Mis orishas y mis negras viejas
no necesitan
que en un rincón les pongan alimentos
ni agua para la sed.
Lo que les quema la garganta
son las ganas de justicia.
Georgina Herrera, Las aguas van cogiendo su nivel.
Lo que el ritual tiene que decirle al acontecimiento
Los acontecimientos no caben en las palabras. Si intentamos traducir las emociones, sensaciones y estremecimientos a veces se nos quedan en la punta de la lengua. El cuerpo es atravesado por el acontecimiento de maneras que el propio cuerpo desconoce.
El cuerpo, en el enunciado de la identidad o el género, ha sido entendido desde las lógicas del poder con sus correcciones violentas. En la historia se evidencia a través de la colonización, la esclavitud, el adoctrinamiento, la mirada clínica y clasista. El cuerpo se ha definido en nombre de instituciones que amoldan el placer, dictan la moral y la ley solo para mantener sus regímenes de saber y control.
El lugar del cuerpo en una experiencia ritual es uno que derriba las estatuas de la obediencia, uno que se rebela. En el arte performativo, este tránsito acontece saliéndose de la representación o el didactismo casi corporativo que ha contagiado lo que sentimos y lo que nombramos. Como no se inclina por la preponderancia de los paradigmas occidentales o academicistas al uso, menos aún por el logocentrismo, se arriesga a encontrar una forma de decir propia, una que está en lo vivo, lo humano, lo no humano, lo no dicho, lo que no se escapará de la lengua.
Lo que el ritual tiene que decirle al acontecimiento es que no hay nada más espiritual que la vida.
Respirar con Eyilá
He estado respirando con Eyilá, de Osikán-Vivero de creación:
Eyilá en lengua yoruba significa candela y es el signo número doce del diloggún (sistema de adivinación de la Regla de Osha Ifá). Eyilá es el segundo episodio de la serie Opira de Osikán-Vivero de creación, que inició en La Habana en 2019 con la obra Okana – ritual afroRadioactivo y que explora la ritualidad afrodescendiente, los cuerpos mitológicos y filosóficos que la sostienen y pone en crisis las ideas de representación y performatividad.
A la salida del patio de La Casa Encendida, especulé sobre lo sentido durante la ceremonia escénica, quería compartirlo con otres. Hablaba con una euforia ingenua. Tras abandonar el patio reconstruía la primera pieza de la serie, Okana – ritual afroRadioactivo, estrenada en La Habana en el 2019. En la sala de El Ciervo Encantado, estaban en escena las mujeres negras, el cine de Sara Gómez, las madres, la poeta Georgina Herrera, estos fueron los flashazos que se me vinieron encima mientras catalizaba Eyilá.
Del Caribe a Europa. Del pasado al presente. Un eco poético avivado en la Regla de Osha Ifá y los rezos. Un humo de ancestralidades, de nuestras muertas. Un humo que revela.
De Okana a Eyilá descubro la radicalización del lenguaje hacia la construcción de una ceremonia que excava más y evidencia menos. En Okana y Eyilá se denuncia al poder racista –de un gobierno o una monarquía o una sociedad cínica–. En Okana y Eyilá los cuerpos que disienten, que perturban a esos poderes, son las corporalidades que al decir “yo” están diciendo afrodescendencia, opresión, diáspora y lucha.
En esta respiración, es imprescindible hablar de José Ramón Hernández, artista indisciplinar afrocubano, quien es hermano, espiritista, babalocha y palero. En España ha continuado su investigación desde el comisariado, la gestión y la creación, lo hace desde la “indisciplina”, que no es sino la mirada crítica y poética de su presente, esa observación desde la espiritualidad, la independencia y la intensidad que no cabe en las salas frías de paredes blancas o en los titulares de una revista, desde el amor y la persistencia, que es la capacidad de irradiar confianza cuando el suelo parece tambalearse. Ser espectadora y participante de sus proyectos curatoriales y escénicos en Cuba y asistir a Eyilá con esa memoria latente me permite atestiguar la potencia de su trabajo a lo largo de los años. Potencias que pasan por lo político, lo documental, lo queer y lo trans (Aleja a tus hijos del alcohol, Family Trash, BaqueStriBois), los cuerpos migrantes situados en contextos de vulneración (I Love Cities), lo afrodiaspórico, el ritual (El vuelo del Hipotálamo, Opira), además, de experiencias de comisariado como el reciente programa de Picnic Sessions: […] Fui al monte y traje cosita buena pa uté,o la Residencia Afronteriza del Centro Cultural Espacio Afro de Madrid. La espiritualidad ha irradiado todo un hacer gozoso, comunal y pujante.
La dramaturgista, investigadora y creadora cubana, Yohayna Hernández, ha acompañado ese fluir de espiritualidades y de múltiples dispositivos desde la fundación de Osikán. En la escritura, el vivero y el pensamiento, su conversación con José Ramón es parte fundamental de estos gestos. En Eyilá se suman los músicos percusionistas cubanos, Ignacio Calderón y Yunieski Gil en la investigación sonora, además de la colaboración de la antropóloga y creadora de artes vivas, Adriana Reyes.
He estado respirando con Eyilá sin tener demasiadas certidumbres, solo ligando deseos e imaginaciones en cada exhalación.
¿Dónde radica la fuerza política de nuestra espiritualidad?
