Presentación
La publicación en España de Teatro cubano contemporáneo. Antología (1992), editado por Carlos Espinosa Domínguez, tuvo cierta repercusión crítica entre algunos especialistas y estudiosos cubanos residentes en Cuba. En las páginas de La Gaceta de Cuba, revista de la Unión de Escritores y Artistas, voces representativas de la historiografía teatral se sintieron interpelados por una propuesta que llegaba de ultramar, con una versión del canon pensada fuera del sistema institucional y oficial de la cultura, y articulada sobre la base de interrogantes que colocaban al gobierno como causante principal de los periodos de crisis del teatro nacional. “Hasta cuándo durarán Castro, el petróleo, el pan y la paciencia del pueblo cubano”, cuestionaba Espinosa casi al final de su extenso e informado artículo traspapelando su voz con la de un presunto profesor universitario mexicano.
Rine Leal, una autoridad en el campo donde las hubiera y, por mucho, la más referenciada en el prólogo de la Antología, es el primero en reaccionar a ella. Sus críticas, siempre atildadas y bien informadas, se dirigieron fundamentalmente a la cronología de acontecimientos político-culturales que Espinosa añade al final del volumen. Asimismo, señalaría algunas omisiones en la elección de obras y autores, y dirige un reclamo explícito a Espinosa para que se actualice de una vez y por todas sobre la restitución oficialista de la obra y la figura de Virgilio Piñera, cuya censura y ostracismo es largamente apuntado por este durante su estudio introductorio. Sin embargo, Leal no deja de reconocer que la historia que traza el profesor exiliado en España se sostiene más en lo que se ha producido y sus valores que en lo que se ha cancelado. En general, asegura, la Antología debía ser celebrada, pero no sólo por considerarla “correcta, honesta, prudente en ocasiones, ponderada en líneas generales, nada ingenua”, sino también porque constituía una invitación muy oportuna a pensar en el reacomodo de los presupuestos axiológicos y cartográficos con que se articulaban para la fecha los discursos sobre el teatro cubano, sobre todo, a la luz de dos acontecimientos que apenas empezaban a salir debajo de la alfombra en el milieu insular: uno, la revaloración del exilio como parte ineludible de lo nacional, y dos, las heridas aún abiertas que había infligido a la cultura nacional el periodo de asedio y censura gubernamental denominado por Ambrosio Fornet como “quinquenio gris” (1970-1975), computado por algunos como un decenio, o aun por otros como una política de Estado vigente desde 1961. El propio Leal terminaba su texto como lo había iniciado en el título: con una “invitación al debate”.
Varias respuestas atendieron al llamado de manera más o menos explícita en los siguientes meses también en La Gaceta. La más reaccionaria acaso vendría a ilustrar justamente lo que Leal había denunciado. El escritor y guionista de programas humorísticos para radio y televisión Enrique Núñez Rodríguez concedió al estudioso el estar informado sobre el tema tratado, pero también lo acusó de ser un ingenuo. A su entender, Leal se equivocaba en intentar pensar lo cubano en el teatro como una totalidad que comprendía la producción proveniente de ambas orillas. Su principal argumento recalaba en la pervivencia de un contexto político históricamente hostil entre las poblaciones de uno y otro lado del Estrecho de la Florida. Oponiéndose por completo al convite de conciliación simbólico-estética del estudioso cubano, Núñez Rodríguez cierra filas con el maniqueísmo ideológico de los discursos oficialistas (desde el gobierno hasta los medios) que había procurado responsabilizar a todo lo proveniente de Estados Unidos de cuanto problema social, económico y político acaecía en la isla, desde que la agresión imperialista de este país a principios de la década del sesenta en pleno escenario de la Guerra Fría comenzara a servir de pretexto perfecto a la propaganda para justificar los desmanes totalitarios.
