En las primeras horas de la mañana de un día de noviembre de 1975, mientras Carlos Pedre Pentón dormía en su casa en el barrio de Santa Amalia de La Habana, fue despertado abruptamente por fuertes golpes en su puerta. Afuera estaban dos oficiales que le ordenaron que se presentara de inmediato en el cuartel militar. Allí se le informó que serviría en una misión internacional secreta, como llamaban a las excursiones militares al extranjero. Días después, Pedre Pentón y otros cientos de personas fueron despedidos por Fidel Castro desde el teatro de La Cabaña y llevados al vientre de un carguero donde, durante las siguientes semanas, soportarían calor extremo, picaduras de insectos y ataques de náuseas mientras el barco cruzaba el océano hacia Angola.
Durante los siguientes seis meses, Carlos luchó en numerosas batallas, incluyendo una legendaria en Ebo, donde, según la historia oficial, murió el muy venerado comandante Raúl Díaz-Argüelles, el primer cubano de alto rango en morir en Angola. Estas primeras batallas ayudaron al grupo de Augustinho Neto, el MPLA (Movimento Popular de Libertação de Angola), a tomar las riendas del gobierno del anterior gobierno colonial portugués en lugar del Frente Nacional de Libertaçâo de Angola, de Álvaro Holden Roberto, inicialmente apoyado por Mobuto Sese Seko y luego por China y Estados Unidos, o la UNITA (União Nacional para a Independência Total de Angola), de Jonas Savimbi, respaldada por Estados Unidos y Sudáfrica.
La odisea africana de Fidel Castro había comenzado a principios de los años sesenta. El Che Guevara había sido enviado a una incursión militar anticolonial en el Congo en 1965, que más tarde describió como un fracaso total causado por líderes africanos ineptos. Castro continuaría desarrollando estrechos lazos personales con líderes panafricanos, incluido Amílcar Cabral, quien sería asesinado en 1973, y Neto, quien se convertiría en el primer presidente de Angola.
La relación cubana con Angola fue única y extraordinaria por la longevidad y escala de la presencia cubana. Durante un período de dieciséis años, más de 450 000 cubanos fueron enviados a Angola, la mayoría como soldados, otros como civiles militarizados. Nociones de raza jugaron un papel central en la narrativa oficial de la intervención, a través de un relato de heroísmo, sacrificio y ayuda para poner fin al apartheid en Sudáfrica. La operación cubana recibió el nombre de Carlota, en honor a una mujer esclavizada que a mediados del siglo XIX lideró una rebelión en la plantación Triunvirato cerca de Matanzas, Cuba. Gabriel García Márquez escribió la justificación de este esfuerzo como pago de la deuda de la esclavitud en contraste con el apartheid de Sudáfrica. Fue ampliamente caracterizado como un acto de solidaridad desinteresada. Como suele ser el caso, un examen más profundo de los hechos, que investigo junto a Ivette Leyva Martínez en archivos y a través de historias orales, ha revelado una realidad mucho más compleja.
Repercusiones políticas
En los años ochenta, el sur de África se convirtió en uno de los muchos escenarios de la Guerra Fría. Las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, que prometían tomar un mejor giro bajo el presidente Gerald Ford, se estancaron debido al aumento de las tropas cubanas en Angola. La administración Carter reabrió las conversaciones con La Habana que llevaron a la liberalización de los viajes a Cuba. Después de una ausencia de veinte años después de la revolución, en 1979, más de 120 000 exiliados cubanos visitaron a sus familiares en la isla. Dentro de Cuba, el descontento enconado a raíz de la escasez de comida y bienes materiales, y por la guerra en Angola, aumentó a medida que los familiares de Estados Unidos trajeron regalos y compartieron historias de éxito, no de fracaso, como se había representado en la televisión cubana. El año siguiente sería testigo de la inmigración del Mariel. La administración Reagan revirtió este acercamiento. En 1989, el Muro de Berlín había caído y el ascenso de la perestroika cambiaría los compromisos de la URSS en el extranjero, incluso en Angola.
