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¿Cómo desaparecer a un clásico?: a 60 años de ‘La noche de los asesinos’, de José Triana (II)

El estreno en 1966 de 'La noche de los asesinos', de José Triana, sacudió al teatro cubano en una dimensión completamente inesperada.

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El 19 de enero de 2012, José Triana respondió las preguntas que la investigadora y profesora Lilian Manzor le hiciera en Miami, para preservar en una entrevista grabada en video sus memorias, recuerdos y anécdotas. En ese valioso testimonio, concedido para el Archivo Digital de Teatro Cubano, el autor de La noche de los asesinos recuerda con asombro y bien ganado orgullo el impacto de aquel montaje tras su presentación en el Festival de Teatro de Naciones de París: “La tournée fue una cosa sensacional. ¿Para qué decirte otra cosa? Fue sensacional. Primero: los tres actores estaban extraordinarios. Ada Nocetti*, Myriam Acevedo y Vicente Revuelta hacían maravillas en el escenario. Cada noche era un nuevo estreno de La noche de los asesinos. Fue ovacionada Myriam Acevedo, sus monólogos del segundo acto, cuando ella empieza a juzgar a su hermano. La gente en pie, en la sala del teatro Odéon. Yo no lo quería creer. Me parecía, tú me entiendes, como algo así, muy ajeno a mí. Como una cosa de lejanía, no lo podía creer. Pero yo estaba ahí y yo lo vi”.

Según se sabe, quien propone a Jean-Louis Barrault la obra cubana para integrarla a la cartelera del Festival de Teatro de Naciones fue la delegada francesa al VI Festival de Teatro Latinoamericano, la escritora y dramaturga Simone Benmussa. Gracias a su empeño, como demuestra un artículo de Ana Justina aparecido en La Gaceta de Cuba, ya el equipo del montaje cubana estaba cerrando las maletas para irse a París. Junto a Vicente Revuelta, Myriam Acevedo y Ada Nocetti viajarían, además del autor, el escenógrafo Raúl Oliva y el asistente de dirección Julio Rodríguez. Interrogado por la posible dificultad de la barrera idiomática, Vicente responde que ello no le preocupa, ya que es una dinámica habitual de las grandes compañías europeas presentarse en diversos escenarios sin que la lengua sea un obstáculo: “La única limitación que nos hubiese impedido asistir, el único impedimento, sería la falta de calidad en nuestro trabajo”. Con esa convicción se disponían a presentarse en el Odéon, como parte de la cartelera que correría desde el 26 de junio al 1 de julio de ese 1967, esperando tener una acogida semejante a la obtenida en ese país por el Conjunto de Danza Moderna del Teatro Nacional de Cuba, el Ballet Nacional de Cuba y el Conjunto Folklórico Nacional. Ese artículo de Ana Justina contiene un añadido singular: junto a las respuestas de los intérpretes y el dramaturgo, recoge opiniones de varios creadores acerca de La noche de los asesinos: la propia Benmussa, Isidora Aguirre, Juan Vicente Melo, todas elogiosas; y junto a ellas se añaden unas líneas en las que Juan Larco se disculpa por las críticas hechas al texto de Triana en su reseña de 1965 aparecida en la revista Casa: “Yo agradezco extraordinariamente a la puesta en escena de Vicente Revuelta el haberme echado por tierra todo el andamiaje conceptual en que yo había atrapado a la pieza”.[1]

