Boris Mikhaïlov nació en Járkov (Ucrania, 1938) y, aunque su reconocimiento fue relativamente tardío, ha conseguido, entre otros, el premio Hasselblad, considerado el Nobel de fotografía.
Mikhaïlov ha vivido el comunismo, la Segunda Guerra Mundial, la caída de la URSS o la vida de emigrante en Berlín. En toda esta trayectoria, su arte ha perdurado como un ejercicio fotográfico a contrapié: de los tiempos, de la historia que se nos ha querido insuflar, de los mandamientos políticos al uso. También, y no menos importante, de la sublimación de la fotografía como documento absoluto de la realidad o monumento imperturbable de la verdad.
Todo esto se ha mantenido, tanto en su posicionamiento contra el estalinismo como ante la terapia de choque del postcomunismo; frente a las fantasías mediáticas occidentales y frente a la moral estandarizada de las sociedades contemporáneas. A Mikhaïlov no le han resultado ajenas la censura comunista o la hecatombe de Chernóbil. Tampoco el turismo alemán en Mallorca o la vida de distintas generaciones soviéticas. Fue, además, un pionero en la representación fotográfica del desnudo masculino, bajo la forma del autorretrato.
Su obra está atravesada por la ironía, la crudeza, la sensualidad, la ingenuidad y la integridad. De muchas maneras, es posible afirmar que la vida de Boris Mikhaïlov es su obra. Zigzagueando entre lo bello y lo siniestro, su biografía puede adivinarse en cada una de sus series. Tal fue el caso de Red, serie desarrollada en la URSS, durante los años setenta y ochenta, cuando se tuvo que dedicar a hacer retratos de fiestas populares y bodas para ganarse la vida, pues no encontraba salida en un medio artístico en el cual estaba censurado. Acaso sin saberlo en ese momento, con este grupo de retratos (en los que prevalece siempre el color rojo del comunismo, unas veces relumbrante y otras veces desvaído) configuró un archivo único sobre los usos cotidianos de los soviéticos.
Case History, probablemente su serie más famosa, le dio a conocer internacionalmente y describe, al contrario que la anterior, los resultados del desplome de la Unión Soviética en su Ucrania natal. Con gente desahuciada por los dos mundos enfrentados en la Guerra Fría; seres girando alrededor de un agujero negro por el cual acabarían precipitándose sin paracaídas de ningún tipo.
Mikhaïlov ha quedado como el fotógrafo de aquellos humanos sin cabida en la historia ni en la posthistoria. Un Balzac contemporáneo que, cámara en mano, se ha dedicado a retratar la dimensión de las ilusiones perdidas.
No se entiende esta trayectoria sin rastrear qué fue la contracultura bajo el socialismo. A partir de los testimonios de Limónov (que también estuvo unido a Járkov), hemos conocido que el underground en la URSS no sólo fue censurado en la etapa soviética, sino que también fue barrido en la etapa postsoviética. Esa paradoja, tan presente en la obra de Mikhaïlov, ha sido abordada por algunas películas y documentales de otras experiencias del Este, como es el caso del documental de Marten Persiel Esto no es California, que reconstruye la vida de un grupo de skaters en el Berlín comunista.
¿Existió una contracultura bajo el socialismo? Desde luego que sí. Lo que ocurre es que la contracultura casi siempre ha sido explicada en términos occidentales. A menudo, se ha validado su crítica, perdonando que muchos de estos artistas mantuvieran una relación fluida con el mercado. Bajo el socialismo, se ha negado la condición contracultural de muchos movimientos por la cercanía inevitable del arte con el Estado. Desde posiciones distintas, Boris Groys o Martin Amis han admitido esta fatalidad para explicar la vanguardia rusa, el realismo socialista o el propio estalinismo.
Y así, llegamos a The Temptation of Death, serie que combina, tanto un retorno de Mikhaïlov (a Ucrania, a las ruinas) como una ruptura con su manera de trabajar, fotografiar e incluso montar o exponer las piezas. Su regreso a un crematorio a medio terminar en el Kiev soviético no sólo recoge un episodio importante de la cultura funeraria de aquel sistema, sino su posterior abandono por parte de las autoridades, que llegaron a tapiarlo con un muro que es toda una alegoría de la vida y el declive de esa sociedad. Estamos hablando de un crematorio que nació tan muerto como los cadáveres que estaba destinado a prender fuego.
Mikhaïlov se reencuentra con este paisaje en 2017. Y, justo donde había realizado su célebre serie Case History, que recogía la degradación de la Ucrania postcomunista, ahora se reencuentra con un desplome físico y arquitectónico igual de apabullante.
En el British Journal of Photography podemos leer que esta serie se insertaba en un plan original, titulado Muro del recuerdo, de los artistas Ada Rybachuk y Vladimir Melnichenko. Pero Mikhaïlov, según el curator Francesco Zanot, consigue revertirlo con una atmósfera distópica “a medio camino entre una película de ciencia ficción y el perfil orgánico de la Capilla de Notre-Dame du Haut”.
El impacto de este paisaje llevó al fotógrafo a conectar el espacio tétrico que tenía delante con su obra precedente. De modo que concibió una combinación entre presente y pasado –lo cual justifica la figura del díptico–, desde la que se insinúa un futuro que tampoco resulta muy alentador.
No es difícil evocar –en esta “novela corta” que condensa su vida y obra– la tragedia persistente que va de Chernóbil a la actual guerra de Ucrania, del mundo soviético a su disolución, de los sueños por alcanzar el cosmos a esta pesadilla estrellada en la tierra muerta de un asilo muerto.




* La exposición The Temptation of Death de Boris Mikhaïlov, comisariada por Iván de la Nuez, se puede visitar hasta el próximo 24 de noviembre en el Roca Umbert Fàbrica de les Arts, de Granollers, en Barcelona. De la Nuez conversará, además, el próximo miércoles 30 de octubre con el fotógrafo ucraniano en la KBr Fundación MAPFRE de Barcelona, como parte de la serie de charlas Extremos: tiempos de polarización, coordinadas por Joan Fontcuberta. Exposición y charla se enmarcan en el festival Panoràmic.