En 1989, me dieron un permiso de reingreso para realizar investigaciones en Cuba. El día que partí para este viaje, los titulares de los periódicos de Miami anunciaron el arresto del general Arnaldo Ochoa, el excomandante en jefe de las tropas cubanas en Angola. Al mismo tiempo, decenas de funcionarios cubanos de alto nivel fueron arrestados y acusados de corrupción y tráfico de drogas. En las próximas semanas, imágenes seleccionadas del juicio de Ochoa, y el de Jorge Martínez, Amado Padrón y los hermanos gemelos Antonio (Tony) y Patricio de la Guardia se transmitieron todas las noches como una serie dramática de realidad en desarrollo.
Ochoa era amado por los soldados que lo describieron como “campechano”, un tipo común que se sentaba con ellos, escuchaba sus necesidades y trataba de cuidarlos. Fue venerado por los generales angolanos, que lo veían como un alma gemela dada su ascendencia mestiza y su respeto por ellos.
En ese viaje, escuché a muchos partidarios de la revolución cuestionar la moralidad de los procedimientos judiciales. Pocos creían que los acusados estaban actuando sin la autorización de Castro, después de todo, cuántas agencias tuvieron que estar involucradas para permitir que los aviones colombianos aterrizaran en Cuba, descargaran cocaína, la cargaran en lanchas rápidas y luego la dejaran salir al mar nuevamente: “Imposible que Fidel no supiera”. Conocí a numerosos veteranos de la guerra de Angola que estaban molestos con Fidel por traicionar a un aliado cercano, “un Héroe de la República”. Otros veteranos sufrían dolorosos recuerdos de Angola, claramente traumatizados tanto por lo que vieron como por lo que hicieron en la guerra. Oí hablar de un escritor que se puso de pie en una asamblea y declaró: “La ropa sucia no se puede lavar con sangre”. El juicio de los generales cubanos también fue ampliamente denunciado en Angola, y generales angolanos incluso enviaron a Castro una petición pidiendo clemencia cuando Ochoa recibió la sentencia de muerte.
Angola se sentía inquietantemente para Cuba como el Vietnam de Estados Unidos. Me preguntaba qué había sucedido realmente y que impacto estaba teniendo sobre las vidas de las personas y sus percepciones de su gobierno. Salí de la isla días después de que Granma, el periódico oficial de Cuba, anunciara que la sentencia de ejecución se había ejecutado. Se rumorea que Ochoa pidió dirigir su propio pelotón de fusilamiento y que se había negado a que le vendaran los ojos. Esta experiencia me llevó al proyecto del libro.

Silenciando el pasado: las narrativas oficiales y la puesta en escena de la guerra
Todas las guerras dejan cicatrices similares en las sociedades que las libran. Lo que distingue a Cuba es el poder del gobierno autoritario para crear una narrativa poderosa que silencia las experiencias individuales y posee la capacidad de ocultar los cadáveres de los muertos en la guerra, minimizando así la oposición potencial. El trauma persiste inquietantemente en espacios privados sin pocos referentes públicos.
El desmoronamiento social de la sociedad cubana, así como los recuerdos personales de guerra de los veteranos, se han mantenido fuera del dominio público, monopolizado por un relato estrechamente asociado con la retórica del internacionalismo y el sacrificio. A través de su departamento de cine y la editorial Verde Olivo, el ejército cubano coreografió cuidadosamente una versión saneada de la guerra. Los cineastas tenían instrucciones de no mostrar cubanos muertos, ni sangre o miedo cubano. El “guerrillero heroico”, el hombre nuevo sin miedo, dispuesto a sacrificar su vida por la causa, informa los testimonios en primera persona. Los éxitos militares se detallan en múltiples relatos. El equipo de guerra está inventariado y exaltado.
La guerra no siempre apareció en la prensa cubana, a pesar de que fue filmada meticulosamente y se enviaban los rollos de película a Fidel diariamente, quien supuestamente estaba dirigiendo la guerra desde una pequeña habitación con aire acondicionado en La Habana. Cuando la guerra aparecía en los periódicos o documentales, a menudo lo reportado había ocurrido meses antes y faltaban los rostros de los soldados, creándose así lo que la periodista y mi colaboradora Ivette Leyva Martínez ha llamado “una guerra sin rostro”, que también ha sido retratada como una guerra sin cadáveres cubanos.