Para el autor, el viaje tendría efectos definitivos en su vida. Es durante esas presentaciones que conoce a Chantal Dumaine, quien se convertiría en su esposa y quien viajaría en 1968 a La Habana, para unirse a él y vivir juntos la década más sombría de la cultura cubana. Y también es ahí donde recibiría la invitación de la Royal Shakespeare Company para irse a Londres con vistas al estreno de su obra en dicha capital, bajo el título de The Criminals, traducida por Pablo Armando Fernández y Michael Kustow. La pieza sería traducida también al francés y al italiano, y publicada en The Drama Review (volumen 14, número 2, 1970), en un crédito que añadía al de sus traductores el de Adrian Mitchell como adaptador. El montaje británico fue dirigido por Terry Hands, y se ensayó mientras el equipo de los actores seguía su periplo por el continente, contactando con grupos como el Living Theatre o el Piccolo Teatro di Milano. Después de París, la obra pasó al Festival de Avignon, donde ofrecieron once representaciones. Y de ahí siguieron otras plazas: Festival internacional de Venecia, Festival del Joven Teatro de Lieja, Ginebra, Turín, Milán, Florencia, y luego Nápoles y Bari. En cada uno de esos sitios, las funciones obtuvieron altísimos elogios. El periódico Granma se hizo eco del éxito, en una nota publicada el 13 de julio de 1967, que reproducía, entre otros, algunos comentarios de B. Delpech Poirot aparecidos en Le Monde: “En fin de cuentas, es pues a un ejercicio de comediantes a que convida ante todo la pieza y el éxito de este ejercicio debe juzgarse. El éxito aquí es completo. En el surtido de buhardillas en que se sitúan ya todos los ceremoniales teatrales del subconsciente, el director Vicente Revuelta ha alumbrado y ritmado perfectamente, un poco a la manera del argentino [Jorge] Lavelli –muy sabiamente– sus acrobacias pirandellianas”.

París había sido, entonces, el disparo de arrancada a una brillante trayectoria internacional para La noche de los asesinos, catapultada además por los halagos de figuras tan renombradas como Barrault, citado brevemente en la nota que, acompañada por un pliego gráfico, apareció en Conjunto, ya en 1967, dando fe de la prodigiosa acogida que obtuvo el espectáculo: “la presentación de esta obra me parece la representación misma de la juventud en el teatro”.[2] La revista informaba además de las más de doscientas funciones de La noche de los asesinos en México, en la puesta de Juan José Gurrola, y de la importancia de su presencia en la cartelera londinense como primera obra latinoamericana escenificada por la Royal Shakespeare Company, citando también a su director: “después de esta primera interpretación, me atrevería a pronosticar que en menos de dos años The Criminals adquirirá rango universal, para orgullo del teatro latinoamericano y particularmente cubano”. Ya fuera en Polonia, dirigida por Wanda Laskowska con el Teatro Dramático de Varsovia, en Montevideo con la puesta de Federico Wolff, o en el teatro Pesti de Budapest, en Chile o en Colombia, La noche de los asesinos parecía confirmar la frase con la cual Rine Leal había querido elevarla a un rango que ninguna otra obra cubana había conseguido jamás. Y era una obra de teatro de la crueldad, ese “género poco afortunado entre nosotros y siempre mal comprendido”, reconocía Carlos Solórzano, también desde México, y no una obra sobre campesinos, guerrilleros y proletarios o alfabetizadores. Lo cual seguramente deslumbraba a muchos y molestaba a otros tantos, que acaso hubieran preferido ese tipo de rostros como embajadores del teatro de la Cuba revolucionaria: un malestar que no tardaría mucho en visibilizarse.

El éxito de la gira era incuestionable. Y se hubiera prolongado más allá, si Triana y los miembros del equipo de la puesta no hubieran recibido la orden de volver a La Habana a inicios de diciembre, para integrarse de inmediato a las comisiones del Primer Seminario Nacional de Teatro que correría entre el 14 y el 20 de dicho mes. En la útil entrevista que Ricardo Salvat le hizo en el 2003, Pepe recuerda vívidamente ese regreso, del cual emana la amarga anécdota mencionada al inicio de este repaso a la historia tan particular de La noche de los asesinos: “En Milán, me entrevisté con José Tamayo, que nos preparaba un ciclo en Madrid y Barcelona que concluiría con un recorrido por los festivales de España. Llamé a Haydée [Santamaría] informándole con detalle del proyecto y me dijo que era imposible puesto que nos esperaban para la apertura de un seminario nacional de teatro. Nos recibieron con todos los honores en el aeropuerto José Martí la mañana del 9 de diciembre de 1967. Y al instante nos comunicaron José Llanuza y Lisandro Otero que participaríamos en el evento más importante programado por la Revolución en todos estos años. Me di cuenta de que caía en una trampa”.[3]

El Seminario es un punto opaco en la historia de nuestra escena. Si bien, como dice su “Declaración de principios”, se le categoriza como “un momento histórico. Por primera vez tenemos la oportunidad de hacer un examen de nuestra historia teatral, de valorar nuestros logros y nuestros errores y de planificar el futuro”, ese repaso demostró, por encima de todo, las tensiones internas que existían en el movimiento escénico y su concordancia o no con los preceptos formativos y doctrinarios que se querían imponer a dicho panorama, dictados desde el Consejo Nacional de Cultura y otras instancias superiores. Había preocupaciones de orden estético, ideológico, político y moral que estaban por estallar.

