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Sensaciones de Fernando García Correa. Una conversación

El pintor mexicano conversa sobre 'Isla', su exposición a propósito de un viaje familiar al Japón, que se pudo ver desde mayo pasado y durante el verano en el Salón Gallos de la ciudad de Mérida.

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La obra de Fernando García Correa (Ciudad de México, 1958) ha sido leída por la crítica dentro del espacio de consolidación de un cambio de parecer en la pintura abstracta mexicana. García Correa, desde finales de los noventa, trabajó fundamentalmente un tipo de pintura cercana al posminimalismo, extremadamente obsesiva en sus variaciones, su pensamiento matemático, sus patrones geométricos. Sin embargo, el que repase el cuerpo de la obra de esos años –sancionado en Procurada corrupción, la exposición que el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México le dedicara a finales de 2012– comprobará que el trabajo de García Correa no renuncia a lo orgánico, a la experiencia de lo vivo, a lo que en esta entrevista el artista llama “las sensaciones”.

Quizá en esa especificidad entre método y lo que Fernando describe como “dejarse llevar”, entre la lógica abstracta y la reminiscencia sensitiva, esté el secreto del magnetismo que produce la materialidad de sus cuadros. Piel de elefante, sombra de bosque, cortezas, superficies aumentadas, epidermis, suculentas: la obra de García Correa no propone solo una ruta para la abstracción, sino para el paisajismo y la representación de la naturaleza en el arte contemporáneo. Un camino que, gracias a su lógica obsesiva, puntillista, nos trasmite una forma particular de melancolía, un desencadenante acaso de impresiones de vidas pasadas.

Precisamente como si estuviéramos expiando la falta cometida en una reencarnación anterior, García Correa y yo nos infligimos habitar, durante los últimos años, una ciudad donde en mayo la sensación térmica supera los 50 grados Celsius. De ahí que nuestros cada vez más frecuentes encuentros transcurran después de que baja un poco el sol en mesas de bares lo más cerca posible del aire acondicionado o a medio remojar en su alberca. En esta ciudad blanca, abarrotada de gringos, colonial, escondida bajo capas de clasismo y gentrificación, peninsular, cerca de pirámides mayas y del lugar donde cayó el meteorito que extinguió a los dinosaurios, y en la que nos sentimos en parte privilegiados y en parte medio desorientados, Fernando decidió mostrar la serie de obras provocada por sus viajes familiares a Japón, y que a mí –que últimamente practico el psicoanálisis en su variante diletante– me pareció una forma oblicua de hablar de su destino tropical, de su exilio yucateco. Isla fue el nombre que tomó la exposición que se inauguró el pasado mayo y se pudo ver durante el verano en el Salón Gallos de Mérida.

Isla es el resultado de un viaje, un viaje familiar al Japón, ese lugar que ha sido misterio y seducción a lo largo de siglos para artistas occidentales. ¿Fue tu primer viaje? ¿Cuánto confirmó y cuánto te alejó de tu Japón prefigurado? ¿Te animas a narrarnos algunas impresiones de ese viaje más allá de lo que se puede ver en la expo?

Fue nuestro segundo viaje. El primero también lo hicimos en familia cinco años antes y en aquella ocasión solo visitamos Tokio y algunos sitios históricos cercanos. Desde el primer encuentro, Japón fue una experiencia extraordinaria. Mi conocimiento de la cultura japonesa era muy limitado. Mi aprecio a la cultura japonesa nace naturalmente de mi admiración por la estampa japonesa Ukiyo-e. Nada fuera de lo común como artista visual.

En total, he pasado en Japón 39 días. No es nada. Además, nunca se me ha dado el pronunciarme con presteza. Pero creo que lo más importante antes y después de estas visitas han sido las sensaciones.

Desde antes de viajar, las apasionadas pláticas con colegas y amigos que visitaron antes este país, sus descripciones entusiastas y su auténtico respeto y admiración por la cultura, el civismo, la limpieza y la calidad de la cocina, motivaron y estimularon nuestra curiosidad para realizar el viaje y es notable que, por más entusiastas que fueron, no lograron disminuir nuestra fascinación. En Japón todo es diferente, el aire, el color, la forma de moverse en el espacio. Visualmente Japón es una lección abrumadora y hermosa.

Se podría decir que esta exposición es el resultado de un viaje, su producto, a la manera de un diario, una bitácora, pero también Isla se podría leer en tono de interrogación: más como una investigación, una manera de desentrañar el sentido de ese viaje, que su documento. ¿Cómo lo ves? ¿Será esta, por ponerlo de alguna manera, tu exposición más privada, la más cercana a una escritura del yo?

