El exilio es también eso: borrar la marca del origen.
Severo Sarduy
La vida de Severo Sarduy es un tapiz sinuoso, complejo. De ahí que el documental Severo secreto, de los directores Oneyda González y Gustavo Pérez Fernández, circunde de manera ingente y notable los hilos de la biografía del escritor cubano. Oneyda y Gustavo son camagüeyanos, como Sarduy. Gustavo Pérez Fernández nació en Camagüey en 1962 y actualmente reside en Miami. Poeta, fotógrafo y cineasta. Aunar lo imprevisible es una antología de su obra poética, que fue publicada por Ediciones Unión, La Habana (2010). Fotos suyas se han expuesto en Cuba, Italia, Bélgica, Portugal y Estados Unidos. Entre sus documentales destacan Todas iban a ser reinas, Transitando, Ave María y Severo secreto, su más reciente incursión en el audiovisual. Oneyda González nació en Camagüey en 1961. Su proyecto Severo secreto obtuvo el premio Cinergia y participó en el Taller de Guion del Talent Campus, Guadalajara (2012). Obtuvo la Beca de Investigación Amigos de la Biblioteca de Princeton (2015) y el Fondo Noruego para el Cine Cubano (2016). Recientemente ha publicado el libro Severo secreto. Una biografía coral sobre Severo Sarduy, Rialta Ediciones (2022) y El lazo infinito (2023), Premio Octavio Paz de poesía, Akashic Books, Brooklyn, 2023. Queremos expresar aquí nuestro profundo agradecimiento a Oneyda y a Gustavo por haber aceptado esta invitación y por la generosidad que tuvieron al compartir la permanencia de sus palabras.
Nos situamos en el contexto de la biografía del escritor, en el trayecto de una carrera literaria y la posible recuperación de su sentido. Vemos así que el documental Severo secreto inicia con una cita de Sarduy: “La vida de un hombre, evidentemente, comienza mucho antes de su nacimiento y quizás continúa después de su muerte”. Teniendo esto en cuenta, mi primera pregunta tiene que ver con la cercanía de Sarduy y el camino que él mismo les fue zanjando, vía el proyecto del documental. ¿Hasta qué punto la presencia del escritor los acompañó? Pues como dice una de las entrevistadas, Gladys del Pilar Castellanos: “Severo está aquí con nosotros”.
G/O. Creo que Sarduy estaba en nuestro camino, que lo echábamos de menos y lo buscábamos ya antes de conocerlo. Así pues, al dar con él, no nos fue extraño, sino que sabíamos que el hallazgo era radicalmente importante y pronto su figura llegó a ser muy cercana para nosotros: por un lado, la resolución que tomamos, por el otro, la necesidad, el deseo que también Sarduy tenía de la isla y que no ha menguado, más bien pensamos que se halla en expansión: estábamos necesitados de un referente como ese. Y, creemos también, que de algún modo él se mantuvo “atento” al trayecto que escogimos, porque hubiera sido muy difícil hacer algo tan demandante sin su colaboración, sin preguntarnos cómo lo vería él antes de darnos la venia. Eso desde lo que nos toca, pero no faltaron lectores sabios, amigos y cualquier tipo de admiradores que estuvieran muy atentos a nuestros pasos con “su” Severo.
El caso es que Sarduy debía acompañarnos, ya fuera a través de los seres y los objetos que nos hablaban de su vida o de su creación literaria como también plástica. Así es que su nombre abrió puertas para comenzar y más tarde para sostener el ritmo durante el proceso de investigación. Conviene decir que al principio fue bastante complejo, porque, de alguna manera, había que vencer ciertos “exámenes” para ser confiables como investigadores de esa especie de mito que ya era Severo Sarduy.
Así es que todo fue evolucionando y alcanzando mayor consistencia cuando finalmente tuvimos sus Obras completas y fue posible leerlo como un sistema, porque en principio, apenas conocíamos algunos textos suyos; una vez realizada esa primera lectura pudimos poner pie en tierra respecto a la dimensión de su trabajo. Por otra parte, si bien no íbamos a hacer un estudio únicamente estético, tampoco iba a ser de un exclusivo interés biográfico: desde el comienzo deseábamos acercarnos al ser humano cuyo carácter nos había conquistado por su familiaridad, su simpatía insólita y, especialmente, por ser el productor de una obra admirable.