Concebido como una de las antesalas del Congreso Cultural de La Habana que se iba a producir en enero de 1968, el Seminario fue un vistazo y una puesta al día de lo que otras citas y eventos también apuntaban en pos de un replanteo de las políticas de la Isla, concentrado en ese terreno tan volátil que era el de la escena. Organizado a través de cuatro comisiones y equipos: Función Social del Teatro, Teatro y Cultura Nacional, Papel del Teatro Profesional y Situación Actual del Teatro; el Seminario abarcó los puntos neurálgicos de ese paisaje, y anunció el avance de una concepción más estrecha y menos propiciadora de lo experimental y las tendencias de vanguardia. Se iba anunciando así lo que entre 1968 y 1971 iban a ser otros antecedentes de la parametración y la mano dura que desde el Consejo Nacional de Cultura se impondría sobre aquellos creadores que no asimilaran las regulaciones de dicha institución. Pepe Triana no solo pudo advertir esto, sino que, además, como narra en la anécdota, fue protagonista de uno de los primeros actos de rechazo que su apego a la libertad de formas y líneas de creación iba a enfrentar. Vale reproducir su memoria de ese instante, tal y como la narró en su entrevista con Ricardo Salvat: “La clausura del evento se celebró en el teatro Mella repleto hasta el tope por los participantes de todas las provincias. Todos los equipos se hallaban en el escenario. Después de la presentación y mostrar su satisfacción, la maestra de ceremonia, Liliam Llerena, anunció que el equipo que yo presidía leería su ponencia, la cual se uniría a las otras y se redactaría un resumen de la política teatral a seguir; avancé hacia el estrado de los micrófonos y me dieron una ovación; emocionado comencé a leer, no terminé la mitad de una cuartilla, cuando irrumpió Liliam Llerena vociferando su indignación revolucionaria y apartándome del estrado: «¡Compañeros, compañeros, esto traspasa los límites del diversionismo ideológico! Me siento avergonzada, me siento humillada de tener que oír semejante mamotreto…» La ovación inicial que recibí se transformó en una rechifla violenta y en una algarabía de «¡Que se vaya! ¡Contrarrevolución!», y daban palmadas: «¡Qué viva la revolución! ¡Afuera, gusanos! ¡Hay que siquitrillar a la gusanera!» Tembloroso, sin saber qué hacía, me retiré del estrado improvisado y a partir de ese instante no tengo idea de lo que sucedió”.

Con más o menos las mismas palabras, Pepe Triana me contó esto, en su casa de París. El clima tenso del Seminario no pudo disimularse ni siquiera en las notas y reportajes que trataban de subrayar la importancia de lo ahí discutido. En la revista Conjunto, aparece una nota sobre el cónclave, amén de la “Declaración de principios” del Seminario, que deja entrever cuán subidos fueron los tonos de ahí debatido. Según la nota de la publicación acerca del Seminario: “Fue también una severa confrontación de criterios, de puntos de vista, de posibles soluciones a la problemática teatral cubana. Fueron días álgidos, es verdad, pero fecundos. Porque primó la más amplia libertad en los plantees y la más honesta exaltación en los debates”. Y en la “Declaración”, puede advertirse ya lo que será la normativa en ascenso: “El teatro no es una ideología, pero sí instrumento de una ideología. El teatro es hoy parte de la realidad misma, es centro de gravedad; está dentro de la sociedad. El teatro es ahora, una forma dialéctica y viva de comunicación, que trata de establecer la responsabilidad histórica del individuo dentro de la sociedad”.[4]

