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Fanon y Cuba: el desencuentro

Las reservas de Fanon para con la Revolución cubana tuvieron su origen en ese desdoblamiento de Fidel Castro ante sus ojos. Por un lado, era el líder de un proceso de liberación nacional, que recuperaba una soberanía perdida o limitada, pero, por el otro, un aliado de Moscú, en plena Guerra Fría, que hacía avanzar los intereses del bloque soviético en el Tercer Mundo.

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Varias veces hemos comentado la paradoja de que un pensador ya centenario como Frantz Fanon (1925-1961), con ideas que tanto sintonizaron con la izquierda radical nacionalista y antiimperialista, a la manera del Che Guevara, hubiera mostrado, en sus escritos de 1959 a 1961, año de su muerte, tan poco entusiasmo por la Revolución cubana.

Sartre, por ejemplo, que prologó y, de algún modo, “tradujo” Le Damnés de la terre para la edición de Francois Maspero, en 1961, se identificó con la Revolución cubana más que el pensador negro, martiniqueño y argelino. Incluso en textos posteriores a 1959, como los reunidos en Por la revolución africana (1964), libro que lamentablemente se lee menos que otros suyos, Fanon se refiere a Cuba sin acreditar el cambio que la Revolución está produciendo en la isla y en la región.

La explicación tal vez se encuentre en un par de pasajes de Los condenados de la tierra, en los que Fanon se refiere directamente a Castro. En un momento de su gran ensayo, Fanon alude al hecho de que las delegaciones de los países del Tercer Mundo, reunidas en la ONU en septiembre de 1960, no se extrañan de que Castro aparezca con uniforme militar en la tribuna de la Asamblea General. Para Fanon, no hay mayor extrañeza ante el atuendo del líder cubano porque la guerra se ha vuelto, para los países subdesarrollados, parte constitutiva de la realidad. La guerra no es la excepción, sino la regla, el modo de vida de los pueblos colonizados y el uniforme simboliza la procedencia y la asunción de una realidad bárbara: “Lo mismo que Castro al acudir a la ONU con uniforme militar, no escandaliza a los países subdesarrollados. Lo que demuestra Castro es que tiene conciencia de la existencia de un régimen persistente de violencia. Lo sorprendente es que no haya entrado en la ONU con su ametralladora. ¿Se habrían opuesto quizás? Las sublevaciones, los actos desesperados, los grupos armados con cuchillos o hachas encuentran su nacionalidad en la lucha implacable que enfrenta mutuamente al capitalismo y al socialismo”.

Pero Fanon no desconocía que la polarización de la Guerra Fría había creado un bloque comunista antagónico, que detentaba una hegemonía en su territorio, que tampoco se avenía con los intereses de las naciones colonizadas del Tercer Mundo, especialmente, las africanas. Como el Guevara posterior a 1962, Fanon fue crítico de Moscú y de la política de los partidos comunistas europeos, sobre todo del francés, frente a la cuestión argelina y de la descolonización africana, en general. Es ahí donde aparece la mayor discordancia de Fanon con el proyecto cubano: para el intelectual descolonizador, la lógica binaria de la Guerra Fría es parte del aparato político y simbólico del orden colonial. Es por ello que, en otro momento de Los condenados de la tierra se refiere, críticamente, a la protección nuclear de Cuba por parte de los soviéticos, que concibió la dirigencia cubana desde 1960, por lo menos: “No puede afirmarse que solo la demagogia explica el súbito interés de los grandes por los pequeños problemas de las regiones subdesarrolladas. Cada rebelión, cada sedición en el Tercer Mundo se inserta en el marco de la Guerra Fría. Dos hombres son apaleados en Salisbury y todo un bloque se conmueve, habla de esos hombres y, con motivo de ese apaleamiento plantea el problema particular de Rodesia –ligándolo al conjunto de África y a la totalidad de los hombres colonizados–. Pero el otro bloque mide igualmente, por la amplitud de la campaña realizada, las debilidades locales de su sistema. Los pueblos colonizados se dan cuenta de que ningún clan se desinteresa de los indigentes locales. Dejan de limitarse a sus horizontes regionales, inmersos como están en esa atmósfera de agitación universal. Cuando, cada tres meses, nos enteramos de que la 6ª o la 7ª flota se dirige hacia tal o cual costa, cuando Kruschev amenaza con salvar a Castro mediante cohetes, cuando Kennedy, a propósito de Laos, decide recurrir a las soluciones extremas, el colonizado o el recién independizado tiene la impresión de que, de buen o mal grado, se ve arrastrado a una especie de marcha desenfrenada”.

