse Plemons), el esclavo que obedece las órdenes descabelladas de su jefe, ya se trate de entregársele en el lecho, tomar los desayunos prescritos, fornicar con su mujer-trofeo, o incluso, atropellar con un bestial Ford Bronco al personaje R.M.F.

En el segundo episodio, Plemons es Daniel, un agente del orden que espera noticias de su esposa Liz (Emma Stone) desaparecida en un accidente (ya veremos si reaparece, y cómo); y en el tercero, es Andrew, el fanático de una secta religiosa que busca al paráclito capaz de consumar, como The Young Pope de Paolo Sorrentino, la resurrección de los muertos.

De cualquier modo, la película de Lanthimos es tan inmune al comentario crítico como un cubo de Rubik lo sería a la poesía heroica: Kinds of Kindness es un moderno cuento de la buena pipa.

Impedido de decir más sobre la obra en cuestión, contaré entonces, parabólicamente, que la vi con Esther María en Varese, ciudad condal del norte de Italia, en la tanda de medianoche, en una sala llamada Terra de un multiplex llamado Impero. En las otras salas pasaban las consabidas comedias situacionistas gringas (Inside Out 2) dobladas al italiano. Cada sala del Impero lleva el nombre de un planeta: Mercurio, Nettuno, Giove, Marte… El cine donde vimos Kinds of Kindness en idioma original constituía, entonces, un sistema autorreferencial separado del resto del universo multipléxico.

Sentado como un extraterrestre en las cómodas lunetas de la Tierra, pensé que el Raymond de Dafoe era el trasunto del Duce, gurú del Estado paternalista. Ese Pater Patriae promete la felicidad sin fisuras, un estado alterado que Pink Floyd definió como “comfortably numb” y que Bowie describe así en la canción 1984: “They’ll split your pretty cranium and fill it full of air”. Supe que todo aquello hablaba de nosotros, y que, a final de cuentas, se trataba de distintos tipos de benevolencia ejercida en los otros por alguna otredad radical.

Raymond es capaz otorgar una casa (reforma urbana); asignarnos pareja (LGBTQ+cis-non-incel); obsequiarnos regalos desorbitantes (una raqueta destrozada por John McEnroe en un partido de 1990, que es, incidentalmente, una pieza de Koons), porque el Estado es capaz de todo. Giovanni Gentile, el filósofo del fascismo, parece estar hablando de nuestra época cuando afirma: “In fondo all’Io c’è un Noi; che é la comunità a cui egli appartiene, e che é la base della sua spirituale esistenza, e parla per sua bocca, sente col suo cuore, pensa col suo cervello”.

[“En el fondo del Yo hay un Nosotros, que es la comunidad a la que pertenece, y que es la base de su existencia espiritual, la que habla por su boca, siente con su corazón y piensa con su cerebro”.]

En Kinds of Kindness ese “nosotros”, transhumano y supranacional, toma la forma de un Doppelgänger: las jimaguas Ruth y Rebecca (Margaret Qualley), tan semejantes como dos fotogramas o dos átomos enmarañados por alguna extraña ley de la naturaleza. Es también la imagen de la hermana gemela de Philip K. Dick, muerta en la infancia, que lo esperaba en una tumba marcada con el nombre del escritor.

Con música de Jerskin Fendrix entramos a una iglesia paleocristiana donde toda América rinde culto a un fascismo biunívoco, bipartidista y bipolar. Es nada menos que el Estado democrático transmutado en ogro filantrópico lo que irrumpe en escena con la conjugación de los factores en juego en esta película imposible. A la secta de los “despiertos”, ofendida por la desnudez, el aborto y la libre expresión, Lanthimos propina tratamiento de choque y doble ración de violencia irracional.

Porque Yorgos Lanthimos no solo parece haber llevado al cine, en Kinds of Kindness, el Vasto Sistema de Inteligencia Viva de la biblia de Valis, sino estar poseído por el espíritu mesiánico del último P. K. Dick, aquel que nos dejó dicho: “The Empire is the institution, the codification, of derangement; it is insane and imposes its insanity on us by violence, since its nature is a violent one”.

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NÉSTOR DÍAZ DE VILLEGAS
Néstor Díaz de Villegas (Cumanayagua, Cuba, 1956). Poeta, editor y ensayista. Fue estudiante de arte, pasó por la cárcel en Cuba, y emigró en 1979 a los Estados Unidos. Ha publicado varios volúmenes de poesía, recogidos todos en Buscar la lengua (2015). Fue el fundador de Cubista Magazine (2004-2006). Su más reciente libro, Poemas inmorales (2022), ha sido publicado por la Editorial Pre-Textos. Reside en Varese, Italia.

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