MADRID, España. – Me encuentro con el mítico productor musical Oscar Gómez en el auditorio de la Sociedad de Artistas e Intérpretes de Madrid en donde presenta a la prensa su próximo espectáculo: “La Cruz de Celia”, un homenaje a la Reina de la Salsa en el centenario de su natalicio, y para el que ha escogido un elenco enteramente cubano con el que desea rendir tributo a La Guarachera de Cuba. Sin necesidad de retomar o intentar interpretar el estilo de la cantante el espectáculo se estrenará el 27 de enero en La Latina de Madrid y ya hay gran expectación por lo que en el escenario veremos durante el tiempo que permanezca en cartelera tanto en Madrid como durante la gira por España.
Luego de la presentación a la prensa nos damos cita Margarita Larrinaga y yo con Oscar Gómez en la glorieta de Quevedo para que nos contara sobre su vida y, sobre todo, acerca de su gran pasión por la música, algo que lo ha convertido en uno de los productores de mayor renombre en Hispanoamérica y la península, con múltiples premios Grammy y otras tantas nominaciones por sus álbumes y títulos musicales producidos.
Oscar Gómez también ha producido series infantiles televisivas como David el gnomo, el festival Clazz Continental (el primero de jazz latino en el mundo) y Telepasión, el programa de la Nochebuena en televisión, en el que los presentadores se convierten en cantantes solo por un día. Gracias a su programa radial iniciado en 2020 Parque discográfico para Radio 5 España, reunió a cientos de compositores y cantantes cada sábado por la noche. Para hablarnos de su apasionante carrera y de su vida mejor que sea él quien nos lo cuente.
―Háblame de tus orígenes.
―Nací en La Habana en 1949, exactamente en el barrio del Vedado, cerca del parque del Carmelo, en la calle 13, entre 18 y 20.
Mi padre, el Dr. Oscar Gómez Hernández, era médico del Hospital Calixto García y había estudiado las especialidades de otorrino y cirugía plástica, y también ejercía como médico generalista. Su doctorado lo había hecho en Estados Unidos y, aunque no venía de una familia rica, su madre, Elisa Hernández, sacó adelante a toda la prole. Cuidando locos les dio carrera universitaria a sus tres hijos. Fue una suerte para todos, porque mi abuelo paterno, Ricardo Gómez Moreno, conductor de los tranvías de La Habana que iban por la calle Línea, era lo que se llama un bon vivant y esa no era su prioridad.
Mi madre, Rosalía Díaz Pérez, era santanderina y su padre, Basilio Díaz, había llegado a Cuba de polizón en un barco. A su esposa, Jacoba Pérez, la habían casado a los 18 años de edad en España, con un escultor que falleció al año de casados y, como eran 11 hermanos, la enviaron a Cuba, donde tenía familia. Fue en La Habana en que se conocieron y se casaron.
―Entonces hiciste en Cuba la escuela primaria…
―En efecto, pero solo hasta los 12 años, pues salimos del país en agosto de 1961. Estudié en el colegio de La Salle, que como sabes estaba en el Vedado y había sido fundado en 1905. Los colegios de esta orden francesa del siglo XVII proporcionaban una educación muy esmerada y de calidad a muchachos de todas las clases sociales. Estaba ubicado en la calle 13, entre B y C, y ocupaba una manzana completa. Hoy en día se cae a pedazos, pero era una de las mejores instituciones educativas de la Isla. Los Hermanos La Salle eran 110, de los cuales había 84 cubanos. Todos fueron expulsados del país en mayo de 1961 y el colegio fue expropiado.

―¿Cómo recuerdas el triunfo de la Revolución de 1959 y qué sucedió en el seno de tu familia?
―Mis padres, como la mayoría de los cubanos, estaban muy ilusionados. Como mi padre era médico estuvo incluso en la Sierra Maestra, donde operó gratuitamente a unas 100 personas que tenían labios leporinos. En las Navidades de 1959 mi hermano Jorge, dos primos míos que eran hijos de mi tío Ricardo y yo actuamos en una pieza que pretendía rendir homenaje al triunfo de la Revolución. Mi hermano hacía el papel de Fidel, yo el de Camilo y mis primos el de otros personajes del nuevo gobierno.
Tengo incluso una anécdota graciosa y es que un día en que íbamos con mi padre por la calle 13 rumbo al colegio de La Salle para los ensayos de la pieza, vimos estacionado en una esquina el carro en que estaba Fidel. Mi padre cuando lo vio intentó acercarse, pero enseguida los escoltas y guardaespaldas lo cercaron. Entonces les explicó que íbamos al ensayo de aquella pieza y fue entonces que Fidel, que al parecer lo oyó, dio órdenes para que nos dejaran acercarnos a él. Preguntó quién hacía el papel de él y cuando supo que era mi hermano pequeño lo cargó en sus piernas dentro del propio auto. Por eso puedo decir que lo conocí personalmente con 11 años de edad.
Ahora bien, mi padre eran fidelista porque creía realmente que se iban a organizar elecciones democráticas y que iba a suceder todo lo que el pueblo aspiraba. Pero muy pronto empezó a desencantarse y, ya en 1960, le dijo a mi madre: “Esto va a ser peor que todos los gobiernos anteriores”.
Mi madre, que seguía siendo fidelista, no quería oír decir nada en contra de aquel gobierno. Incluso preparó un cartel grande en el que escribió la frase “Yo estoy con Fidel”. Lo hizo para que cuando mi padre regresara del hospital no empezara con la cantaleta de todos los días, diciéndole que aquello era una dictadura más y que iba a ser invivible.