Las reservas de Fanon para con la Revolución cubana tuvieron su origen en ese desdoblamiento de Fidel Castro ante sus ojos. Por un lado, Castro era el líder de un proceso de liberación nacional, que recuperaba una soberanía perdida o limitada. Pero, por el otro, Castro era un aliado de Moscú, en plena Guerra Fría, que hacía avanzar los intereses del bloque soviético en el Tercer Mundo. El primer Castro era un actor fundamental del proceso descolonizador con el que Fanon se había comprometido desde principios de los años cincuenta, cuando recién graduado de psiquiatría en Lyon, se instala en un hospital para enfermos mentales en Argelia. Pero el segundo era parte del mismo sistema colonial de la Guerra Fría, que no excluía la política global del bloque soviético y de los partidos comunistas leales a Moscú y al “marxismo-leninismo”.[1]

La clave de la distancia de la mirada fanoniana sobre la Revolución cubana radica, como en E. P. Thompson y otros marxistas críticos de la Nueva Izquierda, en la percepción de que el acople con el bloque soviético a la vez que restaba originalidad al socialismo cubano, le impedía ejercer una solidaridad autónoma con la descolonización africana.

Como es sabido, entre 1964 y 1965, el Che Guevara intentó acortar esas distancias en sus periplos africanos. Junto con un modelo específico de dirección de la economía nacional, diferente al soviético y que generó múltiples resistencias dentro del gobierno, el Che Guevara legó a la dirigencia de la isla toda una estrategia de intervención en los procesos de descolonización de África, que lo mismo recurría a la diplomacia que a la guerrilla. A diferencia del modelo de dirección económica, que muy pronto sería desechado por el gobierno de la isla, la política de apoyo a la descolonización africana se extendería hasta los años ochenta.

Entre fines de 1964 y principios de 1965, Guevara viajó por Argelia, Mali, el Congo, Guinea, Ghana, Dahomey, Tanzania y se entrevistó con el argelino Ben Bella, el egipcio Gamal Abdel Nasser, el ghanés Kwane Nkrumah, el tanzano Julius Nyerere, el congolés Massamba Débat y hasta con el nuevo líder del Movimiento para la Liberación de Angola, Agostinho Neto. En uno de esos viajes, Guevara se reunió, también, con Josie Fanon, la viuda del marxista martiniqueño, que había muerto unos años antes en Washington, y reiteróen Révolution Africaine, la publicación que ella dirigía, ideas muy similares a las de Fanon en Les Damnés de la terre.

El involucramiento de Guevara en esos procesos tenía, además de la sintonía ideológica, un origen intelectual que muchas veces escapa a sus estudiosos y es que el argentino era, tal vez, el único de los máximos líderes de la Revolución que hablaba y leía francés. En el Archivo del Fondo de Cultura Económica, en la ciudad de México, en los legajos correspondientes al argentino Arnaldo Orfila Reynal, director de esa institución a principios de los sesenta, hay varias evidencias del interés de Guevara en la traducción al español de Los condenados de la tierra, con el célebre prólogo de Jean Paul Sartre.

La traducción, como es sabido, fue encargada por Enrique González Pedrero, colaborador de Orfila Reynal, a su esposa, la escritora cubana Julieta Campos, y el libro tuvo dos ediciones, una en 1963 y otra en 1965. En los papeles de Orfila en el archivo del FCE, hay comunicaciones de Carlos Fuentes y Enrique González Pedrero que informan del interés de Raúl Roa Kourí, hijo del canciller, por entonces ubicado en la embajada de Cuba en México, en enviar ejemplares de la edición en español de Los condenados de la tierra a La Habana. Al final, como ha observado el filósofo cubano Félix Valdés García, la editorial Venceremos reprodujo la traducción de Campos en 1965 y Ediciones Revolucionarias reimprimió los ensayos de Por la revolución africana de 1966.

La conexión entre las guerrillas latinoamericanas y la descolonización africana y asiática, propiciada por la Revolución cubana, fue, en buena medida, el punto de partida de la creación de organizaciones como la OSPAAAL (Organización de Solidaridad de los Pueblos de África, Asia y América Latina), que celebró su primera reunión en La Habana, en enero de 1966. Guevara, que por entonces estaba recluido en una residencia en Dar es-Salam, tras el fracaso de la guerrilla del Congo y a la espera de un traslado a Praga, entendió la creación de ese organismo como una confirmación de sus ideas.

El mensaje de Guevara a la Tricontinental, dado a conocer en abril de 1967, mientras combatía en Bolivia, aunque escrito meses antes, no citaba a Fanon, pero en su reseña de la situación africana aludía a una “virginidad” en el proceso colonial africano, que recuerda algunos momentos de Los condenados de la tierra. Guevara distinguía la situación de la descolonización de enclaves portugueses como Guinea, Mozambique y Angola, donde veía avances, de la del Congo, Rodesia y Sudáfrica, con el apartheid, donde observaba retrocesos. Pero intuía, como Fanon, que no era suficiente la descolonización para dejar atrás el periodo colonial: “se advierte entonces que el maniqueísmo primario que regía la sociedad colonial se conserva intacto en el periodo de descolonización”.