De bitácora te puedo confirmar que sí hay una realidad material en la exposición. Particularmente en uno de los cuatro conjuntos del trabajo, el titulado en alemán das Zugflug, (que corresponde a decir tren-avión y que es el nombre que le puso mi hija a los trenes bala Shinkansen, en nuestro primer viaje). En estos trabajos hay, en el centro de las piezas, hojas de la carpeta de apuntes del viaje. Carpeta en donde anotaba información general de todo tipo, ya sea preparando el itinerario o buscando información estando allá y que, más tarde, utilicé para dibujar en algunos momentos.

Los otros tres cuerpos de trabajo son muy distintos. Las cinco fotografías son una novedad, ya que nunca había trabajado con un soporte con una imagen impresa. Por otro lado, está la serie Isla, que es un reciclaje de una serie de pequeños formatos cargados de materia que no había terminado y en los que encontré un soporte para tratar el tema del paisaje rememorado del viaje y –por último– tres piezas en madera, que había iniciado después de nuestra primera visita a Japón y que estuvieron mucho tiempo abandonadas en el taller, sin encontrar una terminación.

La palabra investigación no me acaba de parecer justa dentro del ámbito de estos trabajos que buscan más describir sensaciones que plantear verdades sobre la cultura japonesa. Desentrañar una experiencia me parece más atinado. Lo correcto está en el deseo de compartir un viaje.

Por último, no considero este trabajo más privado o personal que otros, pero planteándolo desde esa específica perspectiva, te diría que no. Tengo un conjunto de fotografías de mi cuerpo, todas fotos macro del órgano de mi piel y que realicé durante la pandemia en un particular estado de ánimo producto del encierro, que es lo más personal y privado que he hecho y que ha quedado en forma de libro al cual le falta su texto.

Sé que el viaje fue también una oportunidad de mostrarle el Japón a tu hija pequeña y también seguramente fue una oportunidad para mirar Japón desde la mirada del niño, con su ingenuidad y extrañeza desprovista de presupuestos y datos culturales. ¿Cuánto hay de esa mirada desprejuiciada en la expo? ¿Y cuánto hay también, en ese trato más lúdico con el material, un intento de mostrarte como artista ante los ojos de tu hija, de ganar su aprobación?

Durante esta segunda visita en familia, y por la edad de nuestra hija, realizamos muchas actividades para cubrir con sus necesidades y curiosidad particular. Esto nos llevo a lugares que de otra forma no hubiésemos visitado, como los parques temáticos, lugares de ocio, parques naturales y museos especializados para niños. Pero las diferencias de estos en Japón si los comparamos con lo que en otros lados encuentras, lo vuelven todo una aventura y una lección.

La mirada sin prejuicios que mencionas y que se refleja en la muestra, nace por un lado de un deseo de alejarme radicalmente del academicismo teórico del arte contemporáneo. Digamos que quería abandonar la especialización para volver a la sensación. Es esto tal vez lo que a ti te hace pensar en un trabajo más personal.

El trato del material es algo muy importante en mi ocupación. La materia en la pintura está emulsionada al sentido. Y atinas en observar que durante la realización de estos trabajos mezclé materiales de forma juguetona.

El elemento más disruptivo dentro de la expo quizá sean esas fotos del pulpo (y posiblemente también en relación con tu trabajo anterior, aunque se podrían relacionar con tu obsesión por las superficies orgánicas, por las formas microscópicas aumentadas). Ya no se trata del pulpo poderoso, sexual, del sueño de la esposa del pescador, sino de uno confinado tras el cristal de un acuario, un pulpo atracción. Cuéntame su anécdota ¿Cómo encaja ese pulpo en este viaje y en la expo? Se trata también de imágenes intervenidas, que parecen collages ¿En qué sentido implica esto un vínculo y una dislocación con tu trabajo anterior?

¡Ese pulpo! Cuando realicé esas fotografías no pensé en la carga histórica de algunas imágenes como las que mencionas. Ese pulpo probablemente debe de tener su nombre que, por falta de tiempo y brillantez, nunca consulté.

Los acuarios son para mí sitios importantes, los aprecio mucho y son espacios ideales para compartir en familia. En Japón hay muchos. Tienen una atmósfera relajante y tranquilizadora y no me generan la tristeza de los zoológicos, tal vez por la diferencia, sin duda superficial, entre los barrotes y los cristales como medios de contención y de encierro. Pero bueno, en este caso particular, el pulpo del acuario Kaiyukan de Osaka estaba contenido en una pecera relativamente pequeña y circular en medio de una sala. Los efectos de distorsión óptica generados por el grueso cristal, junto con la teatralidad de la iluminación y los movimientos del animal se convertían, por momentos, en una experiencia activa de una visión poscubista en donde la perspectiva y el horizonte permanecen en constante fluctuación. Las dificultades para enfocar, y para lograr una nítida apreciación del animal, daban a la experiencia visual una muy particular sensación, casi surrealista.