En definitiva, queríamos que se sintiera en Cuba su presencia: quién era Severo Sarduy en otras muchas dimensiones. Teníamos el compromiso de continuar, como fue dicho de varias formas por algunos de los entrevistados e incluso antes, cuando su nombre captó nuestra atención y la primera pregunta que nos hicimos fue: ¿por qué un escritor cubano (camagüeyano, para más coincidencia) con una obra y una personalidad de interés universal nos resultaba “desconocido”?
¡Para mí era muy extraño también, que graduada de una carrera literaria y trabajando en el ámbito de la cultura, en la misma ciudad pequeña donde él había nacido pocos lustros atrás! Sentí que algo nos escamoteaban, pero más que saber por qué había ocurrido (y era ya bastante obvio), teníamos un propósito superior: transformar esa realidad siguiendo las huellas que comenzaban a hacerse visibles. Pronto aparecieron aliados: personas que lo conocieron y querían hablar sobre Sarduy. Y fue muy curioso, porque aquello era más bien un secreto a voces, de esa forma, comprobamos que no era tan desconocido como creímos al principio.
Mucha gente de su generación lo recordaba del bachillerato, por ejemplo. Algunos deseaban compartir vivencias y, al mencionarlo, hacían descripciones exhaustivas, daban detalles sobre su modo de ser, sobre su apariencia o su carácter; a veces sin que nos dieran tiempo a preguntarles. Otros se detenían para sustentar que ese mismo Sarduy era muy generoso, que era muy elegante y pulcro. Que era muy serio y comprometido con los estudios, con la familia y con los amigos. Iba saliendo todo a la vez, así que decidimos registrar cuanto interesara. Estaba claro que sus conocidos estaban dispuestos a colaborar y confirmamos que Sarduy era un ser de un brillo y de una simpatía inusual.
Así es que la solidez de su carácter y la sensación de cercanía que sobre él nos iban dejando, logró cautivarnos y fue clave para que creciera nuestra confianza y decidiéramos hacer algo por superar el injusto silencio. Parecía cierto que “estaba allí con nosotros” y que él mismo consentía en narrarse, en volver a ser visible en su ciudad y en su país (a través de estas personas que guardaban ese fulgor), esa manera encantadora de ser que tenía y valía la pena compartir. Una curiosidad en medio de todo era esa capacidad suya de jugar con seriedad o de trabajar con la mayor diversión. Finalmente, no creía en conceptos rígidos, ya fueran acerca de las cosas o de las personas.
Hay algo que me llamó la atención y es la yuxtaposición de elementos disímiles al inicio del documental, los cuales tienen que ver con el archivo de Severo Sarduy que está en Princeton. Estos objetos representan la estética sarduyana y definen la tonalidad narrativa del documental. “La biografía de un hombre es un corte bastante arbitrario”, se oye decir a Sarduy al inicio mientras la curadora acomoda los objetos del archivo en una especie de retablo. Así pues, toda biografía o narración no puede eludir el trazo del corte; pero lo magistral del documental es que el corte es lo más admirable porque la historia inicia en Europa, en París, y desemboca en Cuba, en Camagüey. ¿Cómo llegaron a determinar el hilo narrativo para seguir las huellas de Sarduy?
G/O. Tus palabras tienen la capacidad de distinguir la simbología de los objetos que pertenecieron a Severo Sarduy y que fueron útiles para dar un sentido a la narración de su vida, aunque los presentemos en el principio envueltos en un halo de misterio. Era clave desde ese momento exponer la dimensión de su trabajo y de su carácter para que la gente se planteara preguntas que ya nosotros nos habíamos hecho. Y porque en ese principio el personaje debía conquistar al espectador, dejarlo convencido del gusto que les daría, conocerlo mejor. Y que, a partir de allí, nosotros pudiéramos contarle de dónde había surgido esa voluntad, esa simpatía. Descubrirles cómo decidió, por sí mismo, partir tras sus sueños, en busca de un espacio más libre y abierto. Esto nos permitió darle una estructura a la historia un tanto sarduyana. ¡Teníamos que traerlo de regreso! Y digo esto un poco en broma (porque es una frase que se repite a menudo), pero también en serio, porque al conocer la dimensión de su legado se siente un atractivo en contraste con el “olvido” que persistía dentro de la isla todavía entonces.
