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Tarifazo y protesta estudiantil en Cuba: la gota que colmó el vaso

La protesta estudiantil ha demostrado ya que la sociedad cubana no está muerta, soportando lánguidamente la larga cadena de atropellos y precarización sostenida, que debería ser reconocida como evidencia de que no hay, a pesar del discurso, una intención real de conservar cuotas de equidad social.

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El régimen cubano ha entrado en los últimos años en una espiral de la que no logra escapar y, al parecer, tampoco es que tenga deseo alguno de hacerlo.[1] Como respuesta al ciclo de contestación cívica iniciado en 2018, que tiene al acuartelamiento de San Isidro, el 27N (2020) y las manifestaciones del 11 de julio de 2021 entre sus hitos relevantes, el Estado cubano ha activado su aparato represivo de una forma no solo desproporcionada sino ciega, en tanto este aparece como la única manera de sostener un orden económico, social y político cada vez más segregacionista, desigual y predatorio. Ello significa que, sin importarle ya los impactos en la vida cotidiana de millones de personas, apuesta por extraer de una población dividida entre la isla y su diáspora, todo lo que necesita para mantenerse sobreviviendo como grupo privilegiado. Así, abre tiendas en dólares aunque no se paga en dólares, supermercados online para que cubanos en el exterior compren a altos precios comida para sus familiares y amigos dentro de la isla, y construye hoteles para un turismo inexistente, todo sin lograr resolver problemas tan elementales como el de la corriente eléctrica, en un país donde 14 o 20 horas sin electricidad se han convertido en algo normal.

La dinámica puramente extractivista de un régimen así, también intenta sostenerse con propaganda, pero la propaganda ha perdido de tal forma el sentido que, frente a la justificación del “bloqueo”, muchos cubanos suelen responder, sin ganas de entrar en más detalles: “el bloqueo… ¿y los hoteles? ¿y los privilegios de los políticos y sus hijos y nietos? ¿a esos no les afecta el bloqueo?”. Esa misma clase parásita que ocupa hoy el gobierno cubano ha de saber bien cómo les percibe la gente: están enajenados, pero no son tontos. Más bien han elegido hacer como que no se enteran. Pero la prueba de que lo saben es que, sin cesar de producir propaganda vacía y hueca, refuerzan la represión a la vez que afianzan el esquema extractivista. Y como suele suceder, se le puede apretar mucho el cuello a la víctima, pero hay un límite. Aunque parezca no haberlo, hay un límite.

El límite al aguante –el cual el régimen ha insistido en renombrar como “resistencia creativa”– parece haber sido alcanzado con el tarifazo, un aumento del precio de la conexión a internet, por parte del monopolio de comunicaciones ETECSA, propiedad del Estado cubano. El tarifazo se compone de dos partes complementarias; una, la limitación del acceso a los datos móviles a 6 gigas, con un costo de 360 pesos en moneda nacional. La segunda, el pago de paquetes en dólares a partir de esos 6 gigas. El Estado cubano –vía ETECSA– parece atender así dos problemas complementarios: limita el acceso al último reducto relativamente libre para informarse, opinar, distraerse, estudiar, comunicarse con la familia e incluso coordinarse para asistencia humanitaria, y refuerza la extracción de dólares de la diáspora y el exilio. El esquema no es nuevo, pero con el tarifazo alcanza su expresión más terminada al combinar en una misma regulación ambas dinámicas: el control para la Cuba del interior y el extractivismo de la Cuba del exterior.

Desde el primer momento, el tarifazo fue recibido con molestia. Fue, quizás, la gota que colmó el vaso. La reacción de los estudiantes cubanos dio a esa molestia una forma particular que, apenas una semana después de iniciada, se ha convertido ya en una protesta estudiantil en la que el sentir de los universitarios acompaña y carga consigo el de una sociedad maltratada hasta el tuétano.