A pesar de ello, las referencias a La noche de los asesinos y su equipo no desaparecieron de la prensa cubana, al menos por un breve tiempo. Agenor Martí entrevistó a Pepe Triana, Vicente Revuelta y Myriam Acevedo en La Gaceta de Cuba, acerca del recorrido triunfante por Europa.[5] “El teatro cubano se ha ganado con el éxito de La noche de los asesinos el derecho a participar en cualquier festival de alto nivel profesional en escenarios internacionales”, afirmó la actriz, en una frase categórica que acaso pretendía disolver los recelos sobre ese tipo de pieza se dejaron sentir durante el Seminario. En 1968, tras el eco del Congreso Cultural de La Habana, y a manera de coda, Conjunto publicó una carta de Bich Lam enviada a Vicente Revuelta que daba noticias del Gallo de La Habana obtenido por La noche de los asesinos. En su misiva, el vietnamita comenta: “Me han contado que ustedes fueron invitados por el Teatro de las Naciones, de París, con su La noche de los asesinos y que fue un éxito formidable. Queridos amigos, ustedes son el portaestandarte de nuestra bella y noble Cuba revolucionaria y a este título ustedes son la gloria de todo el campo socialista, ya que su participación en el Teatro de las Naciones prueba con elocuencia los beneficios del socialismo que, instaurado en su país desde hace tan poco tiempo, ya ha hecho maravillas. […] Su Gallo de la Habana ha sido confiado al Museo de Arte de Viet Nam, provisionalmente; se espera la reunificación de nuestro país para decidir a quién debe ir, ya que, según sus deseos, el mismo debe ser atribuido a los artistas vietnamitas combatientes. Ahora bien, en las 2 partes de nuestro país, por el momento, todos los artistas combaten en el frente, es todavía demasiado temprano para juzgar qué artistas del Norte o del Sur de Viet Nam son los que merecen más quedarse con «El Gallo de la Habana». Esto quiere decir implícitamente que ustedes estarán entre nosotros, cuando ese día feliz y tan esperado llegue, para asistir a la entrega del «Gallo de la Habana», ya que ustedes han sido los iniciadores de ello”.[6]

La noche de los asesinos no volvió a salir de gira. En el número de Conjunto que reproduce la carta de Bich Lam, aparecen en portada dos espectáculos del Taller Dramático que fueron a México, como parte de la programación cultural prevista en saludo a las Olimpiadas de 1968: Aire frío, de Virgilio Piñera; y Unos hombres y otros, precisamente de Liliam Llerena, la reconocida actriz que silenció a Triana en la clausura del Seminario, alzando la voz con más fuerza acaso que cuando encarnaba a Electra Garrigó en el montaje de Francisco Morín. Es en dicha entrega de Conjunto, también, que aparece la entrevista a Piñera, con motivo del estreno de Dos viejos pánicos, ya ganadora del Premio Casa, en Colombia: su respuesta a La noche de los asesinos, poco antes de que una pieza y la otra pasaran a ser sepultadas por un mutismo más denso que el sombrío destino de sus respectivos personajes.

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Después del Seminario, la vida en Cuba de Pepe Triana va entrando en eso que alguna vez la actriz Xiomara Palacio llamó una “turbulencia lenta”, que se hizo más asfixiante a partir de 1971. Aún en 1968, Triana vuelve a enfrentarse a Juan Larco (a pesar de aquellas disculpas ofrecidas por el peruano para borrar sus críticas a La noche de los asesinos), nuevamente en un terreno teatral. Los siete contra Tebas, pieza de Antón Arrufat a partir de Esquilo, gana el premio de la UNEAC, con los votos a favor de Ricardo Salvat, Adolfo Gutkin y Pepe Triana. Larco, junto a Raquel Revuelta, es también parte del jurado y ambos se oponen al premio, y la edición príncipe de la obra contiene la “Declaración de la UNEAC” que impugnaba los libros de Arrufat y el de Heberto Padilla (el poemario Fuera del juego, también laureado en dicho certamen), por declararlos incompatibles con la ideología revolucionaria. En el caso de Los siete…, se añadía el voto particular de Larco y Revuelta: “Estamos por un teatro crítico, antidogmático, libre de prejuicios conservadores. Pero no podemos por eso dar nuestro voto por una obra que mantiene, a nuestro juicio, posiciones ambiguas frente a problemas fundamentales que atañen a la Revolución Cubana”. La lectura intencionada de los diálogos de Arrufat, según estos jurados, mostraba una supuesta reinvención de los combates en Playa Girón en clave metafórica, amén de un diálogo con el enemigo que no podía tolerarse. Y ya se sabe cómo le fue a Padilla y Antón posteriormente. Defender este original añadió sin dudas otra raya de sospechas al historial de Pepe Triana: un repertorio que incluía desde el escándalo que justamente le costó a Arrufat su puesto en la revista Casa al publicar, en un mismo número, Los mangos de Caín, de Abelardo Estorino, y unos poemas de Triana que algunos pacatos interpretaron como loas al homosexualismo.[7]