Están allí solo para lograr ese atractivo desde el comienzo y para distinguir dentro del todo el enigma de este ser, que, pareciendo un mago, fue, sin dudarlo, también un trabajador: un obrero. Y que, con esa exposición a modo de prólogo, apareciera, poco a poco, el “yo” del personaje. Debió ser así desde el origen, porque de otra forma probablemente hubiéramos desechado las canicas, por ejemplo, después de considerarlas graciosas (un simple objeto de la infancia y ya); decidimos, pues, aprovechar el valor significativo que tendrían formando parte de la construcción del personaje por la simbología que hay detrás de ellas: la expresión de ese “niño eterno” que sus familiares, amigos y conocidos veían en Severo Sarduy.
Con ello celebrábamos también el quehacer archivístico, porque nos sorprendió verlas allí formando parte de sus objetos personales: lo que es una valoración en el contexto de su imagen como escritor. ¿Sarduy jugaba (todavía) a las canicas, o solo quería recordarnos que venía de un ambiente lúdico? ¿O las guardó al ver que su madre las conservaba? ¿O era de esos seres cuyos objetos de la infancia son una especie de amuleto? ¿Una protección? ¿¡Quién lo sabe!?
Por eso era factible articular el objeto al orbe del poeta (del artista) y, de tal modo, valorizar al objeto y su reflejo: inteligencia-diversión, mezcla de gestos que el escritor jamás abandona. Hay pues, una síntesis apretada (también expresiva) donde, a través de las imágenes, el espectador asiste a sus probables ritos y, gracias a ello, sus objetos nos acompañan todavía. Finalmente, nosotros jugábamos también. Yo, por ejemplo, que fui bibliotecaria (y archivista), lo vi como la posibilidad de aprovechar el material y su historia. Bien por el aprecio y por el cuidado que su familia les dio (inicialmente), o por el cariño que Sarduy evidencia al conservarlos: este hombre no solo jugaba a las canicas y nos lo muestra, sino que de algún modo estuvo “jugando” hasta el final: como se sabe, Severo mantuvo siempre una actitud lúdica.
Hay, además, una mirada masculina (de otro niño) que, como casi todo muchacho, jugó a las canicas; quien se emocionó al verlas cuando llegamos a Princeton y consintió-participó inmediatamente en la mezcla de ambos aspectos. Pero, insisto: me gustaría que también fuera un canto a la condición científica y, otra vez lúdica, del proceso investigativo, que en ciertas ocasiones puede manifestarse de una gran belleza. La forma en que las manos de una experta curadora de su archivo toman los objetos de Sarduy es tan delicada y tierna (yo diría que maternal), no es otra cosa que cuidado. Así es que ahora, viéndolo a través de tus ojos, creo que esa imagen agradece –y mucho– el oficio del investigador. Es una especie de reconocimiento a toda esa gente que hace un trabajo generalmente anónimo, solitario, aunque gozoso y especialmente sensitivo, sin lugar a duda. Un ánimo como ese no iba a esquivar utilizarlas en el filme, por más que parezcan únicamente el objeto de un juego infantil. Y por eso están allí, junto a objetos (arqueológicos) que, entre muchas cosas, Sarduy traía de sus viajes al Oriente. Con este acto de humildad, difícil a veces, nos impusimos un rigor –no solo histórico– para la representación en pantalla de la vida de Severo Sarduy, sino que, junto a la iconografía que él recopiló a través del tiempo y los testimonios de sus conocidos, debía aflorar el ser que habíamos imaginado y constatado en el proceso de investigación sin alejarnos de quién fue históricamente. Fuimos mediadores conscientes del desafío que enfrentábamos y tratamos el tema muy a menudo para mantener claridad en que, si habíamos elegido seguir las huellas del escritor, con ello elegimos que este era “su” documental, así es que, de algún modo, fue el propio Sarduy quien nos sugirió que esos objetos estuvieran en la película.
