Lo que hace, piensa y escribe Rafael Rojas está atravesado, muy probablemente, por Cuba (por la Revolución cubana), por su entorno posterior y por su biografía. Hay obsesiones que, para bien, se materializan en estudios académicos, en ensayos, en literatura y en conocimiento; y no se quedan como fantasmas que atormentan a los hombres, que es lo mismo que atormentar a la humanidad y a los pocos espacios de libertad que sobreviven.
Las obsesiones de Rafael Rojas –que me atrevo a asegurar son las de muchos cubanos– se redirigen a estudiar e intrincarse en la Historia como materia viva y campo científico para explicarnos –y explicarse– el porqué de los procesos que vivimos, el porqué de ciertas herencias y desenlaces, y las consecuencias (para bien o para mal) que estos han tenido en la conformación de lo que somos hoy y de los países-Estados que tenemos.
Pero, sobre todo, yo quisiera pensar que nos va a servir para no repetir los mismos errores, para defender la justicia y la libertad siempre, y para que cada vez menos personas ignoren la verdad de los excesos, los daños cometidos y los senderos bifurcados en detrimento de la sociedad y del individuo; y que lo hagan entendiendo las dinámicas del poder y de las narrativas oficiales que ganan peso sobre los dominados. El arte de la resistencia, como diría James C. Scott.
Que este camino, Rafael Rojas lo emprenda a través de la historia y, en específico, a través de los intelectuales y su papel en momentos claves (como el período de la Guerra Fría), no quiere decir que luego no podamos extrapolarlo a otras circunstancias; y ese es uno de los primeros logros de La historia como arma: Los intelectuales latinoamericanos y la Guerra Fría (Siglo XXI, 2025).
Pero el hacerlo desde ahí trae per se la ganancia inmediata de reflexionar, revisitar, releer y reinterpretar un capítulo histórico que parecería agotado y que Rafael Rojas demuestra que no es así; sobre todo porque este cuaderno es la tercera entrega de una serie que ha seguido de cerca durante varios años las configuraciones, las polémicas, la teoría, la geopolítica y las determinaciones que de la Guerra Fría emanaron en torno a lo cultural, a la identidad latinoamericana, a la influencia soviética en nuestro continente y a la producción de determinados tipos de discurso social.
Digo “discurso social” entendiéndolo a través de Marc Angenot como los sistemas genéricos, los repertorios tópicos, las reglas de encadenamiento de enunciados que, en una sociedad dada, organizan lo decible (que es aquello narrable y opinable) y aseguran la división del trabajo discursivo. Cuando se estudian los discursos sociales, como hace Rafael Rojas en este libro, se posibilita que aparezca un sistema regulador global cuya naturaleza no se ofrece inmediatamente a la observación, reglas de producción o circulación. Hablar de discurso social es abordar los discursos como hechos sociales y, a partir de ahí, como hechos históricos.
A través de los nueve capítulos en los que está estructurado La historia como arma, Rafael Rojas deconstruye –o sigue deconstruyendo– los mitos que ha sostenido la historiografía con respecto al período que va desde la caída del nazismo hasta el derrumbe del Muro de Berlín; y los sucesos, personajes y procesos que se desenvolvieron o surgieron desde allí. La polarización ideológica que tantos ecos ha trasladado hasta hoy es uno de los ejes o hilos conductores en el análisis.
En específico, la polarización ideológica y las pugnas políticas entre literatos, ensayistas, creadores e intelectuales orgánicos, que se alojaron en las revistas emblemáticas del campo intelectual de ese período y que dieron forma (a veces por la fuerza) a determinada manera de interpretar, sentir y organizar buena parte de la realidad social durante la segunda mitad del siglo pasado. A través de lo que implica la categoría Guerra fría latinoamericana (sobre todo entre los años cincuenta y ochenta del siglo pasado), revisitada a través de debates, posicionamientos y producción o exclusión del conocimiento, el lector también encontrará cómo las proyecciones políticas atravesaron y se “proyectaron en el campo de la historia académica”, escribe Rafael Rojas, y yo agregaría: en el campo de la vida.
La intensidad de las confrontaciones ideológicas en este período propició una intención de reconfigurar tanto el pasado como el presente de América Latina (hoy futuro). Los debates sobre el triunfo en 1959 de la Revolución cubana (y la boliviana y la guatemalteca también) fueron fundamentales para esa configuración de la historia como campo de batalla y como arma, en el que se jugaba la esencia misma y el significado del yo social.
En el campo de batalla, si lo mirásemos como foto fija, se observa con claridad todo un coctel que contrapuso la legitimidad de las revoluciones, la identidad, las izquierdas y las derechas, la sovietización en América y la teoría literaria y el deber ser del intelectual, del escritor y de la creación. Las izquierdas, como leemos en el texto, se diversificaron en ese período y secuestraron el debate identitario impulsado por la bipolaridad mundial. Se forzó una identificación que estaba muy vinculada con la vía revolucionaria (con el tipo de revolución y guerrilla preferida).
¿Por qué esa persistencia de Rafael Rojas de continuar escarbando en los detalles quizá inabarcables de este período y en lo que hizo la intelectualidad? Habría que preguntarle a él. Pero lo que a mí me sugiere es un compromiso profundo que rompe la sincronía de un fenómeno específico en un momento específico para volverlo diacrónico y para ponerlo a conversar y a cuestionar en el presente evolutivo de lo que somos hoy y lo que seremos.