No se sabe cuántos cubanos murieron en Angola, ni cómo murieron, ni cuántos terminaron mutilados al pisar las minas que cubrían las carreteras angolanas. Hay muchas anécdotas sobre muertes por fuego amigo, accidentes, suicidios y pelotones de fusilamiento por una serie de crímenes relacionados con la guerra. Temiendo una reacción pública como la que sucedió en los Estados Unidos durante la guerra de Vietnam, el gobierno no permitió el regreso de ninguno de los muertos hasta el final de la guerra. Fueron enterrados en cementerios improvisados en Angola, incluido uno frente a la sede cubana en Luanda. La lista oficial incluye alrededor de 2 000 nombres. Otras estimaciones oscilan entre 4 000 y 10 000 o más. Conozco al menos de una persona que murió cuyo nombre no aparece en esta lista. La falta de fuentes creíbles se suma al conteo en disputa.
Al final de la guerra, los muertos fueron presuntamente sacados de sus tumbas improvisadas, colocados en cajas y enviados a Cuba en los mismos barcos de carga que habían llevado a tantos cubanos hacia el este a través del Atlántico hasta la muerte: el Vietnam heroico, el Comandante Camilo Cienfuegos, el Sierra Maestra, el Coral Island, el José Martí…
En la isla, los restos fueron distribuidos a sus municipios de origen y, en un acto unificado, todos fueron supuestamente enterrados al mismo tiempo, el 7 de diciembre de 1989, Día Nacional de Luto que conmemora la muerte de Antonio Maceo, el héroe de la guerra de independencia, en 1896. La Operación Tributo, como se nombró la reubicación de los restos, supuestamente trasladó todos los restos de regreso a la isla. Sin embargo, no ha habido un examen de ADN independiente para ver si los restos coinciden con los nombres en las cajas.
El silencio por diferentes razones envuelve los recuerdos de los veteranos en la diáspora. Muchos tienen miedo de admitir que prestaron servicios al gobierno cubano, aunque tenían pocas opciones. No aceptar servir te convertía en una “persona no confiable”, lo que tenía consecuencias en tu sustento profesional e incluso podía afectar el de tu familia. Como tal, gran parte de las experiencias reales vividas por más de 450 000 cubanos han sido silenciadas y permanecen atrapadas en sus memorias.
Mas allá del silencio
Hubo momentos excepcionales durante la guerra en los que aparecieron brevemente imágenes no oficiales en la isla. Por si muero mañana, el documental de Belkis Vega, que retrata la muerte de un soldado cubano, en este caso un piloto, fue proyectado una sola vez, en una pequeña sala de cine. Mientras que el documental de Jorge Fuentes, La lucha continúa, que también incluía muertes de cubanos, fue prohibido. La canción “Veterano”, de Frank Delgado, se refiere a las formas en que los funcionarios cubanos en Angola realizaban safaris mientras los soldados morían en el campo de batalla. Karla Suarez, la escritora cubana, compartió conmigo sus recuerdos de la noche en que por primera vez escucho a Delgado cantar su canción para una multitud de jóvenes. Cuando terminó, uno por uno de los asistentes encendió sus fosforeras iluminando la noche. Un reconocimiento colectivo de una experiencia compartida la cual no se había reconocido públicamente. Algo más que soñar, una serie de televisión muy popular con música de una belleza inquietante escrita e interpretada por Pablo Milanés, fue otro de estos momentos. La serie narraba las historias de cuatro jóvenes soldados que van a Angola, donde uno muere. Y luego está el testimonio de Emilio Comas Paret, Desconfiemos de los amaneceres apacibles, que detalla cuidadosamente la guerra tal como se vivió, pero sobre todo resulta un examen de la moralidad de las guerras. Comas Paret aborda la cuestión de si el gobierno cubano era moralmente superior a los otros ejércitos extranjeros, lo que lo hacía preguntarse que, si todos estaban luchando por las mismas cosas, recursos naturales, ¿no eran todos mercenarios? Sorprendentemente, este libro ganó el premio oficialista de Testimonio de la Unión de Escritores de Cuba (UNEAC) en 2011. Tocó un sentimiento colectivo.
