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Cruzar la línea. El primer performance público de Paola Martínez Fiterre en Miami

Siento un placer instantáneo cuando observo la obra de Paola Martínez Fiterre, me reconozco en texturas y episodios, y por supuesto, el pensamiento empieza a moverse, las glándulas se excitan, aunque no quiero hablar de glándulas hoy.

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Ese día llegué al hospital temprano. No tenía sentido llegar demasiado temprano pues a la sala de Cuidados Intensivos no dejan entrar antes de las 8:00 a. m. y tampoco quedarse después de las 8:00 p. m. Aunque uno quiera acompañar a su familiar, no dejan. Me lavé la cabeza y me puse la blusa de rayitas azules que Sarah Bejerano me regaló antes de irse de Miami, porque esa es mi blusa preferida, que se abotona hasta arriba y no aprieta el cuello.

Todos los días fui al hospital así, abotonada, pulcra y elegante, lista para cuando le dieran el alta. Pero ese día había otra razón más: Paola Martínez Fiterre estaba en Miami y haría un performance; y yo vería, si lograba salir del hospital a tiempo, a Paola Martínez Fiterre por primera vez en acción. Mi plan era ir al performance y regresar, para irme al final como siempre cuando se hiciera de noche. En la Calle 7 había neblina y el tráfico parecía tranquilo. Manejaba oyendo mi lista de éxitos, la que hicimos en Barranquilla con Daniela Pabón, Nicole Cecilia y María Paz. El semáforo cambió a verde cuando empezó el piano en la primera estrofa de Jerry Rivera.

El día empezaba, pese a todo lo triste, esperanzador. A las 2:30 pm salí del hospital hacia el Espacio 23, donde Paola Martínez Fiterre ofrecía una muestra de su trabajo, gracias a la residencia de la galería. Ahí vi a personas que no tenía planeado volver a ver tan pronto. Me alegré. Por ahora, creo que el arte es algo así como un sistema de deseo y placer inmediatos, como un sistema de pregunta y respuesta rápidas. No importa si la respuesta es el silencio o es la respuesta equivocada. Siento un placer instantáneo cuando observo la obra de Paola Martínez Fiterre, me reconozco en texturas y episodios, y por supuesto, el pensamiento empieza a moverse, las glándulas se excitan, aunque no quiero hablar de glándulas hoy.

Copiaré pedazos de la conversación que sostuve con Laurie Escobar, una de las organizadoras de la Beca Cintas. Me encontré con Laurie Escobar en uno de los cuartos de la residencia, un espacio que la artista decidió usar como sala de proyección. El acceso a un tipo de privacidad era otro performance. La voluntad de la artista de que el espectador se inmiscuya. En el sofá de la pieza estuvimos Laurie y yo el tiempo que duró la proyección de dos películas, hechas en Miami esa semana: en la primera se veía a Paola cubierta por un enorme papel cartucho que iba tomando la forma del cuerpo de Paola a medida que Paola lo amoldaba; y en la segunda se veía a Paola acostada, con la ciudad al fondo y una enorme piedra sobre su pecho, aplastándole el diafragma y la respiración.

Fue ahí cuando le comenté a Laurie lo que me pasa con Paola, la certeza de saber que se trata de su obra siempre que estoy frente a algo suyo, sin importar el soporte que utilice. Le pregunté a Laurie Escobar si había visto dibujos antiguos de Paola Fiterre y Laurie dijo que no, porque yo al verlos sentí que su sello (aunque lo use para explorar lo brusco, la terquedad y la inconformidad, tanto como lo bello y lo estático) estaba definido desde el principio.