En 1967, el Instituto del Libro presentó una selección de Teatro del Absurdo, con prólogo de Triana, que aboga en su prólogo por recordarnos que a esos autores de géneros tan insólitos: “no puede acusárseles de reaccionarios, ya que no se acomodan a una situación específica; utilizan las fórmulas que tienen a mano y, con un sentido crítico feroz, derriban los conceptos estacionarios, aparentemente intocables, aceptados por la convención y la costumbre, y avanzan, contra viento y marea, en busca de nuevos valores, nuevas metas, nuevas realidades”. En 1969 aparece la edición de Los biombos, de Jean Genet, en traducción de Pepe Triana y Chantal Dumaine, con quien se casó en La Habana, en 1968, año en el que además Rubén Vigón dirigió una puesta de El Mayor General hablará de Teogonía, que fue suspendida tras la primera función. Los biombos sería el último título de su bibliografía cubana, aunque, irónicamente, Pepe Triana sobrevivirá durante los años setenta más cerca que nunca de imprentas, tinta y papel.

Una vez concluido el I Congreso Nacional de Educación y Cultura, se pone en marcha el siniestro mecanismo de silencio y cancelación que cercenó la obra de muchos creadores. En ese 1971, Pepe Triana colabora en el guion de Una pelea cubana contra los demonios, película de Tomás Gutiérrez Alea a partir del libro de Fernando Ortiz, que no pocos han leído como una alegoría de los extremismos que afectaban ya a la cultura nacional. Si Arrufat, por ejemplo, fue castigado y enviado a la biblioteca de Marianao, a Pepe Triana y a Virgilio Piñera se les confinó al Instituto del Libro, específicamente a la Unidad 08, donde trabajarán por cuotas de páginas como traductores y correctores. Triana, menos fatalista que su maestro, asumió la tarea con el ánimo de demostrar que esa penitencia no los derribaría, como relata en su entrevista con Lillian Manzor. El círculo de amigos se cierra, sus nombres desaparecen de escenarios, antologías. Se impone un teatro de “participación popular”, se impulsa el movimiento de aficionados, representaciones en poblados, plazas, fábricas. Se destierra el teatro del absurdo, de la crueldad, todo eso que fue estigmatizado como extranjerizante y decadente. Como refugio, quedan las relaciones humanas que el autor estableció con los obreros y personas de esos talleres de impresión, a quienes recordó siempre con agradecimiento y asombro, y los encuentros en tertulias clandestinas, como aquella en la Ciudad Celeste, la casa de los descendientes de Juan Gualberto Gómez, en Mantilla, en la cual alguna vez Piñera y Triana se dejaron fotografiar tocando instrumentos musicales. O en los cumpleaños de José Lezama Lima, que, como Virgilio, moriría en el ostracismo. Del eco de La noche de los asesinos, que tanto influyó y preocupó, poco a poco se van desvaneciendo noticias y referentes, aunque en 1969 la obra tiene su estreno en el Phoenix Theatre, de New York, y es publicada en francés, en la traducción de Carlos Semprún, por Gallimard.

