SANTA CLARA, Cuba. – Si un pregón llama la atención en las calles cubanas es el de “Se compra cualquier pedacito de oro”, una frase que se repite en cualquier barrio aleatorio de la Isla y que incluye acto seguido la especificidad de “cajas antiguas de reloj, cadenas partidas, aretes rotos…”. Ronald es uno de esos compradores itinerantes en Santa Clara que dice recorrer a diario más de cuatro kilómetros en un trayecto que abarca varios repartos periféricos y en el que logra hacerse aproximadamente de tres o cuatro prendas dañadas o antiguas.
En su riñonera, lleva consigo solo el dinero en billetes grandes para pagar la mercancía, un imán, tres pequeños pomos de líquido reactivo que determinan la pureza del oro y una “piedra de toque” de color oscuro en la que se frota la prenda para estimar el quilataje. Para estos colectores de oro no existe pieza demasiado pequeña ni deteriorada: todo puede convertirse en gramos negociables o en la materia prima de joyeros que transforman las viejas prendas en alhajas nuevas, las mismas que luego ingresan al mercado de la orfebrería a precios que superan los 100 dólares.
Sus vendedores más comunes son casi siempre personas mayores que han guardado por décadas pequeñas reliquias familiares y ahora se ven obligadas a deshacerse de ellas simplemente “porque no tienen ni qué comer”, supone el comprador. “En este mercado del oro se le llama chatarra, o sea, son piezas que como joyas ya no sirven, porque no tienen arreglo”, precisa. “Mi ganancia está en fundir todos esos pedacitos y llevárselas a un socio joyero que me lo paga por arriba y que después lo usa para hacer otras prendas o para laminarlo para puntos de soldaduras”.
Las propuestas de compra de oro abundan tanto en carteles visibles de viviendas como en grupos de redes sociales que incluyen el servicio a domicilio para concretar la transacción. Esta semana, en el mercado informal el gramo del llamado “oro criollo” (más mezclado) se cotizaba a 10.000 pesos y el de “oro de fábrica” (con mayor pureza) a 13.000 (los precios suben si se trata de oro de 18 o 24 quilates).

Según ilustra el comprador callejero entrevistado por CubaNet, “una pelotica del tamaño de un balín” puede llegar a valer miles de pesos, aunque el precio fluctúa por día en dependencia de la divisa y mantiene una lógica de ascenso constante.
Dos joyeros de Santa Clara explican, por ejemplo, que se orientan por una aplicación llamada “Scrapt” para calcular automáticamente el valor estimado del gramaje, según el precio internacional del metal, que luego convierten a pesos cubanos para efectuar las operaciones de compraventa.

“Aquí viene mucha gente a venderme piezas partidas porque necesitan el dinero urgente, a veces porque tienen familiares enfermos, pero no doy lo mismo por una cadena criolla que por las de la marca certificada Amore Italia”, explica Ignacio, uno de estos joyeros dedicado a la reparación. “Ninguna pieza original es de Cuba, por eso las de fábrica, las que tienen la denominación en el tranque, valen mucho más. Siempre recomiendo antes de vender por ahí llevar las prendas a alguien que sepa y que conozca el quilataje real”, especifica.
En los últimos meses se han reportado en redes sociales y medios independientes decenas de estafas casi todas con procederes similares: casi siempre dos individuos que se acercan a sus objetivos prometiéndoles adquirir las joyas a un precio jugoso. Los supuestos compradores de oro luego utilizan el azogue (mercurio) para blanquearlas y hacerlas pasar por piezas enchapadas y comprarlas a un valor muy por debajo del real. “Esas ya casi nunca tienen solución como prenda en sí”, precisa el joyero. “Lo hacen para eso, para fundir los pedazos y venderlas”.
A diferencia de La Habana, en Santa Clara no abundan las tiendas dedicadas exclusivamente a la venta de prendas de oro; casi todas las propuestas de compraventa se encuentran en grupos de redes sociales. Además de las llamadas “joyas criollas” existe un mercado de piezas importadas, algunas desde Estados Unidos. Yanier, otro joyero que reside desde hace seis años en Florida, logró hacerse en Cuba de un patrimonio económico rastreando piezas perdidas en las playas cubanas, sobre todo en zonas turísticas como Varadero y cayo Coco. “De allá [de Cuba], salí casi sin un dólar, nada más con todas las piezas que fundí y me traje en el cuello y en los dedos”, cuenta.
Aunque las joyas de oro parecen un recurso portátil, fácil de mover entre fronteras, su “exportación” en cantidades que sobrepasen el uso personal ―sin declarar― está penalizada por ley y puede ser considerada contrabando o “actividad económica ilícita”. En marzo de este año, la Aduana General comunicó el hallazgo de «2 kg de oro en lingotes ocultos en el doble fondo de un equipaje en el aeropuerto de La Habana».

“Conozco a extranjeros y a cubanos que viven aquí [en Florida] que tienen sus negocios con esos mismos compradores de pedacitos y les pagan mejor el gramaje, o sea, en dólares, que es lo que vale”, dice Yanier. “Se lo llevan como sortijas y cadenas para no levantar sospechas; y fabrican otras piezas con mejor acabado que venden a cientos de dólares. Algunas de esas prendas hasta regresan a Cuba con su etiqueta de certificación y se venden. Es un negocio que da sus buenas tajadas”, resume.
La «fiebre del oro» en Cuba se ha intensificado en los últimos años a la par del declive económico y el alza del precio de las divisas, coincidentes también con el incremento de operativos policiales contra la extracción ilegal del mineral. Según Ignacio, una cadena partida, si es auténtica, puede valer miles de pesos como chatarra: “Lo que pasa es que la gente no tiene conocimiento y se las dan a esos compradores a precio de gallina de enferma, como cuando mis abuelos cambiaron oro para comprarme un pitusa”.

En la década del 80 del pasado siglo, muchos cubanos se deshicieron de prendas, monedas antiguas y joyas valiosas de oro y plata que eran canjeadas por bonos para adquirir equipos electrodomésticos y hasta ropa y zapatos. “Si no están desesperados, nunca recomiendo a los clientes deshacerse de sus prendas, mejor esperar”, dice Ignacio. “El peso es papel, pero el oro es valioso en cualquier lugar del mundo”.








