El perfil de Luna Tristá es de esos que comienzas a seguir por casualidad. Un día te llega una cuenta que el algoritmo de Instagram relaciona con tus gustos y preferencias, y con el paso del tiempo te conviertes en una observadora silenciosa, casi voyeur, pendiente de cuál será su próxima publicación en las redes.
En las fotografías de Tristá hay cierto misticismo, uno cercano quizás a esa ética de lo herético de la que habló Julia Kristeva en sus Historias de amor. Este apela a experimentar con las poéticas de la libertad y reivindica visualmente el goce de los cuerpos femeninos. Si bien hay retratos donde los cuerpos desafían directamente la lente, hay otros que no requieren de esto para evocar la belleza sutil o conmocionante de la transgresión. Como fotógrafa, Luna Tristá no cesa de reinterpretar la experiencia de sus modelos y su lugar en sus propios dispositivos de autorrepresentación. De esta manera, como ella misma afirma, “desafía las normas impuestas por una cultura conservadora que tiende a censurar y normativizar los cuerpos y las expresiones de la sexualidad”.
Parte del trabajo de esta artista absorbe los límites de lo erótico y lo pospornográfico, decodificando, a menudo desde lugares inesperados, la histórica mirada masculina respecto a los cuerpos femeninos. De hecho, el “atrevimiento de ser mujer” del que Tristá habla es, sobre todo, el de interrogar, teniendo en cuenta su trasfondo ideológico, la diversidad de las diferentes representaciones de los cuerpos de las mujeres que retrata en París, Barcelona y otras ciudades del mundo. Se trata de cuerpos reales, empoderados desde el deseo, cuerpos-archivo y cuerpos-escritura que, como signos en rotación, encarnan, a veces sin saberlo, una posible imagen de la resistencia.
En una entrevista de Vice, comentas que comenzaste estudiando fotografía por curiosidad. Pero ¿qué realmente despertó esa curiosidad por el medio fotográfico? ¿Cómo fueron tus comienzos?
La curiosidad por la fotografía surgió como una necesidad de preservar y reinterpretar recuerdos, algo que encontraba profundamente ligado a la nostalgia. Al comenzar, trabajé únicamente en blanco y negro, ya que la ausencia de color me permitía conectar de manera más íntima con mi propio pasado, una representación simbólica de mi identidad de hace casi veinte años. Inicié desde lo más esencial, desde la matriz misma de quien soy hoy, sintiendo una urgente necesidad de documentarlo todo. Cada autorretrato se convirtió en un proceso de exposición personal y de confrontación con el escrutinio público. Aquellos primeros pasos en la fotografía fueron, sobre todo, un viaje de autoconocimiento y una exploración profunda de mi propio cuerpo y mi identidad a través de la imagen.


Además, has mencionado que tu obra está dirigida a la mujer, al cuerpo femenino y a su empoderamiento desde su propia perspectiva. ¿Qué tan conectada o distante te sientes con la fotografía cubana actual realizada por mujeres? Respecto a tu obra, ¿cuáles serían, para utilizar una expresión que da nombre a un libro de Margo Glantz, Las genealogías?
Vivimos en una sociedad donde los hombres todavía tienen más credibilidad y poder que nosotras, el llamado “sexo débil”. Por eso, cuando encuentro mujeres que han aprendido a ser mujer como a ellos les han enseñado a ser hombres –mujeres que logran posicionarse y mostrarse como tales en una sociedad heteronormativa y falocéntrica– siento que eso es un acto audaz. Esas son las mujeres que admiro y fotografío, y también las que destaco dentro de la fotografía cubana actual.
Para mí, la fotografía tiene que ser atrevida para ser auténtica. Tiene que ser cruda, visceral, y no puede seguir patrones académicos, porque eso la haría repetitiva. Tampoco puede ser complaciente. Y cuando digo complaciente, me refiero a tomar fotos sabiendo que no van a generar críticas, ni incomodar, ni cuestionar. Si haces eso, para mí, no estás haciendo fotografía de verdad.
En cuanto a mis influencias, mi “genealogía personal”, mi cuarto oscuro, mi librito de noche se compone de artistas que han inspirado constantemente mi obra, como Diane Arbus, Nan Goldin, Nobuyoshi Araki, Francesca Woodman y Man Ray.
Has comentado que adjetivos como nostalgia, fuerza y atrevimiento son parte de la forma en que comunicas tu fotografía. ¿Cuánto de esto está relacionado con tus orígenes, tu migración y tus puntos de vista sobre las ideas de pertenencia, sexualidad o comunidad?
Mi obra es un diálogo entre el pasado y el presente. A través de la fotografía, busco crear un espacio donde las mujeres puedan ser vistas y escuchadas, donde sus historias y experiencias puedan resonar en un mundo que a menudo las silencia. En mi proceso creativo, me esfuerzo por desafiar las normas y los tabúes que rodean la representación del cuerpo femenino. La sexualidad, en este contexto, se presenta como un acto de afirmación y empoderamiento, donde el cuerpo se convierte en un vehículo de expresión y liberación. La migración, en este sentido, también ha expandido mi visión sobre la comunidad: al trasladarme a Italia siendo una adolescente y más tarde mudarme a Barcelona, he podido comparar distintas formas de entender y “vivir el atrevimiento de ser mujer”, incorporando nuevas perspectivas y matices a mi obra. A través de la fotografía, busco crear un espacio donde las mujeres puedan ser vistas y escuchadas, donde sus historias y experiencias puedan resonar en un mundo que a menudo las silencia.