El artista Emanuel Rivas fue el primero en cruzar la línea, con Paola cargada a la altura de su pecho. A pesar de andar en chancletas y de cargarla en brazos como lo haría un hombre común, es decir, un hombre sensible que no puede sustraerse a la tradición del significante “macho”, el gesto solidario de Emanuel rompió el hielo delicadamente, porque se trataba de hacer fluir el performance en la dirección que Paola quería, y por eso, la dirección correcta. Entre risas y complicidad, la línea fue cruzada y empezó el performance. Ella quería que la ayudáramos a cruzar una línea, y que la ayudáramos de cualquier forma posible.

Este año empezó así, cruzando líneas para las que yo no estaba preparada, y creo que nadie está preparado. ¿Cómo atraviesas la línea de la enfermedad? En mi caso ha sido obligatorio no pensar. Cruzar la línea sin pensar, con un saco muy pesado a las espaldas. Sin pensar y sin saber qué pasará al otro lado. Cuando vi el ejercicio no pude ceder al abrazo. En fracciones de segundos me distancié de la realidad y vi a Paola alta, atractiva. Debía aprovechar para abrazarla durante los pocos segundos que durase desplazarnos. Abrazarla sin soltarla, de costado, midiendo los pasos como si fuéramos por un acantilado. La segunda vez simulé atarla por el cuello suavemente, con el pañuelo de la suerte que traje de Cuba, y ahí sí jugué un poco a hacer una metáfora de la necesidad, que implica mucho egoísmo.

El performance de Paola debe haber involucrado a todos los que participaron, porque se siente muy confortable cuando alguien pone su confianza en uno sin pedir nada a cambio. El efecto del extrañamiento primero y de la confianza después. Se trata de un ejercicio que habla del cuerpo, de la limitación y de la confianza. En tiempos de deportaciones y autodeportaciones, cómo cruzamos un límite. Los espectadores ayudaron a Paola a cruzar la línea de las formas más triviales y poéticas: caminando, saltando, bailando, empujando, arrastrando, sosteniendo. Ahora que lo pienso, nadie tuvo realmente miedo, el 25 de abril en El Espacio 23, porque nadie cruzó la línea corriendo, a nadie se le ocurrió huir.

Otra cosa que noto en Paola Fiterre es algo de lo que quisiera escribir y todavía no escribo, algo que la une a otras pocas artistas cubanas, que me gustan y voy anotando, a ver si hago una lista de mujeres. Noto una exploración de la delicadeza, sin que esa delicadeza incurra en la suavidad, como mismo la noto en Alina Águila, Linet Sánchez y Amanda Linares, tal vez incluso en Osy Milián y en cierta zona más reciente, analógica, de la fotografía de Evelyn Sosa. Una composición de la delicadeza. Un delicadísimo ademán.

La clave puede tener que ver con la actividad manual, pero no necesariamente. Desde los títulos, los tamaños, los gestos duros al exprimir un tomate, hasta la manera en que Paola se sienta en el suelo para pedirles a los presentes que la ayuden a cruzar la línea, todo es delicado. Desde sus labios o senos hasta la piedra robada sobre su pecho, todo es delicado. Desde la palabra sola hasta la constancia de la palabra sola, todo es delicado. Por eso terminé haciéndole preguntas, porque nada que yo dijera podría suplir su expresión. Ya lo verán:

¿Cómo se llama el performance y qué le pedías a los espectadores?

El performance aún no tiene nombre. Dirigía al espectador o al aire las siguientes palabras: es muy importante que yo cruce esta línea, porque es muy importante que crucemos líneas.

Tengo entendido que ese día en el Espacio 23 fue la primera vez que lo hacías, ¿es correcto?

Sí, el performance lo pensé en camino de New York a Miami. Cruzando una línea.

¿Cuándo creaste la idea del performance o cuando se te ocurrió que querías hacer algo así y por qué?

En el avión sentada, pensando en todo lo que quería hacer, pensando de más, como siempre. Iba con preocupación de no lograr realizar todo lo que estaba tramando. El contexto de Miami me pedía cruzar líneas.

Un contexto abrumador, también para mí, en muchos sentidos. Te oí decir que no querías que pareciera simple. ¿A ti te pareció simple? ¿Simple significa malo?