―¿Y qué pasó después? ¿Cómo y por qué salen del país?
―Pasó que poco después mi madre también despertó y se dio cuenta de que mi padre tenía razón. El caso fue que en dos ocasiones les negaron la salida del país y esto enfureció tanto a mi madre que se paraba en el portal de la casa y gritaba “Fidel, me cago en el c… de tu madre”.
En una ocasión, el director del Hospital Calixto García, donde trabajaba mi padre, y que se había sido convertido en comandante de la Revolución pues había estado en la Sierra, convocó a mi padre y le dijo: “Oscar, a ti esto no te gusta, ¿verdad?”. Mi padre le respondió que no, y entonces, al corriente de que ya él había preparado la salida vía España, le dijo: “No te preocupes, que esta vez sí podrás irte”. Y así fue.
―¿En qué condiciones salen, quiénes y a dónde llegan?
―Salimos en barco un primero de agosto de 1961 y llegamos al puerto de La Coruña, en Galicia, el 11 de agosto. Íbamos mi padre, mi madre embarazada, mi hermano Jorge, una tía y mi abuela materna Jacoba. Mi padre llevaba 35 dólares en el bolsillo. Pero como mi abuela tenía a toda su familia en Santander para allá fuimos todos y la primera semana vivimos allí.
Recuerdo que mi hermano Jorge y yo, cuando vimos la playa del Sardinero, salimos corriendo a darnos un chapuzón y, apenas nos tiramos al agua, salimos corriendo. Nunca habíamos visto un agua tan fría, acostumbrados como estábamos a las playas tropicales de Cuba.

―¿Se quedaron en Cantabria?
―No. Una semana después estábamos todos en Madrid. Mi padre hablaba inglés perfectamente porque, como dije, había estudiado en Estados Unidos. Entonces llamó a un amigo llamado Ralph Alexander y este conocía a alguien importante que trabajaba para los laboratorios médicos Pfizer y lo recomendó. Cuando vieron el currículo de mi padre y el dominio del inglés enseguida lo contrataron. Así fue como trabajó para Pfizer por el resto de su vida y, con el tiempo, llegó incluso a ser director médico de sus laboratorios en la capital española. Sin contar que también cursó estudios en la Universidad Complutense de Madrid y revalidó su título de otorrino. Por eso llegó a tener su propia consulta privada.
Eso sí, siempre estuvo muy activo en los temas cubanos, formaba parte del Centro Cubano de Madrid e, incluso, escribió y publicó dos libros titulados Memorias de un largo exilio y Diagnóstico hípico, este último completamente dedicado a los caballos pues era gran aficionado de las carreras en los hipódromos. Falleció en 2016 sin regresar nunca a Cuba.
―¿Qué estudiaste cuando te estableciste en Madrid?
―Terminé el bachillerato en el colegio Decrolly, de Madrid, que era laico. Inmediatamente entré a la Universidad Complutense a estudiar Medicina, que era lo que deseaba mi padre, pero a los tres años dejé la carrera.
Sucedió algo muy curioso. Cuando mi padre estudiaba Medicina en la Universidad de La Habana era parte de una banda de jazz de amigos en la que tocaba la batería. Una noche en que había estado de parranda quién sabe por dónde, tocando en algún sitio de La Habana, regresó a las 4:00 de la mañana y mi abuelo estaba esperándolo. Entonces le dijo: “O te conviertes en médico o te haces músico, pero los dos, no. Escoge”. Mi padre escogió ser médico y me dijo: “Esa noche murió un músico y nació un médico”.
Más de tres décadas después, ya en Madrid, yo tocaba guitarra y participaba en conciertos que se organizaban en el colegio San Pablo. Lo hacía discretamente, actuando a veces en los garitos de Madrid, para que mi padre no se enterara o, al menos, eso creía yo hasta que durante un espectáculo que habían organizado, y estando yo en el escenario, mi padre, al corriente de mis andanzas musicales, se apareció en el mismo teatro y se subió al escenario. Yo estaba muriéndome de miedo porque entonces pidió el micrófono y enseguida contó la anécdota de él y de su padre cuando le dieron a escoger entre la música y la medicina. Entonces, delante de todo el público y de mis compañeros, me hizo la misma pregunta: “Escoge tú ahora: o músico o médico”. Y yo, contrariamente a él, sin ninguna vocación por la Medicina, escogí convertirme en músico. Así fue como él mismo anunció en público: “Ya saben todos, esta noche ha muerto un médico y nacido un músico”.
De ese modo dejé definitivamente los estudios de Medicina y empezó mi vida en el ámbito artístico hasta el día de hoy. En esa época ingresé en un conservatorio.
De todas formas, durante mucho tiempo en mi pasaporte estuvo marcada la palabra “apátrida”, algo que me llenaba de orgullo porque yo nunca he creído ni en patrias, ni en himnos, ni en banderas. No creo en los nacionalismos y todos han conducido a grandes hecatombes humanas. De hecho, me considero ciudadano del mundo.