Lo sucedido hasta ahora pudiera parecer no muy significativo para quienes han participado en movilizaciones estudiantiles en contextos liberales y neoliberales, pero para un contexto totalitario y en particular para las condiciones presente de Cuba, con un cierre total del espacio cívico, se trata de un parteaguas. Una articulación incipiente de estudiantes apoyados en las estructuras de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), comenzó a mostrar su descuerdo a través de declaraciones y comunicados, reuniones con autoridades (universitarias, de gobierno y de la propia ETECSA), agrupación a través de espacios virtuales en redes sociales, y un llamado al paro estudiantil.

Las medidas se anunciaron el día 30 de mayo y, al día siguiente, comenzaron a aparecer las primeras cartas expresando inconformidad. La primera a nombre del Consejo de la FEU de la Universidad de Matemática y Computación. A ella siguieron el mismo día las de la Facultad de Psicología y la Facultad de Comunicación, de la Universidad de la Habana, y la de Medios de Comunicación Audiovisual de la Universidad de las Artes (FAMCA-ISA). Las cartas argumentaban la necesidad del internet para el proceso de aprendizaje y apelaban al derecho a la información. El 2 de junio, la presidenta ejecutiva de ETECSA anunciaba en el programa Mesa Redonda de la televisión nacional que se habilitaría un segundo plan de 6 GB por 360 pesos para estudiantes, acceso gratuito a sitios educativos y de información y mayor acceso a plataformas nacionales (como correo Nauta). Sin embargo, la respuesta frente a los beneficios ofrecidos fue reivindicar que el problema no afectaba únicamente a los estudiantes, sino a diversos sectores de la sociedad, e insistir en que la solución debía ser general y consultada, tal y como expresa una carta del Consejo FEU y Comité UJC de la CUJAE del día 3 de junio.

Para entonces ya estaban ocurriendo reuniones en las facultades en las cuales miembros de la FEU, la UJC; el PCC, las autoridades universitarias y directivos de ETECSA intercambiaban con los estudiantes. Una de ellas, en la Universidad de Ciencias Médicas de la Universidad de Cienfuegos, dio lugar a un posicionamiento del grupo estudiantil independiente Trinchera Estudiantil: “Rechazamos plenamente estas [medidas en respuesta a las inquietudes de los universitarios] por considerarles insuficientes y que sólo toman en cuenta a los estudiantes, excluyendo al resto de sectores de nuestra sociedad.”

El 4 de junio, los estudiantes de la Facultad de Matemática y Computación de la Universidad de la Habana anunciaron un paro que fue secundado por la Facultad de Filosofía, Historia, Sociología y Trabajo Social. El 8 de junio, un grupo de estudiantes de Historia del Arte (más de 50%, según su propia declaración) de la Facultad de Artes y Letras anunció que, de no obtener respuestas concretas a las demandas de las facultades, se sumarían al paro el 13 de junio. El día 6, la Facultad de Derecho de la Universidad de Holguín presentó una demanda ante ETECSA por incumplimiento de contrato. Un comunicado de la propia Facultad de Matemática anunció este 9 de junio que se retiraban del paro para pensar “una forma de manifestar nuestra inconformidad y preocupación que no afecte directamente la docencia”.

Del repertorio de acción utilizado hasta ahora, destaca el hecho de que, al menos en el momento inicial, nació del espacio organizativo existente dentro de las universidades cubanas: la Federación Estudiantil Universitaria. Aunque la FEU nació mucho antes de la toma revolucionaria de 1959 (en 1922 bajo el liderazgo de Julio Antonio Mella), es a partir de esa fecha que toma la forma que tiene hasta el presente, reconvertida en una organización más plegada a la ideología del régimen político imperante que a los reclamos estudiantiles. Con todo y ello, el hecho de que la FEU es la única organización existente para canalizar los reclamos estudiantiles, vuelve inevitable que ese y no otro haya sido el punto de partida.