Lentamente, a partir de 1976, con la creación del Ministerio de Cultura, comenzará una rehabilitación gradual. En 1980, aprovechando esos aires más respirables, Pepe Triana y Chantal viajan a París. No regresarán nunca. Con ellos, también se aleja de Cuba la probabilidad de una reubicación inmediata de La noche de los asesinos en nuestra memoria cultural, que se menciona en notas al pie, en referencias de paso, pero sin retornar al protagonismo que logró en su momento de mayor visibilidad: uno de esos penosos silencios que impiden una comprensión honesta de lo que hemos sido, en los escenarios y más allá de ellos. Mientras Pepe Triana da clases como profesor invitado, sigue añadiendo obras a su teatro, escribe novela y poesía, dirige incluso alguna puesta en escena de La noche…, se van sumando nuevas ediciones, como texto independiente o en antologías, que fuera de Cuba la revalidan una y otra vez como uno de los ejemplos más sólidos de la dramaturgia contemporánea. También las lecturas de matiz político, acaso derivadas del silenciamiento padecido por el autor y su exilio, siguen acumulándose, a veces en un repaso de matices delirantes: Lalo como un supuesto y fracasado Fidel Castro, el juego sin final de los hermanos como una revolución siempre inacabada e ineficaz, etcétera, sin que faltara quien, durante la gira, ya viera en su trama una analogía del conflicto chino-soviético. Respecto a esas interpretaciones, algunas válidas y otras tendenciosas, dijo el propio autor a la investigadora Christilla Vasserot: “la gente interpretó la obra de inmediato asociándola a lo político y la juzgaron nociva, un ataque a la idea revolucionaria, cuando yo al contrario estaba recordando que existía un acto revolucionario de transformación que no estaba exclusivamente vinculado con leyes, sino que había un saneamiento por hacer, una reflexión interna, profunda para lograr el verdadero acto revolucionario. Todo eso se tergiversó. Otro aspecto visible nos lleva al convencimiento que el castrismo se fundamenta en la concepción pequeñoburguesa de la vida y yo estaba asestándole un golpe o dinamitando esa estructura. Se pensó que yo era un francotirador, que lanzaba una obra que deterioraría lentamente el proceso de gobierno. Se ensañaron conmigo. Pero todo eso yo lo veo como un acto normal. La escritura te aporta momentos de alegría, pero también tiene una parte oscura y sórdida. Esa es la noción que uno debe saber asimilar”.

En 1992, Carlos Espinosa incluye La noche de los asesinos en su fundamental antología de Teatro cubano contemporáneo, que replantea el canon de nuestra dramaturgia y actualiza sus modelos ante nuevos lectores. Un año antes, Verbum había publicado una importante selección de la dramaturgia de Pepe Triana, y Cátedra, en el 2001, presenta la edición crítica preparada por Daniel Meyrán.[8] Los estudios de Román de la Campa, Matías Montes Huidobro, Julio Ortega, Frank Dauster, Diana Taylor, Kirsten F. Nigro, José A. Escarpenter, George David, Julio E. Miranda, y muchos más, amplían una bibliografía notable, que se extiende fuera de Cuba. En 1993, en el primer número de la revista mexicana La escena latinoamericana, aparece una aportación desde la Isla que sirve de parteaguas en esa línea de abordajes: Roberto Gacio publica ahí un ensayo que reconstruye su memoria de espectador del montaje de 1966, analiza sus recursos más efectivos y colabora en la restitución de dicho acontecimiento en nuestro ámbito. No será hasta 2001 que la revista Tablas, en su nueva época, aborda a Pepe Triana con amplitud, al publicar “José Triana: pasado vs presente”, estudio de Dianik Flores que sintetiza el trabajo que la joven teatróloga presentara para su graduación en el Instituto Superior de Arte, en un número dedicado en buena medida a la dramaturgia cubana del exilio.[9]

