Una bibliografía cada vez más amplia y diversa ha ratificado, en las últimas décadas, la condición de Cuba como lugar de peregrinaje de las izquierdas occidentales en los años sesenta del siglo XX. La lista de figuras que desfiló por La Habana e hizo de la isla un símbolo de la Nueva Izquierda es extensa y heterogénea. Uno de los primeros y más célebres de aquellos viajes fue el de Jean Paul Sartre y Simone Beauvoir entre el 22 de febrero y el 20 de marzo de 1960. Una estancia de casi un mes, que tendría un poderoso efecto en el campo intelectual de la isla.
La historiadora Marial Iglesias Utset y el crítico Duanel Díaz Infante han compilado, para la Editorial Casa Vacía, el libro más exhaustivo sobre aquella visita y su impacto en la cultura y la política cubana en el segundo año de la Revolución. El volumen ofrece un archivo detallado de toda la cobertura de prensa de la visita de Sartre y Beauvoir, de la agenda diaria de los viajeros y de sus encuentros con intelectuales y dirigentes del flamante gobierno revolucionario.
El libro incluye también una cronología del crucial año 60 en Cuba, elaborada por Iglesias, en la que es fácil enmarcar la visita de los intelectuales franceses entre el viaje del Viceprimer Ministro soviético, Anastas Mikoyan, y los importantes acuerdos que firmó en La Habana, y la explosión del carguero francés La Coubre, procedente de El Havre, que transportaba 80 toneladas de balas y granadas. El atentado, que cobró la vida de decenas de personas, fue atribuido por la dirigencia cubana al gobierno de Estados Unidos, aunque nunca se ofrecieron pruebas y Sartre y Beauvoir, en sus respectivos testimonios, se mostraron tan convencidos de la eficacia de aquella inculpación en el famoso discurso de Fidel Castro del 5 de marzo –cuando por primera vez se coreó la consigna Patria o Muerte–, como dubitativos ante la estricta autoría del sabotaje.
Sartre y Beauvoir en Cuba. La luna de miel de la Revolución (2024) inserta también ensayos de Duanel Díaz que reconstruyen las ediciones y lecturas del filósofo francés en la isla, así como un texto anfibio –mezcla de crónica, relato y poema en prosa– de Rolando Sánchez Mejías, que intenta captar el paso de la pareja existencialista por La Habana. Lo fundamental sobre aquel encuentro entre Sartre y Beauvoir con la Cuba de 1960 está condensado tanto en la parte archivística del libro como en sus ensayos finales.
El volumen confirma algunas hipótesis ya manejadas por la historia intelectual académica de la Revolución cubana. La visita se produjo en un momento de inflexión ideológica, en que el proyecto “humanista”, no socialista de alguna matriz doctrinal específica, celebrado por otros viajeros como Waldo Frank y Carleton Beals, comenzaba a radicalizarse, inicialmente, por la vía de un socialismo vernáculo, en interlocución con la Nueva Izquierda occidental. Ese giro que, a su vez, sería bendecido por otros viajeros como C. Wright Mills, los editores de Monthly Review (Paul Sweezy y Leo Huberman) y los de New Left Review (Stuart Hall, Ralph Miliband, Perry Anderson), incluía el avance hacia una relación fundamental con la URSS, los socialismos reales de Europa del Este y China, pero no necesariamente una inscripción geopolítica única o exclusiva con el bloque soviético.
El libro de Iglesias y Díaz expone la pluralidad del campo intelectual cubano, a principios de 1960, pero también el ascenso de una nueva hegemonía. La visita fue cubierta por Diario de la Marina, Bohemia, Hoy, Revolución, Lunes de Revolución, Inra, Carteles, El Mundo, La Quincena…y, también, Casa de las Américas y La Gaceta de Cuba. Bajo esa coralidad subyacía una pugna feroz por el control de una esfera pública, todavía descentrada, que se tradujo en lecturas antagónicas de Sartre como las que dejarían escritas Jorge Mañach, Nicolás Guillén o Lisandro Otero y en una ascendente impugnación de Diario de la Marina y otras publicaciones republicanas.
Otro aporte valioso del volumen es dotar de visibilidad a perfiles que no siempre destacan en las reconstrucciones de la visita de Sartre y Beauvoir a Cuba. Menciono sólo algunos: el de la actriz Myriam Acevedo, quien interpretó el personaje de Lizzie en la puesta en escena de La ramera respetuosa en la Sala Covarrubias del Teatro Nacional, el de Edith Depestre, corresponsal de Revolución en París, quien escribió una brillante semblanza de Simone de Beauvoir para ese periódico o el de Juan Arcocha, traductor e intérprete de Sartre y también de C. Wright Mills.