―Hoy tienes una exitosa empresa de producción musical, Cargo Music, con la has recorrido el mundo. ¿Cuándo empiezas realmente de lleno en este universo?
―Mi carrera como compositor, actor y productor musical comenzó muy temprano, pero mi primer gran éxito como productor lo tuve cuando produje el álbum Échame a mí la culpa, de Albert Hammond, en 1976, que fue como entrar por la puerta grande en este giro. Resultó que se me ocurrió que se adaptara al español las letras de este cantante originario de Gibraltar. Y una tarde le propusimos la adaptación de una vieja ranchera al pop y resultó ser esta canción.
Después continué haciendo grandes producciones discográficas para el grupo Mocedades, José Luis Perales, Dyango, José Luis Rodríguez “El Puma”, Paloma San Basilio, Ana Belén, Miguel Bosé, Jeanette, Camilo Sesto, Ricardo Montaner, Chayanne, Ángela Carrasco, Roberto Carlos, Sara Montiel, Enrique Iglesias, Lolita y un sinfín de cantantes reconocidos, además de la creación de seis grandes musicales. Amor de hombre, de Mocedades, por ejemplo, fue el primer álbum que rebasó la barrera del millón de discos vendidos.

Fundé primero BRAB Ediciones Musicales en 1982 y luego BAT Discos en 1989. Desde 2006 comencé con Cargo Music Entertainment, una productora de entretenimiento, que propone también estudio de grabación y escuela de música en el distrito de Chamberí, en Madrid, y que dirige mi hija Sarah Gómez, de la cual soy asesor artístico y cuyo director musical es mi yerno Javier L. Rollán.
Los discos de Celia Cruz, por ejemplo, se vendieron a más de 200.000 ejemplares. Igual que Los hijos del sol, de Ricardo Montaner; Quién como tú, de Ana Gabriel, en 1989; Con el paso del tiempo, de José Luis Perales; Con ganas, de Camilo Sesto o el RMM Tropical Tribute to the Beatles, que sacamos en colaboración con Ralph Mercado en 1996 y en el que cantaban Tito Nieves, Tito Puentes, Ray Sepúlveda, Oscar D’León, Johnny Rivera, Cheo Feliciano y muchos más.
También hemos organizado varios espectáculos musicales. Uno de ellos, justamente en Miami, se tituló “Versos de Cuba, canciones de libertad”, concierto dramatizado inspirado en la vida y obra de José Martí que se presentó en 2023 con cantantes como Willy Chirino, Albita Rodríguez, Alexis Valdés, Lucrecia, Marisela Verena, Jorge Hernández, entre otros.

Desde que empecé en el ámbito artístico compongo una décima cada día y ahora con esto de las redes sociales la comparto.
―Estuviste muy cerca de Celia Cruz y te convertiste en el productor de seis de sus discos. Háblanos de la más grande de todas las cantantes cubanas.