Pero lo cierto es que el regreso de La noche de los asesinos a nuestra escena ya estaba ocurriendo, de modo acaso subterráneo. En 1988, al estrenarse La cuarta pared, montaje de Víctor Varela que se presentó primeramente en la casa de la coreógrafa Marianela Boán, muchos de los fantasmas imaginados por Triana regresaron a la vida, para espanto de quienes creían haberlos eliminado. Los debates generados por ese espectáculo reactivaron la memoria subterránea del teatro cubano de los años sesenta, y La noche de los asesinos reapareció como un referente que a pesar de la maniobra de borrado seguía alentando otras búsquedas. Todo eso que se mencionaba en el programa de mano del primer montaje: “elementos expresionistas, surrealistas, naturalistas y simbólicos”, amén del happening y el performance, resucitó con una vitalidad que también ayudó a dinamitar convenciones, entre los nuevos directores que no solo echaban mano a todo ello, sino que además empezaron a exigir ciertas explicaciones, y una mayor transparencia ante la narrativa oficial de nuestro devenir artístico y literario. El efecto de La noche de los asesinos alcanzó a textos y puestas como Los juegos de la trastienda, de Tomás González, pasó por los empeños de Pepe Santos con su Proyecto Jueguespacio, y alcanzó a dejar huellas en otros textos de los años noventa, como Manteca, de Alberto Pedro, y la Ópera ciega, también de Víctor Varela. La revista Encuentro de la Cultura Cubana le rinde homenaje a Pepe Triana en su número 4/5 de 1997. Y en 1998, Teatro D’Dos consigue llevar a escena en La Habana su versión de La noche de los asesinos, que no logró igualarse al mito del texto y la puesta de Revuelta, pero demostró que podíamos mencionar en Cuba el nombre de su autor, sin que por ello se viniera abajo cúpula alguna.

De seguir ese rastro, podrán hallarse otras señales: en 2007 el Estudio Macubá presenta Restos en la noche, adaptación a partir de la obra de Triana, que dirige Mateo Pazos, en Santiago de Cuba. Cuando el grupo chileno Teatro en el Blanco presentó en el Festival de Teatro de La Habana del 2009 su espectáculo Neva, algunos evocaron ante aquel excelente desempeño actoral el de los intérpretes de La noche de los asesinos en Teatro Estudio. Y en el 2011, en el primer tomo de la recopilación Dramaturgia de la Revolución (1959-2008) que publica Tablas Alarcos, vuelve a aparecer en Cuba el texto íntegro de La noche de los asesinos. Un rastreo más a fondo ayudaría a comprobar que La noche de los asesinos, de una forma u otra, ha sabido regresar a la escena cubana, aunque aún le debamos tanto.

Curiosamente, a pesar del recelo sobre ese título, recuerdo que lo empleábamos con frecuencia en los exámenes de actuación de la Escuela de Teatro: yo mismo fui Lalo alguna vez. Creo que también le conté eso a Pepe Triana, en ese único y maravilloso encuentro, por el cual sigo agradeciendo a Chantal Dumaine y sobre todo a Christilla Vasserot. El hombre que tenía delante ya casi alcanzaba sus 80 años. “No pienso en nada de eso”, me dijo sonriendo, mientras me pedía que lo actualizara sobre viejos amigos de la Isla, y el fantasma de Piñera y tantos otros, como los hermanos Pepe y Carucha Camejo y Pepe Carril, se cruzaban en ese diálogo, donde no faltaron detalles sobre aquel abucheo del Seminario Nacional de Teatro. Ya para entonces yo había enviado a la revista La Siempreviva un texto que saludaba a La noche de los asesinos en su primer medio siglo de existencia, pero cuando regresé a París con el deseo de entregarle un ejemplar, Pepe Triana no vivía.[10] Vicente Revuelta había muerto a inicios de 2012, Myriam Acevedo se había exiliado a Italia, donde trabajó en espectáculos de Luca Ronconi, y murió en 2013; Adolfo Llauradó, en La Habana del 2001: de aquellos elencos sobreviven Flora Lauten, Ingrid González y Ada Nocetti. De La noche… y su autor perviven su recuerdo, como sobrevive su mito, su biografía, su legado, en un gesto mayor que pese a todo no ha podido arrancarse del teatro cubano, al que siguió aportando incluso ya desde la distancia con textos como La fiesta o Revolico en el Campo de Marte. Todo eso está en los dos tomos de su Teatro Completo, que presentó Aduana Vieja en 2012: una Cuba teatral que se deja entrever al trasluz de sus obsesiones.

