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Janice Kavander, un caso de metempsicosis

Janice no canta como Nina Simone, sino con la misma técnica, esa que intenta suturar los tajos que la crueldad amorosa y social provocó en su interior.

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La primera vez que el matrimonio Bloom interactúa en el Ulises de Jaimito Alegría, lo hace porque él, Leopold, le lleva a ella el desayuno a la cama; mientras ella, Molly, tiene enredado entre las sábanas (antes que a Blazes Boylan) un penny dreadful, es decir, un libro popular de romance kinky: Ruby: The Pride Of The Ring. Aún en duermevela, Molly le pregunta al marido sobre una palabra que no ha comprendido.

—Show here, she said. I put a mark in it. There’s a word I wanted to ask you […].

Met him what? he asked.

—Here, she said. What does that mean?

He leaned downward and read near her polished thumbnail.

Metempsychosis?

—Yes. Who’s he when he’s at home?

—Metempsychosis, he said, frowning. It’s Greek: from the Greek. That means the transmigration of souls.

—O, rocks! she said. Tell us in plain words.

La metempsicosis: el paso del componente espiritual de una persona a otra, pero también –para quienes se lo creen, como yo– a un dragón de cómodo macho, un flamboyán o ese cuarzo que, mientras lees esto, llevas colgando al cogote como identificador de mascota y que piensas que te conecta con el logos o te protege de los reptilianos.

Hasta ahí, bien. Metempsicosis rules. El problema radica en que esa transmigración es también trasvase, y aunque parezca que solo los recipientes cambian, el contenido neto igualmente sufre alteraciones.

¿Te has fijado que cuando escancias (¡me encanta ese verbo; me erotizan ese tipo de verbos!) una lata de Guinness en un vaso especial para Guinness quedan en el interior algunas gotitas y espumita-Guinness que, aunque la muevas boca abajo sobre tu lengua se resisten a salir? Pues lo mismo.

(Por cierto, nota remolona aquí, interrumpiendo el flujo de conciencia de esta Broma Infinita, na’ más porque sí: Piglia dice que el novelón de Joyce está soportado justo en esa cita anterior y explicaría a Leopold como un actual Ulises, a Molly como una nueva Penélope, a Dedalus como un contemporáneo Telémaco: envases dublineses donde los litros de las almas de esos griegos se vertieron, pero ya no en su totalidad).

Y sí, yo creo en ello. Por eso estoy escribiendo esta columna. Porque el otro día tuve una alucinación hipnagónica (esas imágenes en movimiento que se imponen antes de caer en el sueño). Como Grace Kelly se le acerca a un somnoliento Jimmy Stewart al inicio de La ventana indiscreta, de Hitchcock, yo sentí, verdaderamente sentí, que se inclinaba hacia mí el rostro arrobador de un mujerón de ébano, de labios con memoria de África y ojos pequeños. Cantaba, además: “She don’t mind / imperfection raw aggression shape or size / shake it like there ain’t nobody watching”. Pero de pronto se alejaba sin decirme ni chao, hacia un fondo psicodélico cual videoclip de los años sesenta, repitiendo: “You’re my kind of woman… runnin’ it, runnin’ it!”. Antes de que se marchara del todo, me sentenció (en suajili, aunque yo lo entendía en mi ripioso idioma chileno): “Aquella que fui nunca me dejó. Solo cambió de garganta”.

Sé que estoy hasta el cuello en la laguna de la petitio principii, mas espero ser creído. Tuve a esta mujer en mi interior, atravesada, como las mujeres que dan miedo y que aparecen en los poemas de Gonzalo Rojas, toda una mañana. Por la tarde, se me reveló su identidad: era Janice Kavander, la actriz y cantante que se roba por completo la serie The Playlist, que tres años atrás maratoneé durante un fin de semana cargado de ansiolíticos y té de manzanilla.

Un poquito de data: Janice Deborah Kavander Kamya, de padre ugandés y madre finlandesa, nació en 1994, en Enskede, un suburbio de Estocolmo, Suecia. Se formó en el Tensta Gospel Choir, colectivo que la hizo tomar contacto con el soul y lo más contemporáneo del R&B. En 2016, la canción “Don’t Need To” la convirtió en artista revelación en su país. Un año después, apareció su álbum I Don’t Know A Thing About Love (escúchenlo, es absolutamente hermoso: noten las resonancias sagradas que la voz de Janice le concede a Ella Fitzgerald, Traci Chapman, Aretha Franklin y, por supuesto, a Nina Simone). Sin embargo, fue con su papel de Bobbi T, en la serie de 2022 sobre la creación, auge, caída y de nuevo el auge de Spotify, que se consolidó como figura internacional.

