Siempre he leído a Rine Leal. Lo respeto y admiro. Y cuando cayó en mis manos su artículo, publicado en La Gaceta, “Asumir la totalidad del teatro cubano», pensé que, al fin, Rine iba a situar como se merece al Grupo Jorge Anckermann, del Teatro Martí, con sus alegres temporadas a teatro lleno, en la que libraron sus últimas batallas Candita Quintana y Alicia Rico, dos grandes de la escena nacional que tienden a esfumarse en la memoria de las nuevas generaciones, sumidas en un largo silencio en la crítica especializada. Hubiera sido un acto de justicia digno de Rine. Pero su artículo, en cierto modo, me defraudó. Rine se refiere al libro Teatro cubano. Antología, editado este año por el Centro de Documentación Teatral del Ministerio de Cultura de España.
De todos modos, su trabajo me llamó la atención porque en algún momento aborda un tema no suficientemente discutido entre nosotros: de qué manera se comunican la cultura cubana, la que hacemos cotidianamente aquí en la patria, con el universo de artistas y escritores que abandonaron el país. Cómo se relacionan y por qué vías podemos rescatar, para el patrimonio cultural de la nación, las creaciones y aportes valederos, verdaderamente perdurables, que se hayan hecho por artistas cubanos más allá de nuestras fronteras, incluyendo, desde luego, como en la mencionada Antología, a escritores cubanos que escribieron y escriben originalmente en inglés.
Veamos lo que propone Rine: “Por eso me pregunto si no ha llegado el momento también de publicar y representar a los dramaturgos cubanos que trabajan fuera del país y que pertenecen por entero a nuestra escena”.
Menos mal que en ese mismo número de La Gaceta aparece una entrevista con Ambrosio Fornet, a quien también admiro y respeto, en la que se acerca a esta compleja problemática que no puede separarse de la coyuntura histórica y de las tensiones de carácter político que la contaminan. Ambrosio Fornet opina: “Es difícil hablar de serenidad y madurez mientras te llueven los insultos más atroces, pero no podemos renunciar a esa aspiración porque hay una diferencia entre ellos y nosotros: ellos son individuos aislados que no tienen que rendirle cuentas a nadie, mientras nosotros, como Nación, somos responsables del conjunto de nuestra cultura”.
Revolución y Nación se han convertido para nosotros en sinónimos, frente a la existencia de un pensamiento y una acción política neoanexionistas en el sector más activo e influyente del exilio. En su honesto afín de tender puentes para una más amplia integración cultural cubana, Rine propone:
¿por qué no participar conjuntamente en los Festivales? Tengo «vagos rumores» de estrenos de Estorino en los Estados Unidos, y en el VI Festival Internacional del teatro hispano de Miami, celebrado entre el 31 de mayo y el 16 de junio de 1991, se estrenó La verdadera culpa de Juan Clemente Zenea, dirigida por Sarraín, quien parece ser uno de los directores más capaces, el mismo que estrenó Una caja, de Virgilio Piñera. ¿Qué esperamos para representar a estos dramaturgos que viven fuera de Cuba pero que forman parte de nuestro teatro, más aún, a un intercambio de grupos y colectivos entre los Festivales de aquí y de allá.
Podríamos esperar, por ejemplo, a que ellos estrenaran a Paco Alfonso, o a Héctor Quintero, o a José R. Brenes. O a que respetaran las obras de los autores cubanos en su esencia, porque según vagos rumores que nos han llegado, la obra del joven dramaturgo Abilio Estévez, estrenada en Miami hace solamente un año, fue manipulada en una puesta en escena tendenciosa y mal intencionada.
En cuanto a compartir los Festivales, en las circunstancias actuales, dejando a un lado las dificultades económicas de nuestro bloqueado país, es una proposición que pudo ocurrírsele, perfectamente, a Ionesco. Rine parece desconocer, pese a que es un informado crítico, con mucha más capacidad que yo para estos menesteres, que en Miami quemaron una obra del pintor Mendive, y que ahora mismo acaban de negarle la visa a la poetisa Nancy Morejón.
¿Dejarán venir a los autores cubanos del exilio a un Festival en La Habana? ¿No correrán la misma suerte que Verónica Castro, defenestrada de su pedestal en la Calle 8, por el terrible delito de venir a Cuba con su Movida? ¿O les aplicarán las mismas medidas que a Oscar de León, cuando regresó cargado de éxitos de nuestros escenarios, y fue obligado a desbarrar contra el país que lo había acogido con cariño, si quería conservar sus contratos?
Nosotros, desde la UNEAC, quisimos iniciar un intercambio a raíz del suplicio del pavorreal de Mendive. Respondimos al acto vandálico de quemar públicamente un cuadro del pintor cubano, subastado en el Museo de Arte Cubano de Miami, con el ofrecimiento de enviar una exposición de pintura cubana, sin ánimo de comercializarla, como un gesto simbólico que respondiera al acto brutal y fascista orquestado en aquella ciudad floridana. La directiva del Museo respondió al ofrecimiento de la UNEAC con una avalancha de diatribas y ofensas en un discurso marcado por la intolerancia y el fanatismo. Nos acusan (ellos a nosotros) de fanáticos, de intolerantes, de responder de manera violenta ante la divergencia, y se habla muy poco del fanatismo de nuestros enemigos: del espíritu de revancha, del anticomunismo feroz, del odio ciego, de la hidrofobia contrarrevolucionaria que se ha revelado tantas veces en ese sector de Miami, aún contra los exiliados que aspiran, justamente, a las normales relaciones que deben establecerse, algún día, entre todos los cubanos honestos, vivan donde vivan, escriban donde escriban y actúen donde actúen. (América’s Watch, entidad nada sospechosa de simpatizar con la Revolución cubana, denunció recientemente la intolerancia de cubanos de derecha exilados en Miami, y condenó la falta de libertad de expresión en un informe de título significativo: “Diálogo peligroso”. Por ello recibió fuertes ataques tanto de los emplazados como del gobierno de la ciudad.)
¿O es que se nos olvida que la verdadera culpa de muchos artistas cubanos de altísima calidad es que se mantienen fieles a su país y a sus principios, y que sólo se les abre la puerta, por un tiempo al menos, para “triunfar” en Estados Unidos, a aquellos que visan el pasaporte con declaraciones contra Cuba en Radio Martí u otros órganos de difusión anticubanos? Ellos tienden puentes minados.
Piense, Rine Leal en estas cosas y comprenda que, pese a nuestra amplitud constitucional en materia de credos religiosos, no es el mejor momento para poner la otra mejilla. Porque lo más que lograremos con eso es que nos abofeteen las dos. Incluyendo la de Riñe, que ha trabajado y trabaja, con nuestro respeto y cariño, del lado de acá.