Sobre la serie Marie Antoinette, como bien dices, la idea parte de “separar el cuerpo del rostro del personaje fotografiado, de forma que no se pueda identificar directamente al sujeto”. Aún no me queda claro cuál surgió primero, Lolita o Marie Antoinette, pero ¿qué te motivó a realizar series fotográficas inspiradas en personajes históricos y literarios? ¿Qué ideas de intervención o desvío creativo empleas en tus series respecto a esos referentes?
Lolita es la serie que precede a Marie Antoinette. No elegí estos nombres para conectar directamente con la obra de Nabokov ni con la figura de Marie Antoinette; más bien, es un reflejo de mi historia, de cómo he vivido y experimentado mi propia identidad en un contexto de constante vigilancia social, que de alguna manera se entrelaza con la de ambos personajes. Aunque empiezo desde un lugar muy autobiográfico, cada fotografía termina siendo una reflexión amplia sobre la mujer y el cuerpo en la sociedad actual.
A través de una profunda introspección, uso el desnudo como una forma de reapropiarme de mi identidad, enfrentando las tensiones entre censura y la exposición pública. Lolita y Marie Antoinette son una declaración sobre el poder de la autoexpresión a través del arte y el desnudo como una forma de reclamar su propio cuerpo y narrativa. A través de la fotografía, mi historia establece una conexión con la de la persona fotografiada, explorando cómo la sociedad decide lo que es aceptable o censurable en cuanto a moralidad y estética. Aunque lo autobiográfico es el punto de partida, mi trabajo evoluciona para convertirse en una crítica más amplia a la moral y las normas que buscan regular el cuerpo de la mujer. De este modo, mi historia personal se entrelaza con una narrativa colectiva, donde otras mujeres pueden reconocerse en la lucha por la autonomía sobre sus propios cuerpos.

En un texto aún inédito, Michel Mendoza, después de comentar la idea de cosmopolitismo e intimidad erótica que capturan algunas de tus fotos, se refiere a tus trabajos del siguiente modo: “A veces pareciera que en la obra de Luna Tristá lo pornográfico es un fantasma evocado con la insistencia y levedad de quien sabe que, quizás, jamás se materializará del todo”. ¿Te consideras una artista cuyo trabajo roza o coquetea con esos códigos? ¿Podría ser que en tu caso lo pospornográfico sea un medio para subvertir la percepción habitual de los cuerpos que eliges fotografiar?
Mi obra, desde una perspectiva crítica, desafía las normas impuestas por una cultura conservadora que tiende a censurar y normativizar los cuerpos y las expresiones de la sexualidad. Al fotografiar una amplia diversidad de identidades y cuerpos –especialmente aquellos que se desvían de los estándares tradicionales–, no solo cuestiono las representaciones convencionales del erotismo, sino que también exploro nuevas formas de visualización que abrazan la diversidad.
Mi enfoque va más allá de los límites del erotismo tradicional, que suele estar encapsulado en normas hegemónicas y patrones restrictivos sobre cómo deben verse y comportarse los cuerpos en contextos sexuales. A través de mi obra, desafío las representaciones estandarizadas, señalando las formas en que el erotismo ha sido codificado y censurado, especialmente desde un enfoque patriarcal y conservador.
En este sentido, mi fotografía se puede interpretar como un nexo entre el erotismo y la pospornografía. El erotismo, a menudo romantizado y estetizado, es problemático cuando se restringe a una visión que excluye las realidades plurales de la sexualidad. Y mi obra se desarrolla como un movimiento que no solo busca una representación más auténtica y diversa de la sexualidad, sino también una forma de confrontar y deconstruir los mitos en torno a lo que es “aceptable” en la expresión sexual.
A través de la confrontación visual, invito al espectador no solo a reconsiderar el cuerpo y la sexualidad, sino también a replantear sus propios prejuicios y concepciones en torno a la censura, la moral y el placer.