Creo que lo que oíste es que no quería que pareciera infantil. En cualquier caso, ni simple ni infantil es malo. Pareció exactamente lo que tenía que parecer. Un intercambio extremadamente extraordinario y personal con extraños (algunos conocidos). Me cuesta mucho explorar los límites, las líneas, las relaciones personales en cualquier contexto. Sin embargo, el performance es un medio demasiado perfecto, ¡que da espacio a que salga todo bien mal o bien bien! Dado el espacio, ayudar a cruzar líneas, de la manera que sea: cargada, arrastrada, empujada, jalada, abrazada, abrazada, todos invitados a mi cuerpo de la manera que mejor entendieran.

Yo quería ayudarte a cruzar la línea, pero en verdad lo que quería era que tú me ayudaras a cruzarla a mí. ¿Por qué cuando nos abrazamos me dijiste que yo era demasiado pequeña?

Cruzar la línea juntas, dos veces. Una vez me abrazaste y otra vez con mucha más confianza me jalaste con un pañuelo, hacia ti, que guiabas el camino. Cuando he usado un pañuelo, así como tú aquel día, ha sido para robarle un beso a alguien. Me pusiste muy nerviosa. Pienso que sí, que la primera vez, abrazadas, nos ayudamos una a la otra a cruzar la línea. Te dije que eras demasiado pequeña porque hemos estado cerca, pero nunca tan cerca como esa vez. Tuve que doblarme para abrazarte y desplazarme contigo. Nunca he tenido mejor noción de tu tamaño, pequeña y gigante. Cariñosa y seductora.

Hubo personas que te ayudaron a cruzar la línea varias veces y otras que te dejaron a la mitad. ¿Qué podría pasar en esa mitad, además de la ambigüedad de no estar en ninguno de los dos lados? ¿Es posible que hubiera un lado que prefirieras?

El único lado que prefería es al que me quisieran llevar. Ser abandonada en el medio no es menos limbo que el estar de un lado o del otro con el propósito de cruzar. Era el medio lo que importaba, la acción de cruzar juntos. Al final, no solo era yo cruzando. Fue un entramado precioso de acompañamiento donde no sé si todos los que cruzaron se dieron cuenta de que no solo era yo la que cruzaba, sino una colaboración entre dos o más personas que cruzaban una línea, ¡porque es muy importante cruzar líneas!

Eres bella y ese día, cruzando la línea numerosas veces, eras más bella aún. ¿Qué importancia le das a la belleza?

A veces más que otras. Ese día no me sentía bella. Quizás por eso me pinté los labios por primera vez para un performance. Yo siempre me quito hasta los aretes, todo lo que hable de vanidad. Pero ese día me pinté los labios de rojo bien rojo para el performance. No sé por qué. La belleza es ahora mismo un espacio de mucha confrontación para mí. Prefiero no dedicarle mucho tiempo. No sé bien ni cómo hablar de ella.

LEGNA RODRÍGUEZ IGLESIAS
LEGNA RODRÍGUEZ IGLESIAS
Legna Rodríguez Iglesias (Camagüey, 1984) Vive en Miami. Autora de las novelas Mayonesa bien brillante (Ediciones Matanzas, 2012), Las analfabetas (Bokeh Press, 2015) y Mi novia preferida fue un bulldog francés (Editorial Alfaguara, 2017). La antología poética I Don’t Believe in Poetry (Alliteration Publishing, 2024) ha sido traducida al inglés por Robin Myers. Crítica madre. Lenguajes de la diáspora en Estados Unidos desde Miami (Rialta Ediciones, 2023) y Princesa Miami (atlas político y de población), (Premio Franz Kafka de Ensayo / Testimonio; Praga, 2024) son sus primeros libros de ensayo y crónica. Ha publicado varios más de cuentos y otros de poesía.

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