Ahora, un poquito de encuadre: hay una escena de The Playlist en la que Bobbi T está a punto de salir a actuar en un tugurio nocturno. No hay camerinos, y por tanto debe usar la cocina del local para relajarse y entrar en papel. Allí recibe la visita de Daniel Ek, su amigo de infancia, futuro CEO de Spotify y quien, luego, la aplastará tras la disputa real que llevó a la app a tribunales por omitir regalías a los artistas. Se alegran de verse. Se abrazan. Al parecer hubo algo, o el deseo de que hubiera algo, entre ellos (lo que al final, es lo mismo). Y entonces, antes de actuar, Bobbi T le pide a Ek, como señal de buena suerte, una patadita en el trasero

Esa sola escena, luego exacerbada (tanto por la atracción como por la patada) resume toda la trama inmediata y superficial de la serie.

Y ya, por fin, ahora sí un poquito de metempsicosis: Nietzsche aseguraba que el cuerpo era una gran razón. Y el cuerpo de Janice –su presencia, sus silencios, su gesto escénico, todo lo que me fue suscitando esa imagen hipnagógica y todo lo que Bobbi T despliega en pantalla cantando “Kind of woman” pero aún más “Tomorrow is my turn”– actúa como depósito simbólico para el espíritu de Nina Simone.

Janice es la encarnación sensible, la transmigración de una fuerza anímica que persiste más allá de la biografía de aquella Eunice Kathleen Waymon que se subió en 1954 por primera vez a un escenario en el Midtown Bar & Grill; que, al no poder arrojar una bomba casera en protesta por el asesinato de cuatro niñitas afroamericanas en un atentado racista a una iglesia en Alabama, compuso “Mississippi Goddam”; y que falleció en 2003, víctima del cáncer de seno y hundida por el trastorno bipolar.

En otras palabras, y aunque parezca película de David Lynch, mientras Eunice Kathleen Waymon encarnó un espíritu que viajó, a contraluz y dolorosamente, desde el continente originario para volverse, en los Estados Unidos de los años cincuenta y sesenta, Nina Simone, Janice se abrió camino desde Enskede, Estocolmo, para ser esta Nina Simone de los 2020’s.

Janice no imita a Eunice, sino que la alberga. Janice no canta como Nina, sino con la misma técnica, esa que intenta suturar los tajos que la crueldad amorosa y social provocó en su interior. Al igual que la primera Nina, Janice tampoco politiza; su voz no cae en la grosería del panfleto, sino que trasciende, desde lo quebrado y lo herido, hacia lo artístico.

La misma Nina Simone hablaba de la música como una forma de “estar poseída”. Yo cada vez lo pienso más. El cuerpo es, en parte, un archivo espiritual. Y Janice, con esa intensidad que la recorre en cada grabación y actuación, recuerda esa misma premisa: hay que cantar para traer de vuelta lo sagrado.

Al final, todo caso de metempsicosis es más parecido a un calambur joyceano que a un fenómeno religioso. No tengo pruebas sobre Janice, como una Nina Simone renacida, pero tampoco tengo dudas. Porque al escucharla y mirarla, más en una alucinación de mis duermevelas, uno comprende que ciertos fenómenos no mueren, solo cambian de garganta.

FELIPE RÍOS BAEZA
FELIPE RÍOS BAEZA
Felipe Ríos Baeza (Santiago de Chile, 1981). Escritor, comunicólogo social y doctor en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada. Es autor del volumen de cuentos Satori (2018) y de las novelas Clowns (2016) e Infectados (2021). Ha publicado, además, La letra ensimismada. Nuevos ensayos de literatura hispanoamericana (2023); El texto desbordado. Aproximaciones contemporáneas al fenómeno literario y artístico (2019); El desvarío ilustrado. Ensayos sobre literatura hispanoamericana contemporánea (2014) y los dos volúmenes de Roberto Bolaño: una narrativa en el margen (2013 y 2016), entre otros libros académicos. Es fundador y director de Notas al Margen. Espacio de Cultura, que ofrece talleres culturales cada mes. Se ha desempeñado como profesor e investigador en varias instituciones de educación superior, en materias de literatura, cine, filosofía y estética, además de escribir y coordinar libros críticos dedicados a autores contemporáneos como Enrique Vila-Matas, César Aira y Juan Villoro, entre otros.

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