Si la exposición versa sobre el viaje al Japón es también la primera que tiene lugar en Mérida, el lugar en que te has establecido desde hace unos años desde la Ciudad de México. Isla supone, se podría decir no sin ironía, tu debut en la sociedad yucateca, y es en este sentido testimonio de dos viajes. ¿Cuánto de nuevo hay en este Fernando García Correa tropical? ¿Es Isla el producto de nuevas búsquedas, del comercio con una imaginería más evidentemente lírica? ¿Forma parte de un tránsito natural desde el corpus objetivista de tu obra canónica hacia otro lugar, tal vez no ajeno al expresionismo –uno que quizá asomaba en esas muestras celulares de Tokio Blues–?

Son dos cosas muy distintas. Nuestro traslado a Mérida aconteció en el verano de 2020 en medio de la pandemia. Los primeros seis meses estuvimos efectivamente completamente aislados y la integración a la vida social fue muy, muy lenta. Además, aquí en tropicalia las cosas fluyen de manera muy distinta, siendo el clima y la geografía determinantes. El cambio de estilo de vida generó algo que puedo considerar una ruptura o un –no siempre agradable– distanciamiento.

La verdad es que después de 5 años no me siento muy tropical, quien sabe y a lo mejor dentro de un tiempo busco la montaña. Pero bueno, cuando José García me propuso hacer algo en Salón Gallos, encontré en el tema del Japón un ancla para poder realizar en una misma dirección algunas series de trabajo y que terminaron siendo estas cuatro, que forman la exposición. Simplemente no tenía ganas de mostrar algo de lo que ya había hecho, aunque aquí no se conozca, y de nuevos trabajos tenía muchas series iniciadas, pero con objetivos muy diversos, nada que funcionara como conjunto para una exposición de pequeñas dimensiones.

En una estupenda entrevista de hace unos años con María Minera conversaban sobre el lugar de la pintura en el arte contemporáneo y cómo, por ejemplo, el éxito de pintores como Gerhard Richter estribaba en que el acabado de sus cuadros parecía “algo más aparte de pintura”. Se puede seguir en Isla, a través de sus tres divisiones, un hilo conceptual. Se pueden ver las trazas de tu trabajo anterior, pero ahora como marca personal, como firma, interviniendo fotografías o escritura. ¿De qué modo esta expo se puede entender como algo más aparte de pintura?

Bueno esto es una pregunta con un tema muy amplio y complejo. Desde un punto de vista general creo que las instituciones que “administran y dirigen” el arte contemporáneo se han ido academizando y no en un buen sentido, pero al mismo tiempo existe una tremenda libertad, con una muy rica diversidad de productos.

Como artista creo que el trabajar con nuevos materiales y técnicas es un reflejo de mi curiosidad general por todo lo que se hace. Y tengo interés en todas las técnicas, aunque no trate de abarcarlo todo.

Por otro lado, la imagen de marca no creo que artísticamente tenga ya ningún valor mas allá del comercial, el de los intereses del mercado. Paralelamente a este aspecto, hay sin duda artistas que mantienen su línea de trabajo perfectamente acotada por muy variados motivos y –algunos– durante toda su vida, pero hay otros –como dice Flavio Garciandía– a los que no nos gusta aburrirnos. Hay además que tener en cuenta que el mundo cambia y esos cambios ejercen su influencia. No es que estemos obligados a cambiar, pero el mundo se mueve.

En la misma entrevista dices que, por un tiempo, te dedicaste a pintar la línea que deja en la arena el agua de mar cuando se retira, algo tan importante para la cultura japonesa que tiene su propio término: nagori; he visto además la colección de arte japonés que se aloja en el recibidor de tu casa, o ya he mencionado el vago lirismo japonés de los circulares Tokio Blues. Aparte de estos datos, ¿cuál era la relación previa de tu trabajo con el arte japonés?

Creo que hay aspectos de la cultura japonesa que se reflejan en mi trabajo más que como influencia, como un estado de ánimo compartido. La huella, el ritmo y la temporalidad son parte de una esencia que a mí me tocó por vías retorcidas, extrañas y azarosas, más fáciles de notar que de explicar. Luego, más tarde, están las estampas japonesas que comencé a adquirir en el 2013 y que tengo muy presentes todo el tiempo. Es muy clara la enorme influencia que estas han tenido en el arte moderno y contemporáneo. Esos magníficos y humildes trabajos de una industria desaparecida son un compendio de lecciones para la conceptualización de la imagen en Occidente. Tienen una resistencia al paso del tiempo formidable. Son pequeñas y simplemente colosales.