Sin embargo, es notable que a pesar de la intención de la dirección nacional de la FEU de hablar a nombre del conjunto de los estudiantes universitarios, tal pretensión ha sido cuestionada de maneras más o menos radicales, pero lo suficiente como para producir quiebres entre los diferentes niveles (nacional, provincial, de universidades y facultades al interior de las universidades). El nacimiento de Trinchera Estudiantil, una agrupación independiente de estudiantes de la Universidad de Ciencias Médicas de Cienfuegos que de forma explícita no se identifica con la FEU, es el ejemplo más claro, pero lo son también las críticas al presidente nacional Ricardo Rodríguez González e incluso la demanda de su renuncia. En el instituto Superior de Diseño Industrial (ISDi), también se pide la renuncia del decano, por maltratos a los estudiantes en una de las asambleas realizadas para discutir los reclamos.

Resulta también revelador el llamado al paro estudiantil. Aunque esta es una forma de acción colectiva recurrente en conflictos universitarios, en el caso presente opera como un escape de los intentos de capturar el descontento y reconducirlo a los canales tradicionales. Esos canales tradicionales, que privilegian los espacios de intercambio y diálogo, son siempre susceptibles de servir como escenarios de dilación y disolución del conflicto, sin que los interpelados (ETECSA, en primer lugar, y el propio gobierno cubano) tengan que ceder a sus intenciones iniciales. Por ello, aunque la consulta, el diálogo e incluso la colaboración directa sean demandas de los propios estudiantes, la materialización de tales demandas sigue ubicándose en un espacio controlable. Las reuniones entre estudiantes y autoridades han dado lugar a una propuesta de analizar y proponer vías alternas de solución a la crisis financiera de ETECSA que no pasen por afectar a los consumidores. Para ello se aprobó conformar un grupo multidisciplinario, a solicitud de estudiantes y profesores de ocho facultades de la Universidad de la Habana. No hay garantía alguna de que tal conformación conduzca a una solución puesto que la premisa –la crisis financiera de ETECSA y su interpretación como empresa estatal socialista que se debe por tanto a los principios de redistribución y justicia– sigue intacta. Y sería conveniente cuestionar tales premisas en lugar de darles el lugar de una asunción inamovible. Además, la naturaleza de este grupo tiende a disolver el conflicto, puesto que demandante (estudiantes) y demandado (ETECSA) asumen el rol de colaboradores y no de contrarios en una disputa asimétrica.

Un paro estudiantil escapa de esa dinámica. Se trata de una forma pacífica de desobediencia civil que, si bien no rechaza a priori otras formas más dialógicas, sí establece una ruptura y se posiciona firmemente en la demanda y la exigencia. Como forma de acción colectiva, los paros estudiantiles enfrentan siempre el desafío de que, si no son asumidos por una mayoría, dejan el camino abierto a represalias individuales o de pequeños grupos. El momento del cierre del curso añade a esta problemática propia una dificultad adicional. No se conoce todavía si los demás grupos favorables al paro asumirán la misma posición de Matemática y Computación (abandonarlo), pero es muy probable que ello suceda.

Por tanto, la propuesta de creación de un grupo multidisciplinario para trabajar de conjunto con ETECSA parece haber tomado el lugar protagónico como forma de continuidad del conflicto. Es posible que, sin la presión adicional de un paro estudiantil u otras formas más disruptivas de protesta, el conflicto mismo se disuelva al transformarse en una colaboración entre estudiantes, autoridades y técnicos. Esto no debe suponerse, por otra parte, completamente inútil. Haber llegado a ese punto fue solo posible gracias a la presión sostenida de los estudiantes, a la insistencia de que no hablaban como grupo privilegiado sino a nombre de otros sectores sociales y, por extensión, de la sociedad toda, y a la muy incipiente pero presente intención de organizarse al margen de la FEU, una organización con una larga tradición de lucha universitaria antes de 1959 pero estructuralmente incapaz, en el presente, de romper con la filiación ideológica del Partido Comunista y sus mecanismos de imposición y control.