Pero estos fueron momentos extraordinarios en dieciséis largos años. Hoy, sin embargo, hay muchos veteranos en la isla y en todo el mundo. Algunos todavía defienden a su gobierno, casi todos defienden los principios por los que lucharon, pero muchos también cuestionan si los sacrificios que hicieron valieron la pena y quieren compartir sus historias. Estas revelaciones están saliendo en muchas formas; novelas, ficción histórica, cuentos, testimonios, historias orales, documentales y blogs. Están desafiando la historia oficial y, en efecto, rompiendo el silencio. Juntos están democratizando el pasado. Aquí hay algunos ejemplos.
El libro más reciente que reconoce el impacto de la guerra sobre la sociedad y sobre toda una generación es el de Leonardo Padura, Morir en la arena. En lo que él describe como el libro más triste que ha escrito, Padura trae las experiencias de su corresponsal de guerra en Angola para informar al personaje de Rodolfo, cuya vida ha estado marcada por el trauma de la guerra. En la novela, Padura explora cómo los secretos enterrados en el pasado continúan persiguiendo el presente. El impacto devastador de la guerra en la sociedad cubana finalmente está siendo reconocido, con la esperanza de forzar una conversación más amplia sobre su impacto.
Uno de los primeros libros en explorar el trauma de la guerra fue Caracol Beach, escrito por Eliseo Alberto quien nos dio el personaje de Beto Milanés, un veterano que ha abandonado el país, pero cuyos recuerdos de la guerra en Angola también cruzaron el estrecho de Florida con él. En No llores ni tengas miedo, Luis Deulofeu comparte recuerdos íntimos de abusos sexuales cuando era niño y la represión de su homosexualidad como soldado en Angola. Pero complica la historia al admitir cómo sus habilidades como tirador y dibujante de mapas lo convirtieron en el hombre de confianza de sus compañeros soldados. Paradójicamente, la guerra le da la oportunidad de realizarse como profesional, no como objeto sexual.
En la diáspora, El barco que nos llevó a la Guerra en Angola de Carmen Duarte, revela el acoso sexual que enfrentaron las mujeres. Jorge Dávila, cuyo hermano murió en Angola el día antes de que él llegara a Luanda, explora la inutilidad de las guerras, en su colección de cuentos El blanco sol de África. Y en Tierra dura, Jorge Oliviera escribe sobre cómo las guerras afectan profundamente a los seres humanos, una dimensión ausente en la historia oficial.
Ya hay una segunda generación afectada por la guerra y los hijos y sobrinos también empiezan a explorar las heridas psicológicas y morales que vieron en sus padres y parientes. El primer blog dedicado a la guerra, La Última Guerra, lo organizo Ivette Leyva Martínez, quien comprobó el impacto que la guerra tuvo sobre su tío, un médico que estuvo en Angola durante la masacre de más de 30 000 militantes del MPLA a manos de su partido. Él tuvo que falsificar certificados de defunción poniendo que se trataba de muertes por accidente, no fusilamientos. Leyva quiso crear un espacio de reflexión. Otros ejemplos destacados incluyen los libros El hijo del héroe de Karla Suárez y Llámenme Casandra de Marcial Gala. También, el tierno documental Días de diciembre, de Carla Valdés León, sobre el regreso de los veteranos comienza a dirigir la mirada hacia el impacto que la guerra estaba teniendo en la sociedad cubana. Los regresos son complicados.