La exposición está acotada, en cada una de estas tres partes que hemos venido mencionando, por unos intrigantes objetos de madera esculpidos por ti que le dan además un atributo espacial al conjunto ¿Qué son?, ¿qué significan?

En esta muestra es la primera vez que utilizo mis objetos o esculturas –como quieras llamarles– como elementos divisorios del espacio, como una forma de poner una especie de puntos y aparte físicos (más que visuales) entre las piezas bidimensionales, y que también funcionan para acotar el espacio expositivo quitándole un poco su carácter cúbico, triangulando.

Mis objetos, piedras o maderas, al menos cuando los produzco, son para mí una confrontación más sencilla, no hay que luchar con la materia para que tenga su lugar, para que tenga una presencia, aunque sí tenga que tratar de volverla significativa. El objeto me ofrece la posibilidad de simplificar. Las formas tienden a ser simples y naturales con una relación a lo orgánico que busca la simplicidad y que, en ocasiones, habla también de lo funcional, de cómo el objeto funciona en el espacio representando. En el caso de estas tres piezas del mismo tema hay gente que las ve como ballenas, otros como peces, la forma tiene referencias y uno no escapa de la naturaleza.

Me comentabas que una de estas divisiones de Isla, la conformada por la serie de cuadros de pequeño formato, se trata de trabajo previo retomado tras el viaje a la manera japonesa. ¿Puedes explicarnos, en términos concretos, en qué consiste esta continuación?

Bueno, se trata de unos soportes “viejos”, empezados en la Ciudad de México y bastante cargados de materia que quise reciclar, una pequeña serie que no encontró una resolución general y de la cuál –de ese momento– solo quedaron dos piezas. En realidad, no existe una continuación, más bien los soportes me sirvieron como apoyo por su calidad matérica para generar unas imágenes de alguna manera superpuestas, como también impuestas y basadas en sensaciones y recuerdos de las vistas del viaje.

En el cuadro de Isla que quizá menos encaja dentro de las serialidades de la expo, observamos, desde la perspectiva de la calle, una de esas galerías comerciales de otro tiempo, detrás cuyas vidrieras, situadas en un segundo piso, se exhiben llamativas lámparas de neón. Descascarando la ilusión realista, dando consistencia de sueño, la imagen está cortada a la mitad por la silueta de un tren supersónico. Lo que vi en ese cuadro me remitió a las escenas melancólicas en Tokio de Sans soleil, de Chris Marker, donde se muestra como en un sueño a la multitud caminando a través de esos almacenes.

El remitente de Marker nos dice que, a partir de ese tránsito de la gente de las galerías a las estaciones de metro donde todas desembocan, la ciudad se puede leer como una partitura. Nos habla sobre el sueño colectivo de la ciudad hecho de multitud de sueños individuales. Esas galerías japonesas a ti te recordaron –me decías– a una zona y un tiempo de la Ciudad de México ya desaparecidos ¿Háblame de las capas, las temporalidades, los lugares que se conjugan y acercan en ese cuadro, de los sentidos que están condensados ahí?

La fotografía retocada de la que hablas desencaja ciertamente del resto de los trabajos. Creo que, al ser la última pieza producida para la exposición, funciona como una propuesta de otra posible serie a desarrollar y en la cual el tema principal sería el tránsito, el desplazamiento, el lugar de paso.

Este es un tema que tiene coincidencias con el ritmo y la repetición, pero más a una escala física que a una contemplativa o musical. Es un tema completamente urbano y que ciertamente en mi memoria presenta ciertos paralelos entre las grandes urbes, como Tokio y Ciudad de México.

La calle de la fotografía es una avenida comercial de Kyoto, muy cercana a la recientemente construida (1990-1997) estación central, que es una pequeña ciudad en sí. Esta avenida resulto ser una vía de transito entre el bullicio comercial y de transporte –concentrado en la estación– y la vida tranquila de una pequeña ciudad. Al mismo tiempo, me recordaba a las calles más transitadas del centro de mi ciudad que, de alguna forma, también conectan las zonas comerciales con las más residenciales de Ciudad de México, y que también en sus escaparates presentan productos de curiosas manufacturas.

IBRAHIM HERNÁNDEZ ORAMAS
IBRAHIM HERNÁNDEZ ORAMAS
Ibrahim Hernández Oramas (Matanzas, 1988). Fue editor de la revista universitaria habanera Upsalón y compiló la antología de la poesía de Roberto Friol, Casa no sitiada por la luz (Rialta Ediciones, 2018). Integra el staff editorial de Rialta.

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