De manera que la limitada recepción de Fanon en Cuba se produjo en el momento más claramente guevarista de la Revolución cubana, entre 1966 y 1968. Tras la superación de aquel lapso guevarista y la adopción de una política de integración al bloque soviético, las ideas de Fanon, críticas con los “dos imperialismos de la Guerra Fría”, en la misma línea del discurso de Guevara en Argel, se volvieron un obstáculo para la sovietización del socialismo cubano.

En Leer a Fanon 50 años después (2016), el estudioso cubano Félix Valdés García asegura que desde los setenta el pensador descolonizador “dejó de formar parte de las lecturas de Filosofía de la Universidad de La Habana”.[2] El mexicano Jaime Ortega Reyna sostiene, por su parte, que “en Cuba se tendió a olvidar el pensamiento de Fanon, sobre todo, su ánimo descolonizador”.[3]

Como sugiere Ortega, el tardío gesto de Fernández Retamar y otros de asimilar a Fanon a la tradición revolucionaria de José Martí producía un blanqueamiento de la radical descolonización fanoniana por medio del republicanismo martiano. En cualquier acercamiento a Fanon, desde la tradición intelectual de descolonización hispanoamericana del siglo XIX, el republicanismo aparece como núcleo de difícil asimilación. Cualquier otra aproximación desde el marxismo latinoamericano de la Guerra Fría tiene la dificultad de rechazar, por lo general, la tesis de los dos imperialismos que compartieron Fanon y Guevara.[4]

Se olvida a conveniencia el punto clave de aquel desencuentro: el 20 de septiembre de 1973, en una reunión del Movimiento de los No Alineados, en Argel, Fidel Castro propuso una refutación del famoso discurso de Guevara, en esa misma ciudad, una década atrás. La URSS no era una potencia imperialista sino una nación solidaria y su apoyo al Tercer Mundo era resuelto y profundo. Las críticas a ese apoyo, por parte de líderes de la Nueva Izquierda, como Fanon y Guevara, regalaban armas al revisionismo de izquierda, cómplice de la guerra imperialista.

En The Rebel’s Clinic (2024), la brillante biografía de Frantz Fanon, escrita por Adam Shatz,[5] se confirma el rechazo que el psiquiatra y revolucionario martiniqueño y argelino sintió por aquella lógica de la Guerra Fría que implicaba la alianza con el bloque soviético como vía única hacia la descolonización. Su vínculo con el anticomunista angolano Holden Roberto se inscribe en esa misma heterodoxia. El desencuentro de Fanon con Cuba era una extensión de su propio desencuentro con el Partido Comunista francés y la izquierda prosoviética de Europa que, a su juicio, no podían entender la descolonización por fuera de la racionalidad binaria


Notas:

[1] Cfr. Rafael Rojas, Fighting over Fidel. The New York Intellectuals and the Cuban Revolution, Princeton University Press, 2017.

[2] Félix Valdés García (ed): Leer a Fanon medio siglo después, Clacso/ Ruth Editorial, Buenos Aires, 2017.

[3] Jaime Ortega Reyna, “La revolución imaginada. Itinerarios de la recepción de Frantz Fanon en América Latina y el Caribe”, en Mario Rufer, La colonialidad y sus nombres: conceptos clave, Clacso Buenos Aires, 2023.

[4] Cfr. Claudia Zapata, Lucía Stecher y Elena Oliva, Frantz Fanon desde América Latina: lecturas contemporáneas de un pensador del siglo XX, Corregidor, Buenos Aires, 2013.

[5] Adam Shatz: The Rebel’s Clinic. The Revolutionary Lives of Frantz Fanon, Farrar, Strauss, and Goriux, New York, 2024.

RAFAEL ROJAS
RAFAEL ROJAS
Rafael Rojas (Santa Clara, Cuba, 1965). Es historiador y ensayista. Licenciado en Filosofía por la Universidad de La Habana, y doctor en Historia por El Colegio de México. Es colaborador habitual de la revista Letras Libres y el diario El País, y es miembro del consejo editorial de la revista Istor del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE). Ha publicado los libros: Un banquete canónico (2000), Revolución, disidencias y exilio intelectual cubano (2006), La vanguardia peregrina. El escritor cubano, la tradición y el exilio (2013), entre otros. Desde julio de 2019 ocupa la silla 11 de la Academia Mexicana de la Historia.

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