Lo que vemos, justo después de la imagen que describes, es un recorte de periódico donde se anunciaba “la muerte de Sarduy sin haber regresado a Cuba”. Y ese es el drama que se plantea, inmediatamente, como punto de vista del documental: Severo Sarduy siempre quiso regresar a la Isla (especialmente a Camagüey), pero, según los testimonios, no tomó la decisión a tiempo “y luego, era demasiado tarde”. De este conflicto esencial de su vida arranca la narración del filme: su añoranza de un regreso (deseado y postergado) hasta el final; ¡ahora, ya para siempre!
El documental se estructura en tres partes:
Primer cuadro: “Finalizó su carrera”: narra la llegada de Severo a París con una beca del gobierno cubano. Su adaptación, entusiasmo y su éxito creciente. Retrata al personaje en sus años de esplendor. Se plantea y argumenta el conflicto del escritor al separarse de su familia y de su país indefinidamente.
Segundo cuadro: “Ven mortal y considera”: conocemos los orígenes de Severo, el sustrato espiritual de su familia, su región y su país. Vemos su entrada a la alta cultura de La Habana y la actividad creativa donde rápidamente se inserta en el mejor de los círculos literarios; y la muy rápida llegada del triunfo de la Revolución, poco después de lo cual obtiene una beca para estudiar en Europa.
Tercer cuadro: “Las grandezas cuáles son”: pone en valor el legado de Sarduy: su obra, su personalidad. Se retoma el conflicto desplegando el carácter del escritor exiliado (y el silenciamiento de su obra en la Isla) hasta consolidar el punto de vista de la narración: el reconocimiento ante una exclusión, que es contraria a la libertad, de donde se origina la urgencia de difundir su vida y su obra dentro de la isla.
Ahora, ¿por qué empezar por el final? La respuesta es sencilla: lo hicimos para decir, desde el inicio, de quién estamos hablando: presentar al personaje ya en su plenitud de vida y obra, lo que era una condición importante para atraer al espectador (especialmente al cubano) que paradójicamente lo conocía menos. El Sarduy que se conoce allí es el que ya alcanzó la madurez creativa y ha obtenido suficiente relevancia como para que resulte urgente trabajar por su difusión dentro la Isla.
En los escenarios del documental hay un acopio transatlántico: Camagüey, La Habana, España, París, Nueva York, Miami, entre otros lugares. ¿Qué dificultades tuvieron que sortear en medio de todos estos escenarios que, de manera versátil, confluyen en la textura de Severo secreto?
G/O. Sabíamos que la producción del proyecto iba a ser un desafío superior a nuestras fuerzas por las condiciones prácticas que demandaría el rodaje y por la muy limitada infraestructura con que contábamos. Era casi impensable que lo intentáramos por nosotros mismos, entre otras cosas por lo amplio del periplo que debíamos abarcar siguiendo los pasos de Sarduy; en particular, lo que iba a ocurrir fuera de Cuba. Pero no quisimos detenernos y, una vez que alcanzó la solidez indispensable como para aplicar a algún financiamiento, contactamos a la productora (Rita González), a quien conocíamos por trabajos anteriores y ella se hizo cargo de enviar el proyecto a diferentes fondos de cine. Un tiempo después, en ese mismo año, habíamos logrado obtener las becas de Cinergia y de Ibermedia. Rita se encargó de hacer un cuidadoso plan de rodaje y de contactar con cada uno de los personajes que iban a ser entrevistados, en especial los que encontraríamos en Europa, escenario indispensable para el relato.
Cuando se consolidó esta posibilidad, nos dimos cuenta de que lo más difícil no había sido Camagüey, ni siquiera La Habana, adonde llegamos con nuestros propios recursos. Lo realmente complicado sería convivir con el clima de París, sin condiciones mínimas para hacerle frente a la lluvia o al frío. Y, junto a eso, mantener el aplomo, resistir ante la zozobra de un posible fallo técnico (amenazando siempre) debido al limitadísimo equipo de rodaje del que disponíamos, dos de las constantes que nos lastimaron y logramos superar a fuerza de tenacidad. En este aspecto fue muy importante la participación y amistad de las personas que nos acompañaron desde el inicio, entre ellos Adonis Liranza (productor cubano radicado en París), que fue nuestro más eficiente colaborador, nuestro guía, nuestro traductor y, definitivamente, un gran amigo.