Otros dos trabajos componen este expediente. En ambos casos se trata de respuestas más o menos indirectas al convite de Rine Leal. El debido a Vivian Martínez Tabares se concentra en hacer una relación de la efervescente escena dramatúrgica de los años ochenta, insistiendo en el aporte de una generación emergente de creadores. Señala varios problemas en el periodo, sin embrago, pero modera las tintas achacándolos a factores de orden propiamente estéticos, o haciendo pasar las políticas culturales del gobierno por meros desajustes administrativos o de logística institucional. Por su parte, el artículo firmado por Rosa Ileana Boudet busca cavar más profundo en las grietas del pasado y desde un diapasón histórico que no evade del todo las tensiones del “quinquenio gris”, si bien su propósito fundamental es el de reseñar la producción del periodo. Aunque de pasada, hace una mención a la Antología de Espinosa, para corregir algunas de las ideas que expresa uno de los estudiosos que participan en ella, y forcejea retóricamente para reducir las fisuras ocasionadas por las políticas culturales de los setenta a dos o tres casos concretos. Aun cuando Boudet hable expresamente de “errores y aciertos de la política cultural”, muestra total seguridad al declarar que el teatro cubano no fue afectado por la imposición estatal de una estética oficial: “Entre nosotros, por fortuna, no tuvo cabida el realismo socialista y no ha habido héroes positivos concebidos como fórmulas algebraicas ni arte por encargo.” A diferencia del trabajo de Martínez Tabares, este contrapuntea el comportamiento de la creación y el de la crítica, enjuicia los consabidos desfasajes entre una y otra, y muestra un panorama más complejo del teatro cubano de los ochenta y primeros noventa que, insiste, se resiste a maniqueísmos y simplificaciones resultantes de fenómenos constatados en décadas anteriores.
En agosto de 2024, a raíz de la muerte de Carlos Espinosa Domínguez, Boudet recordaba desde la nostalgia y el reconocimiento el valor de Teatro cubano contemporáneo. Antología, así como el roce de su autor con el maestro Rine Leal como un feliz intercambio entre dos grandes entendidos:
[Carlo Espinosa] prologó la antología Teatro cubano contemporáneo (1992) que reunió por primera vez autores de la isla y el exilio. Cuando Rine Leal la reseñó en La Gaceta de Cuba, se generalizó su llamado a “Asumir la totalidad del teatro cubano”. El alumno y su maestro protagonizaron un momento de reflexión. Fue una pauta no solo para las antologías que le sucedieron sino para el devenir de la relación de la isla con sus autores exiliados, capítulo controvertido y todavía sin resolución.
Siguiendo la actualidad del juicio de Boudet y otros varios críticos sobre la importancia de la antología editada por Espinosa, hemos procurado poner a disposición de los lectores algunos de los textos que destapara en su momento. Este expediente reúne una transcripción de los cinco trabajos mencionados arriba, acompañados de una copia digital de su versión original en La Gaceta de Cuba.
Documentos
- Carlos Espinosa Domínguez: “Una narrativa escindida”, Teatro cubano contemporáneo. Antología, Madrid, Sociedad Estatal Quinto Centenario España, Fondo de Cultura Económica, Centro de Documentación Teatral, 1992, pp. 11-77.
- Rine Leal: “Asumir la totalidad del teatro cubano. Invitación al debate a partir de una reveladora antología”, La Gaceta de Cuba, n. 4, julio-agosto, 1992, pp. 7-9.
- Vivian Martínez Tabares: “Hacia dónde vamos. Memorias para una valoración de la escena cubana de los ochenta”, La Gaceta de Cuba, n. 5, septiembre-octubre, 1992, pp. 36-38.
- Rosa Elena Boudet: “Apuntes para una relectura crítica de los noventa”, La Gaceta de Cuba, n. 6, noviembre-diciembre, 1992, pp. 10-12.
- Enrique Núñez Rodríguez: “¿La totalidad del teatro cubano?”, La Gaceta de Cuba, n. 6, noviembre-diciembre, 1992, p. 32.