Quizás el libro que más rompe los mitos oficiales es el de Guillermo Fariñas El abismo por dentro, que el autor compartió con mi colaboradora Ivette Leyva Martínez. Se trata de una versión ficticia de un relato real de jóvenes cadetes de fuerzas especiales enviados a Angola por Raúl Castro, quien mientras visitaba sus cuarteles en Santa Clara, con algún trago de más, decidió arbitrariamente que necesitaban ser endurecidos y los envió a Angola para experimentar la lucha armada. En el primer día de los cadetes en Angola, se vieron obligados a presenciar y participar en la ejecución de tres prisioneros de la UNITA. Otra mañana, se despertaron y encontraron a todos sus compañeros cadetes que dormían en las literas inferiores muertos, entre ellos el mejor amigo del protagonista. Sus gargantas habían sido degolladas durante la noche. Sospechaban de un joven de una de las aldeas arrasadas, cuya familia había sido asesinada por los cubanos y a quien el capitán había convertido en su sirviente personal. El joven fue capturado, torturado y asesinado rápidamente. Tenía once años.
Hoy, Fariñas, al igual que Ángel Moya, otro veterano de guerra, es líder del movimiento disidente en la isla. Ambos, hijos de padres socialistas, atribuyen su activismo de oposición a lo que presenciaron en Angola –atrocidades y el lujoso estilo de vida que llevaron algunos funcionarios cubanos–. Lo mismo le pasó a algunos veteranos de la guerra de Vietnam que al regreso ingresaron en las filas de las organizaciones militantes de las Panteras Negras y las Boinas Café Chicanas.
Hay otros ejemplos que hoy en día empiezan a elaborar visiones alternativas a la guerra en Angola que incluyen blogs y proyectos de arte como el de Adonis Flores, quien vive en la isla.
Pa qué
El colapso del socialismo ha dado lugar al capitalismo militar de Estado en Angola y en Cuba. Aunque se anunciaba como una lucha anticolonial, Cuba se vio envuelta en una guerra civil, respaldando a una facción dentro de una facción. Al igual que otras guerras, esta generó recursos para los soviéticos, que vendían armas, y los cubanos, a quienes se les pagaba por sus servicios militares y civiles y se les otorgaban lucrativos contratos de construcción y otros servicios sin licitación. Algunos angolanos se referían a los cubanos como “los buenos colonizadores”, aun calificándolos de intervencionistas.
Visité Angola el año pasado. Es un lugar donde la corrupción, la violencia y la pobreza son rampantes. Más de un millón de angolanos perdieron la vida en la guerra y solo unos pocos de los que sobrevivieron tienen algo que decir de la “solidaridad” que les brindaron los cubanos. La carretera principal que sale de Luanda se llama Fidel Castro Ruz. Hay algunos espacios dedicados a Cuba, por ejemplo, en el museo militar nacional y en el museo de Quinfangondo, donde se libró la primera batalla en la cual la participación de los cubanos hizo la diferencia. En el cementerio central de Luanda hay una tumba con el nombre de Raúl Díaz-Argüelles, aunque sus restos supuestamente están en el Panteón Nacional de los Héroes en el Cementerio de Colón de La Habana.
Entre la élite y los profesionales, Cuba provoca una variedad de emociones. Los recuerdos personales de los angolanos van desde los cariñosos, especialmente de los caimaneiros, los 14 000 angolanos que estudiaron en Cuba entre 1977 y 2003. Algunos generales angolanos poseen casas de vacaciones en Cuba. Otros juran que nunca visitarán la isla por lo que le hicieron a su querido amigo Arnaldo Ochoa. Pero hay perspectivas más críticas, especialmente de los huérfanos cuyos padres fueron asesinados el 27 de mayo de 1977, una purga ayudada por cubanos que llevó a la muerte de más de 30 000 miembros del MPLA, incluidos Sita Valles y José Van Dunem, padres de Che Van Dunem, que hoy en día vive en Lisboa.
Hoy hay una presencia innegable de cubanos en Angola, por ejemplo, tienen un control casi exclusivo del sistema de distribución de agua potable, dirigen algunas de las mejores clínicas médicas y enseñan en escuelas de ingeniería. Algunos han hecho de Angola su hogar, especialmente los cubanos negros que se sienten más en casa allí que en los Estados Unidos. Otros ven a Angola como un “trampolín” hacia Europa o Estados Unidos. Otros son trabajadores braceros, bajo contratos gubernamentales en los que el gobierno angolano paga al cubano una buena cantidad y, en cambio, los trabajadores reciben un pequeño porcentaje. A estos, a quienes se llaman “soldados en tiempos de paz”, a pesar de la continuada retórica de solidaridad, se les prohíbe estrictamente desarrollar relaciones estrechas con los angolanos, y se espera que regresen a Cuba después de que presten sus servicios.