Como consecuencia de nuevos intentos para avanzar con el proyecto, en el 2015 obtuvimos la Beca Amigos de la Biblioteca de Princeton y al llegar a esa Universidad nos esperaba otra sorpresa, esta vez, definitivamente, un prodigio: allí estaba, intocado, el archivo visual de Severo, aquel que François Wahl nos ofreciera en Chantilly y que, por motivos técnicos, no conseguimos filmar y ya dábamos por perdido.
Muy cerca del final, aplicamos a los Fondos de la Embajada de Noruega en La Habana, con cuyo respaldo pudimos enfrentar la posproducción de imagen y de sonido. Se sabe que hacer cine es complejo en cualquier lugar del mundo, pero la importancia de narrar esta historia nos llevó a confiar y a poner toda nuestra voluntad en ello (¡durante diez años!) sin que los muchos obstáculos consiguieran detenernos.
Referente al tema de las personas que conocieron a Sarduy y que dan testimonio en el documental, se puede percibir una simpatía por parte de varios interlocutores cuando hablan del escritor camagüeyano. ¿Esa sensación de intimidad y de alegría que restalla en el documental la tenían prevista?
G/O. Es lindo que hayas sentido esa sensación de cercanía. Teníamos referencias sobre su atractivo personal y lo constatamos desde el principio al hablar con sus compañeros de estudio con los que estuvo en Camagüey. Hay que ver los testimonios de Gladys Castellanos y del Dr. Agramonte, que, tal y como lo dices, son realmente deliciosos. Ellos comenzaron a estudiar medicina con Sarduy y venían juntos desde el bachillerato, así que esa fue una amistad forjada en la adolescencia y era ya un vínculo muy familiar: un grupito de camagüeyanos en La Habana.
Esta simpatía fue creciendo en la medida que conocíamos nuevos personajes o nos movíamos a otros contextos. Y es que nos pasaba sí o sí. Indiscutiblemente, él era un ser humano de un atractivo y de un carácter generador de simpatías: un divertido bailador y un gran conversador, por la agudeza de sus visiones, lo abarcadores que llegaban a ser sus temas y por la picardía con la que él envolvía casi todo. También se dice que era una especie de monje cuando se proponía hacer un trabajo o enfrentar una situación compleja. Pero sí, la respuesta es que, en una conversación con Sarduy, siempre había risa. Una risa estrepitosa y brillante.
Otro punto excepcional es el cotejo del archivo de Sarduy. Hay varios archivos en el documental que se superponen de manera dinámica y sutil: está el archivo pictórico, el archivo textual, el archivo fotográfico y el archivo audiovisual, entre otros. Creo que la tarea de archivo que han hecho es prominente. ¿Cómo fue trabajar con el alineamiento de todos estos materiales para la impronta decisiva del documental? ¿Qué hallazgos o desencuentros tuvieron en relación con el cotejo del archivo? ¿De los archivos?
G/O.Si bien es cierto que el trabajo con el archivo fue una recompensa a tan incesante búsqueda, fue un proceso extenso, laborioso y hasta agotador porque nos era difícil desistir de algo. Y porque las combinaciones iban haciéndose por el dictado de lo que ya habíamos logrado articular. Por eso creo que más que “alineado”, el tratamiento de aquel inmenso material quizás fue también “barroco”; y la consecuencia de una obsesión, de un compromiso: que el filme se pareciera a Sarduy. Al mismo tiempo, esto llegó a darnos cierta libertad y la opción de que, hasta cierto punto, tuviera un matiz lúdico también. De manera que hubo una especie de matrimonio entre las estrategias narrativas: la estructura ayudó a que el archivo se convirtiera en aliado del relato, cuyo orden casi matemático solo iba a trastocarse de tanto en tanto, dándole soltura al discurso. El gran regalo llegó con la beca de Princeton, que nos permitió leer la correspondencia de Sarduy con su familia y acceder a su obra pictórica que atesora la universidad, lo que sirvió en principio para darle una impronta visual, sarduyana. Gracias, también, a muchas de las personas que entrevistábamos y nos ofrecían sus pequeños recuerdos de Sarduy: fotos, libros dedicados, cartas, o una simple anécdota que nos remitía a un lugar y que filmábamos a propósito. Todo eso iba ampliando el archivo, la visualidad de Severo secreto.