―Celia era como mi madre. Yo la visitaba en su apartamento de Nueva Jersey, y desde que llegaba, me decía: “¿Quieres un cafecito, mi negro?”. Produje sus discos Azúcar negra, Regalo del alma, La negra tiene tumbao y Siempre viviré. Todos obtuvieron premios Grammy y Latin Grammy, como mejores álbumes de salsa o música tropical.
Trabajar con ella fue un privilegio y, ahora que celebramos en 2025 el centenario de su natalicio, he creado un espectáculo musical muy completo que producirá Cargo Music en colaboración con El Chandrío el próximo 27 de enero en la Latina de Madrid. La experiencia musical se titula “La Cruz de Celia” y la dirección está a cargo de mi hija. Participan en el elenco tres cantantes (entre ellas Lieta Molinet y Glenda Galán), que también actúan, ocho músicos de origen cubano (entre estos el pianista Pepe Rivero, que trabajó en España con Celia durante sus últimos seis años de presentaciones) y Yuley Díaz, que abrirá el espectáculo el primer día, además de dos bailarines de la compañía de Yanulka O’Farrill. De fondo, se mostrará una selección audiovisual referida a la obra y la vida de la Guarachera de Cuba.
―Tengo entendido que volviste a Cuba casi cinco décadas después de tu salida al exilio. ¿Puedes contarnos por qué esperaste hasta entonces y por qué decidiste ir finalmente?
―Hacia 1993 yo había dirigido el espectáculo “La Cuba mía” y me moría de ganas de volver a ver las calles de mi infancia, pero mi madre me advirtió que si iba a la Isla cuando regresara la iba a encontrar muerta. Entonces lo dejé. Ella falleció en 1999 y pasó el tiempo.
Pero un día, mi esposa, española y cansada de haberse pasado la vida oyendo hablar de Cuba sin haber podido poner los pies en el país, me dio un ultimátum. Me dijo: “Estoy contigo desde los 15 años, tenemos tres hijos y ya estamos todos hartos de oír hablar de algo que no conocemos. Si no quieres venir con nosotros no vengas, pero nos vamos todos a Cuba y, si no te conviene, esperas entonces a que volvamos”.
Imagínate. Con semejante ultimátum arreglé mis cosas y viajé con ellos en 2007. Éramos siete porque además de mi esposa y mis tres hijos se sumaron también las parejas de dos de ellos. Al llegar al aeropuerto de La Habana, los seis españoles entraron por un lado y a mí, el nacido en la Isla, me tocó entrar por otro. Pero, al menos, no me importunaron.

―¿Qué impresiones tuviste de la ciudad? Cuéntanos de tu viaje.
―No quiero contar mucho porque todo eso será parte de un libro de memorias que estoy escribiendo, pero puedo decirte que nos hospedamos en el hotel Habana Libre (antiguo Havana Hilton). Ahí me esperaba el hermano de una amiga exiliada que vivía en Cuba y trabajaba para una agencia de turismo. Me anunció entonces que al día siguiente vendrían a recogerme para darnos un paseo por la ciudad.
La habitación estaba en un piso alto del hotel, yo me asomé al balcón y contemplé todo el Vedado desde esa altura. Entonces le dije a mi esposa: “Hace 46 años me fui de aquí, pero yo no necesito ningún guía para llegar hasta mi casa. Mañana salimos todos y caminando los llevaré hasta el lugar donde viví los primeros 12 años de mi vida”.
―¿Y lo encontraste?
―¡Cómo no lo iba a encontrar! Agarré con mi tropa por toda la calle 23 caminando hasta la curvita después de la calle 12. Inmediatamente reconocí el cine 23 y 12, que había sido el de mi infancia. Seguí por 23 hasta 18 y bajé hasta el parque del Carmelo, en frente de una iglesia que nunca terminó de construirse y que llamábamos El Derrumbe. Encontré el mismo parque y me senté en el mismo banco en que se sentaba mi abuela cuando me llevaba a jugar. Te podrás imaginar que con cosas como estas no puedes menos que echarte a llorar.
Llegué a mi cuadra, entrando por la calle 16, y todo estaba vacío. Vi a un señor en camiseta en el primer piso de la casa que había sido la nuestra. Yo sabía que en la casa se había quedado un amigo mío del colegio llamado Polo, y entonces decidí preguntarle por él a una mujer que estaba regando sus plantas.
Le pregunté si conocía a algún Francisco Polo en esa cuadra y le expliqué que yo me llamaba Oscar, que había vivido en esa misma cuadra y que regresaba después de haber pasado el resto de mi vida en España. Y entonces me miró, y me dijo: “Ay, Oscarito, yo soy Puchita, ¡tu amiga de la infancia!”. Y vengan abrazos, lagrimones y emociones. ¡Qué te puedo decir!
―¿Volviste después?
―Volví en 2010 porque había producido La misa de la alegría, del grupo español de música cristiana Siempre así, un álbum que nos llevó incluso a cantar en la Ciudad del Vaticano. Cuando se celebraron los 400 años de la aparición de la Virgen de la Caridad del Cobre, la patrona de Cuba, me invitaron a viajar a Santiago de Cuba, pues en el Santuario del Cobre iba a tener lugar una gran misa con músicos.
En definitiva, lo que puedo decirte es que mi primer viaje de regreso a Cuba fue de una inmensa intensidad emocional.