En Luanda visite el Museo de Nacional de Esclavitud y mirando al Atlántico hacia al oeste me conmovió pensar que algunos de mis antepasados fueron captados, encadenados y forzados en barcos que los llevarían a una isla lejos de su suelo natal y convertidos en propiedad privada. En esa isla una de esas mujeres esclavizadas llamada Carlota se rebeló. Hoy en día no es solamente su legado el que se conmemora en otro museo, uno pequeño, a unos quince kilómetros de Matanzas, Cuba, en lo que hace casi dos siglos fue un ingenio azucarero llamado Triunvirato, sino también el de la Operación Carlota. Y aunque una estatua de ella de estilo realismo socialista de gran tamaño aparece en medio de un campo, la historia que domina es la de la operación. Su historia marginalizada por la de una historia militar masculina.
La casa del dueño del ingenio ha sido restaurada y se exhiben fotos en blanco y negro de la guerra en las distintas habitaciones. Están encerradas en pequeños estantes de vidrio que realmente no pueden proteger contra la humedad de los trópicos, por lo que muchas se pliegan en las esquinas. Las armas militares y el equipo de artillería se exhiben en el interior y por todo el patio. Pegada a la pared está la lista oficial de los nombres de los muertos en Angola. El director comentó que ha ha venido gente y al revisar cuidadosamente la lista no han encontrado el nombre de su hijo, tío, esposo o padre. La lista no está completa. La lista de generales que sirvieron en Angola tampoco. No incluye al general Arnaldo Ochoa. Este museo de escasos recursos ha sido el único sitio designado para conmemorar los sacrificios de más de 450 000 cubanos y sus familias. Las naciones a menudo tratan de olvidar las guerras, pero el gobierno cubano nunca reconoció realmente la profundidad del impacto de la guerra sobre las familias y la sociedad cubana. Sus secretos están profundamente enterrados en las intimidades de los recuerdos individuales de los veteranos, muchos de los cuales han emigrado a otros lugares.
Los centros de veteranos en toda la isla están abandonados y los aumentos simbólicos a las pensiones otorgados a los veteranos el año pasado como muestra de reconocimiento por sus servicios no comienzan a abordar la pregunta más difícil que muchos hacen. ¿Por qué Cuba tuvo que involucrarse en una guerra al otro lado del Atlántico que no tenía nada que ver con sus vidas? Esto no era realmente una forma de pagar la deuda de la esclavitud después de todo, Cuba nunca propició la esclavitud, España sí. Y si el gobierno se tomara en serio el legado de la esclavitud, me dijo un colega cubano negro, debería comenzar con reparaciones para los negros en la isla. Y tampoco podía haber solidaridad, cuando se les advertía a los soldados que no podían confiar en los angolanos. Muchos veteranos cubanos ven la guerra civil angolana como una que logró poco más allá del enriquecimiento personal de los oficiales angolanos y cubanos.
Han pasado cincuenta años desde que los primeros cargueros iniciaron los viajes transatlánticos hacia el este llevando secretamente a los cubanos a Angola. Muchos veteranos en la isla y en la diáspora ya no tienen miedo de hacer estas preguntas y quieren compartir sus historias. Las experiencias de Carlos Pedre Pentón en Angola finalmente lo llevaron al exilio. Aquí comenzó a reunir a los veteranos de guerra para hablar, reconocer las heridas emocionales que llevan, compartir sus recuerdos y escribir sus historias tal como las vivieron, no como fueron narradas por la historia oficial. Finalmente surgió un libro, lo tituló La guerra innecesaria. Carlos es uno de los cincuenta cubanos que ha compartido sus recuerdos de Angola con nosotros, esperamos seguir su práctica de crear espacios en los que los veteranos y sus familiares puedan compartir sus recuerdos y así crear una representación más históricamente precisa y democrática del pasado.