Por cierto, en la serie de retratos que conforman She’s My Man (2015), exploras temas como las estéticas queer y lo afectivo desde una perspectiva que, aunque elude la romantización con humor, resulta a menudo conmovedora. ¿Has seguido trabajando en esa dirección últimamente?
She’s My Man nace como un testimonio visual que no solo documenta una relación personal, sino que también actúa como un espacio de resistencia donde se exploran las múltiples facetas de la identidad, la sexualidad y el amor, abriendo un diálogo sobre lo que significa ser parte de la comunidad LGBTQ+. En un mundo donde la identidad y la sexualidad son frecuentemente objeto de censura y estigmatización, esta serie se presenta como un acto de afirmación y visibilidad de relaciones no normativas.


Volviendo a la entrevista de Vice, recuerdo que comentabas que buscas “mujeres que no temen la crítica, que no censuran su cuerpo ni su orientación sexual, que son directas y atrevidas, que miran fijamente al objetivo. Pero también buscas sus/mis monstruos… el lado oscuro que todos tenemos”. Háblame un poco más de esta fijación, casi gótica, en torno a lo teratológico ¿Cómo logras encontrar, o tal vez revelar, a través de la erótica, esos oscuros vínculos entre la mirada y lo monstruoso?
El acto de mirar y ser mirada, de desvelar lo erótico, crea una tensión que expone no solo el cuerpo, sino también la psique. Lo erótico en la fotografía, en particular del cuerpo femenino, ha sido históricamente controlado, regulado y censurado, visto como peligroso o transgresor cuando no se ajusta a las normas sociales. Especialmente cuando se posiciona en contra de lo “políticamente correcto” tiene la capacidad de desafiar las nociones hegemónicas de la moralidad y la censura.
Lo monstruoso surge en esos momentos en los que las mujeres que fotografío se apropian de su imagen, revelando las capas de opresión que han sido colocadas sobre sus cuerpos, así como las partes de ellas mismas que han sido suprimidas o consideradas “inaceptables”. Mis fotografías buscan capturar esa dualidad: la belleza y la monstruosidad coexistiendo, lo visible y lo oculto, lo que se muestra y lo que teme ser descubierto.
No son solo fotografías de mujeres; están hechas para ellas. El objetivo final de mis imágenes no es el espectador externo, sino las propias mujeres que aparecen en ellas. Devolviéndoles el poder sobre su representación, creoun espacio donde no sean objeto de observación pasiva, sino sujetos activos que participan en la creación de su propia narrativa visual.
Para terminar, quisiera saber si estás trabajando actualmente en algún proyecto de libro y exposición.
Actualmente me encuentro editando el libro de mi serie Marie Antoinette, que se centra en fotografías de mujeres donde sus rostros no son visibles, de manera que su identidad no puede ser reconocida. La serie fotográfica plantea un enfoque en el que el anonimato les permite apropiarse de sus cuerpos y desafiar las normas que regulan la sexualidad femenina, convirtiéndose en protagonistas de su propio deseo en lugar de objetos del deseo ajeno.
Además, estoy trabajando en otra serie: My Love Is Not Real (DIGI-SEX-LOVE). Esta serie consiste en retratos fotográficos de mujeres generados a través de inteligencia artificial, en los que exploro la digisexualidad. Este término se refiere a la atracción sexual y emocional hacia las tecnologías digitales. Las personas que se identifican como digisexuales encuentran satisfacción y compañía en relaciones con estas entidades.
Las mujeres generadas por inteligencia artificial presentadas en esta serie reflejan la evolución continua de nuestras relaciones emocionales. Estas relaciones digitales pueden ofrecer refugio emocional y una forma de satisfacción que algunas personas no encuentran en las relaciones humanas tradicionales. Cada retrato ha sido creado con inteligencia artificial, no solo replicando características físicas realistas, sino también intentando capturar una esencia emocional.