Esa tradición ha proveído, de forma incipiente, de un lenguaje y principios muy generales a una protesta que demanda el derecho a la información, reniega del intento estatal de hacer pagar a la sociedad toda por la ineficacia económica de las empresas de su gobierno, y se reivindica como una fuerza protagónica en la transformación social urgente e inevitable del país. Los comunicados emitidos hasta ahora –cerca de 40, de varias universidades del país– se ubican mayormente en un espacio retórico que les permite ser reconocidos como agentes plenos (la revolución, la justicia social, etc), en un contexto mediático en el que la propaganda oficial insiste en los viejos tropos de la manipulación y la injerencia. En algunos casos, ese lenguaje de ubicación dentro de un espacio retórico legitimado ha ido en la dirección contraria de la conexión que la incipiente articulación estudiantil ha intentado construir con los reclamos del resto de la sociedad, como sucede en la declaración de principios del estudiantado de cuarto año de la Facultad de Ingeniería en Telecomunicaciones y electrónica (FITE) de la CUJAE, fechada el 6 de junio, que se desmarca de los manifestantes del 11J.

Hasta este punto, la protesta estudiantil ha demostrado ya que la sociedad cubana no está muerta, soportando lánguidamente la larga cadena de atropellos y precarización sostenida que, en buena medida, debería ser reconocida como evidencia de que no hay, a pesar del discurso, una intención real de conservar cuotas de equidad social o priorizar las necesidades y los derechos básicos de la población. Se trata de una sociedad que sobrevive en las peores condiciones sin tener además formas permitidas de manifestación de su creciente descontento. Las protestas estudiantiles no llegan a expresar explícitamente ese quiebre fundamental entre el gobierno y la sociedad, pero la reivindicación de que la ineficacia de ETECSA no puede ser pagada por cubanos y cubanas a ambos lados de la frontera territorial, lo contiene. Y ha mostrado que hay un sector que se autorreconoce como protagonista de un cambio inevitable, el de los estudiantes universitarios. Se trata de un sector que tiene dilemas y desafíos propios y, dentro de ellos, formas propias de empujar los límites de aquello que es reconducible. Y los límites no separan únicamente el espacio de la protesta del espacio de la cooptación, sino el espacio de la protesta del espacio de la represión. Además de no ser el sistema socialista, como repite la propaganda estatal, víctima de factores externos (el “bloqueo”) que lo han obligado contra su propia voluntad a explotar a los cubanos en un esquema segregacionista y extractivista, el Estado cubano tampoco es el aparato dialógico y comprensivo que pretende hacer creer. Accede al diálogo en la medida en que sirva para contener el descontento, pero se apresta a aplicar medidas represivas cuando el descontento no puede ser contenido. Los reportes del 8 de junio sobre presiones a estudiantes de la CUJAE en la Habana y de la Universidad de las Villas dan cuenta de la disposición al uso de estrategias represivas tanto de intimidación como de castigo.

En un contexto así, del cual cubanos y cubanas son cada vez más agudamente conscientes, las protestas estudiantiles hasta este punto constituyen un punto de disrupción de la normalidad totalitaria, incluso si ocurre el escenario de que sean reconducidas a la colaboración y aceptación de las premisas de ETECSA y el Estado cubano. Tal disrupción ha quedado claramente expresada al menos en cuatro formas: la primera, el cuestionamiento directo de la dirección nacional de la FEU, en particular a la figura de su presidente, y el cuestionamiento a la capacidad misma de la FEU de operar como un canal legítimo para la organización estudiantil, produciendo pequeños pero significativos intentos de articularse al margen. La segunda, ligada a la primera, la organización a partir de las facultades, una escala que pone en evidencia el fracaso de la estrategia de hablar de un conjunto diverso como si se tratara de una entidad monolítica –que fue el primer intento y también el primer fracaso de la FEU nacional–, generando una cartografía nacional de la protesta. La tercera, la propuesta de realizar un paro estudiantil, proponiendo un tipo de acción que no puede ser capturada por la maquinaria y la cooptación del régimen, y que resuena con formas de resistencia cívica marcadas por la renuncia a la participación en las lógicas y la reproducción de la opresión. La cuarta, la negación a ser tratados como un grupo especial cuyo descontento puede ser reducido con prebendas y beneficios particulares, reconociendo así que sus demandas son las de toda la sociedad.