Se trata de un período tan convulso, en el que en nombre de la razón ideológica (si algo así existe) se manipuló tanto, se censuró tanto (sobre todo en nombre y a favor de los caminos que dictaba la Revolución cubana y la ponderación de un marxismo-leninismo de corte estalinista), y se ocultó tanto, que no regresar a él con honestidad, para combatir los sesgos y los mitos, bien podría ser un pecado intelectual (otro).
Comprobar (a través de los datos, las obras, las posturas y a través de las manifestaciones del poder) lo que se hizo en nombre de la izquierda o de la derecha (o de “los amigos y enemigos de Cuba”) –pero que en verdad poquísimo o nada tenía que ver con la definición pura de ese concepto– creo que es hoy, en especial, más necesario que nunca.
Hay un eco persistente entre todas las confrontaciones que narra Rafael Rojas en el libro y lo que vivimos hoy: ya sea en New York, en México, en Venezuela o en Cuba. ¿Cómo salirnos de las ofuscaciones que no tienen otra materialidad que no sea ideológica y cuasi religiosa? ¿Cómo escapar de lo dañino del binarismo doctrinario? ¿Cómo detener las violaciones de derechos humanos en nombre de una u otra postura ideológica? Podríamos comenzar leyendo el libro de Rafael Rojas.
Otra ganancia de este texto –y que va más allá de su contenido– radica en la constancia con que Rafael Rojas ha contado la historia cubana fuera (y por suerte) de los marcos institucionales. La perseverancia en hacer (y escribir) “la otra” historia de lo cubano, no atravesada por mandatos ni conveniencias, sino por una interpretación fiel de los datos (y su producción) y por análisis sin cortapisas políticas. La historia como arma (así como el resto de los volúmenes de Rafael Rojas) va a servir, en la futura Cuba democrática, como garantía de que nuestra historia no ha sido borrada por un Estado autocrático; y sin dudas servirá para que la memoria reaparezca frente al olvido.
¿Qué otras ideas y rutas de pensamiento destacan en La historia como arma?
El internamiento entre los conceptos “mestizaje” e “indigenismo” para hablar del latinoamericano. Conocer de dónde y cómo discurrió el debate sobre la identidad latinoamericana, incluida la pretensión de una filosofía de “nuestra América”. Cómo el concepto “nueva izquierda” discurrió en las páginas de New Left Review. Cómo se señaló el giro totalitario cubano en décadas tempranas. La disputa y el papel de las revoluciones en el continente (que leímos también en El árbol de las Revoluciones) y las derivas (por temor o por expectativas desproporcionadas) de las dictaduras y golpes de Estado en América Latina.
La supuesta premisa de superioridad teórica y metodológica del marxismo soviético que llevó a intelectuales orgánicos (como Fernández Retamar) a resemantizar ideas y conceptos. El daño que hizo (sobre todo en Cuba y su órbita de influencia) el anteponer la función social a la función estética del texto; cómo eso provocó un molde de la forma de expresión literaria (“literatura revolucionaria latinoamericana”).
El cubano José Antonio Portuondo en “Estética y Revolución”, publicado en 1962, por ejemplo, decía: “la Revolución socialista de Cuba ha planteado, de manera irrevocable, a sus artistas y escritores el gran problema de hallar la expresión estética de una renovada visión de la realidad”. Y Mirta Aguirre, en 1963, sentenciaba en “Apuntes sobre la literatura y el arte”: “el contenido ideológico es importante en todas las artes, pero más que en cualquiera de ellas lo es en la literatura. Por eso la formación ideológica de los artistas tiene que cuidarse, pero la gran preocupación ha de estar en la de los teatristas y los escritores”.
Pero si tuviera que mencionar algún aspecto que a mí (personalmente) me interesa muchísimo y que creo que abre un camino que habrá que recorrer sin remedio y que lo considero una certeza en el libro de Rafael Rojas es el último ensayo: “Duelo, mesianismo e iconocracia”. Me quedo con la revelación que significa hablar en término de duelo porque es hablar en término de dolor, de tristeza, de rabia, de sufrimiento, que es hablar en nombre de las emociones.
Debemos escribir, también, la historia emocional de Latinoamérica, pero también la historia emocional de las revoluciones y de los Gobiernos resultantes de esas revoluciones (que sabemos, como escribieron Levitsky y Way, suelen ser notablemente duraderos o desencadenar procesos que culminan en regímenes autoritarios). Dar cuenta –como recomienda el historiador William Reddy– de los grandes cambios sociales a través de una categoría modificante como lo es la emoción; dar cuenta de la naturaleza de los regímenes políticos y de las concepciones de libertad y navegación que ponen en práctica los individuos. ¿Quién sufre? ¿Contribuye el sufrimiento a apuntalar un régimen emocional estricto? ¿El sufrimiento es una tragedia o una injusticia?
Entonces los invito a comprar y a leer La historia como arma; y recuerdo ahora cómo en el lejano 2010 la muchacha de veintitantos años que yo era descargaba (con la conexión a Internet y la computadora que me permitía el Estado) a escondidas (o eso creía yo) los textos de Rafael Rojas cuya lectura, en ese momento, me parecía el más legítimo acto de disentir.