Hay un ejemplo bello que le debemos al poeta Manuel Díaz Martínez, quien, durante una pausa de la entrevista, nos comentó que el Centro Atlántico de Arte Moderno de Las Palmas de Gran Canaria tenía una pieza de Severo Sarduy en su colección, y nos fuimos a grabarla sin pérdida de tiempo para incorporarla al filme, tanto por su belleza y utilidad en el trabajo con la imagen, como por el cariño con que su amigo de la juventud, en La Habana, nos insistió en ir a verla y grabarla para que estuviera en el relato. Primó la decisión de incluir aquello que fuera más revelador o que diera un particular sentido a la película. Finalmente, el cotejo de este inmenso archivo contó con la mirada profesional, y muy sensible, de nuestro editor por muchos años: Yoan Wilcox Portel, un joven talentoso. Un ser humano indispensable en la amistad y en la creación de Severo secreto, entre otros filmes.
En ese sentido Severo secreto se erige como un gran archivo, ya que está latente toda una experiencia de testimonios, de gestos originarios que complementan la biografía secreta del escritor. ¿Pensaron, en algún momento, que el documental también se convertiría en un archivo ineludible para quienes se interesan en la obra de Sarduy?
G/O. El entusiasmo porque Sarduy fuera más conocido nos movió desde el principio y hasta el final del recorrido. Siempre que dábamos con un hallazgo, buscábamos con mucho cuidado el destino que íbamos a darle a esa especie de tesoro. Es algo que tuvimos en cuenta y que fue creciendo durante los diez años de investigación, rodaje y posproducción del filme. Entonces sí, pensamos que el documental Severo secreto es un documento valioso para cualquiera que desee acercarse a su vida y obra desde perspectivas muy diversas. Allí está su humanidad, también está el ambiente cultural en el que vivió en Cuba como en París. Esto se ha ampliado, recientemente, con el libro Severo secreto: una biografía coral sobre Severo Sarduy, publicado por el sello editorial Rialta Ediciones, donde se agrupan, de forma íntegra, más de treinta entrevistas realizadas para el documental y cerca de cien imágenes recopiladas a lo largo de todo el proceso.
El comentario de Nelda Castillo hacia el final de Severo secreto es muy conmovedor. Es el rescate de un escritor cuyo borramiento en los anales de la literatura cubana aún persiste. Ese comentario de Nelda acrece con el momento de aterrizar el viaje de la biografía en la Isla; ahí se entrecruza la imagen de una persona cincelando en la pared, tallando el rostro de Severo Sarduy en una pared de Camagüey. ¿Esa metáfora visual corresponde al hecho de dejar una inscripción de Severo en la Isla como un deseo último, simbólico, del autor por regresar a su país natal?
G/O. Es una buena observación, porque una de las cosas que nos planteamos, desde el inicio, fue saber en qué zona de la ciudad habría nacido Sarduy. Mucho antes de pensar en que haríamos una investigación, cuyo final podría ser el rodaje de un documental, sabíamos el número de la casa donde nació: ubicada en una zona céntrica, por donde paseábamos frecuentemente sin saberlo todavía. Es la calle donde se encuentra el Teatro Principal. También, uno de los escenarios donde ocurrían (ocurren) diversos eventos, incluyendo los carnavales, que, como otras de las calles más céntricas, no era muy casta que digamos; sobre todo pensando en que llevaba el nombre del Padre Valencia, piadoso y muy notable sacerdote español asentado en la ciudad y casi un camagüeyano. Tuvimos la suerte de que, en esa misma calle, muy cerca de donde nació el escritor, había en aquel momento una casa en ruinas que terminó de inspirar la idea del calado. De modo que su imagen quedara allí como una especie de aviso al transeúnte, pero también de donde surgiera una curiosidad acerca de ese rostro.