Pese a todos esos tributos, a la manera en que hemos intentado recuperar la dimensión de lo que nos aportó La noche de los asesinos, creo que aún le debemos, insisto, un gesto mayor. Una restitución de la categoría que merece esa obra y ese autor, como texto, espectáculo y gesto tan infinito como el juego al que están condenados y entregados sus personajes. “Un exorcismo liberador”, la calificó, en la antología de Carlos Espinosa, su presentador en ese libro, Julio Gómez. Y eso sigue siendo La noche de los asesinos. Sesenta años no han disminuido el ruido de esos cuchillos, el ric-rac del juego macabro, de ese acto con el cual un ser humano juega a quebrantar su destino, para demostrarnos que sigue siendo una pieza en ese diseño laberíntico y agónico que puede ser vivir o actuar la vida. Es imposible desaparecer a un clásico: eso también nos dice La noche de los asesinos. Ante el espejo que Vicente Revuelta imaginó al fondo de su escenario, seguimos viendo nuestros propios rostros, y diciendo las palabras que imaginó Pepe Triana.


Notas:

* Poco después de entregado este texto a la redacción de Rialta, se supo del fallecimiento de la actriz Ada Nocetti, en la ciudad de Buenos Aires, según informó el domingo su esposo, el cineasta Alejandro Saderman.

[1] Ana Justina: “Los asesinos a juicio internacional”, La Gaceta de Cuba, n.o 6, abril de 1967, p. 10.

[2] Ver el pliego gráfico y nota sobre La noche de los asesinos, en la revista Conjunto, n.o 5, 1967, pp. 73-79.

[3] Ricardo Salvat: “Entrevista a José Triana”, TDR/The Drama Review, vol. 51, n.o 2, Summer, 2007, New York University and the Massachusetts Institute of Technology, pp. 94-118. Consultada en su edición digital en el sitio web de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes dedicado a José Triana, coordinado por Christilla Vasserot.

[4] Ver la nota “Congreso Cultural y Seminario de Teatro, en la revista Conjunto, n.o 6, 1968, p. 1. Y en el mismo número, la “Declaración de principios del Primer Seminario de Teatro, pp. 4-6.

[5] Ver “José Triana habla de su gira”, “Vicente Revuelta: una mayor confianza” y “Miriam Acevedo: un teatro nuevo y sorprendente”, entrevistas de Agenor Martí en La Gaceta de Cuba, n.o 6, 1967-1968, p. 19.

[6] “De Bich Lam a Vicente Revuelta”, carta reproducida en la revista Conjunto, n.o 7, 1968, pp. 2-3.

[7] El número de la revista Casa es el 27, correspondiente a diciembre de 1964.

[8] La edición crítica, además, contiene el texto de la pieza, dedicada desde su primera publicación a María Angélica Álvarez y a José Rodríguez Feo, revisada por el autor, con algunos cambios y correcciones. La obra se continúa representando, en diversos países e idiomas. Ha sido traducida, además del inglés, francés e italiano, al polaco, alemán, rumano, noruego, yugoslavo, checo, danés, sueco, húngaro, etcétera.

[9] Roberto Gacio: “La noche de los asesinos: mise en scéne de Vicente Revuelta”, La Escena Latinoamericana, febrero de 1993, pp. 26-32; y “José Triana: pasado vs presente”, en el número 1 de la revista Tablas, 2001, pp. 13-22.

[10] Norge Espinosa Mendoza: “El cuchillo y el espejo: cincuenta años de La noche de los asesinos”, La Siempreviva, n.o 22, 2016, pp. 57-66.

NORGE ESPINOSA
NORGE ESPINOSA
Norge Espinosa Mendoza (Santa Clara, Cuba, 1971). Dramaturgo, poeta y ensayista. Licenciado en Teatrología por el Instituto Superior de Arte de La Habana. Sus obras teatrales han sido puestas en escena por grupos como Pálpito, Teatro El Público o Teatro de las Estaciones, en Cuba, Puerto Rico, Francia o Estados Unidos. Entre sus textos destacan: Las breves tribulaciones (poesía), Ícaros y otras piezas míticas (teatro) o Cuerpos de un deseo diferente. Notas sobre homoerotismo, espacio social y cultura en Cuba (ensayo). Es un reconocido activista y estudioso de la comunidad LGBTQ cubana. Su poema “Vestido de Novia” se ha convertido en himno de las reivindicaciones de este grupo.

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