Corresponde de manera protagónica a los estudiantes definir el rumbo futuro de la protesta, y hacerlo en un contexto muy complicado en el que cada pequeño gesto tiene implicaciones gigantescas porque habla del mal mayor: el régimen totalitario bajo cuya bota vivimos, lo mismo si estamos dentro o fuera, cerca o lejos. Si hay algo que salvar, no es la revolución o la unidad; tales cosas no existen hace mucho tiempo; lo que hay que salvar es la posibilidad de tener vida dentro de un país que es de todos, y no de la cúpula parásita que lo gobierna. Los estudiantes cubanos han aportado a esa lucha desde donde saben, pueden, e innovando aún más allá. Ello llama al agradecimiento pero también a un acompañamiento que vele a la vez por la integridad física de los estudiantes, que visibilice sus reclamos, y que contribuya a conectarlos con el resto de reclamos de la sociedad cubana.

Nadie puede saber cuál es la gota que colma el vaso; ni el gobierno, ni sus opositores, ni los científicos sociales y sus famosas proyecciones de escenarios. La diferencia entre quienes detentan el poder y quienes se le oponen, es que entre quienes soñamos que habrá una Cuba libre del yugo totalitario solemos intuir que la imposición no puede ser para siempre, un poco porque “no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista” y otro porque la experiencia histórica demuestra que las caídas de los regímenes de opresión han sido siempre así, resultado de una larga acumulación de oprobios y tanteos liberadores, y de una emergencia súbita de la rabia. El régimen, sin embargo, cree o sigue la inercia de hacer como que cree –porque ni puede ni sabe ni quiere detenerse– que si aplica suficiente fuerza represiva impedirá la emergencia del descontento tanto tiempo contenido. En eso muestra su enajenación raigal, tanto como su incapacidad para ofrecer salida viable. Lo demostró cabalmente cuando impuso una medida no solo impopular sino directamente segregacionista y explotadora; lo sigue demostrando cuando frente a los reclamos estudiantiles, responde una y otra vez con el mismo discurso: necesitamos dólares, y es el pueblo cubano quien debe dárnoslos, abriendo cada vez más la brecha entre ese pueblo en nombre del cual pretenden hablar, y la cúpula inepta y criminal que pretende gobernar el país.


Notas:

[1] El presente texto se basó en los comunicados emitidos por diversas facultades del país entre el 31 de mayo y el 9 de junio, y remite a acontecimientos dentro de ese rango de tiempo. Al tratarse de sucesos en desarrollo, las dinámicas referidas pueden cambiar o conducir a otras formas de acción.

HILDA LANDROVE
HILDA LANDROVE
Hilda Landrove. Investigadora, ensayista y promotora cultural cubana radicada en México. Se ha dedicado durante años al emprendimiento social y cultural, y más recientemente a la investigación académica en temas de antropología política. Es Dra. en Estudios Mesoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Entre sus principales líneas de investigación se encuentran la acción política en contextos cerrados, los movimientos políticos de los pueblos amerindios y las dinámicas del poder y el contrapoder a través de las disputas narrativas en la esfera pública. Es profesora de Cátedra del Tecnológico de Monterrey (campus Querétaro). Conduce y coordina el podcast Caminero.

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1 comentario

  1. Artículo exacto y lúcido. Se trata de una élite que hoy nada oculta. Su ineptitud y corrupción ahonda lo que nunca desapareció: las diferencias sociales. Con la diferencia de que la ruina del país las ha hecho insoportables.

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