La nota de Edith Depestre sobre Beauvoir en Revolución, el 26 de febrero de 1960, ilustra otra de las dimensiones rescatables de esta antología. El libro editado por la Editorial R, en 1961, que reconstruyó el periplo de los franceses, sus diálogos con los dirigentes e intelectuales cubanos e insertó su ensayo Huracán sobre el azúcar, se tituló, justamente, Sartre visita a Cuba. Aquí, en cambio, Beauvoir no sólo está en el subtítulo sino en las múltiples transcripciones de sus testimonios sobre el viaje, recogidas en sus memorias La fuerza de las cosas, que publicó Sudamericana en Buenos Aires en 1963, y en la importante entrevista que concedió a Claude Julien para France Observateur, tras regreso a París en abril del 1960.
En la nota citada, Edith Depestre asegura, a propósito de Beauvoir, algo que habría que explorar más: el viaje de vuelta de la memoria sobre la experiencia cubana en la obra posterior de la escritora francesa, especialmente en sus textos sobre Grecia, Indochina y Argelia. Tanto para Sartre como Beauvoir, la descolonización norafricana fue un telón de fondo desde el que se acercaron a Cuba, buscando en el Caribe un proceso análogo de liberación nacional. En el caso de Sartre es bastante conocida esa conexión por su prólogo a Los condenados de la tierra (1961), de Frantz Fanon, traducido por la cubana Julieta Campos para el Fondo de Cultura Económica.
Pero a juzgar por la biografía reciente de Adam Shatz, The Rebel’s Clinic (2024), en sus notas y correspondencia sobre el viaje a Cuba, Beauvoir hizo paralelos más explícitos como el de asegurar que en la isla descubrió una “felicidad”, capaz de vencer a la violencia colonial, que en Argelia sólo habían experimentado en su “forma negativa”. Según Shatz, en sus viajes a Cuba y un poco después a Brasil, invitados por Jorge Amado, en 1960, Sartre y Beauvoir terminaron de leer Los condenados de la tierra y el primero comenzó a escribir el ensayo sobre la violencia que publicó Les Temps Modernes en mayo del 61 y luego se incluyó como prólogo al libro de Fanon.
Tradicionalmente, los estudios sobre aquellos peregrinajes de la Nueva Izquierda se concentran en la recepción insular de los marxismos occidentales y las descolonizaciones africanas y asiáticas. No siempre se repara en el hecho de que aquellas lecturas del experimento cubano, con toda la euforia del momento –y las frustraciones que vendrían después–, también delinearon un viaje de vuelta o una resaca, que, poco a poco, fue conduciendo a las izquierdas europeas hacia el consenso postrevolucionario de fines del siglo XX.
«La explosión del carguero francés La Coubre, procedente de El Havre, que transportaba 80 toneladas de balas y granadas. El atentado, que cobró la vida de decenas de personas, fue atribuido por la dirigencia cubana al gobierno de Estados Unidos, aunque nunca se ofrecieron pruebas y Sartre y Beauvoir, en sus respectivos testimonios, se mostraron tan convencidos de la eficacia de aquella inculpación en el famoso discurso de Fidel Castro del 5 de marzo –cuando por primera vez se coreó la consigna Patria o Muerte–, como dubitativos ante la estricta autoría del sabotaje.», bueno, yo he dicho que la elección del barco francés para ser saboteado mientras Sartre y Beauvoir paseaban por La Habana es una de esas boutades que el asesino deja atrás como claves paras er descifradas, les hablaba en su idioma a los dos iditotas útiles para darle las pistas como si fuera papilla a unos tontos malcriados (La Coubre, Caridad del Cobre, El Havre, La Habana se abre, Patrio o Muerte, BOOOOM!), es una de las obras maestras de Gilles de Rais que fue Castro. Todo era demasiado obvio como para ser tomado en serio. He ahí el genio filosófico de Fidel, el incomprendido. Poner en duda sus crímenes, no leer sus claves, es una injusticia capital, y de hecho esa matazon, ese tableaux de cuerpos achicharrados, esa implosión que según cuentan hizo temblar La Haine, es el gran gesto sartreano.