diciembre 13, 2025

Cómo era el entrenamiento de los reservistas que fueron enviados a la guerra de Angola

Angola Cuba
Soldados cubanos en Angola, en 1988 (Foto:


LA HABANA.- Tengo recuerdos amargos de cuando, en 1988, siendo reservista del Servicio Militar Obligatorio, tuve que pasar un entrenamiento para ser enviado a la guerra de Angola.

A los convocados, todos del municipio Plaza de la Revolución, nos llevaron en camiones a las Lomas del Taburete, en Candelaria, Pinar del Río, que —según supimos después— fue el lugar donde se entrenaron el Che Guevara y la guerrilla que lo acompañó a Bolivia.

Apenas llegamos, nos hicieron firmar una declaración de voluntariedad para participar en la guerra. Pero la mayoría aceptó por temor a represalias. Yo, por ejemplo, temía que me expulsaran de mi puesto de profesor si me negaba. Si fuese hoy, con mi pensamiento actual, jamás habría aceptado.

Nuestro alojamiento estaba en medio de un bosque, al aire libre. Dormíamos en hamacas colgadas de los árboles. Estuvimos allí todo el tiempo, incluso varias noches bajo la lluvia.

Nos levantaban de madrugada para dar largas caminatas por los montes, sin ingerir nada durante dos o tres horas, hasta volver al campamento para un magro desayuno. Luego salíamos otra vez, casi sin descanso, a subir y bajar lomas con un pesado fusil al hombro (sin balas). Al regresar por la tarde, recibíamos una comida escasa. Era parte del entrenamiento: acostumbrarnos a pasar hambre.

Una vez, mientras descansábamos bajo unas palmas, vi a varios soldados comer palmiche del suelo como si fueran cerdos. Y, como tenía hambre, también lo hice. A veces devorábamos naranjas agrias arrancadas de los árboles mientras caminábamos.

Uno de los ejercicios consistía en caminar por el medio de un arroyo, con el agua al pecho, sobre lajas resbaladizas, sosteniendo el fusil por encima de la cabeza. En una ocasión un compañero tropezó y se hundió con todo y arma; el agua lo arrastró y casi se ahoga si no lo auxiliamos a tiempo.

Otra práctica era saltar sobre maderos y ramas encendidas. Una vez me caí, debido a mis problemas visuales, pero por suerte no sufrí daños serios.

Una noche hicimos tiro real y lanzamiento de granadas a un blanco. Luego supimos que casi nadie dio en el objetivo y que los entrenadores perforaron los blancos con balas para simular que había sido un ejercicio exitoso. Recuerdo que lancé la granada tan mal que casi hiero a un compañero.

Una de las cosas que más nos molestaba era que no nos permitían bañarnos en el arroyo cercano. Debíamos acostumbrarnos a estar sucios. Solo nos dejaron bañarnos al día 17, y tuvimos que hacerlo con la ropa puesta, excepto la camisa. Después pasamos días con los uniformes y las botas mojadas.

Una noche de mucha lluvia, un compañero y yo nos refugiamos en casa de un campesino y dormimos allí. Al amanecer nos dio café, y mientras lo bebíamos, mi compañero le contó que nos estábamos entrenando para ir a Angola. Aquello era secreto. Cuando los jefes lo supieron, el recluta fue expulsado deshonrosamente frente a toda la tropa. También me interrogaron sobre lo que él había dicho y me regañaron, aunque sabían que yo no había participado en la conversación.

Un día nos reunieron para informarnos que la guerra había terminado y que ya no era necesario enviar más cubanos a Angola. Nos felicitaron por nuestra “disposición combativa” y enviaron cartas de reconocimiento a nuestros centros laborales.

A mi casa regresé flaco, sucio, lleno de picadas de mosquitos y garrapatas, y con una sarna que curé con Permetrina.

Hoy, al cabo de tantos años, pienso que, si hubiera ido a Angola, es muy probable que, debido a la deficiente instrucción militar recibida, hubiese sido uno más en la larga lista de muertos de una contienda ajena, donde los cubanos no teníamos nada que hacer.

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Jorge Luis González Suárez

Periodista independiente