He estado balbuceando con Eyilá metido en el cuerpo. Entre madrugadas y despedidas. A propósito de esta ceremonia, reflexionar tendría que significar no decir ninguna frase publicable, no dejar que las cosas intraducibles se formulen en la punta de la lengua. Las reflexiones de este respirar, de un balbucear, serían mejor dichas con un perreo en una plaza pública de ciudad europea construida con el oro de América, o bebiendo Mama Juana junto al altar de Elegguá, o comiendo la yuca con mojo que sabe igual a la de un fin de año en Cuba en los noventa, esa que se ablandó en la cocina de El Rincón de Marcos, la segunda casa de Osikán en Lavapiés. Reflexionar en deriva, en piedra y en músculos.
A mí hay algo que me conmueve inmensamente de Eyilá, y que tiene la culpa de que intente ordenar el pensamiento en torno a la experiencia (y publicarlo). Atravesada por el ritual, no estoy únicamente atenta a la formalización o a la descripción intelectual, sino a lo irracional. La recepción es un proceso totalmente subjetivo, obviamente, pero hablo aquí de una relación más intempestiva e indefinible, una por la que me dejaría sucumbir. No es inútil quedarse con el efecto de la luz enceguecedora o el rojo que mancha la carne cuando: “La sangre no se ve hervir, pero se siente”.
Conmoción, escucha y resonancia del une en el otre, eso. Fueron Eyilá: Cacao Díaz, artista afrodescendiente, performer, cantante; Euyin Eugene, creador visual y escénico; Sofía Perdomo Migrada; creadora autogestionada, caribe-centrada, artista de la poética y de lo político y Malvin Starlin Montero, que se llama Piringo, también Antonio Maceo, y que crea, baila y dirige.
La ceremonia seguía una partitura, pero no por ello caía en la representación. De la oscuridad a la salida del sol, del canto y la danza en su repetición o su distorsión o el cuidado, del documento histórico al testimonio, de la leyenda a la biografía. De la diferencia y la disidencia, de la parodia, la exotización y el hartazgo. A través de Cacao, Euyin, Sofía y Malvin retumbaba en Madrid Eyilá.
En las palmas de las manos que tocan los tambores que solo deberían tocar hombres.
El cimarronaje.
El Caribe.
Cuba, Venezuela, República Dominicana, Haití y el reino de España (recordé a Malvin en la marcha del Orgullo Crítico de Madrid, gritándole al blanco maricón, al nieto de Colón y a la policía irritada cuando mencionaba la devolución del oro, recordé que lloré cuando escuché a Euyin leyendo un fragmento del manifiesto en la plaza).
Eyilá y lo común.
Cuando escribo “lo común” pienso en la escritura de José Esteban Muñoz:
Un común no es un ensamblaje; incluye distintas cosas o partes de cosas que confluyen en un determinado contexto y con múltiples efectos. Lo que denomino el común marrón existe, pero no siempre sabemos advertirlo. En ocasiones, solo logramos percibirlo en el registro de lo singular. Pero dicha singularidad, como bien señala Jean-Luc Nancy, no puede ser propiamente entendida con independencia de su pluralidad.[1]
Quizá, por eso, se sentía en el aire la tensión de un público preocupado por “entender”, y sé que no debería decir esto a la ligera, pero en el tránsito de la ceremonia, había una demanda histórica que interpelaba a espectadores, técnicos, colecciones, exposiciones, archivos y ciudades europeas.
Si respiro, balbuceo y escribo es porque se trataba de escuchar lo que no sé escuchar, de pensar lo que no sé pensar, de sentir lo que no sé sentir. Eyilá fue un ritual político que se ha quedado en la punta de la lengua y ha empezado a arder.
Envueltas en candela
Están ahí. Están ahí las ideas, las lógicas, las denuncias, los derechos de las personas trans y las personas migrantes, la carne, el rojo fuego de una guerra, la candela en la boca de Shangó, cómo se organiza una lucha contra el poder, contra el colonizador, contra el dictador. Están el placer, la boca, el chorro dulce que baja por la garganta, la fuerza travesti, trans, la fuerza del sur global en las rodillas, en el pecho, la fuerza del amor, de los corazones rotos que salen a bailar y a manifestarse. Dicen. Están ahí. Envolverse en la candela no es hablar del amor como hablan los europeos y las europeas cuando buscan el amor latinx, el amor negro, cuando necesitan fotos para lavarse la cara y las manos, cuando necesitan nombres, pero no hacer justicia, no. Hablar del amor es ser conflicto, rabia, furia, candela y mezcolanza de cuerpos en lo común cuando sale el sol y hay que seguir en la batalla por la supervivencia que es la batalla por el amor verdadero. Están ahí. Dicen. Están ahí los montes, las fugas, los fuegos, los sacos, la coronación, esa es la candela, las ganas de que esa música nos siga cuidando del odio y la persecución, las ganas de acontecer en la respiración y en el chorro dulce que cae desde la punta de la lengua hasta la loma, hasta el cielo, hasta esa plaza pública de ciudad europea en la que hacemos el amor. Envolverse en la candela es lo que ya no escribiré porque no sé escribirlo.




Notas:
[1] José Esteban Muñoz: El sentido de lo marrón. Performance y experiencia racializada del mundo, Caja Negra Editora, Argentina, 2023, p. 240.