Alejo Cañer transita del diseño gráfico y el arte digital hacia una obra instalativa, no hay subterfugios, lo que se transparenta en Salón de belleza son sus obsesiones más primarias. Sobre lo primitivo, tampoco me sería arduo escribir un texto celebratorio, la admiración y la afinidad tienen la fisonomía del elogio. Sin embargo, asumo que Alejo Cañer es un desconocido, un atleta de la impostura, valga decir que el arte, la exposición, acontecen en ese continuo postureo formal, comercial, conformista o simplemente narcisista. Ahora desconozco. Algunas cosas sé, por ejemplo, que el hedonismo, cuando pone en jaque la tolerancia o la homogeneidad, es furia. En las piezas de esta exposición detecto la repulsión que producen el poder y sus símbolos. Detecto la tentación pop de desajustar y desproporcionar. Un artista no está obligado a enfrentarse a los biombos abusivos que rodean nuestro cotidiano, puede reproducirlos en superficies inesperadas, puede tirarlos a la basura, puede barrerlos como pelo cortado.
Los temas aparecen en súbita evidencia, pero qué decir de lo sistematizado en diálogo con Raúl Martínez, Félix González Torres, en un homenaje que fagocita las disidencias sexuales, rehúye del panfleto y se inclina por lo sofisticado, porque en el corpus de Alejo Cañer hay una vía evidente hacia la sofisticación que es casi una altanería ante la decadencia, la precariedad o toda reducción crítica al uso. Incluso, una alegoría a lo que hereda y vincula, también maquillada de kitsch y enmarañada por la ternura y la broma.
Veo manos aparentemente asépticas que esconden restos, fluidos, secretos, cutículas mordidas, es en esos gérmenes conceptuales donde me interesa el espectador ante este Salón de belleza. ¿Para quién son estas obras? Hablo de un parque de diversiones triste. Se me aparecen las secuencias de aquellos ruidosos carnavales en los que, si te despegabas de tu familia, desaparecías entre la multitud sin ley. En esa mezcolanza de lo muerto, lo vivo y lo catatónico bailan sus piezas. En la festividad o el velorio se pueden observar, olfatear y mordisquear los restos vívidos de algún amante en las uñas.
La imprudencia de un software vintage: vestir a una cuquita, o la desobediencia ante lo solemne: desvestir a un macho. Tentar a la suerte, casi como una oración por el futuro, por la esperanza o el amor, por la libertad, si se antoja. Y esto debe ser lo inquietante, que el traspaso del arte digital al cuerpo signifique un gesto de madurez, de lógico aburrimiento, de un ego que no se apoyará únicamente en lo efusivo, lo estridente.
La obviedad o lo ensombrecido de las imágenes, las textualidades, los citados, cadáveres y siluetas presentes en Salón de belleza hablan de un campo minado por la indeterminación. Ambigüedad que no significa pereza, sino impertinencia. Porque un artista es cualquier cosa menos un siervo o un para la vida. Alejo Cañer puede ser una drag queen, un clandestino, un ring de boxeo y un copista –a desconocer se ha dicho.
Para el arte del futuro imagino un salón de belleza, un salón que no esté acristalado ni vigilado. Una vez conocí a alguien que se sentaba en las peluquerías y barberías durante horas, los artilugios y las ficciones del espacio le despertaban preguntas como hombre trans que luego eran hipótesis para entender su lucha. Salón de belleza, de Alejo Cañer, tal vez no sea en el futuro un Moridero, como sucede en la novela de Mario Bellatín, aunque encuentro en las obras ciertos paralelos con la narrativa del escritor mexicano, sobre todo en lo que refiere a los acuarios y los peces, destinos que a veces comparten los cuerpos repudiados o enfermos, humanos y animales.
Máscaras, glow up, para quiénes, para qué, de qué misterios están hechas las tijeras, los espejos, la toalla, el vapor, la bata, cómo se afilan los ganchos, las secadoras y las pinzas. Una vez fui a cortarme las puntas porque el pelo me llegaba hasta la cintura, y la peluquera de Kalinka me desmochó para siempre. La vi guardar mi cabello en su closet, y no dije nada, me pareció extraño que las puntas midieran veinte centímetros. Seguramente ella ganó un poco de dinero traficando con mi adolescencia muda y cobarde.
El salón de belleza, también en el futuro, será la envidia de la inteligencia artificial y los conocedores. Es cierto que una entra ahí para transformarse. Lo que una deja ahí, uñas, rizos, cejas, tiene una doble condición: aspiración y venganza. Las historias que encierran una venganza son las más conmovedoras, ante el envejecimiento o ante el estilo, ante el descuido o el canon, ante el elogiar y el desconocer, para el futuro se escriben las historias que solo se cuentan a destiempo.
Nos hemos acercado a la obra de Alejo Cañer en proyectos curatoriales colectivos y, más recientemente, en una muestra personal en Ona Galería. Tengo la impresión de que el alto rendimiento también le agota: un artista emergente cubano premiado, “un pato salvaje”, a veces es una pequeña perla de agua que se inflama de deseos. Me pregunto si esas bolitas coloridas son inflamables, si son comestibles, si conocen del miedo o la rebelión, si hay que acercárseles con cuidado de no quemarse en ellas.
Pero el salón de belleza no es invocado como simulacro, edén o heterotopía, sino como sistema, glory hole. Cañer le impone a su espectáculo el carácter transitorio, hasta sospechoso, de un sistema en incubación. Nadie sabe exactamente cómo será afectado después de entrar, el efecto del cambio en ese reflejo anterior y posterior, en una isla, en una época de zozobra, parecida a todas las épocas en las que los derechos hay que arrebatarlos.
El salón de belleza en las comedias románticas y las telenovelas es más que atrezo, es el vehículo de una transformación a veces exagerada o ridícula. En lo político, puede ser un lugar comunal, cuir, vivo. Pienso en el arte de Alejo Cañer desde esa ironía y saber persistente: la vida. Tal vez ahí, en esas metáforas de alas de mariposas, nos reconoceremos eternamente.









* Este texto acompaña el catálogo de la exposición Salón de belleza, de Alejo Cañer, que se inauguró el pasado viernes 20 de junio en la sede del estudio de arquitectura Infraestudio, en El Vedado habanero.