En el 2022, por Rialta Ediciones, en Querétaro, salió publicado el libro Severo secreto. Una biografía coral sobre Severo Sarduy. ¿Cómo fue el proceso de transcripción de las entrevistas del documental de cara a la conformación del libro?
G/O.El trabajo de selección de los fragmentos que iban a ser incluidos en el documental empezó con la transcripción de todas las entrevistas que habíamos realizado. Al notar que se quedarían fuera algunos fragmentos de testimonios realmente importantes, comenzó a crecer la idea de que era conveniente reunir las entrevistas íntegras y publicarlas en formato de libro para aprovechar todo ese valor que de otra forma se habría perdido. Una vez hecho esto, vino el trabajo de poner en orden cada una de las entrevistas, con lo que se concretó la idea de retomar la estructura básica (en tres partes) que había tenido el documental.
Ya casi en el colofón de nuestro diálogo, quisiera saber si la obra de Sarduy les ha cambiado su visión o su sentido de la cubanidad.
OG. Definitivamente Sarduy nos ha complicado la vida, para bien. Esto quiere decir que, en primer lugar, ha logrado intensificar la curiosidad por nuestros orígenes, que ya es mucho. Actúa como un antídoto frente a las estrategias de ocultamiento de muchos de los valores que nos pertenecen como nación. Su personalidad y su obra tienen la virtud de ampliar nuestra forma de relacionarnos, lo que debe ser, ni más ni menos, que la aceptación del otro. Y, además, nos devuelve una visión de lo cubano, que es a la vez humano y que muchas veces llegamos a ignorar o hemos dejado de apreciar y de llevar a la práctica diaria.
En el ámbito personal más íntimo, el escritor revive en nosotros un sentimiento rotundamente criollo y curiosamente universal. En la correspondencia con su familia hay un detalle que habla de esto y que nos llamó la atención enseguida. Desde la primera hasta la última carta de Sarduy que tuvimos la oportunidad de leer, él siempre termina poniendo, junto a su nombre propio, la palabra amor: esta era su firma: “Severo Amor”. Quizás allí esté el secreto del porqué, a pesar de los años y la distancia, nunca perdió los más puros rasgos de cubanía y la capacidad innata de compartirlos con los otros, a veces de una manera muy sutil, pero siempre eficaz y poderosa. Lo que nos da una buena familia es en esencia lo que nosotros podemos dar a los demás.
Para finalizar, ¿por qué creen que es tan necesario volver a la obra de Severo Sarduy en la actualidad?
G/O. Para empezar, los lectores que salgan en busca de Severo Sarduy están a tiempo de llegar a un auténtico banquete, porque es la obra de un adelantado, aunque, de alguna forma, sea también un clásico. Es un escritor que vuelve al barroco, haciendo con ello que las cosas nos resulten sorprendentemente nuevas. Que las situaciones dramáticas, si es que las hay, nos hagan reír, llorar, o quedar paralizados al descubrirnos a nosotros mismos en escena.
Que nos conmuevan de verdad y nos hagan sentir la libertad expresiva de una forma inédita, a veces rosando el exceso y que, al vencer los desafíos que nos ha puesto, nos brote esa risa verdadera, inesperada, que provoca y que despliega ante nuestro asombro la verdadera expansión del placer en el arte: esa fiesta familiar que a veces extrañamos. Porque si bien la risa abunda en su obra, no se manifiesta de una forma esperada, sino verdaderamente inquietante, por ser creativa en sí misma, yendo más allá de la historia.
Porque de alguna forma Sarduy escogió ser uno de esos escritores raros: padres, e hijos, de sí mismos y produjo una subversión escritural que puede tardar en conquistar a los lectores dispuestos al diálogo, al discernimiento. Es el tipo de artista que no renuncia a este salto y suele hacerse difícil para quien no esté buscándolo. La suya es una obra que se trasciende a sí misma y a su momento. Sarduy es un perturbador.
* Esta entrevista se publicó originalmente en Amoxcalli, revista de teoría y crítica
de la literatura hispanoamericana.